martes, 8 de abril de 2008

PABLO PEUSNER. Manual de lavarropas - Vol. II (pero muy psicoanalítico).

El otro día, alguien me hacía notar que en el blog yo no hacía referencia a ciertos libros que podrían considerarse "de importancia" en el ámbito del psicoanálisis. Es cierto que mi interlocutor se comportaba como el abogado del diablo y no demoró nada en darme una breve lista en cuanto le pregunté, por ejemplo, a qué libros se refería. Mi primera respuesta fue, quizás, la más sincera: no tengo la objetividad necesaria para ser un crítico y por eso sólo escribo acerca de lo que me gusta. Es decir que en todos los libros reseñados, recomendados y criticados hay algo que me interesó a mí y que, creo, podría resultarle de interés a otros, a ustedes, que se toman la molestia de leerme. ¿Para qué referirme a lo que no me interesó, me aburrió o me parece innecesario o estúpido? "Para polemizar" -me dijo-.
Y es cierto. Pensé enseguida en el estilo de Jacques Lacan, porque a menudo -por no decir que casi siempre- construía por oposición. Alguno de mis profesores de la universidad (y como no recuerdo quién supongo que no habrá sido ninguno de los que dejaron en mí alguna marca), para fundamentar el por qué de ese estilo argumentativo lacaniano me dijo que "siempre es más fácil romper las nueces de a dos". Ahora bien, yo no soy Lacan y si bien hago como él, no lo imito (tal como nos lo pidió en "La troisième"). Entonces, para intentar transmitir algún modo de leer el psicoanálisis... ¿hace falta hablar de lo que no me gusta?


Creo que no y eso se ve en el blog. No encontrarán una línea hablando mal de libro alguno. Hasta hoy el blog tiene 212 entradas y sólo me he enojado una vez, muy puntualmente, con la gente de una institución psicoanalítica de la ciudad de La Plata, porque se negaba a hacer circular la desgrabación de una conferencia que allí dictara un psicoanalista argentino.


Cualquiera que haya medianamente revisado el archivo de este blog, habrá descubierto que todo lo que he encontrado y considerado valioso, está aquí. Todo lo que me llegaba en otras lenguas, lo he traducido para no beneficiar a nadie, sino a todos. No puedo aceptar la cláusula de la "circulación interna", porque esa estúpida espacialidad euclidiana es propia de los idiotas de siempre.


¿Adónde quiero llegar? Tengo en mis manos un "manual de lavarropas, Volumen II" (pero muy psicoanalítico). Algo que empieza más o menos así: "saque el lavarropas de la caja, colóquelo en su lugar definitivo, enchúfelo, ubique la manguera de desagote en lugar adecuado, etc, etc.". Es un manual que va a vender, al menos, mil ejemplares. Cada vez que le conté a alguien que con ese lavarropas me habían estafado, mis interlocutores me contaban que a ellos les había pasado lo mismo, o que a un amigo de ellos les había pasado igual, o que conocían a alguien que había tenido el mismo problema, y me decían: "Pero, cómo... ¿no lo sabías?". No, no lo sabía. Pero como los autores de manuales de lavarropas son muy astutos y como yo me he convertido en un tipo que lava la ropa a mano muy cuidadosamente, me incluyeron en el texto como nota a pie de página. Dos veces. Y claro, imaginen ustedes qué locura sería poner en la tapa o la portada de un manual de lavarropas, algo así como "Pablo Peusner lava la ropa a mano".


Lacan dice que generalmente la angustia al ridículo, la angustia de parecer boludo, de parecer idiota, incluso de parecer feo, no es otra cosa finalmente que la obediencia a "¡No insistas, callate, serías ridículo...!".


Prefiero ser ridículo.


Todavía no nos cruzamos. Y el que no tiene ni la menor idea acerca de qué va a hacer el otro en ese encuentro, sos vos.


À bientot.


PP