viernes, 31 de agosto de 2007

Jacques Lacan. "El seminario de Caracas" (12/7/1980)

No suelo moverme frecuentemente de lugar. (Je n’ai pas la bougeotte)
La prueba es que esperé llegar a los ochenta años para venir a Venezuela.
Vine porque me dijeron (on m’a dit) que era el lugar propicio para convocar a mis alumnos de América Latina.
¿Son ustedes mis alumnos ? No lo prejuzgo. Porque a mis alumnos (èléves) suelo educarlos (les élever) yo mismo.
Esto no da siempre resultados maravillosos.
Ustedes saben del problema que tuve con mi Escuela de Paris. Lo resolví como se debe , tomándolo por la raíz. Quiero decir , arrancando a mi pseudo-Escuela de raíz.
Todo lo obtenido desde entonces me confirma que hice bien. Pero eso es ya historia antigua.
En París acostumbro hablar ante un auditorio donde muchas caras me son conocidas por haber venido a verme a mi casa, 5 rue de Lille, donde está mi práctica.
Ustedes, al parecer , son mis lectores. Sobretodo lo son en tanto que nunca los he visto escucharme.
Entonces, desde luego, tengo curiosidad por lo que puede llegarme de ustedes. Es por ello que les digo : gracias, gracias por haber respondido a mi invitación.
Es un mérito de ustedes, porque mas de uno se ha atravesado en el camino a Caracas. La apariencia, en efecto, indica que esta Reunión molesta (embête) a mucha gente, y en particular, a aquellos quienes hacen profesión de representarme sin pedir mi opinión. Entonces, cuando me presento, forzosamente pierden los estribos.
En cambio, tengo que agradecer a quienes tuvieron la idea de la Reunión y, especialmente a Diana Rabinovich. Le asocio con mucho agrado a Carmen Otero y su marido Miguel, en quienes he confiado para todo lo que entraña un congreso como este. Gracias a ellos , me siento aquí como en mi casa.
Vengo aquí antes de lanzar mi Cause freudienne. Como ven mantengo ese adjetivo. Sean ustedes lacanianos, si quieren. Yo soy freudiano. (Moi, je suis freudienne)
Por eso creo adecuado decirles algunas palabras acerca del debate que mantengo con Freud, y que no es de ayer.
He aquí : mis tres no son los suyos. Mis tres son el Real, el Simbólico y el Imaginario.[1] Me ví llevado a situarlos en una topología , la del nudo, llamado borromeano. El nudo borromeano pone en evidencia la función del al-menos-tres. Es el que anuda los otros dos desanudados.
Le dí eso a los míos. Se los dí para que se orienten (retrouvent) en la práctica. Pero, ¿se orientan mejor que con la tópica legada por Freud a los suyos ?
Hay que decirlo : lo que Freud dibujó con su tópica, llamada segunda, adolece de alguna torpeza. Me imagino que era para darse a entender dentro de los bordes de su época.
Pero, ¿no podríamos mas bien sacar provecho de aquello que figura allí , la aproximación a mi nudo ?
Considérese el saco fofo que se produce como vínculo del Ello en su artículo llamado : Das Ich und das Es.
Ese saco sería el continente de las pulsiones. ¡ Que idea tan estrafalaria la de bosquejar eso así ! Solo se explica por considerar a las pulsiones como bolitas, que han de ser expulsadas sin duda por los orificios del cuerpo una vez ingeridas.
Sobre eso se abrocha un Ego, donde parece preparado el punteado de columnas por contar. Pero eso no lo deja a uno menos entorpecido , pues él mismo se cubre con un bizarro ojo perceptivo, donde para muchos se lee también la mancha germinal de un embrión sobre el vitelo.
Aún no es todo. La caja registradora de algún aparato a la Marey está aquí de complemento. Eso dice mucho acerca de la dificultad de la referencia al Real.
Por último, dos barras sombrean con trazos en su juntura la relación de ese conjunto barroco con el saco de bolitas. He ahí lo que está designado de reprimido.
Esto deja perplejo. Digamos que no es lo mejor que hizo Freud. Hace falta incluso confesar que no favorece la pertinencia del pensamiento que eso pretende traducir.
Qué contraste con la definición que Freud da de las pulsiones, como ligadas a los orificios del cuerpo. Hay aquí una formulación luminosa la cual impone otra figuración que la de aquella botella. Cualquiera sea su tapón.
¿No será mas bien, como me ha ocurrido decirlo, la botella de Klein, sin adentro ni afuera ? O aún, sencillamente, ¿ porque no el toro ?
Me contento con apuntar que el silencio atribuido al Ello como tal, supone el parloteo. (la parlotte) El parloteo que la oreja está esperando, la del « deseo indestructible » a traducirse en ella.
Desconcertante es la figura freudiana, al oscilar así del propio campo al Simbólico de eso que la ausculta.
Llama la atención que este enmarañamiento no haya impedido a Freud volver luego a las indicaciones mas notables acerca de la práctica del análisis, y en especial sus construcciones.
¿Debo darme aliento recordando que a mi edad Freud aún no había muerto ?
Desde luego, mi nudo no dice todo. Sin lo cual no tendría la oportunidad de repetirme en lo que hay : puesto que no hay, digo, no – todo. No-todo seguramente en el Real, que abordo en mi práctica.
Subrayen que en mi nudo , el Real queda constantemente figurado con la recta infinita, o sea, con el círculo no cerrado que ella supone. Con ello se sostiene que él no pueda ser admitido mas que como no-todo.
Lo sorprendente es que el número no sea dado en lalengua misma. Con lo que vehiculiza de Real.
¿Por qué no admitir que la paz sexual de los animales, si tomo al que dicen ser su rey, el león, radica en que el número no se introduce en su lenguaje, cualquiera que éste sea. Sin duda, el amaestramiento (dressage) puede dar su apariencia. Pero nada mas que eso.
La paz sexual quiere decir que se sabe qué hacer con el cuerpo del Otro (Autre). Pero, ¿quién sabe qué hacer con un cuerpo de parlêtre[2] ? ¿Salvo apretarlo mas o menos ?
Al Otro (Autre), ¿qué se le ocurre decir y siempre que lo quiera ? Dice : « Apriétame fuerte ».
Muy fácil (bête comme chou) para la copulación.
Cualquiera sabe hacerlo mejor. Digo cualquiera – una rana por ejemplo.
Hay una pintura que me baila en la cabeza desde hace tiempo. Logré recordar el nombre de su autor, no sin las dificultades propias de mi edad. Es de Bramantino.[3]
Pues bien, esta pintura está bien hecha para testimoniar de la nostalgia de que una mujer no sea una rana, la cual está muesta patas para arriba en el primer plano del cuadro.
Lo que mas me ha impactado en el cuadro es que la Virgen, la Virgen con el niño, tiene algo así como la sombra de una barba. Con lo cual se parece a su hijo como lo pintan de adulto.



La relación figurada de la Madonna es mas compleja de lo que se piensa. Ella está por lo demás mal soportada.
Eso me preocupa. Pero queda que yo me sitúo mejor que Freud, eso creo, en el Real interesado en lo que hay del inconsciente.
Ya que el goce del cuerpo hace punto al encuentro del inconsciente.[4]
De allí mis matemas, que proceden del hecho que el Simbólico sea el lugar del Otro (Autre), pero que no haya Otro del Otro (Autre de l’Autre).
Se sigue de ello que lo mejor que puede hacer lalengua es demostrarse al servicio del instinto de muerte.
Es una idea de Freud. Es una idea genial. Ello quiere también decir que es una idea grotesca.
Lo mas vivo es que es una idea que se confirma a partir que lalengua no es eficaz mas que pasando al escrito.
Es lo que ha inspirado mis matemas – en la medida en que se puede hablar de inspiración para un trabajo que me costó vigilias donde, que yo sepa, ninguna musa (muse) me visitó – pero habrá que creer que eso me divierte (ça m’amuse).
Freud tenía la idea de que el instinto de muerte se explica por el desplazamiento de la tensión al umbral más bajo tolerado por el cuerpo. Freud lo nombra como un más allá del principio del placer ; es decir, del placer del cuerpo.
Hay que advertir que es sin embrago en Freud el índice de un pensamiento mas delirante que cualquiera de aquellos que yo les he podido participar.
Porque, desde luego, no les digo todo. Ese es mi mérito.
Ya está.
Declaro abierto este Encuentro que versa sobre lo que he enseñado.
Son ustedes con vuestra presencia quienes hacen que haya yo enseñado algo.




(Traducción de Juan Luis Delmont Mauri en « Actas de la reunión sobre la enseñanza de Lacan y el psicoanálisis en América Latina » Editorial Ateneo de Caracas , 1982. Además en Jacques Alain Miller, « Escisión. Excomunión. Disolución., Manantial, Bs.As. 1987, p . 264-267.)


[1] Lacan se refirió a sus tres registros diciéndolos en ese orden y como siempre dándoles el carácter de nombres (de ahí la razón de las mayúsculas). El traductor (Delmont-Mauri) había escrito : “lo simbólico, lo imaginario y lo real”, cosa que coloca a los registros en otro orden y además ese “lo” le otorga un carácter de adjetivación o impersonal que no corresponde con la manera de situarlos que tiene Lacan a partir de su promoción en 1953.
[2] Neologismo que se opta por no traducir.
[3] Bartlomeo Guardi, “Bramantino”; (1465-1530), Milano. Discípulo y colaborador de Bramante. El cuadro en cuestión se llama “Madonna con el trono con el niño, entre San Ambrosio y San Miguel”, expuesta en la Biblioteca Ambrosiana, Milano.
[4] Car la jouissance du corps fait point a l’encontre de l’inconscient.
Esta frase tal como Lacan la habría dicho , es turbia incluso para los francoparlantes. Para entenderla, tenemos que acercarnos a expresiones de la misma veta, como “faire butée à”, “faire arrêt à”, y entonces considerar “faire point” literalmente como, que el goce del cuerpo establece un punto (¿de qué? ¿de bloqueo? ) que va en contra del inconsciente. Eso no tiene mucho sentido, y como es tan frecuente en Lacan, hay que buscar alrededor, en las frases de antes y después de ésta, cuál es el sentido general que permite un uso tan neologismático a partir de una mezcla de expresiones “faire point à” y “à l’encontre de” que no se empalman habitualmente (esencialmente porque la primera no existe como tal).Otra suposición posible es que si dijo eso en Caracas, al fin de su periplo borromeano, es que el “punto” de “faire point à” se opone a “línea” o a “superficie”, que el goce del cuerpo constituye algo tan localizado como un punto que va en contra, efectivamente, de la deslocalización permanente de la cadena significante. Eso podría explicar algo del “faire”, porque el imaginario “fait con sistance” hace consistencia, el simbólico “fait trou” hace agujero , y el real… ”ex-siste”. Entonces, en esta serie, tal vez él considera que el goce del cuerpo “hace punto”. Por fin, hay que tener cuidado también con este “à l’encontre de”, porque quiere decir primero “ir en contra”, pero también “ir al encuentro con” y especialmente en la boca tortuosa de este Lacan.

jueves, 30 de agosto de 2007

Acta de la excomunión de Baruch de Spinoza (27 de julio de 1956)

"Los señores del Comité directivo (Mahamad) hacen saber a sus señorías cómo, hace días, teniendo noticias de las malas opiniones y obras de Baruch de Spinoza, procuraron por distintas vías y promesas apartarlo de sus malas costumbres; y que, no pudiendo remediarlo, antes al contrario teniendo cada día mayores noticias de las horrendas herejías que practicaba y enseñaba y de los actos monstruosos que cometió; teniendo de ello muchos testimonios fidedignos, que presentaron y testificaron todos en presencia del susodicho Spinoza, y quedando éste convencido; que examinando todo ello en presencia de los señores rabinos (hahamim) decidieron, con su acuerdo, que dicho Espinoza sea excomulgado y apartado de la nación de Israel, como por el presente lo ponen en excomunión, con la excomunión siguiente:
Con la sentencia de los ángeles y con el dicho de los santos, con el consentimiento del Dios bendito y el consentimiento de toda esta Santa Comunidad y en presencia de estos santos libros (sepharim), con los seiscientos trece preceptos que en ellos están escritos, nosotros excomulgamos, apartamos y execramos a Baruch de Spinoza con la excomunión con que excomulgó Josué a Jericó, con la maldición con que maldijo Elías a los jóvenes y con todas las maldiciones que están escritas en la Ley. Maldito sea de día y maldito sea de noche, maldito al acostarse y maldito al levantarse, maldito sea al entrar y al salir; no quiera el Altísimo perdonarle, hasta que su furar y su celo abracen a este hombre; lance sobre él todas las maldiciones escritas en el libro de esta Ley, borre su nombre de bajo los cielos y sepárelo, para su desgracia, de todas las tribus de Israel, con todas las maldiciones del firmamento, escritas en el Libro de la Ley. Y vosotros, los unidos al Altísimo, vuestro Dios, todos vosotros (que estáis) vivos hoy: advirtiendo que nadie puede hablar oralmente ni por escrito, ni hacerle ningún favor ni estar con él bajo el mismo techo ni a menos de cuatro codos de él, ni leer papel hecho o escrito por él".

Texto completo del acta de excomunión de Spinoza, leída en la Sinagoga de la ciudad de Amsterdam el 27 de julio de 1656, folio 408 del Livro dos Acordos da Naçam.
(Tomado por PP. del libro de Diego Tatián, "La cautela del salvaje. Pasiones y política en Spinoza", Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2001)

miércoles, 29 de agosto de 2007

SØREN KIERKEGAARD. "Postscriptum definitivo no científico a las migajas filosóficas (fragmento)"


Para aquellos que han decidido profundizar
en el estudio de la obra de Kierkegaard,
un texto difícil de encontrar pero que ilumina un poco
ciertos "préstamos" que el danés hizo a la obra de Lacan.



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POSTSCRIPTUM DEFINITIVO NO CIENTIFICO

A LAS MIGAJAS FILOSOFICAS (FRAGMENTO)

SØREN KIERKEGAARD


Si se considera el cristianismo como un documento histórico, entonces se debe tratar de tener una información sólida sobre lo que propiamente constituye la doctrina cristiana. Si el sujeto que se aplica a esta investigación está infinitamente interesado en su relación a esta verdad, pronto caería aquí en la desesperación, porque nada es más fácil de ver que en el campo de la historia la certeza más grande se reduce de todos modos a una aproximación, y que una aproximación es muy poca cosa para que sobre ella se pueda construir la beatitud propia. Por otra parte, el sujeto que se entrega a la investigación con un interés puramente histórico (.........) se dispone al trabajo, se aplica a estudios enormes, a los cuales él mismo aporta contribuciones nuevas, hasta sus 70 años y, justo quince días antes de la muerte, espera la publicación de una nueva obra suya que deberá poner luz sobre un aspecto entero de la consideración. (.......)
Ahora bien, cuando se busca desde el punto de vista histórico la verdad del cristianismo o se pregunta qué es o no es la verdad cristiana, inmediatamente la Sagrada Escritura se presenta como un documento decisivo.
Aquí el estudioso debe asegurarse la mayor certeza posible; en cambio, a mí poco me importa si tengo erudición o si no tengo en absoluto. A mi parecer, es más importante que se comprenda y se tenga en mente que aun con la erudición y la perseverancia más asombrosa y aun si las cabezas de todos los críticos de este mundo fueran soldadas sobre un mismo cuello, sin embargo no se va más allá de una aproximación, y que hay una desproporción esencial entre esta curiosidad erudita y el interés personal infinito de alguien por su salvación eterna.


(NOTA AL PIE DE PÁGINA: Al acentuar esta contradicción, las Migajas Filosóficas exponían o mejor dicho planteaban el problema: el cristianismo es algo histórico –respecto del cual la más alta forma de saber no es más que una aproximación; la consideración histórica más magistral es solamente un magistral "más o menos", un "casi casi"- y no obstante quiere, en cuanto (qua) histórico, precisamente mediante el momento histórico, tener una importancia decisiva para la salvación eterna del hombre. De donde se sigue que la modesta destreza del ensayo estaba siempre únicamente en el planteo del problema, en desencallarlo de todas las tentativas verbosas y especulativas, las que por cierto explican bien esto: que el que explica no tiene la más mínima idea de aquello de que se habla.)


Cuando la Escritura es considerada como el precepto más seguro para decidir lo que es cristiano y lo que no lo es, entonces es necesario que la Escritura esté históricamente fundada.
Aquí se trata, por lo tanto, de la pertenencia de los singulares escritos bíblicos al Canon, de su autenticidad, integridad, de la credibilidad de los respectivos autores........... ¡Qué dispendio de tiempo, de aplicación, de fuerzas estupendas, qué bagaje de cultura no se requerirán de generación en generación para semejante empresa! Y sin embargo basta aquí una pequeña duda dialéctica que toque los presupuestos para estorbar durante largo tiempo el engranaje entero, para obstruir la via subterránea que conduce al cristianismo, que se ha querido construir con el método científico y objetivo, en lugar de dejar el problema en su propia esfera: la subjetividad...........
Para él /el que busca la salvación eterna/ el rechazo de Lutero de la carta de Santiago es suficiente para hundirlo en la desesperación............
Las generaciones una tras otra se suceden en la tumba; nuevas dificultades han sido encontradas y vencidas, y nuevas dificultades han aparecido. Como por herencia se ha transmitido de generación en generación la ilusión de que el método era adecuado pero no había dado aún con los doctos investigadores, etc. Todos parecen sentirse a sus anchas y todos se vuelven cada vez más objetivos. El interés personal infinitamente apasionado del sujeto (que es la posibilidad de la fe y luego la fe......) se evapora siempre más porque se difiere la decisión, y la decisión es diferida en cuanto debería seguir como resultado directamente del resultado de la investigación de los eruditos.
Supongamos ahora que hayamos logrado probar lo que el teólogo más aguerrido no ha logrado en los momentos más felices de su actividad científica. Estos libros, y ningún otro, pertenecen al Canon, son auténticos, completos, y sus autores son dignos de fe....... Por otra parte, en los libros sagrados no hay indicio alguno de contradicción. Pero seamos muy cautos con esta hipótesis nuestra, porque si se manifestara siquiera una sola frase contradictoria, henos aquí atrapados en un paréntesis y el trajinar crítico-filológico nos llevaría pronto fuera de camino. En general, para que la tarea pueda ser fácil y simple sólo es necesaria una cautela dietética, la abstención de todo intermedio erudito que en un abrir y cerrar de ojos podría degenerar en un paréntesis cuya duración alcanzaría a un siglo. Quizás esto no sea algo tan fácil, y como el hombre está en peligro dondequiera que vaya, así el desarrollo dialéctico está en peligro en todas partes, esto es en el peligro de deslizarse en un paréntesis......
Supongamos entonces que todo está en su lugar en lo que respecta a la Sagrada Escritura, ¿y con eso? Aquél que no tenía fe ¿ha hecho algún avance para acercarse a la fe? No, ni siquiera un paso. Porque la fe no resulta de una reflexión científica directa, y ni siquiera directamente; por el contrario, en esta objetividad se pierde el interés personal de la pasión infinita que es la condición de la fe, ese ubique et nusquam en que la fe se desarrolla. En el creyente, la fe ¿ha adquirido alguna vez vigor y fuerza con la erudición? En absoluto, ni siquiera una migaja; más bien se encuentra tan a disgusto en la masa de este saber,en esta certeza que se apiña ante la puerta de la fe y la lisonjea, que será necesario mucho esfuerzo, mucho temor y temblor para no caer en tentación y no intercambiar el saber por la fe. Mientras la fe tenía hasta ahora un pedagogo oportuno en la incertidumbre, tendrá en cambio en la certeza a su enemigo más peligroso. En efecto, una vez eliminada la pasión,tampoco la fe ya existe y certeza y pasión no concuerdan............
Aunque todos los ángeles pusieran manos a la obra, no podrían proporcionar más que una aproximación, porque respecto de un saber histórico la única certeza consiste en una aproximación........
Pongamos ahora elcaso contario, esto es que los enemigos logren probar con la Escritura todo lo que desean, con tal certeza que superen el deseo más ardiente del enemigo más encendido. ¿Y entonces? ¿Ha logrado el enemigo acaso abolir el cristianismo? Para nada. ¿Ha dañado acaso al creyente? En lo más mínimo, ni siquiera una migaja.¿Ha adquirido acaso el derecho de desembarazarse él de la responsabilidad de ser un creyente? Del hecho de que estos libros no son de estos autores, no son auténticos, no son íntegros, no son inspirados (esto, sin embargo, no puede ser probado por el adversario, porque es objeto de la fe), no se sigue en absoluto que estos autores no hayan existido y sobre todo que Cristo no haya existido. En esta situación, el creyente queda aún igualmente libre de asumir el cristianismo, igualmente libre, nótese bien; porque si lo ha asumido por fuerza de alguna demostración, él ya estaba en posición de abandonar la fe. Si de todos modos las cosas no llegan a este punto, el creyente tendrá siempre alguna culpa cuando, queriendo dar una demostración por su cuenta, ha invitado y ha comenzado a declarar vencedor al incrédulo con querer demostrar también él. Aquí está el nudo, y vuelvo a la teología erudita. ¿Para ventaja de quién se propone la demostración? La fe no tiene necesidad de ella, es más, debe considerarla una enemiga propia. En cambio, cuando la fe comienza a avergonzarse de sí misma, cuando como una amante que no se contenta con amar, sino que astutamente se avergüenza del amado y entonces encuentra conveniente probar que el amado es algo eminente: cuando, pues, la fe comienza a perder su pasión; cuando, por consiguiente, la fe comienza a dejar de ser fe, entonces la demostración deviene necesaria para gozar de la consideración burguesa en la incredulidad. De lo que se ha hecho en este punto para el intercambio de categorías en materia de idioteces retóricas por parte de los oradores eclesiásticos, ay de mí, es mejor no hablar........... ¡La especulación ha comprendido todo,todo, todo! El orador sagrado se contiene un poco, confiesa que aún no ha comprendido todo, confiesa que él aspira a... (¡pobre tonto, aquí hay un intercambio de categorías!). "Si hay alguien que ha comprendido todo", dice, "entonces yo confieso" (ay, él se avergüenza, y no se da cuenta de que debería hacer uso de la ironía con los otros) "que no he comprendido todo, que no puedo demostrar todo, y nosotros más pobrecitos" (ay, él siente su propia pequeñez en un sitio muy errado) "debemos contentarnos con la fe". (Pobre desconocida, suprema pasión: fe, ¡que tú debas conformarte con semejante defensor! ¡Pobre tonto pastor, que tú no sepas en absoluto de qué cosa se está hablando!...................
Continuando por esta vía de probar y buscar pruebas para la verdad del cristianismo, se tendrá finalmente el extraño resultado de que cuando se haya terminado de probar su verdad, el cristianismo habrá cesado de existir como algo presente. Será reducido a algo histórico al punto de ser considerado un acontecimiento pasado, cuya verdad –es decir, su verdad histórica- ahora se habrá vuelto verídica. De este modo la profecía tan preocupante de Lucas, 18,8 ("Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"), tendrá su cumplimiento.
La primera dificultad dialéctica con la Biblia es qe se trata de un documento histórico; que en cuanto hacemos de ella el punto de apoyo para la determinación del cristianismo, entonces comienza el proceso de aproximación introductoria, y el sujeto se distrae en un paréntesis cuya conclusión puede ser postergada por toda la eternidad. El Nuevo Testamento es algo pasado y por lo tanto, en un sentido más riguroso, algo histórico. Es precisamente éste el aspecto que puede desviar, al impedir que el problema se vuelva subjetivo tratándolo objetivamente, y esto no conduce a nada.
La garantía de los dieciocho siglos de cristianismo, que el cristianismo ha penetrado en todos los aspectos de la vida, que ha transformado el mundo, etc., esta garantía es precisamente una escapatoria con la cual el sujeto que ha de decidir y elegir es embaucado y va rodando hacia la perdición. Dieciocho siglos no tienen mayor fuerza demostrativa que un día respecto de la verdad eterna que debe ser decisiva para una beatitud eterna: en cambio, los dieciocho siglos y todo, todo, todo lo que se ha contado y repetido en esta ocasión tiene una potencia de disipación que distrae egregiamente. Cada hombre por naturaleza está dispuesto a transformarse en un pensador (¡honor y gloria a Dios que ha hecho al hombre a su imagen y semejanza!). No es culpa de Dios si luego la costumbre y el vaivén cotidiano, la carencia de pasión y la afectación y el chismorreo con los amigotes y los vecinos, terminan poco a poco por corromper a los más y volverlos despreocupados – ¡y construyen su eterna beatitud sobre esto y sobre esto otro aún y luego sobre esto una tercera fe!- sin darse cuenta de que el secreto es que ese su hablar de su beatitud eterna es afectación precisamente porque falta la pasión: ¡por eso ella podría fundarse egregiamente incluso sobre fósforos!
El orador aísla al sujeto que medita o que duda de todo vínculo con los otros y coloca ante la mirada del pobre pecador a las innumerables generaciones y a los exterminados millones, y lo apostrofa: ¿tendrías ahora tanto coraje como para negar la verdad? ¿Osarías imaginar que tú tienes la verdad y que dieciocho siglos, innumerables generaciones y millones de exterminados han vivido en el error? ¿Tendrías el coraje, tú, singular miserable, de precipitar en la perdición a todos estos millones de exterminados, es más, a la humanidad entera?
...............Detrás de ese monstruoso biombo (de los millones de exterminados), he ahí el orador cobarde que se tambalea cuando utiliza ese argumento porque también él sospecha la contradicción que hay en todo su comportamiento.

(Capítulo Primero)
El pensador especulativo considera el cristianismo como un fenómeno histórico. Pero consideremos que el cristianismo no es en absoluto eso. "¡Qué tontería", se oye decir a alguien, "qué caza incomparable de originalidad, decir semejante cosa cuando en estos tiempos la especulación ha concebido la necesidad de la realidad histórica!"
Si el especulativo es al mismo tiempo un creyente.............(y) dice querer construir su propia salvación eterna sobre la especulación, se contradice de manera cómica; porque la especulación en su objetividad es del todo indiferente especto de mi salvación eterna y de quienquiera que sea: mientras que la salvación eterna consiste precisamente en el esquivo sentimiento de sí de la subjetividad, adquirido con esfuerzo extremo. Él al mismo tiempo miente haciéndose pasar por un creyente.
O bien el especulativo no es un creyente. El especulativo, resulta claro, no es cómico porque no considera en absoluto la cuestión de su salvación eterna. El lado cómico se manifiesta cuando la subjetividad con un interés infinitamente apasionado quiere plantear la propia salvación en relación con la especulación. En cambio, el especulativo no plantea el problema del que hablamos porque, como especulativo, el hombre llega a ser precisamente demasiado objetivo para preocuparse de su propia salvación eterna. Aquí hace falta una sola palabra, en caso de que alguien malinterpretara alguna de mis expresiones, para que quede claro que es él que me malinterpreta y yo no tengo la culpa. Honor a la especulación y alabanza a quienquiera que en verdad se ocupa de ella. Negar el valor de la especulación (aun cuando se pueda desear que los cambistas sean expulsados del atrio del templo –Mateo, 21,12- como profanos) sería a mis ojos un prostituirse a sí mismos, y sería particularmente una estupidez por parte de aquél que hubiese consagrado a su servicio la mayor parte de su vida según sus débiles fuerzas, una estupidez especialmente por parte de aquél que admira a los griegos. Porque éste sabrá de cierto que Aristóteles, cuando trata sobre la esencia de la felicidad, pone la suprema felicidad en el pensar, recordando que el dichoso pasatiempo de los dioses es el pensamiento. Él debe, además, hacerse confeccionar una idea adecuada del entusiasmo intrépido del hombre de ciencia, y tener respeto por su perseverancia al servicio de la idea. Pero para el especulativo la cuestión de su personal salvación eterna no se presenta en absoluto, justamente porque su tarea consiste cada vez más en alejarse de sí mismo y en volverse objetivo y así disiparse frente a sí mismo y llegar a ser la fuerza contemplativa de la especulación. Todo este estado de cosas yo lo conozco muy bien. Mas, he aquí que los dioses bienaventurados, estos grandes modelos del especulativo, no estaban en absoluto preocupados por la propia salvación eterna. Así el problema no se presenta en absoluto en el paganismo. Pero tratar el cristianismo del mismo modo, no es más que sembrar confusión. Puesto que el hombre es una síntesis de tiempo y de eternidad, la beatitud de la especulación que pueda tener el especulativo será una ilusión, pues no es sino en el tiempo que él quiere ser eterno. Y en esto estriba la falsedad del especulativo. El interés infinitamente apasionado por su personal salvación eterna es, por tanto, más alto que la felicidad de la especulación. Es más alto porque es precisamente más verdadero, porque expresa exactamente la síntesis.
Objetivamente el cristianismo no se deja observar, porque quiere empujar la subjetividad al extremo; cuando la subjetividad es así puesta de modo exacto no puede ligar la propia salvación eterna a la especulación.
Ahora bien, si el cristianismo exige del sujeto singular este interés infinito (lo que se supone, porque en esto consiste el problema), entonces se ve fácilmente que es imposible para el sujeto encontrar en la especulación lo que él busca. Esto también se puede expresar diciendo que la especulación no permite en absoluto que el problema se presente: luego toda su solución no es más que una mistificación.

(Capítulo Segundo)
UNA PRIMERA Y ÚLTIMA EXPLICACIÓN
Formalmente y por amor a la regularidad reconozco aquí, cosa que es difícil que realiter alguien tenga interés en saber, que yo soy, como se dice, el autor de Aut-Aut (Víctor Eremita), Copenhague, febrero 1843; Temor y Temblor (Johannes de Silentio), 1843; La Repetición (Constantin Constantius), 1843; El Concepto de la Angustia (Vigilius Haufniensis), 1844; Los Prefacios (Nicolaus Notabene), 1844; Las Migajas Filosóficas (Johannes Climacus), 1844; Los Estadios en el Camino de la Vida (Hilarius Bogbinder, Willian Afham, El Asesor, Frater Taciturnus), 1845; El Post-Scriptum Definitivo a Las Migajas Filosóficas (Johannes Climacus), 1846; un artículo en la revista "Faedrelandet", Nº 1168, 1843 (Víctor Eremita); dos artículos en "Faedrelandet", enero 1846 (Frater Taciturnus).
Mi pseudonimia o polionimia no tiene una razón casual en mi persona (ciertamente no por temor a un castigo por parte de la ley, porque respecto de esto tengo conciencia de no haber infringido ninguna ley, y por lo demás tanto el impresor como el censor qua oficial público, contemporáneamente a la publicación del escrito siempre han sido informados oficialmente sobre quién era el autor), sino una razón esencial en la misma producción, la cual a causa del estilo de la réplica, de la variedad psicológica de las diferencias individuales, exigía desde el punto de vista poético el desprejuicio en el bien y en el mal, en la contrición y en la disipación, en la desesperación y en la arrogancia, en el sufrimiento y en la exultación, etc.: indiferencia que no está limitada idealmente más que por la coherencia psicológica, que ninguna persona en carne y huesos podría o querría permitirse en la limitación moral de la realidad. Por lo tanto, todo lo que está escrito es realmente mío, pero sólo en cuanto yo pongo en boca de la personalidad poética real del autor su concepción de la vida, como puede escucharse en las réplicas de respuesta, porque mi relación con la obra es aún más exterior que la de un poeta que crea personajes, y sin embargo es él mismo el autor. Yo soy, en efecto, impersonal o personalmente en tercera persona un apuntador que ha producido poéticamente autores cuyos Prefacios son también producción de ellos, así como lo son sus propios nombres. Por eso, no hay en los libros pseudónimos ni siquiera una sola palabra que sea mía; yo no tengo de ellos ninguna opinión sino como tercera persona, ningún conocimiento de su importancia sino como cualquier lector, ni siquiera la más lejana relación privada con ellos, dado que sería imposible tenerla con una comunicación doblemente refleja. Una sola palabra de mi parte, dicha personalmente a mi nombre, sería un presuntuoso olvido de mí mismo que me habría hecho responsable con esta única palabra, desde el punto de vista dialéctico, de haber aniquilado esencialmente a los pseudónimos. Del mismo modo que yo no soy, en Aut-Aut, el seductor más bien que el asesor, así no soy el editor Víctor Eremita, precisamente del mismo modo; él es un pensador subjetivo poético-real, como se lo vuelve a encontrar en In vino veritas. En Temor y temblor yo no soy Johannes de Silentio como no soy el caballero de la fe que él presenta, y del mismo modo no soy el autor del prefacio del libro, la cual es la réplica de la individualidad de un pensador subjetivo poético-real. En la historia del sufrimiento (¿Culpable-No culpable?) yo no soy ni el Quidam del experimento ni el experimentador, porque el experimentador es un pensador subjetivo poético-real y lo experimentado es su exposición en la lógica psicológica. De esta manera, yo soy el indiferente, es decir, es indiferente lo que yo soy y cómo soy, precisamente porque a esta obra no le interesa en absoluto la cuestión de si también en mi interior es indiferente para mí lo que soy y cómo lo soy. Por eso, lo que de otra manera en muchas empresas dialécticamente no reduplicadas podría tener su feliz importancia en un buen acuerdo con el cuidado de un personaje eminente, no tendría aquí, en lo que respecta al padre adoptivo de una obra, quizá no sin relevancia, más que un efecto de estorbo. Mi facsímil, mi retrato, etc. sería como la cuestión de si uso sombrero o casco, es decir, no podría llegar a ser objeto de atención sino para aquellos para quienes lo indiferente se ha vuelto importante –tal vez como compensación por el hecho de que para ellos lo importante se ha vuelto indiferente. Desde el punto de vista jurídico y literario la responsabilidad es mía*, pero en un sentido dialéctico lato, he sido yo quien ha dado la ocasión de escuchar esta obra en el mundo de la realidad, el cual naturalmente no puede ocuparse de escritores poético-reales y por eso, con perfecta coherencia y con pleno derecho, desde el punto de vista jurídico y literario, se atiene a mí. Desde el punto de vista jurídico y literario, porque toda producción poética se habría vuelto eo ipso imposible o bien insignificante e insoportable si la réplica debiera ser la propia palabra (en sentido directo) del autor. Mi deseo y mi ruego es, por lo tanto, que si a alguien se le pasara por la mente citar algún pasaje de estos libros, tenga la cortesía de citar con el nombre del pseudónimo respectivo, no con el mío, es decir que divida las cosas entre nosotros de modo que la expresión pertenezca femeninamente al pseudónimo y la responsabilidad desde el punto de vista civil, a mí. Desde el principio, he visto y veo muy bien que mi realidad personal es causa de una incomodidad que los pseudónimos desde el punto de vista patético independiente deberían desear eliminar: cuanto antes, tanto mejor, o bien volverlo insignificante en cuanto fuera posible, incluso tratando con irónica atención de conservarlo como resistencia repulsiva. En efecto, mi relación con ellos es la unidad de un secretario y, lo que es bastante irónico, del autor dialécticamente reduplicado o de los autores. Por eso, quien hasta ahora se preocupó por el tema, antes de que apareciera esta explicación, me ha tomado sin duda por autor de mis libros pseudónimos; ciertamente la explicación causará en el primer momento el extraño efecto de que en tanto que debería saberlo mejor que nadie, en cambio soy el único que no me considero autor más que de un modo muy dudoso y ambiguo; porque yo no soy el autor más que en un sentido impropio, mientras que soy, de un modo completamente propio y directo, por ejemplo, el autor de los Discursos edificantes y de toda palabra en ellos contenida. El autor creado poéticamente tiene su determinada concepción de la vida y la réplica que entendida así podría estar eventualmente plena de significado, graciosa, estimulante, ¡quién sabe si tal vez en boca de un hombre real particular no tendría un sonido extraño, ridículo, repugnante!
* Por esta razón, mi nombre inmediatamente fue colocado como editor en la tapa de las Migajas filosóficas (1844), porque la importancia absoluta del objeto en la realidad exigía la expresión de una debida atención, que aquí hubiera un responsable señalado con su nombre para asumir la responsabilidad de todo lo que la realidad podía ofrecer.
Si de este modo alguien que no tiene familiaridad con el efectivo proceder de una idealidad que impone distancia, se lanza contra mi personalidad real por un malentendido, ha arruinado por sí mismo la impresión de mis libros pseudónimos; si ése se ha engañado a sí mismo, realmente se ha engañado a sí mismo adhiriéndose a mi realidad personal en lugar de danzar con la idealidad ligera doblemente refleja del autor poético-real; si ése se ha engañado y logrado, con un indiscreto paralogismo y de un modo insulso, aislar mi singularidad privada de la duplicidad dialéctica inaprensible de los contrastes cualitativos: en verdad la culpa no es mía, yo que justamente por conveniencia e interés en la pureza de la relación hice lo mejor de mi parte, hice de todo para impedir lo que una curiosa porción de lectores, Dios sabe en interés de quién, hizo de todo desde un principio para llegar a obtener.
La ocasión parece invitar a esto, sí, parece casi exigirlo hasta de parte del recalcitrante: por eso, quiero aprovechar para hacer una declaración abierta y directa, no como autor, porque evidentemente no lo soy, sino en calidad de alguien que ha trabajado en forma tal que los pseudónimos pudieran llegar a serlo. Antes que nada, quiero agradecer a la Providencia que de muchas maneras ha favorecido mi aspiración, la ha favorecido casi sin siquiera un día de interrupción durante cuatro años y un cuarto y me ha concedido mucho más de lo que de todos modos habría esperado, aun cuando pueda darme testimonio de haber empeñado en esto mi vida con el extremo de mis fuerzas: mucho más de lo que habría esperado, aun cuando lo que he realizado pueda aparecer ante los otros como una prolija tontería. De este modo, mientras agradezco a la Providencia desde lo íntimo del corazón, no me parece que pueda molestar el hecho de que no se puede decir que yo no haya realizado algo; o bien, lo que es aún más indiferente, que yo haya obtenido algo en el mundo exterior. Me parece que, desde el punto de vista de la ironía, que está en el orden de las cosas, dado el carácter de mi producción y la ambigüedad de mi paternidad de autor, que al menos el honorario ha sido más bien socrático.- En segundo lugar, después de haber pedido anticipadamente humildes disculpas e indulgencia, si debiera parecer inoportuno que yo hable de este modo, a alguien que quizá luego encontrara inoportuno que yo dejara de hacerlo, quiero con memorioso reconocimiento recordar a mi padre difunto, el hombre a quien debo más que a todos, también en lo que respecta a mi trabajo.- Con esto me separo de los pseudónimos con los buenos augurios de la duda por su futuro destino, que esto, si les fuera favorable, sea precisamente lo que ellos puedan desear: yo los conozco, creo, por haberlos frecuentado confidencialmente y sé que no pueden esperar o desear muchos lectores: que Dios les conceda la fortuna de poder encontrar los pocos que desean.- A mi lector, si puedo hablar de un hombre tal, querría pedir de paso un olvidable recuerdo, un signo de que él se acuerda de mí, es decir, que se acuerda de mí como de quien no tiene nada que ver con estos libros, como nuestra relación impone: por eso, le ofrezco sinceramente aquí en el momento del adiós la expresión de mi estima, del mismo modo en que agradezco muy vivamente a quien ha mantenido silencio, y agradezco con profunda reverencia a la empresa Kts –por haber hablado.
Si, por otra parte, los pseudónimos hubiesen ofendido de algún modo a alguna persona respetable o bien a algún hombre que yo también admiro; si los pseudónimos de algún modo hubiesen impedido o vuelto ambiguo algo realmente bueno en el estado presente: en este caso nadie está más dispuesto que yo, que tengo la responsabilidad del uso de la pluma de otro, a presentar sus disculpas. Lo que conozco de los pseudónimos no me autoriza naturalmente a hacer alguna declaración, sino que ni siquiera justifica alguna duda sobre su consenso, puesto que su importancia (cualquiera que ésta realmente sea) no consiste en absoluto en hacer alguna nueva propuesta, algún descubrimiento inaudito, o bien en fundar un nuevo partido y en querer ir más allá; sino precisamente en lo contrario, es decir, en no querer tener ninguna importancia, en querer leer en soledad –en la distancia que es la lejanía de la reflexión doble- la escritura primitiva de la situación existencial humana, el texto antiguo, conocido y transmitido por los padres, en querer releerlo una vez más posiblemente de un modo más interior.
Y ahora Dios no permita que un improvisador se ponga a practicar dialéctica con este trabajo, sino que lo deje así como es.

Pablo Peusner. "Acerca de la anticipación en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños (Volver al futuro)".


martes, 28 de agosto de 2007

Para un soporte bilingüe del seminario de Jacques Lacan.

La revista Opacidades realiza una interesante propuesta para una edición bilingüe de los seminarios de Jacques Lacan. Aquí un estudio de la primera lección de La transferencia en su disparidad subjetiva, su pretendida situación, sus excursiones técnicas. Para leerla haga click aquí.

lunes, 27 de agosto de 2007

¡IMPERDIBLE!: Carlos Núñez Cortés. "Los juegos de Mastropiero"

El mejor manual de figuras retóricas y de estilo no es el de Quintiliano, ni tampoco las famosas "Figures du discours" de Fontanier, sino el excelentísimo libro de Carlos Núñez Cortés, célebre miembro de Les Luthiers.
Un libro maravilloso (como dice Adrián Paenza en el Prólogo), erudito, divertidísimo y entretenido. Ideal para los psicoanalisas que se "resisten" a estudiar lingüística.
El texto recorre las figuras del lenguaje y las ejemplifica con inolvidables ejemplos extraídos del repertorio de Les Luthiers, lo que genera un gran valor agregado a una obra que vuelve a mostrar que se puede enseñar y aprender en forma entretenida. Asimismo, propone al lector una serie de juegos para comprometerlo en la lectura. De lo mejorcito que he tenido entre manos en lo que va del año. Editado por Emecé, cuesta $ 49. Ni lo duden, será un clásico y se agotará.

domingo, 26 de agosto de 2007

EDITORIAL DEL DOMINGO

En estos tiempos tan acelerados, la clínica me ha devuelto un mensaje que considero debe transmitirse.
Tanto en las consultas recibidas en el consultorio, como en los casos que mis colegas analistas me han confiado en supervisión, encuentro algo que Freud se encontró en el inicio de su trabajo: el abuso sexual y la violación. Todos sabemos muy bien cómo fue resuelto el asunto: "Ya no creo más en mi neurótica" -palo y a la bolsa-. Sin embargo, mientras supervisaba un caso de estos en el seno de un grupo de supervisión, estalló la polémica cuando descubrí que quien me presentaba el material ignoraba absolutamente sus responsabilidades profesionales ante el conocimiento del abuso de un niño. Por supuesto que una ignorancia tal estaba totalmente fundamentada en algo que era nombrado como "la ética del psicoanálisis". Algo así como que la ética del psicoanálisis (soit ce qui ce soit) reemplazaba la necesidad de un conocimiento jurídico sobre la situación del propio psicoanalista (ojo, ni siquiera estoy aún hablando del pequeño paciente). En fin, fue dificilísimo y me quedé pensando mucho en el problema.
Claro está que mientras se desarrollaba la polémica cité el libro de Jeffrey Moussaieff Masson titulado "El asalto a la verdad" (Seix Barral, Barcelona, 1985) sólo para insinuar que la posición de Freud no estaba taaaaaaaaaan clara como el establishment dejó establecido y que bastaba con recorrer esas páginas o el volumen de la correspondencia "completa" entre Freud y Fliess (y no el censurado y recortado tomo 1 de las Obras Completas de Amorrortu) para que la duda se fortaleciera. Claro que diez segundos después, me di cuenta que ambos libros eran desconocidos en mis interlocutores y que entonces teníamos un verdadero problema en la formación de los psicoanalistas. ¿Acaso yo insinúo que la rectificación de Freud es falsa? No, para nada. Sólo que quizás los analistas deberían, uno por uno, estudiar el problema para poder llegar a tener una verdadera posición cuando lo enfrentan en la clínica. Yo considero que un uso acertado de la ética del psicoanálisis puede conducir a un analista a establecer la situación de abuso o, incluso, de violación. El tema es qué hacemos cuando llegamos allí. ¿Denunciamos? ¿Decimos algo, interpretamos eso? Incluso podemos llegar a afirmar la existencia de un abuso cuando nadie lo piense -ni siquiera, la víctima-.
Hace un tiempo atrás, en unas jornadas de trabajo en el interior de nuestro país, compartí un panel con una analista que representaba a un centro de atención a la víctima de violencia sexual. Presentó una larga intervención, cuyo nudo era un descubrimiento técnico central para esas situaciones: se trataba de confrontar al paciente con su "participación en aquello que lo aquejaba". ¿Cómo se puede ser tan cínica? ¿Y tan ciega? ¿Son capaces de llevar esa lectura berreta de la rectificación subjetiva hasta los límites que coinciden con ciertas posiciones de "policía que toma una denuncia"? Decirle a un paciente que tiene algo que ver en eso, es como sugerirle a una mujer violada que su pollera era demasiado corta... Ese día no dije nada, pero me arrepiento. Hoy que el problema se me vuelve a presentar, mi único interés es que se reflexione sobre él. No voy a adoptar la causa reivindicativo-feminista-de género, porque no la comparto, ni trabajo desde esa perspectiva. Pero sí, creo que nuestro modo de hacer con el lenguaje revela una verdad no-toda, pero que igual habilita un acto. Que este sea interpretativo, o de cualquier otro orden es algo inseparable de una verdadera ética del psicoanálisis.
Entonces, una vez más cuidémonos de nuestros colegas que se dicen psicoanalistas, porque nuestros enemigos (como los de "El libro negro...") son mucho menos peligrosos.



sábado, 25 de agosto de 2007

Sigmund Freud. "Imágenes"

Algunas escenas de Freud caminando por Londres, fumando su célebre puro y vistas de sus estatuillas antiguas.

Pablo Peusner. "¿Culpa colectiva, inocencia individual?". A propósito de ciertos matices en la literatura alemana contemporánea.

Acabo de terminar la excelente autobiografía de Günter Grass titulada "Pelando la cebolla". Por supuesto que no seré original testimoniando del impacto que me produjeron las páginas en las que recuerda su voluntario paso por las Juventudes Hitlerianas. No voy a escribir una reseña acerca del libro porque podríamos decir que ya se han escrito demasiadas -quizá sea este uno de los libros más reseñados de los últimos tiempos-. Lo curioso, y en lo que acuerdo plenamente con todos los críticos, es que al leer el texto uno termina "creyendo" en Grass.
Hay algo que insiste en la literatura alemana contemporánea. Es cierto que a muchos lectores e intelectuales las producciones de la cultura alemana de pos-guerra les resultan "fastidiosas". A mí, por lo contrario, me da la impresión de estar indudablemente atravesada por el problema que podría denominarse "Culpa colectiva, inocencia individual".

Se me ocurrió esta idea mientras leía el excelente volumen de cuentos de Bernad Schlink, titulado "Amores en fuga". Allí, en primera persona, algunos personajes descubren antecedentes familiares que los inscriben en el linaje de quienes participaron de la Shoá. Diversos objetos remiten a esas historias y casi es un deber ético de Schlink (que, curiosamente, es juez en su país) dar cuenta de estos casos que son diferentes al caso de Grass. Aquí encontramos hijos o nietos de jerarcas nazis que no comulgan con sus padres o abuelos, pero que padecen los efectos de transmisión de una manera descarnada. Algo de ese horror también está presente en la maravillosa novela "El lector" también de Schlink. De esa conviene no adelantar mucho, pero su desenlace es realmente impactante.

Y no quisiera dejar pasar la ocasión para recomendar, en esta misma línea, el volumen compilado por Verena Auffermann en el 2003 y publicado en español por la Editorial Sudamericana bajo el título de "Nuevos narradores alemanes" (el volumen cuenta entre sus traductores con Nicolás Gelormini, compañero del Staff de la editorial Letra Viva) . Aquí también hay una muestra significativa del mismo problema en palabras de jóvenes escritores.
Entonces, si existe el "sentimiento inconsciente de culpa" y si el "inconsciente es el discurso del Otro"... ¿qué hay del Otro en la culpa que experiementa el sujeto? Una pregunta nada sencilla pero acerca de la que se puede reflexionar mientras leemos excelente literatura.
Recuerden que siempre... liber enim librum aperit.

viernes, 24 de agosto de 2007

Jacques Lacan - Vladimir Granoff. "Fetichismo: lo simbólico, lo imaginario, lo real" (1956)

Un texto poco conocido de Lacan, escrito en colaboración con Granoff en 1956.

* * *

El fetichismo ha conocido una suerte singular en los estudios psicoanalíticos.
A principios de siglo,en la primera edición de los "Tres Ensayos sobre la teoría de la sexualidad" (2), Freud atribuyó a esta práctica un lugar particular en el estudio de la neurosis y la perversión. Este lugar especifico fue subrayado de nuevo en la segunda edición, donde Freud iba más lejos al destacar que la distinción -el contraste que parecía surgir entre el fetichismo y la neurosis desaparecía cuando el fetichismo es sometido a un estudio más conciso. Por cierto, el fetichismo es asimilado a una perversión, y una perversión es ella misma -según la fórmula bien conocida- el negativo de una neurosis.
El mismo Freud recomienda el estudio del fetichismo a todos aquellos que anhelen comprender la angustia de castración y el complejo de Edipo. Para los discípulos de Freud como para sus detractores, la importancia dada al complejo de Edipo ha sido siempre la piedra de toque de su actitud al considerar el conjunto del psicoanálisis.
Ningún esfuerzo, luego, fue ahorrado para atraer la atención sobre la importancia del fetichismo. ¿Con qué resultado?. El periodo que va de 1910 hasta sus últimos años no estuvo marcado por la riqueza de los estudios sobre ese tema ; se puede contar solamente una media docena de contribuciones importantes.
Freud se dedica dos veces a este tema con once años de intervalo y, cada vez, de una manera muy particular. Al leer sus artículos se siente que Freud se preguntaba si la gente captaba verdaderamente aquello de lo que él hablaba.
Es útil en esta vía recordar que uno de los últimos trabajos de Freud concierne al fetichismo (2). Como él durante su vida contínuamente planteó nuevas direcciones para el psicoanálisis, no es exagerado ver -en este artículo- un presentimiento de la dirección en la cual el pensamiento psicoanalítico debió inevitablemente orientarse en el periodo de la post-guerra.
A saber, el estudio del yo (moi). Porque en los trabajos psicoanalíticos de los ultimos diez años -algunos pueden variar según su conformidad a las tradiciones, gustos, predilecciones, estilos y escuelas psicoanalíticas de cada país- la preocupación mayor es ciertamente el estudio del yo.
Durante el mismo período se han visto reaparecer trabajos sobre el fetichismo . Pues,como Freud lo recomendaba, el estudio del fetichismo es y sigue siendo el más esclarecedor para cualquiera que le interese centrarse en la dinámica edípica para comprender más precisamente que es el yo.
Para clarificar nuestras ideas tanto como para indicar la orientación principal de nuestro artículo, deberíamos primeramente recordar que el psicoanálisis, que nos permite ir más lejos en la psiquis de los niños que ninguna otra ciencia fue descubierto por Freud a partir de la observación de adultos,más precisamente,escuchándolos,o -más bien, escuchando sus discursos. En verdad, el psicoanálisis es una cura de la palabra.
Recordar estos verdades tan ampliamente aceptadas puede parecer primero abusivo, luego de reflexionar, no lo es. Es solamente el recuerdo de un punto de referencia metodológico esencial. Pues, a menos de negar la esencia misma del psicoanálisis, nosotros debemos utilizar el lenguaje para guiarnos en el estudio de las estructuras que uno llama pre-verbales.
En su artículo de 1927 (4), Freud nos introdujo al estudio del fetichismo indicando que él debe ser descifrado, y descifrado como un síntoma o un mensaje. El nos dijo también en que lenguaje debe ser traducido. Esta manera de presentar el problema no deja de tener significación. Desde el comienzo una aproximación tal, sitúa el problema de manera explícita en el ámbito de la búsqueda de sentido en el lenguaje, antes que una vaga analogía en el campo visual. (Asi por ejemplo, las formas huecas evocan la vagina, un abrigo de piel el vello pubiano,etc.). Desde glanz auf der nase" (5) al pene femenino,hasta "glance on the nose (5) el pasaje es incomprensible a menos de haber seguído la vía indicada por Freud. A la entrada de esta vía hay una inscripción donde se lee : ¿cuál es el sentido?.
El problema no es el de los afectos reprimidos, el afecto en sí mismo no nos dice nada. El problema concierne a la denegación de una idea. Con esta denegación nosotros estamos en el dominio de la significación, único campo donde la palabra clave 'desplazamiento' tiene una significación. Un dominio fundamental de la realidad del hombre: el dominio de lo imaginario.
Es aquí donde el pequeño Harry se sitúa en el momento en que su famoso visitador entra, cuando el corta las manos de los niños para que ellos no se rasquen la nariz, o cuando él da este apéndice a devorar a las orugas.
Es así que Freud considera este comportamiento cuando, tratando en los "Tres Ensayos" las 'transformaciones de la pubertad' (6), él nos dice que la elección de objeto se produce bajo la forma de las criaturas de la imaginación. El habla de un metabolismo de las imágenes cuando explica el retorno a características patológicas bajo la influencia de un amor desgraciado, por el retorno de la libido en la imagen de la persona amada en la infancia.
Tal es el sentido profundo de la observación acerca de la contribución psíquica a las perversiones. Más repugnante es la perversión más claramente es revelada en esta participación. "Poco importa el horror del resultado, un elemento de la actividad psíquica que corresponde a la idealización de la tendencia sexual siempre puede ser encontrado".
¿Dónde, luego, está la falla en esta vía? ¿Qué ocurre en el momento en que, al dejar de imaginar, hablar, dibujar, Harry sin saber por qué corta un mechón de cabello?. En el momento que, sin explicación, él sale corriendo, aullando, para no ver al amigo lisiado.
A primera vista nosotros diríamos que él ya no sabe más lo que hace. Nosotros estamos ahora en una dimensión donde el sentido parece perdido, la dimensión donde lo vamos a encontrar es, en apariencia, la perversión fetichista, el gusto por la nariz brillante. Y si no hubiera alguna elaboración a propósito de la nariz o del mechón de cabello cortado, esto sería tan imposible de analizar como una verdadera fijación perversa. En verdad, si una pantufla era, en sentido estricto, el desplazamiento del órgano femenino y ningún otro elemento está allí para elaborar los primeros datos, nosotros podemos considerarnos frente a una perversión primitiva totalmente más allá del alcance del análisis.
Se deduce que lo imaginario no representa en ningún sentido el conjunto de lo que puede ser analizado. La observación clínica de Harry nos puede ayudar a resolver la cuestión que nosotros mismos nos hemos planteado. Pues esta es la única vez en que el comportamiento de Harry revela lo que, en la clínica psiquiátrica, nosotros llamaríamos reticencia, oposición, mutismo. El no intentaba más expresarse con palabras; él aulla. Así ha renunciado dos veces a intentar hacerse comprender por los otros.
Y es allí que sobreviene la falla.
¿Cuál es el registro en el cual, durante un tiempo, este niño rehusa situarse?. Nosotros decimos -con E.Jones- el registro del símbolo, registro esencial de la realidad humana.
Si Harry ya no se hace más comprender por los otros, él deviene al mismo tiempo incomprensible para ellos. Esta observación puede parecer extremadamente banal, pero esto es así sólo si nosotros olvidamos que cuando decimos: "tú eres mi mujer"; decimos también : "yo soy tu marido", y así ya no somos más eso que eramos antes de decir esas palabras. La palabra es un tejido sutil, sí; pero, en ese caso, es una ofrenda. En ese don, el analista encuentra su 'razón de ser' y su eficacia.
Y si nosotros destacamos las primeras palabras del hombre, destacamos que por ejemplo, la contraseña tiene por función -como un signo de reconocimiento- salvar de la muerte a aquel que la dice.
La palabra es un presente del lenguaje y el lenguaje no es inmaterial. Es materia sutil pero,sin embargo materia. El puede fecundar a la mujer histérica, puede significar el flujo de la orina, o ser retenido como los excrementos. Las palabras pueden también ser el soporte de heridas simbólicas. Nosotros recordamos la Wespe (7) con la W de la castración, cuando el 'Hombre de los lobos' realiza el castigo simbólico que ha sido inflingido por Grouscha.
El lenguaje es así la actividad simbólica por excelencia; todas las teorías del lenguaje basadas en la confusión entre la palabra y su referente descuidan esta dimensión esencial. ¿No le recuerda Humpty Dumpty a Alicia que él es el amo de la palabra si no es aquel de su referente?.
Lo imaginario es descifrable sólo si se traduce en símbolos. El comportamiento de Harry en ese momento no lo es; él está más bien atraído por la imagen. Harry no imagina el símbolo, él da realidad a la imagen. Esta captura imaginaria (captura de y por la imagen) es el constituyente esencial de toda "realidad" imaginaria,en la medida en que nosotros la consideramos instintual. Por esto los mismos colores que cautivan al espinoso macho (8) y hembra los incitan a la danza nupcial.
En el análisis nosotros reconocemos haber tocado la resistencia cuando el paciente se sitúa en posición narcisística. Y eso que la experiencia pone a prueba (y encuentra) en el análisis, es precisamente que, en lugar de dar realidad al símbolo el paciente intenta constituir hic et nunc (9) en la experiencia del tratamiento ese punto de referencia imaginario que nosotros llamamos 'hacer entrar al analista en su juego'. Esto se puede ver en el momento en que el "Hombre de las ratas" intenta crear hic et nunc con Freud esa relación sádico-anal imaginaria ; Freud claramente observa que es algo que se traiciona y se revela sobre el rostro del paciente que aquél refiere al "horror de un goce desconocido para él mismo".
Tales son las esferas en las cuales nosotros nos desplazamos en el análisis. Pero, ¿estamos nosotros en la misma esfera cuando, en la vida de todos los días, encontramos a nuestro prójimo y emitimos juicios a tal propósito ?. ¿Estamos en la misma esfera cuando decimos que alguien tiene una personalidad fuerte ?. Ciertamente no. Freud no se expresa en el registro del análisis cuando él evoca 'la personal¡dad' del hombre de la ratas. No es en ese nivel que nosotros encontramos la posibilidad de apreciar y de medir directamente lo que nos hace aptos para establecer una relación dada con una persona dada. Debemos admitir que ese juicio directo sobre una persona es de poca importancia en la experiencia analítica.
Esa no es la relación real que constituye el campo propio del análisis. Y sí, en el curso del análisis, el paciente aporta el fantasma de fellatio con el analista nosotros no intentaremos, a pesar del carácter de incorporación de ese fantasma, situarlo en el ciclo arcaico de su biografía, por ejemplo, atribuyéndolo a una mala nutrición en la infancia. La idea probablemente, no se nos ocurriría. Nosotros diríamos, más bien, que el paciente es presa de un fantasma. Esto puede representar una fijación a un estadio oral primitivo de la sexualidad. Pero eso no nos inducirá a decir tiene una constitución de 'fellator' (10). El elemento imaginario no tiene más que un valor simbólico que debe ser apreciado y comprendido a la luz del momento particular del análisis en que sobreviene. Ese fantasma se produce para ser expresado, para ser hablado, para simbolizar algo que puede tener un sentido enteramente diferente en otro momento del diálogo.
No nos sorprende más que un hombre eyacule a la vista de un zapato, de un corset, de un impermeable; pero nosotros estaríamos en verdad muy sorprendidos si uno de esos objetos pudiera aplacar el hambre de un individuo, aunque este fuese extremo. Es, precisamente, porque la economía de las satisfacciones implicadas en los transtornos neuróticos están menos ligadas a los ritmos orgánicos fijos -aunque puedan regular algunos- que los trastornos neuróticos son reversibles.
Es fácil ver que el orden de la satisfacción imaginaria no puede ser encontrado más que en el dominio de la sexualidad. El término libido reenvía a un concepto que expresa esta noción de reversibilidad e implica la de equivalencia. Este es el término dinámico que permite concebir una transformación en el metabolismo de las imágenes.
En consecuencia, al hablar de satisfacción imaginaria nosotros pensamos en algo muy complejo. En los "Tres Ensayos" Freud explica que el instinto (11) no es un elemento simple sino, más bien, un compuesto de diversos elementos que están disociados en los casos de perversión. Esta concepción del instinto está confirmada por las búsquedas recientes de los biólogos llevadas a cabo en los ciclos instintuales, en particular, los ciclos sexuales y de reproducción.
Aparte de estudios más o menos inciertos e improbables que tratan los relevos neurológicos del ciclo sexual, incidentalmente, el punto más débil de esos trabajos, ha sido demostrado que, en los animales, esos ciclos están sujetos a desplazamientos. Los biólogos no han podido encontrar otra palabra más que 'desplazamiento' para designar el resorte sexual de los síntomas.
El ciclo del comportamiento sexual se puede desencadenar en el animal, bajo el efecto de un cierto número de estímulos. Y un cierto número de desplazamientos pueden sobrevenir durante el ciclo (12). Los trabajos de Lorenz muestran la función de la imagen en el ciclo alimenticio. En el hombre es también en el plano de la sexualidad, esencialmente, que lo imaginario juega un rol y donde se producen los desplazamientos.
Nosotros diremos, entonces, que el comportamiento puede ser llamado imaginario cuando su relación a una imagen y su propio valor como imagen para otro lo hace desplazable fuera del ciclo en el cual una necesidad natural es satisfecha.
Los animales son capaces, en esos segmentos de comportamiento desplazado de esbozar las líneas de un comportamiento simbólico por ejemplo, el lenguaje de las abejas durante la parada. El comportamiento es simbólico cuando uno de esos segmentos desplazados toma un valor social. Sirve al grupo de punto de referencia para un comportamiento colectivo.
Es lo que entendemos cuando decimos que el lenguaje es el comportamiento simbólico por excelencia.
Si Harry permanece en silencio es porque no está en condición de simbolizar. Entre las relaciones imaginarias y simbólicas se encuentra la distancia que separa la ansiedad de la culpabilidad.
Y es aquí, históricamente, que nació el fetichismo, sobre la línea de demarcación entre ansiedad y culpabilidad, entre la relación bipolar y la relación ternaria. Freud no deja de destacar eso, cuando recomienda el estudio del fetichismo a quienes podían dudar de la angustia de castracion; en las notas que continúan a los "Tres Ensayos", él dice que las perversiones son el residuo del desarrollo hacia el complejo de Edipo. Pues es allí que los diferentes elementos de que se compone el instinto se pueden disociar.
La ansiedad (13), como nosotros sabemos, está siempre ligada a una pérdida -es decir a una transformación del yo- con una relación bipolar en el punto de desaparecer para ser suplantada por algo del otro, algo que el paciente no puede afrontar sin vértigo. Este es el dominio y la naturaleza de la ansiedad.
Desde que un tercero es introducido en la relación narcisística aparece la posibilidad de una mediación real, por intermedio del personaje trascendente, es decir, de alguien a través de quien el deseo y su cumplimiento pueden ser simbólicamente realizados. En ese momento aparece otro registro, aquel de la ley ; en otros términos, el de la culpabilidad.
Toda la historia clínica del caso Harry gira alrededor de este punto. ¿Es que el temor a la castración suscitará la ansiedad?. 0 bien, ¿será ella afrontada y simbolizada como tal, durante la dialéctica edípica?. ¿0 el movimiento será, más bíen, congelado en la memoria permanente que -así como Freud lo ha planteado- la creencia construirá para ella misma?.
Para insistir sobre este punto: la fuerza de la represión (del afecto) está en encontrar el interés para el sucesor del falo femenino, la denegación de su ausencia habrá construido la memoria. El fetiche servirá a la vez para denegar y para afirmar la castración.
Esta oscilación es la que constituye la naturaleza misma de ese momento crítico . Para realizar la diferencia de los sexos es necesario poner fin al juego, es necesario aceptar la relación triangular. Aquí, luego, se sitúa la vacilación de Harry entre ansiedad y culpabilidad. Su vacilación en sus elecciones de objeto y, al mismo tiempo, más tarde en su identificación.
El acaricia los zapatos de su madre y los de Sandor Lorand. La oscilación que le es inflingida es la de acariciar o cortar. Es la búsqueda de un compromiso entre sus deseos y su culpabilidad la que le hace proveer a su madre de un pene. Pues él la ha visto y sabe que ella no lo tiene. Es en la medida en que la evidencia se le impone que, en sus dibujos los penes son más y más largos, y más y más gruesos. La denegación de la vagina es necesaria, según Sandor Lorand, para la conservación del feliz triángulo. Feliz sí, -como Lorand acordaría- no verdadero. El verdadero triángulo significa conflicto, y es alli que Harry vacila.
Toda situación analizable, es decir, interpretable simbólicamente está siempre incluída en una relación triangular. En consecuencia, Freud tiene buenas razones para dar ese lugar particular al fetichismo en su especulación. Nosotros lo hemos visto en la estructura de la palabra, que es la mediación entre los individuos en la realización libidinal.
Eso que es mostrado en el análisis es afirmado por las doctrinas y demostrado por la experiencias, a saber, que nada puede ser interpretado sin la intermediación de la realización edipíca. Es por eso que parece vano explicar el horror a la genitalidad a partir de ciertos recuerdos visuales que datan del pasaje doloroso por el canal del nacimiento.
Pues es la realidad en su aspecto accidental la que detiene la vista de un niño justo antes que sea demasiado tarde. No habría, seguramente, razón para que el niño creyera en la amenaza de su nodriza si él no hubiera visto la vulva de su pequeña amiga. No habría más razon para aceptar la ausencia del pene materno, sobre todo después que él ha evaluado narcisísticamente el suyo, y que él ha visto el pene de su padre, aún más grande, si él no está al tanto del peligro de su pérdida.
Esto significa que todas las relaciones duales están siempre marcadas por el estilo de lo imaginario. Pues, para que una relación asuma su valor simbólico,es necesaria la mediación de una tercera persona que procura el elemento trascendente a través del cual la relación con un objeto puede ser sostenida a una distancia dada.
Si nosotros hemos atribuído tanta importancia al caso del pequeño Harry es porque sentimos que este caso de fetichismo es extremadamente esclarecedor. El articula, de una manera particularmente sorprendente, los tres dominios de la realidad humana que hemos llamado lo simbólico,lo imaginario y lo real.
Por nuestra parte encontramos allí una justificación mas avanzada al lugar particular, que como lo hemos señalado al inicio, Freud otorga al estudio del fetichismo.



NOTAS:


(1) Aparecido en:"Perversiones, psicodinámica y terapia". Libro compilado por Sandor Lorand y Michael Balint, New York, 1956; Pags. 265-276.
(2) "Tres Ensayos de teoría sexual", S. Freud. Amorrortu Editores (AE).Tomo VII.(3) "La escisión del yo en el proceso defensivo". (AE) Tomo XXIII.(4) Referencia al articulo de S.F. : "El fetichismo". (AE) Tomo XXI.(5) Idem anterior. Del alemán : "glanz auf der nase" = brillo en la nariz. Del inglés: ´glance on the nose´ = mirada en la nariz.(6) "Tres ensayos de teoría sexual" . Ensayo tres: La metamorfosis de la pubertad.
(7) Del alemán : avispa.
(8) Epinoche ; de épine, francés : pez espinoso; pequeño pez marino o de agua dulce, que lleva espinas sobre su parte dorsal. El espinoso de agua dulce alcanza una longitud de ocho centímetros y el macho construye sobre el fondo del río un nido donde cuida los huevos fecundados.(9) Del latín: aquí y ahora.(10) Del latín : chupador.
(11) Instinct: instinto.
(12) Nota de los autores: Por ejemplo, cuando los pájaros pelean uno de los combatientes, bruscamente, se pone a alisar sus plumas; de esta manera, un elemento de la parada interrumpe el ciclo del combate.
(13) Anxiété : ansiedad.

jueves, 23 de agosto de 2007

Referencias lacanianas. Edgar A. Poe. "La carta robada"


(Versión de Jorge Luis Borges)

Nil sapientiae odiosius acumine nimio.

SENECA

EN un desapacible anochecer del otoño de 18... me hallaba en París, gozando de la doble fruición de la meditación taciturna y del nebuloso tabaco, en compañía la de mi amigo C. Auguste Dupin, en su biblioteca, au troisiéme, Nº 33 Rue Dunôt, Faubourg St. Germain. Hacía lo menos una hora que no pronunciábamos una palabra: parecíamos lánguidamente ocupados en los remolinos de humo que empañaban el aire. Yo, sin embargo, estaba recordando ciertos problemas que habíamos discutido esa tarde; hablo del doble asesinato de la Rue Morgue y de la desaparición de Marie Rogêt. Por eso me pareció una coincidencia que apareciera, en la puerta de la biblioteca, Monsieur G., Prefecto de la policía de París.
Le dimos una bienvenida sincera, porque el hombre era casi tan divertido como despreciable, y hacía varios años que no lo veíamos. Estábamos a oscuras cuando entró, y Dupin se levantó con el propósito de encender una lámpara, pero volvió a sentarse sin haberlo hecho, porque G. dijo que había venido a consultarnos, o más bien a consultar a Dupin, sobre un asunto oficial que les daba mucho trabajo.
—Si se trata de algo que requiere reflexión —observó Dupin, absteniéndose de dar fuego a la mecha lo examinaremos mejor en la oscuridad.
Esa es otra de sus ideas raras —dijo el prefecto, que llamaba raro a todo lo que no comprendía, y vivía, por consiguiente, entre una legión de rarezas.
—Es la verdad —respondió Dupin, ofreciéndole un sillón y una pipa.
—¿Cuál es el problema? —interrogué—, ¿otro asesinato?
—No, nada de eso. El asunto es muy simple y no dudo que lo resolverán mis agentes; pero he pensado que a Dupin le gustaría oír los detalles. Son muy extraños.
—Extraños y simples —dijo Dupin.
—Y bien, sí. El problema es simple, y sin embargo nos desconcierta.
—Quizá es precisamente la simplicidad lo que los desconcierta.
—¡Qué desatinos dice usted! —exclamó el Prefecto, riendo efusivamente.
—Quizá el misterio es demasiado simple —dijo Dupin.
—Y ¿Cuál es, por fin, el misterio? —le pregunté.
—Se lo diré a ustedes —contestó el Prefecto—. Se lo diré en muy pocas palabras; pero antes de empezar, les advertiré que este asunto exige la mayor reserva y que perdería mi puesto si llegara a saberse que lo he divulgado.
—prosiga —dije.
—O no prosiga —dijo Dupin.
—Un alto funcionario me ha comunicado que un documento de la mayor importancia ha sido robado de las habitaciones reales. El individuo que lo robó es conocido; lo vieron cometer el hecho, El documento sigue en su poder.
—Cómo lo saben? —interrogó Dupin.
Lo sabemos —contestó el Prefecto— por el carácter del documento y por el hecho de no haberse ya producido ciertos resultados que surgirían si el documento no estuviera en poder del ladrón.
—Sea usted un poco más explícito —dije.—Bien, me atreveré a decir que ese documento otorga a su poseedor un determinado poder en un determinado sector donde ese poder es incalculablemente valioso. —El Prefecto era aficionado a la jerga de la diplomacia.—No acabo de entender —dijo Dupin.—¿No? Bueno. La exhibición del documento a una tercera persona, que me está vedado nombrar, afectará el honor de una persona de la más encumbrada categoría. El honor y la libertad de esta última quedan, pues, a merced del ladrón.
—Para ese chantage —observé— es imprescindible que el dueño conozca el nombre del ladrón. Quién se atrevería...
—El ladrón —dijo el Prefecto— es el ministro D., que se atreve a todo. El robo no fue menos ingenioso que audaz. El documento —una carta, para ser franco— fue recibido por la víctima del posible chantage, mientras estaba sola en la habitación real. Casi inmediatamente después entra una segunda persona, de quien deseaba especialmente ocultar la carta. Apenas tuvo tiempo para dejarla abierta como estaba, sobre una mesa. La dirección quedaba a la vista. En este momento entra el ministro D. Percibe inmediatamente el papel, reconoce la letra. observa la confusión de la persona a quien ha sido dirigida y adivina el secreto. Después de tratar algunas cuestiones, saca una carta algo parecida a la otra, la abre, finge leerla y la coloca encima de la primera. Sigue conversando, casi durante un cuarto de hora, sobre negocios públicos. Al marcharse, toma de la mesa la carta que no le pertenecía. El dueño legítimo lo vio pero, como se comprende, no se atrevió a decir nada en presencia del tercer personaje. El ministro se fue, dejando la carta suya, que no era de importancia, sobre la mesa.
—He aquí —me dijo Dupin— lo que usted requería: el ladrón sabe que el dueño sabe quién es el ladrón.
—Sí —replicó el Prefecto—, y el ladrón ha abusado de ese poder, en los últimos meses. La persona robada se convence cada día más de la necesidad de recuperar la carta. Pero esto, como usted comprenderá, no puede hacerse abiertamente. Al fin, desesperada, me ha encomendado el asunto.
—Y ¿quién puede desear —dijo Dupin, arrojando una bocanada de humo—, o siquiera imaginar, un agente más sagaz que usted?
—Usted me colma —respondió el Prefecto—, pero entiendo que muchos opinan así.
—Es evidente —dije— que la carta sigue en posesión del Ministro: en esa posesión está su poder. Vendida la carta, el poder termina.
—Es verdad —dijo G.—. De acuerdo a esa convicción he obrado. Lo primero que hice fue ordenar una busca minuciosa en la casa del Ministro; la dificultad consistía en que él no se enterara. Me han advertido que cualquier sospecha puede ser peligrosa.
—Pero —dije— usted es un especialista en esas tareas. No es la primera vez que la policía de París acomete empresas análogas.
—Ya lo creo, y por eso no he desesperado. Además, las costumbres del Ministro facilitaron las cosas. Es muy común que falte de su casa toda la noche. Tiene pocos sirvientes. Duermen lejos de las piezas de su patrón y, como son napolitanos, es fácil embriagarlos. Como usted sabe, tengo llaves que pueden abrir todos los gabinetes de París. Hace tres meses que no he dejado pasar una noche sin dirigir personalmente el examen de la casa de D. Mi honor está empeñado y, para revelar un gran secreto, la recompensa es enorme. No abandonaré la partida hasta convencerme de que el ladrón es todavía más astuto que yo. Creo haber examinado todos los rincones y todos los escondrijos en los que puede estar oculto el papel.
—¿Pero es posible —exclamé— que la carta siga en poder del Ministro, y que éste no la guarde en su propia casa?
—Es apenas posible —dijo Dupin—. El estado actual de los asuntos de la corte, y especialmente de esas intrigas en las que D. está envuelto, hacen que la inmediata accesibilidad del documento sea no menos importante que su posesión.
—Cierto —observé—. El documento no puede estar escondido muy lejos; sin embargo, excluyo la posibilidad de que el Ministro lo lleve consigo.
—Desde luego —dijo el Prefecto—. Ha sido atacado dos veces por salteadores falsos, y rigurosamente registrado bajo mi vista.
—Usted podía haberse ahorrado ese trabajo —dijo Dupin—. Presumo que D. no es un insensato. Tiene que haber previsto esa táctica.
—No será un insensato —dijo el Prefecto—. Pero es un poeta, lo que no es muy distinto.
—Cierto —dijo Dupin—, aunque yo mismo haya cometido algunas rimas.
—Refiéranos los detalles de la investigación —propuse yo.
—He aquí los hechos: tomábamos nuestro tiempo y buscábamos por todas partes. Tengo mucha experiencia en estos asuntos. Recorrimos el edificio, cuarto por cuarto, dedicando una noche entera a cada uno. Examinamos primero los muebles. Abríamos todos los cajones. Supongo que usted sabe que para nosotros no hay cajones secretos. Sólo un imbécil puede no descubrir un cajón secreto.
El asunto es muy simple. Cada escritorio tiene una capacidad determinada, fácil de calcular. Hay normas muy precisas. No se nos escapa una línea. Después tomamos las sillas. Investigamos los almohadones con esas largas agujas que ustedes me han visto emplear. Desarmábamos las mesas.
—¿Por qué?.
—A veces la persona que desea ocultar un objeto levanta una de las tablas de la mesa, hace una cavidad en lo alto de la pata, deposita adentro el objeto y repone la tabla. Suele hacerse lo mismo con las perillas de las camas.
—¿Pero no suenan a hueco esos muebles? —pregunté.
—De ningún modo, si la cavidad se rellena con algodón. Además, teníamos que bajar sin hacer ruido.
—Pero ustedes no pueden haber desarmado todos los muebles. Con una carta puede hacerse un delgado cilindro en espiral, una especie de aguja, que puede introducirse en el travesaño de una silla. ¿Ustedes no desarmaron todas las sillas?
—Creo que no; pero hicimos algo mejor: examinamos los travesaños de cada silla, y todas las junturas, con un poderoso microscopio. Hubiéramos notado inmediatamente cualquier reajuste. Una partícula de aserrín hubiera sido tan visible como una manzana.
—Supongo que ustedes registraron cada espejo, entre el cristal y el marco, y las camas y la ropa de cama, y, también las cortinas y las alfombras.
—Por supuesto; y cuando acabamos con los muebles, registramos el edificio. Dividimos toda la superficie en compartimentos, que numeramos, para evitar omisiones. Después registramos el terreno y las dos casas contiguas, con el microscopio, como siempre.
—¡Las dos casas contiguas! —exclamé—. Ustedes han trabajado muchísimo.
—Muchísimo; pero la recompensa que ofrecen es prodigiosa.
—¿Examinaron también el terreno de las casas?
—Todo el terreno está enladrillado; nos dio poco trabajo. Examinamos las junturas de los ladrillos y estaban intactas.
—¿Examinaron lo Papeles del ministro y todos los volúmenes de la biblioteca?
—Por cierto; abrimos todos los paquetes y legajos; no sólo abrimos todos los libros: los examinamos hoja por hoja. Medimos también el espesor de cada encuadernación, con la más cuidadosa exactitud, empleando siempre el microscopio. Si cualquiera de las encuadernaciones hubiera sido tocada para ocultar la carta, lo habríamos notado inmediatamente.
—¿Registraron el suelo, bajo las alfombras?
—Removimos todas las alfombras y revisamos los bordes con el microscopio.
—¿Y el empapelado?
—También.
—¿Registraron los sótanos?
—Sí.
—Entonces —dije— ustedes se han equivocado, la carta no está en la casa del Ministro.
—Temo que tenga usted razón —dijo el Prefecto—. Y ahora, Dupin, qué me aconseja?
—Volver a revisar la casa del Ministro.
—Es absolutamente innecesario —respondió G.—. Estoy seguro de que la carta no está en la casa.
—Pues no tengo mejor consejo que darle —dijo Dupin—. Tendrá usted, como es natural, una precisa descripción de la carta.
—Ya lo creo.
El Prefecto sacó la cartera y nos leyó en voz alta una descripción de la carta robada. Poco después se fue, abatidísimo.
Al mes siguiente volvió a visitarnos, casi a la misma hora. Tomó una pipa, se dejó caer en un sillón y cuidadosamente habló de cosas banales. Por último, le dije:
—Y bien, G., ¿qué hay de la carta robada? —Se ha convencido usted de que es imposible sorprender al Ministro?
—Que el diablo se lo lleve: así es. Seguí el consejo de Dupin, revisé la casa, pero todo fue inútil.
—¿A cuánto asciende la recompensa? —preguntó Dupin.
—A una gran cantidad. A una suma muy importante. No quiero decir cuanto precisamente, pero diré una cosa: estoy listo a firmar un cheque por cincuenta mil francos a quien me dé la carta.
—En tal caso —dijo Dupin, abriendo un cajón y —sacando un libro de cheques—, hágame un cheque por la cantidad mencionada. Cuando lo haya firmado le entregaré la carta.
Quedé atónito. El Prefecto, durante algunos minutos, permaneció en silencio e inmóvil, mirando fascinado a Dupin. Después, como volviendo en sí, tomó temblorosamente una pluma, llenó el cheque y lo entregó a Dupin. Este lo examinó sin apuro, y lo depositó en su cartera; luego, abriendo un escritorio, sacó una carta y la puso en manos de G. Este se abalanzó sobre ella con éxtasis, la abrió, la contempló largamente y, sin una palabra, sin un saludo, salió del cuarto de la casa, transfigurado.
Cuando nos quedamos solos, mi amigo entró en explicaciones.
—La policía de París —dijo— es muy eficaz. Es perseverante, ingeniosa y muy versada en los conocimientos que sus tareas exigen. Así, cuando G. nos detalló su modo de registrar la casa del Ministro, no puse en duda la perfección de ese trabajo, dentro de sus limitaciones.
—¿Dentro de sus limitaciones?
—Sí —dijo Dupin—. Las disposiciones adoptadas eran las mejores; su ejecución, perfecta. Si la carta hubiera estado al alcance de la búsqueda, los agentes la habrían descubierto.
Me sonreí; pero mi amigo prosiguió con evidente seriedad.
—Las disposiciones y la ejecución eran perfectas; pero no eran aplicables ni al caso ni al hombre. Una serie de recursos muy ingeniosos son para G. una especie de lecho de Procusto, que deforma todos sus planes. Continuamente se equivoca por exceso de profundidad o de superficialidad, y muchos escolares razonan mejor que él. "Me acuerdo de una, de ocho o nueve años, cuyo éxito en el juego de pares e impares provocaba unánime asombro. Este juego es muy simple; se juega con bolitas. Un jugador tiene en la mano unas cuantas bolitas y pregunta a otro si el número es par o impar. Si éste adivina, gana una bolita; si no, pierde una. El niño de que hablo ganaba todas las bolitas de la escuela. Tenía, por supuesto, un procedimiento: se fundaba en la observación de la mayor o menor astucia de los contrarios. Por ejemplo, el contrario es un imbécil. Levanta la mano y pregunta: ¿Son
pares o impares? El niño dice impares y pierde, pero gana la segunda vez, porque reflexiona: en la primera jugada el tonto puso un número par y, su pobre astucia apenas le alcanza para poner impares en la segunda; apostaré a que son impares. Apuesta y gana. Con un adversario algo menos tonto, hubiera razonado así: éste, para la segunda jugada, se propondrá una mera variación de pares a impares, pero en seguida pensará que esta variación es demasiado evidente y, finalmente, se resolverá a repetir un número impar; apostaré a impar. Apuesta y gana. Ahora, ¿en qué consistía el procedimiento de este niño a quien llamaban afortunado los compañeros?
—Consistía —dije— en la identificación de su inteligencia con la del contrario.
—Así es —dijo Dupin— y cuando le pregunté cómo lograba esa identificación, me respondió: cuando quiero saber lo inteligente, lo estúpido, lo bueno, lo malo que es alguien, o en qué está pensando, trato de que la expresión de mi cara se parezca a la suya y luego observo los pensamientos y sentimientos que surgen en mí. Esta; contestación del niño contiene toda la sabiduría que se atribuyen La Rochefoucauld, La Bruyére, Maquiavelo, Campanella.
—Y esa identificación —dije— depende, si no me engaño, de la precisión con que se adivina la inteligencia de otro.
—En efecto —dijo Dupin—, G. y sus hombres fracasan porque nunca toman en cuenta el tipo de inteligencia del adversario; se atienen a su propia inteligencia, a su propia astucia; cuando buscan un objeto escondido, se guían fatalmente por los medios que ellos habrían empleado para esconderlo, En general no se equivocan; su astucia es la del vulgo. Pero cuando la astucia del delincuente difiere de la de ellos, éste, por supuesto, los derroca. Así ocurre cuando esa astucia excede a la de ellos, y, a veces, cuando es inferior. Sus principios de investigación no varían; cuando es extraordinario el estímulo, cuando les ofrecen una gran recompensa, exageran las prácticas habituales, sin modificar los principios. Por ejemplo, en el caso del Ministro, ¿qué variación ensayaron? Ese escrutinio numerado, clasificado y microscópico ¿qué es sino la exageración del principio, o serie de principios de busca, que, siempre ha ejercido el Prefecto, en la larga rutina de su deber? Ha postulado que, ante el problema de esconder una carta, todos los hombres recurren, sino precisamente a una cavidad hecha por un taladro, a un subterfugio análogo. Ahora bien, los escondrijos de ese tipo corresponden a ocasiones comunes y a inteligencias comunes; pues, en todos los casos de ocultación de un objeto, los pesquisantes presumen que ha sido escondido de esta manera, y el descubrimiento depende, no de la perspicacia, sino del mero cuidado, paciencia y perseverancia; y cuando el caso es importante —o lo que significa lo mismo para la policía, cuando la recompensa es considerable—, siempre se descubre el objeto. Por eso dije que si hubieran escondido la carta en el sector previsto por la investigación del Prefecto —vale decir, si el método seguido en la ocultación hubiera sido el método seguido en la pesquisa—, el descubrimiento habría sido inevitable. El Prefecto, sin embargo, ha sido burlado; y la causa remota de su fracaso es la suposición de que el Ministro es un imbécil, porque ha logrado fama de poeta. Todos los imbéciles son poetas; así lo siente el Prefecto e incurre en una non distributio medii al inferir que todos los poetas son imbéciles.
—Pero ¿se trata del poeta? —pregunté—. Son dos hermanos ambos de renombre en las letras. Entiendo que el Ministro ha escrito sobre el cálculo diferencial. Es matemático, no poeta.
—Usted se equivoca. Lo conozco bien: es ambas cosas. Como poeta y matemático habría razonado bien. Como simple matemático, no habría razonado, y estaría a merced del prefecto.
—Esas opiniones —le dije— contradicen la exposición del mundo. Siempre se ha pensado que la razón matemática es la razón por excelencia.
—Il y a à Parier —dijo Dupin, citando a Chamfort— que toute convention recue est une sottise, car elle a convenu au plus grand nombre. Concedo que los matemáticos han hecho todo lo posible para divulgar ese error. Con un arte digno de mejor causa, han introducido el término análisis en el álgebra. En este caso particular, los responsables somos los franceses; pero si las palabras tienen alguna importancia, si el uso les da algún valor, análisis tiene tanto que ver con álgebra como, en latín, ambitus con ambición, religio con religión, homines honesti con un conjunto de hombres honestos.
—Usted va a tener una polémica —dije— con todos los algebristas de París, pero continúe.
—Niego la validez y, por consiguiente, el valor de una razón que se cultiva de una manera que no sea la abstractamente lógica. Las matemáticas son la ciencia de la forma y de la cantidad; el razonamiento matemático no es otra cosa que la lógica aplicada a la observación de la forma y de la cantidad. El error consiste en suponer que las verdades de lo que llamamos álgebra pura, son verdades abstractas o generales. Y este error es tan evidente que me asombra la unanimidad con que ha sido aceptado. Los axiomas matemáticos no son axiomas de verdad general. Lo que es verdad respecto a las relaciones de forma y cantidad suele ser falso respecto a la ética, por ejemplo. En esta última ciencia es generalmente incierto que la suma de las partes sea igual al todo. En química el axioma falla también. Falla en la consideración de motivos; pues dos motivos, cada uno de un valor dado, no tienen necesariamente, cuando se los une, un valor igual a la suma de sus valores individuales. Hay muchas otras verdades matemáticas que sólo son verdades dentro de los limites de la relación. Pero el matemático infiere, de sus verdades finitas, todo un sistema de razonamientos, como si esas verdades fueran de aplicabilidad general, según la opinión de la gente. Bryant, en su muy erudita Mitología, menciona una equivocación análoga cuando dice que "aunque las fábulas paganas no son creídas, lo olvidamos continuamente y sacamos conclusiones de ellas". Los algebristas, todavía más equivocados, creen en sus fábulas paganas y sacan conclusiones, no tanto por un defecto de su memoria, como por inexplicable confusión mental. En una palabra, no he conocido un algebrista que pudiera alejarse sin riesgo del mundo de las ecuaciones o que no profesara el clandestino artículo de fe de que (a + b)² es incondicionalmente igual a a² + 2 a b + b² . Diga usted a uno de esos caballeros que, en ciertas ocasiones, (a + b)² puede no equivaler estrictamente a a² + 2 a b + b², y antes de acabar su explicación eche a correr para que no lo destroce.
—Quiero decir —prosiguió Dupin— que si el Ministro hubiera sido un simple matemático, el Prefecto no me habría entregado este cheque. Yo sabía, sin embargo, que era matemático y poeta, y me atuve a esa doble capacidad. Lo conocía como cortesano, también, y como un audaz intrigant. Un hombre así, pensé, no podía ignorar los modos habituales de la policía. No podía no prever los atracos a que sería sometido. Tiene que haber previsto, reflexioné, los secretos exámenes de su casa. Comprendí que sus frecuentes ausencias eran deliberadas: el propósito era facilitar los registros, convencer a la policía de que la carta no se hallaba en su casa. Comprendí que D. había seguido un razonamiento análogo al mío sobre los invariabIes principios de la policía para buscar objetos ocultos.
Ese razonamiento le haría desdeñar todos los escondrijos posibles. No podía ignorar que los rincones más intrincados y remotos serían evidentes a los ojos, a las sondas, a los barrenos y a los microscopios del Prefecto. Vi que la necesidad y la reflexión le aconsejarían el empleo de un recurso muy simple.
—Hay un juego de niños —continuó Dupin— que se juega con un mapa. Un jugador pide a otro que encuentre una palabra determinada —el nombre de una ciudad, de un río, de un estado o imperio—, una de las palabras, en fin, que registra la abigarrada y confusa superficie del mapa. El novicio trata de confundir a su adversario eligiendo nombres impresos en letra diminuta. Pero los expertos eligen palabras impresas en enormes letras. Estas, de tan evidentes que son, resultan imperceptibles. Tal vez, ante el problema de la ocultación de la carta, el Ministro había seguido un criterio análogo.
Una mañana me puse unos anteojos ahumados y me presente en casa del Ministro. Lo encontré bostezando, haraganeando y fingiendo tedio. Es, quizá, el hombre más enérgico de París, pero sólo cuando nadie lo ve.
Para no ser menos, me quejé de la debilidad de mi vista y deploré la necesidad de usar anteojos. Mientras tanto, examiné cautelosamente la pieza.
Examiné con atención especial una gran mesa de trabajo en la que había unas cartas, unos papeles, uno o dos instrumentos musicales y algunos libros. Ahí sin embargo nada suscitó mis sospechas.
Mis ojos, ya recorrido todo el cuarto, dieron con una miserable tarjetera de cartón, que pendía de una cinta azul, sobre la chimenea. En esa tarjetera, que tenía tres o cuatro compartimentos, había unas cuantas tarjetas de visita y una sola carta. Esta última estaba arrugada y manchada. Estaba casi partida en dos, por la mitad; como si alguien hubiera querido romperla y luego hubiera cambiado de propósito. Tenía un gran sello negro, con el membrete de D. muy visible, y estaba dirigida, con diminuta letra de mujer, al mismo D. Estaba metida de un modo negligente, casi desdeñoso, en uno de los compartimentos superiores. Apenas miré esta carta comprendí que era la que buscábamos. Es verdad que difería totalmente de la que había descripto el Prefecto. El sello no era ni pequeño ni rojo ni ostentaba las armas de la familia de S.: era grande y negro, con el membrete de los D. El sobre estaba dirigido al Ministro, con diminuta letra de mujer; el de la carta original estaba dirigido a una persona de la casa reinante, con ostentosa letra de hombre; sólo coincidía el tamaño del sobre. Pero lo simétrico de esas diferencias, que era excesivo; las manchas, lo roto y sucio del papel, tan incompatibles con las costumbres metódicas del Ministro y tan sugestivas de un propósito de insinuar al observador la total insignificancia del documento; estas cosas, digo, y su deliberada exhibición a la vista de todos, corroboraron mis sospechas. Prolongué mi visita y, mientras discutía con D. un tema que invariablemente le interesaba, no dejé de observar la carta. Aprendí, de memoria su apariencia y su disposición en el tarjetero; ese examen intermitente me permitió descubrir un detalle que eliminó mis últimas dudas. Vi que los filos del papel parecían muy chafados. Tenían la apariencia de un papel rígido cuyos dobleces han sido invertidos. Este descubrimiento me bastó. La carta había sido dada vuelta como un guante, de adentro para afuera.
Le hablan puesto una nueva dirección y un nuevo sello.
Saludé al Ministro y me fui, olvidando sobre la mesa una caja de oro, para rapé. Al día siguiente fui a buscarla y renovamos la conversación de la víspera. Bajo la ventana, en la calle, sonó un disparo, seguido por gritos de terror. D. se precipitó a la ventana, la abrió y miró hacia la calle; aproveché ese instante para cambiar la carta del tarjetero por un facsímil que había preparado en casa.
El tumulto había sido ocasionado por un hombre con un fusil; había hecho fuego en medio de la calle. Probó, sin embargo, que el arma estaba descargada y le permitieron que siguiera su camino como a un lunático o a un ebrio. Al poco rato me despedí. El supuesto lunático era, naturalmente, un empleado mío.
—Pero ¿qué propósito tenía usted —pregunté— para reemplazar la carta por un facsímil? ¿No hubiera sido mucho mis simple apoderarse de ella en la primera visita?
—El Ministro —replicó Dupin— es inescrupuloso y valiente. Además, no carece de seguidores fieles. El acto que usted me sugiere podía haberme costado la vida. Otros fines me obligaban a ser prudente. Usted conoce mi tendencia política: en este asunto he obrado como partidario de la dama comprometida. Durante dieciocho meses el Ministro la ha tenido en su poder; ahora, ella lo tiene en su poder. D. ignora que le han sacado la carta y continuará con sus exigencias. El mismo será, de este modo, el artífice de su ruina política. Su caída, además, no será más abrupta que torpe. Es muy común hablar del facilis descensus Averni; pero en todas las cuestas, como la Catalani dijo del canto, es más arduo bajar que subir. En este caso, no tengo simpatía ni piedad por el que desciende. Es el monstrum horrendum, es el hombre genial, inescrupuloso. Confieso, sin embargo, que me gustaría ver su reacción cuando, desafiado por la persona a quien el Prefecto llama "de la más encumbrada categoría se vea obligado a abrir la carta que he dejado en el tarjetero.
—¿Cómo? ¿Usted no dejó sobre vacío?
—No, eso hubiera sido injurioso. D., en Viena, me Jugó una mala jugada y yo le dije, con todo buen humor, que no la olvidaría. Pensé que le interesaría conocer la identidad de la persona que lo había derrotado; le dejé un indicio. D. conoce mi letra; me limité a escribir, en medio de la página, estas palabras:
—Un deisein si funeste,
S'il n'est digne d'Atrée, est digne de Thyeste.
Pertenecen a la Atrea, de Crébillon.