lunes, 30 de junio de 2008

Sigmund Freud. "Sinopsis de las neurosis de transferencia[1915]" (Ariel, 1989) texto no incluido en las Obras Completas.


Preparativos

Después de un examen detallado, intentaremos resumir los caracteres [de las neurosis de transferencia], las delimitaremos respecto de otras [neurosis], expondremos comparativamente sus distintos factores [Momente].
Los factores son: la represión, la contrainvestidura, la formación substitutiva y la formación de síntoma; sus relaciones con la función sexual, la regresión, la predisposición [a la neurosis].
Nos limitaremos a los tres tipos [de neurosis de transferencia]: histeria de angustia, histeria de conversión y neurosis obsesiva.

a) La represión

Tiene lugar en las tres [neurosis de transferencia] en la frontera de los sistemas preconsciente e inconsciente; consiste en una retirada u objeción de la investidura preconsciente y es asegurada por un tipo de contrainvestidura. En la neurosis obsesiva ésta se desplaza, en estadíos más tardíos, al límite entre preconsciente y consciente.
Nos daremos cuenta de que en el grupo siguiente [las neurosis narcisistas] la represión tiene otra tópica; se amplía entonces al concepto de escisión [Spaltung].
El punto de vista tópico no debe sobreestimarse en el sentido de suponer que todo comercio entre ambos sistemas [preconsciente e inconsciente] quedaría interrumpido. Será, por tanto, más esencial todavía [determinar] en qué elementos se introduce esta barrera.
El éxito y la completud mantienen una dependencia mutua en la medida en que el fracaso [de la represión] obliga a ulteriores esfuerzos. El éxito varía en las tres neurosis y en estadíos singulares de las mismas.
El éxito es mínimo en la histeria de angustia, donde se limita a que no se constituya ninguna agencia representante preconsciente (y consciente). Más tarde, [se limita] a que en lugar [de la agencia representante] escandalosa, se haga preconsciente y consciente una [representación] substitutiva. Por último, en la formación de fobia, el éxito alcanza su finalidad con la inhibición del afecto de displacer por medio de una gran renuncia, de un exhaustivo intento de huida. El propósito de la represión es siempre la evitación de un displacer. El destino [Schicksal] de la agencia representante es solamente un signo del proceso. El aparente desdoblamiento, descriptivo en vez de sistemático, del proceso a rechazar en representación y afecto (agencia representante y factor cuantitativo) resulta precisamente del hecho de que la represión consiste en una objeción a la representación-palabra; es decir: resulta del carácter tópico de la represión.
En la neurosis obsesiva, el éxito [de la represión] es de entrada completo, pero no duradero. El proceso está aún menos concluido [que en la histeria de angustia]. A una primera fase exitosa le suceden dos ulteriores, de las cuales la primera (la represión secundaria: formación de la representación obsesiva, lucha contra la representación obsesiva) se conforma, como en la histeria de angustia, con una substitución de la agencia representante; mientras que la [fase] ulterior (la [represión] terciaria) produce renuncias y limitaciones como las que corresponderían a la fobia, pero que, a diferencia de lo que sucede en esta, trabaja con medios lógicos.
En cambio, el éxito de la histeria de conversión es completo desde el principio, aunque se logra al precio de una fuerte formación substitutiva. Este proceso del desarrollo particular de la represión es más completo.


b) Contrainvestidura

En la histeria de angustia, que es un mero intento de huida, [la contrainvestidura] falta al principio; se precipita luego, sobre la representación substitutiva, especialmente en la tercera fase sobre el entorno de la misma, para desde allí estar segura de domeñar el desprendimiento de displacer, como alerta y atención. Representa la componente de la investidura preconsciente, es decir, el esfuerzo que cuesta la neurosis.
En la neurosis obsesiva, donde desde el principio se trata de la defensa de una pulsión ambivalente, la contrainvestidura se encarga de la primera represión exitosa; efectúa luego una formación reactiva gracias a la ambivalencia; da lugar por fin, en una fase terciaria, a la atención. que distingue a la representación obsesiva y se encarga del trabajo lógico. Por lo tanto, las fases segunda y tercera son casi iguales [en la neurosis obsesiva] y en la histeria de angustia. La diferencia [está] en la primera fase, donde la contrainvestidura en la histeria de angustia no logra nada, mientras que en la neurosis obsesiva lo logra todo.
La contrainvestidura simple asegura para la represión la componente correspondiente del preconsciente.
En la histeria [de conversión], el carácter logrado lo hace posible el hecho de que desde el comienzo la contrainvestidura busca una coincidencia con la investidura pulsional y llega a un compromiso con ella; la determinación electiva recae en la agencia representante.

c) Formación substitutiva y formación de síntoma

Corresponden al retorno de lo reprimido, al fracaso de la represión. Por un tiempo hemos de tomarlas por separado; más tarde confluirá [la formación substitutiva] con [la formación de síntoma].
Esta confluencia se da, en su forma más completa, en la histeria de conversión, donde la substitución es igual al síntoma; no hay nada más que separar.
Igualmente, en la histeria de angustia, la formación substitutiva posibilita a lo reprimido el primer retorno.
En la neurosis obsesiva [la formación substitutiva y la formación de síntoma] se separan nítidamente, pues la primera formación substitutiva de lo reprimente es suministrada mediante la contrainvestidura; no se cuenta entre los síntomas. En cambio los posteriores síntomas de la neurosis obsesiva suelen ser de manera preponderante un retorno de lo reprimido, a la vez que la participación en ellos de lo reprimente es menor.
La formación de síntomas, de la cual parte nuestro estudio, coincide siempre con el retorno de lo reprimido y acontece con ayuda de la regresión y de las fijaciones predisponentes. Una ley general dice que la regresión retrocede hasta la fijación y que desde allí se impone en retorno de lo reprimido.


d) La relación con la función sexual

Para ella sigue siendo válido que la moción pulsional reprimida es siempre una moción libidinal y perteneciente a la vida sexual, mientras que la represión parte del yo por distintos motivos, que se pueden resumir en un «no poder» (por fuerza excesiva) o en un «no querer». Esto último remite a una incompatibilidad con los ideales del yo o al temor a otro tipo de daño del yo. El «no poder» también equivale a un daño.
Este hecho fundamental se vuelve opaco por dos factores. En primer lugar, a menudo se da la apariencia de que la represión estaría incitada por el conflicto entre dos estímulos, ambos libidinales. Esto se resuelve por la consideración de que uno de ellos es adecuado al yo; en el conflicto puede reclamar la ayuda de la represión que se origina en el yo. En segundo lugar, se vuelve opaco por ser no sólo tendencias libidinales sino también tendencias yoicas las que se encuentran entre las reprimidas, como es especialmente claro y frecuente cuando la neurosis ha tenido una presencia más duradera y un desarrollo mas avanzado. Esto último sucede de tal manera que la moción libidinal reprimida intenta imponerse mediante el rodeo por una tendencia yoica [Ichstrebung], de la que ha extraído una componente a la cual transfiere energía; luego arrastra consigo a esa [tendencia yoica] a la represión. Esto puede ocurrir en gran escala. Esto no cambia nada de la validez general de aquel enunciado [que la moción reprimida es siempre libidinosa]. Es lógica la exigencia de que hayamos de extraer nuestra comprensión [Einsichten] a partir de los estados iniciales de las neurosis.
En la histeria y en la neurosis obsesiva es evidente que la represión se dirige contra la función sexual en su forma definitiva, en la cual representa la aspiración a la procreación. Una vez más, esto resulta más claro que en ningún otro lugar en la histeria de conversión, porque no tiene complicación alguna; en la neurosis obsesiva, en cambio, hay primero regresión. Sin embargo, no hay que exagerar esta relación y no hay que admitir, llegado el caso, que la represión sólo se haga eficaz en este estadío de la libido. Al contrario, precisamente la neurosis obsesiva demuestra que la represión es un proceso general no libidinalmente dependiente, porque en su caso va dirigida contra el nivel previo. Lo mismo se muestra en el desarrollo: que la represión también es exigida en contra de las mociones perversas. Hemos de preguntarnos por qué aquí la represión tiene éxito, mientras que en otros casos no. Por su naturaleza misma, las tendencias libidinales son muy susceptibles de substitución, [vertretungsfähig] de modo que, en caso de represión de las tendencias normales, se refuerzan las perversas y viceversa. Con la función sexual, la represión no tiene otra relación que la de ser exigida como defensa contra ella, tal como sucede con la regresión y otros destinos de pulsión.
En la histeria de angustia, la relación con la pulsión sexual es menos precisa, por razones que hemos mostrado al tratar de la angustia. Parece que la histeria de angustia incluye aquellos casos en los cuales la exigencia de la pulsión sexual es rechazada como un peligro por ser demasiado grande. No se trata de ninguna condición especial derivada de la organización de la libido.

e) Regresión

[Es] el factor y el destino pulsional más interesante. Si partiésemos sólo de la histeria de angustia, no tendríamos ningún motivo para adivinarla. Se podría decir que aquí no entra en consideración, tal vez porque toda posterior histeria de angustia regresa tan claramente a una histeria de angustia infantil (la ejemplar disposición a la neurosis) y porque esta última aparece tan tempranamente en la vida. En cambio, las otras dos [neurosis de transferencia] son ejemplos perfectos de regresión, aunque ésta desempeña en cada una de ellas un papel distinto en la estructura de la neurosis.
En la histeria de conversión se trata de una fuerte regresión del yo, de un retorno a la fase en la que no hay división entre preconsciente e inconsciente, es decir, no hay lenguaje ni censura. La regresión sirve, sin embargo, para la formación de síntomas y para el retorno de lo reprimido. La moción pulsional, no aceptada por el yo actual, recurre a otro anterior, desde el cual encuentra una descarga, pero ciertamente de otro modo.
Ya hemos hecho mención de que en ello se da virtualmente una especie de regresión de la libido.
En la neurosis obsesiva sucede algo distinto. La regresión es una regresión de libido, no sirve al retorno [de lo reprimido] sino a la represión. Se hace posible por una fuerte fijación constitucional o una formación [Ausbildung] incompleta. En efecto, aquí el primer paso de la defensa le corresponde a la regresión; se trata mas de regresión que de inhibición del desarrollo; sólo entonces la organización regresiva y libidinal sufre una típica represión, que, no obstante, permanece sin éxito. Una parte de la regresión del yo se impone al yo desde la libido, o se da en el desarrollo incompleto del yo que aquí está en conexión con la fase libidinal (Separación de las ambivalencias.)


f) [Predisposición a la neurosis]

Detrás de la regresión se ocultan los problemas de la fijación y de la predisposición. Se puede decir, en general, que la regresión remite al pasado hasta un lugar de fijación bien en el desarrollo del yo, bien en el desarrollo de la libido; ese lugar representa la predisposición. Es éste,.por tanto, el factor [Moment] más determinante, aquel que proporciona la decisión en la elección de la neurosis. Merece, pues, la pena que nos detengamos en él.
La fijación se produce por el hecho de que una fase del desarrollo estaba demasiado marcada, o que tal vez duró demasiado tiempo como para hacer la transición sin resto a la siguiente. Es mejor no exigir una idea más clara acerca de cuáles sean las modificaciones en las que se conserva la fijación; aunque sí podernos decir algo acerca de su origen. Existen las mismas posibilidades de que esta fijación sea meramente congénita como de que se haya producido por impresiones tempranas, como de que, finalmente, ambos factores cooperen. Tanto más cuanto que se puede sostener que ambos factores son en el fondo ubicuos, ya que, por un lado, todas las disposiciones están constitucionalmente presentes en el niño y, por otro lado, las impresiones eficaces se dan para muchos niños de la misma manera. Se trata, pues, del más o del menos, y de una coincidencia eficaz. Puesto que nadie está inclinado a negar los factores constitucionales, es tarea del psicoanálisis sostener enérgicamente también la parte legítima de las adquisiciones de la temprana infancia.
Por cierto, que se reconoce más claramente en la neurosis obsesiva el momento constitucional que en la histeria de conversión el accidental, esto hay que admitirlo. La distribución en detalle es aún dudosa.
Allí donde el factor constitucional de la fijación entra en consideración, no por ello queda descartada la adquisición; ésta solamente retrocede a una prehistoria aún más temprana, ya que con todo derecho se puede decir que las disposiciones heredadas son restos de la adquisición de los antepasados. Con ello tocamos el problema de la disposición filogenética detrás de la individual o la ontogenética; no podemos ver contradicción alguna en que el individuo añada a su disposición heredada sobre la base de vivencias anteriores [a él], nuevas disposiciones a partir de sus propias vivencias. ¿Por qué el proceso que crea una disposición sobre la base de vivencias debería extinguirse precisamente en el individuo cuya neurosis estamos investigando? O bien, ¿crearía este individuo una disposición para sus descendientes sin poderla adquirir para sí? Más bien parece tratarse de una complementación necesaria.
Aún no podemos valorar hasta qué punto la disposición filogenética puede contribuir a la comprensión de la neurosis. Para ello se requeriría también que la consideración fuese más allá del estrecho ámbito de las neurosis de transferencia. En todo caso, el más importante de los caracteres distintivos de las neurosis de transferencia no ha podido ser tomado en consideración en esta sinopsis porque, al ser común a todas ellas, no llama la atención y sólo lo haría por contraste al considerar también las neurosis narcisísticas. En esta ampliación del horizonte la relación entre el yo y el objeto se pondría en primer plano, y el distintivo común resultaría ser el aferrarse al objeto. Aquí están permitidos algunos preparativos.
Espero que el lector, que hasta aquí ha notado en lo aburrido de muchos párrafos hasta qué punto todo se construye sobre una cuidada y trabajosa observación, será paciente si también alguna vez la crítica retrocede ante la fantasía, y si exponemos cosas no confirmadas sólo porque son estimulantes y abren puntos de vista más amplios [Blick in die Ferne].
Es legítimo suponer, además, que también las neurosis deben dar fe de la historia evolutiva anímica del ser humano. Ahora bien, en el ensayo ["Formulaciones] sobre los dos principios [del acaecer psíquico» (1911b)] creo haber demostrado que a las tendencias sexuales del ser humano les podemos atribuir otro desarrollo que a las tendencias yoicas. La razón es esencialmente que las primeras pueden, durante un cierto tiempo, satisfacerse autoeróticamente, mientras que las tendencias yoicas, desde el principio necesitan un objeto y por tanto la realidad.
Cuál sea el desarrollo de la vida sexual humana, es algo que a grandes rasgos creemos haber aprendido (Tres ensayos de teoría sexual [1905d]). El del yo humano, esto es, el de las funciones autoconservadoras y de las formaciones derivadas de ellas, es más difícil de hacer transparente. Sólo conozco el único intento de Ferenczi, quien aprovecha las experiencias psicoanalíticas con este fin. Nuestra tarea sería evidentemente mucho más fácil si, a la hora de comprender las neurosis, la historia evolutiva del yo nos fuese dada desde alguna otra fuente, en lugar de tener que proceder ahora en dirección inversa. En este punto llegamos a tener la impresión de que la historia evolutiva de la libido repite un fragmento mucho más antiguo del desarrollo [filogenético] que el desarrollo del yo; acaso la primera repite las condiciones de la clase de los vertebrados, mientras que el segundo dependería de la historia de la especie humana. Ahora bien, existe una serie [Reihe] con la que se pueden relacionar diversas ideas que van muy lejos. Esta serie se produce cuando ordenamos las neurosis psíquicas (no solamente las neurosis de transferencia) según el momento en que suelen aparecer en la vida individual. Entonces, la histeria de angustia, que casi no tiene condiciones previas, es la más temprana; a ella le sigue la histeria de conversión (desde aproximadamente el cuarto año); aun algo más tarde, en la prepubertad (9-10 años), se presenta en los niños la neurosis obsesiva. Las neurosis narcisistas están ausentes en la infancia. Entre ellas, la demencia precoz en su forma clásica es una enfermedad de los años de pubertad, la paranoia es más cercana a los años de madurez, y la melancolía-manía también al mismo lapso, aunque aparte de esto es indeterminable.
La serie es por tanto: histeria de angustia - histeria de conversión -neurosis obsesiva - demencia precoz - paranoia - melancolía-manía.
Las disposiciones de fijación de estas afecciones también parecen constituir una serie, pero de sentido inverso, especialmente cuando consideramos las disposiciones libidinales. Resultaría, por tanto, que cuanto más tarde se presenta la neurosis, tanto más temprana es la fase libidinal a la que debe regresar. Esto vale sin embargo, sólo a grandes rasgos.
Indudablemente la histeria de conversión se dirige contra el primado de los genitales, la neurosis obsesiva contra la fase previa sádica, el conjunto de las tres neurosis de transferencia contra el desarrollo libidinal realizado. Las neurosis narcisistas en cambio se remontan a fases anteriores al encuentro de objetos; la demencia precoz regresa hasta el autoerotismo, la paranoia hasta la elección narcisista y homosexual de objeto y en la melancolía subyace la identificación narcisista con el objeto. Las diferencias se hallan en el hecho de que la demencia indudablemente se presenta más tempranamente que la paranoia, aunque su disposición libidinal se remonte más atrás, y en el hecho de que la melancolía-manía no permite una localización segura en la sucesión temporal. Así, no se puede sostener que la serie temporal de las psiconeurosis, de cuya existencia no cabe dudar, sólo esté determinada por el desarrollo de la libido. En la medida en que esto sea cierto, se subrayaría más bien la relación inversa entre ellos. También es un hecho conocido que con el avance de la edad, la histeria o la neurosis obsesiva pueden convertirse en demencia, pero que nunca sucede lo contrario.
Ahora bien, podemos construir otra, serie, filogenética, que realmente es paralela a la sucesión temporal de las neurosis. Sólo que para ello es preciso empezar desde muy lejos y tolerar algún que otro elemento hipotético intermedio.
El doctor Wittels fue el primero en formular la idea de que la existencia del animal humano primitivo habría transcurrido en un medio inmensamente rico, satisfactorio para todas las necesidades [Bedürfnisse] y cuya resonancia hemos conservado en el mito del paraíso original. En ese medio podría haber superado la periodicidad de la libido que aún es propia de los mamíferos. Ferenczi, en el trabajo que ya hemos citado, muy rico en reflexiones, expresó luego la idea de que el posterior desarrollo de ese ser humano primitivo se produjo bajo la influencia de los destinos geológicos de la tierra y que de manera especial las necesidades vitales [Not] de las épocas glaciales le trajo el estímulo para su desarrollo cultural. Pues generalmente se admite que en la época glacial la especie humana ya existía y que sufrió su influencia.
Si tomamos la idea de Ferenczi, se nos ofrece la tentación de reconocer en las distintas predisposiciones -a la histeria de angustia, a la histeria de conversión y a la neurosis obsesiva- regresiones a fases que antiguamente hubo de sufrir toda la especie humana, desde el principio hasta el final de la época glacial; de este modo, los seres humanos eran entonces tal como hoy lo es, por sus disposiciones congénitas y por una adquisición nueva, solamente una parte de la humanidad. Naturalmente, las imágenes no pueden coincidir del todo, porque la neurosis contiene más de lo que comporta la regresión. La neurosis es también una expresión de la resistencia contra esta regresión; es un compromiso entre lo arcaico antiguo y la exigencia de lo culturalmente nuevo. Esta diferencia tendrá que ser especialmente marcada en la neurosis obsesiva, que está, como ninguna otra, bajo el signo de la contradicción interna. Pero la neurosis debe, en la medida en que lo reprimido ha vencido en ella, volver a traer la imagen arcaica.


1) Lo primero que podríamos dar por sentado sería que la humanidad, bajo la influencia de las privaciones que la irrupción de la época glacial le impuso, se volvió en general angustiada [ängstlich]. El mundo exterior, que hasta entonces había sido predominantemente amable y que habría ofrecido todas las satisfacciones, se convirtió en una acumulación de peligros amenazantes. Se daban así todos los motivos para la angustia real [Realangst] ante todo lo nuevo. La libido sexual no perdió ciertamente sus objetos en un principio, puesto que son humanos, pero se puede pensar que, amenazado en su existencia, el yo se distanció hasta cierto punto de la investidura objetual, conservó la libido en el yo, y transformó así en angustia real lo que anteriormente había sido libido objetal. Ahora bien, en la angustia infantil vemos todavía que el niño, en caso de insatisfacción, transforma la libido objetal en angustia real ante lo extraño, pero también que generalmente tiende a sentir angustia ante todo lo nuevo. Hemos tenido una larga discusión acerca de si la angustia real o la angustia de añoranza [Sehnsuchtangst] es lo más primario, si el niño transforma su libido en angustia real porque la considera demasiado grande y peligrosa, para llegar así en general a la representación del peligro, o si no es que cede más bien a una capacidad general de angustia [allgemeinen Ängstlichkeit] con la cual aprende también a temer a su libido insatisfecha. Nos inclinaríamos más a suponer lo primero, a anteponer la angustia de añoranza; pero para ello echamos en falta una predisposición especial. Teníamos que explicarlo como una tendencia infantil. general. La consideración filogenética parece mediar ahora en la disputa en favor de la angustia real y nos hace suponer que una parte de los niños traen consigo la capacidad de angustia del comienzo de las eras glaciales, y que merced a ellas son inducidos ahora a tratar la libido insatisfecha, como un peligro externo. El relativo exceso de libido tendría su origen, sin embargo, en la misma disposición y haría posible una nueva adquisición de la capacidad de angustia ya existente. De cualquier modo, la discusión acerca de la histeria de angustia daría un resultado favorable a la preponderancia de la predisposición filogenética sobre todos los demás factores.
2) Con el avance de los tiempos duros y por la amenaza contra su existencia, para los hombres primitivos tenía que producirse un conflicto entre la autoconservación y el deseo [Lust] de procreación, tal y como se suele expresar en la mayoría de los casos típicos de histeria. No habría suficiente alimento para permitir una proliferación de las hordas humanas, y las fuerzas individuales no bastaban para mantener con vida a tantos desamparados. La matanza de los recién nacidos halló seguramente una resistencia en el amor, especialmente el de las madres narcisistas. La restricción de la procreación llegó a ser, por tanto, un deber social. Las satisfacciones perversas, que no llevan al engendramiento de hijos, escaparon a esta prohibición, con lo que se promovió una cierta regresión a la fase libidinal anterior a la primacía de los genitales. Las limitaciones, la abstinencia, tenían que afectar más duramente a la mujer que al hombre, más despreocupado por las consecuencias de la práctica sexual. Toda esta situación corresponde manifiestamente a las condiciones de la histeria de conversión. De la sintomatología de la misma concluimos que el ser humano aún carecía de lenguaje cuando, por la necesidad vital [Not] no dominada, se impuso la prohibición de la procreación, esto es, cuando aún no se había tampoco construido el sistema preconsciente sobre su inconsciente. A la histeria de conversión regresa, por tanto, aquel que, teniendo predisposición a ella, especialmente la mujer, se halla bajo la influencia de prohibiciones que pretenden excluir la función genital, a la vez que impresiones tempranas fuertemente excitantes impulsan [drängen] hacia la actividad genital.
3) La evolución ulterior es fácil de construir. Concernía especialmente al hombre. Después de aprender a economizar la libido y después de rebajar la actividad sexual por regresión a una fase anterior, el uso de la inteligencia ganaba para él un papel principal. Aprendió a investigar, a comprender algo el mundo hostil y a asegurarse por medio de inventos un primer dominio sobre el mundo. Se desenvolvió bajo el signo de la energía, desarrolló los comienzos del lenguaje y hubo de dar a las nuevas adquisiciones una gran importancia. El lenguaje era magia para él, sus pensamientos le parecían omnipotentes, comprendía el mundo de acuerdo con su yo. Ésta es la época de la visión del mundo animista con su técnica mágica. Como compensación a su capacidad para procurar a otros tantos desamparados la seguridad de la vida, se arrogó una ilimitada dominación sobre ellos; representó en su persona los dos primeros postulados: que él mismo era invulnerable y que no se le podía disputar la libre disposición sobre las mujeres. Hacia el final de este período, el género humano estaba escindido en distintas hordas que un hombre fuerte, sabio y brutal dominaba como padre. Es posible que la naturaleza egoísta, celosa e irrespetuosa que, de acuerdo con consideraciones etnopsicológicas, atribuimos al padre primitivo de la horda humana, no hubiese existido desde el principio, sino que se hubiese formado en el transcurso de las graves épocas glaciales como resultado de la adaptación a la necesidad.
Pues bien, los caracteres de esta fase de la humanidad los repite ahora la neurosis obsesiva; una parte de ellos de una manera negativa, ya que las formaciones reactivas [de la] neurosis corresponden también en parte a la resistencia contra este retorno. La sobrevaloración del pensamiento, la enorme energía que retorna en la obsesión [Zwang], la omnipotencia de los pensamientos, la tendencia a leyes inquebrantables son rasgos inalterados. Pero en contra de los impulsos brutales que quieren sustituir la vida amorosa, se alza la resistencia de posteriores desarrollos, la cual, desde el conflicto libidinal, finalmente paraliza la energía vital del individuo y sólo deja subsistir, como obsesión [Zwang], los impulsos desplazados a asuntos irrelevantes. Así, este tipo humano, el más valioso para el desarrollo cultural, se extingue por las exigencias de la vida amorosa en su retorno, como el grandioso tipo del padre primitivo mismo que, aunque posteriormente retornó como divinidad, en la realidad se ha extinguido por las condiciones familiares que él mismo se creó.
4) Hasta aquí llegaríamos en el cumplimiento de un programa previsto por Ferenczi, consistente en «poner en consecuencia los tipos regresivos neuróticos con las etapas de la historia de la especie humana», tal vez sin desencaminarnos por especulaciones demasiado atrevidas. Para las manifestaciones de las neurosis narcisísticas, ulteriores y más tardías, nos faltaría, sin embargo, toda conexión si no viniera en nuestra ayuda la suposición de que la disposición a ellas sería adquirida por una segunda generación, cuyo desarrollo conduce a una nueva fase de la cultura humana.
Esta segunda generación se inicia con los hijos a los cuales el padre primitivo no deja libertad. Hemos establecido en otro lugar (Tótem y tabú [1912-1913)] que éste los expulsa cuando han alcanzado la etapa de la pubertad. Las experiencias psicoanalíticas nos advierten, no obstante, que hay que poner una solución distinta y más cruel en su lugar, concretamente que los priva de su virilidad, de modo que luego pueden permanecer en la horda como peones inofensivos. El efecto de la castración en aquel tiempo arcaico lo podemos imaginar, sin duda, como una extinción de la libido y una detención del desarrollo individual. La demencia precoz, especialmente como hebefrenia, parece repetir un estado así, ella que conduce al abandono de todo objeto de amor, a la involución de todas las sublimaciones y a la regresión al autoerotismo. El joven individuo se comporta como si hubiese sufrido la castración; incluso auto castraciones reales no son raras en esta afección. Por lo demás, las características más notables de la enfermedad, como las alteraciones del lenguaje y las crisis alucinatorias, no se pueden incluir en este cuadro filogenético, porque corresponden a los intentos de curación, a los múltiples esfuerzos para recuperar el objeto; estas características, en el cuadro de la enfermedad, son casi más llamativas temporalmente que los fenómenos de involución.
Con la suposición de que los hijos han sufrido un trato así se relaciona una cuestión a la que de paso hay que responder: ¿De dónde les viene a los padres primitivos la sucesión y su sustitución, si se deshacen de esta manera de sus hijos? Atkinson [1903] ya señaló el camino al subrayar que sólo los hijos mayores tenían que temer la plena persecución del padre, y que en cambio el menor -pensándolo esquemáticamente- gracias a los ruegos de la madre, pero sobre todo a consecuencia del envejecimiento del padre y de su necesidad de asistencia, tenía la perspectiva de escapar a ese destino y convertirse en sucesor del padre. Esta preferencia por el más joven fue eliminada radicalmente en la siguiente formación social y substituida por el privilegio del hijo mayor. Sin embargo, en el mito y en la leyenda, esa preferencia se ha conservado de manera muy reconocible.
5) La siguiente transformación sólo podía consistir en que los hijos amenazados se sustrajeran a la castración mediante la huida y que aprendieran, aliándose entre ellos, a asumir la lucha por la vida. Esta convivencia tenía que producir los sentimientos sociales y podía estar basada en la insatisfacción sexual homosexual. Es muy posible que en la transmisión hereditaria del estado de esta fase se pueda ver la disposición hereditaria a la homosexualidad tan largamente buscada. Surgidos aquí de la homosexualidad, por sublimación, los sentimientos sociales se tornaron empero una adquisición duradera de la humanidad y la base de toda sociedad posterior. Visiblemente, la paranoia reproduce el estado de esta fase; más correctamente, la paranoia se defiende contra el retorno de esta misma fase, en la cual no faltan las alianzas secretas y donde el perseguidor desempeña un papel imponente. La paranoia trata de rechazar la homosexualidad que había estado en la base de la organización fraterna y debe por esto expulsar al afectado de la comunidad y destruir sus sublimaciones sociales.
6) La integración de la melancolía-manía en este contexto parece topar con la dificultad de que no se puede indicar con seguridad un tiempo normal para la aparición individual de esta dolencia neurótica. Sin embargo, es seguro que pertenece antes a la edad de la madurez que a la infancia. Si nos fijamos en la característica alternancia entre depresión y euforia, es difícil no recordar la tan parecida sucesión de triunfo y duelo que constituye una componente regular de las festividades religiosas: duelo por la muerte del dios, triunfal alegría por su resurrección. Esta ceremonia religiosa, sin embargo -tal como lo hemos colegido de las indicaciones de la etnopsicología-, sólo en dirección inversa repite el comportamiento del clan fraterno después de haber vencido y matado al padre primitivo: triunfo por su muerte y luego duelo por ella, porque, no obstante, todos lo habían venerado como modelo. Así, este gran acontecimiento de la historia de la humanidad, que puso fin a la horda primitiva y que la substituyó por la organización triunfante de los hermanos, daría la predisposición para la peculiar sucesión de estados de ánimo que reconocemos como especial afección narcisística, junto con las parafrenias. El duelo por el padre primitivo surge de la identificación con él, y ya hemos demostrado que esta identificación es la condición del mecanismo melancólico.
Resumiendo, podemos decir: las predisposiciones para las tres neurosis de transferencia fueron adquiridas en la lucha por remediar la necesidad vital de las eras glaciales; después de eso, las fijaciones que subyacen a las neurosis narcisistas se derivan de la presión ejercida por el padre, quien tras el final de la era glacial asume y sigue desempeñando por así decirlo el papel de aquella necesidad frente a la segunda generación. Tal como la primera lucha lleva al nivel cultural patriarcal, la segunda lleva al social, pero de ambas luchas resultan las fijaciones que en su retorno tras de milenios se convierten en la predisposición de los dos grupos de neurosis. También, en este sentido, la neurosis es pues una adquisición cultural.
La cuestión de si el paralelismo aquí esbozado es algo más que una comparación lúdica, o en qué medida puede iluminar los enigmas aún no resueltos de la neurosis, es algo que puede dejarse como tarea oportuna para ulteriores análisis y para la clarificación mediante nuevas experiencias.
Ahora ha llegado el momento de pensar [en una] serie de objeciones que nos advierten que no debemos sobreestimar las deducciones que hemos alcanzado a elaborar.
De entrada, a cualquiera se le impondrá que la segunda serie de predisposiciones, la de la segunda generación, sólo la pudieron adquirir los hombres (en cuanto hijos), mientras que la demencia precoz, la paranoia y la melancolía las producen igualmente las mujeres. Las mujeres en los tiempos arcaicos vivían bajo condiciones aún más distintas que hoy. Además, estas disposiciones comportan una dificultad de la cual las de [la] primera serie están libres: parecen haber sido adquiridas bajo unas condiciones que excluyen la herencia. Es evidente que los hijos castrados e intimidados no llegan a la reproducción, o sea, que no pueden dar continuidad a su disposición (demencia precoz). Pero el estado psíquico de los hijos expulsados y unidos en la homosexualidad tampoco puede influir en la generación siguiente, puesto que se extinguen como ramas laterales infértiles de la familia mientras aún no han triunfado sobre el padre. Mas si lo logran, ese triunfo es entonces la vivencia de una sola generación, por lo cual debe desestimarse la necesaria reproducción ilimitada de esta vivencia.
Como puede pensarse, no hay que ser tímido, en áreas tan oscuras, a la hora de hallar respuestas. Pues esta dificultad coincide en el fondo con otra planteada anteriormente: ¿cómo se reprodujo el padre brutal de la era glacial, puesto que no era inmortal como su copia divina? De nuevo se ofrece como solución el hijo menor que más tarde se vuelve padre y que, si bien él mismo no está castrado, conoce, sin embargo, el destino de sus hermanos mayores y lo teme para sí; ese hijo menor habrá tenido probablemente la tentación, como los más afortunados entre ellos, de huir y de renunciar a la mujer. Así quedaría siempre, junto a los hombres excluidos como infértiles, una cadena de otros hombres que experimentan en su persona los destinos del género masculino y que como disposiciones los pueden transmitir por herencia. El punto de vista esencial se mantiene: para el hijo menor la necesidad vital de los tiempos la reemplaza la presión del padre. El triunfo sobre el padre tiene que haber sido planeado y fantaseado a través de incontables generaciones antes de lograr realizarlo.
La extensión a la mujer de las disposiciones producidas por la presión del padre parece presentar dificultades todavía mayores. Los destinos de la mujer en esos tiempos arcaicos se nos ocultan en una especial oscuridad. Así podrían entrar en consideración condiciones de vida que no hemos reconocido. La más grave dificultad nos la resuelve, sin embargo, la observación de que no debemos olvidar la bisexualidad del ser humano. Así puede la mujer adoptar las disposiciones adquiridas por el hombre y hacerlas aparecer ella en sí misma.
Tengamos claro, no obstante, que con estas soluciones, en el fondo, no hemos logrado otra cosa que sustraer nuestras fantasías científicas al reproche de que sean absurdas. En conjunto conservan su valor como sanas desilusiones, si es que tal vez hemos estado en vías de situar las disposiciones filogenéticas por encima de todo lo demás. Si las constituciones arcaicas retornan en los individuos nuevos y los empujan a la neurosis por medio del conflicto con las exigencias del presente, ello no sucede en una proporción que pueda fijarse como ley.
Queda espacio para adquisiciones nuevas y para influencias que no conocemos. En conjunto no estamos al final, sino al principio de una comprensión del factor filogenético.
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Este texto es el borrador del duodécimo trabajo sobre metapsicología de 1915.
Traducción al español de Angela Ackermann y Antoni Vicens, publicado por la Editorial Ariel de Barcelona en 1989, no está incluido en ninguna de las ediciones de las Obras Completas.
PP.

domingo, 29 de junio de 2008

Entrevista a Jorge Baños Orellana, por Emilia Cueto (en El Sigma)

La función del estilo en Lacan ha llevado a Jorge Baños Orellana a realizar numerosas investigaciones y a verter los resultados de esas lecturas y reflexiones en artículos y libros. En este reportaje retoma algo de lo allí desarrollado y del avance de su pensamiento hasta el presente. La incidencia del estilo de Lacan en la clínica lacaniana, la transmisión y la formación de los analistas o el lugar de la formalización en Lacan y sus seguidores, serán algunos de los conceptos desplegados en estas páginas. El encuentro con Jean Allouch y las reverberancias de ese intercambio y su pasaje de la Escuela de la Orientación Lacaniana a la École Lacanienne de Psychanalyse, también están presentes.

Para leer completa la entrevista, haga click aquí.

sábado, 28 de junio de 2008

ANTICIPO: George Steiner. "Los libros que nunca he escrito" (Siruela)

LOS IDIOMAS DE EROS

¿Cómo es la vida sexual de un sordomudo? ¿Con qué incitaciones y cadencia se masturba? ¿Cómo experimenta el sordomudo la libido y la consumación? Sería extremadamente difícil obtener testimonios fiables. No conozco ningún corpus de investigación sistemática. Sin embargo, la cuestión posee una marcada importancia. Atañe a los centros nerviosos de las interrelaciones entre eros y lenguaje. Pone en el perplejo centro de la atención el tema, absolutamente decisivo, de la estructura semántica de la sexualidad, de su dinámica lingüística. Se habla y se oye hablar de sexo, en voz alta o en silencio, exterior o interiormente, antes, durante y después de las relaciones. Las dos corrientes de comunicación, las dos puestas en escena son indisolubles. La emisión es parte integrante de ambas. La retórica del deseo es una categoría del discurso en la que la generación neurofisiológica de actos de habla y de actos amorosos se implican recíprocamente. La puntuación es análoga: el orgasmo es el signo de admiración. Lo que se sabe de la sexualidad de los ciegos demuestra las esenciales funciones de la representación interiorizada, de una imaginería verbal en la cual los valores lingüísticos y táctiles se determinan y se refuerzan entre sí. En ninguna otra interfaz de la estructura humana están tan íntimamente unidos los componentes neuroquímicos y lo que consideramos como los circuitos de la conciencia y del subconsciente. Aquí, la mentalidad y lo orgánico forman una sinapsis unificada. La neurología atribuye reflejos sexuales al sistema nervioso parasimpático. La psicología aduce impulsos y respuestas voluntarios cuando se analizan los procederes sexuales humanos. El concepto de "instinto", por su parte sólo escasamente comprendido, caracteriza la fundamental zona de interacción entre lo carnal y lo cerebral, los genitales y el espíritu. Esta zona está saturada de lenguaje.


Los elementos de esta inmersión lingüística -entramos y salimos del lenguaje cuando preparamos, mantenemos y recordamos relaciones sexuales- son tan numerosos y complejos, el relato se halla bajo tales presiones de sentimiento que desafía cualquier intento de enumeración exhaustiva y más aún a una clasificación sobre la que haya acuerdo. Se afirma que el lenguaje es al mismo tiempo universal y privado, colectivo e individual. Todo hombre y toda mujer no impedido recurre de manera automática, si podemos decirlo así, a un almacén de palabras y construcciones gramaticales preexistente y accesible. Nos movemos dentro del diccionario y la gramática de la posibilidad. En proporción con nuestras capacidades mentales, entorno social, formación académica, origen geográfico y patrimonio histórico, imaginamos nuestro lenguaje propio. Pero aun estando imbuidos del mismo ethos y entorno social étnico, económico y social, todos y cada uno de los seres humanos, desde el imbécil y casi incapaz de expresarse hasta el verbalmente dotado, desarrollan un "idiolecto" más o menos eficiente, es decir, su peculiar código de medios léxicos y sintácticos. Apodos, asociaciones fonéticas y referencias ocultas marcan estas singularidades. Cuando no se propone la tautología, como en la lógica formal y simbólica, el lenguaje, aun el rudimentario, es polisémico, de estratos múltiples, expresivo de intenciones sólo imperfectamente reveladas o articuladas. Codifica. Esta codificación puede desde luego ser perceptible, originarse en recuerdos compartidos, aspiraciones históricas, contextos políticos y sociales. Pero también puede ocultar necesidades y significaciones esenciales, individualizadas, intensamente privatizadas. El lenguaje es en sí y por sí multilingüe. Contiene mundos. Considérese simplemente el lenguaje de los niños. La mayoría de las veces, la enunciación articulada es la punta del iceberg de los significados sumergidos, implícitos. Hablamos, oímos "entre líneas". La comprensión y la recepción son actos que intentan descifrar un código, entrar en él.


En ninguna parte es más omnipresente y más formativa esta "linealidad" que en las cámaras de resonancia de lo erótico. Es un lugar común que la dirección escénica, tanto retórica como verbal, de la seducción está repleta de verdades a medias, con tópicos adoptados o falsedades que, a su vez, han de ser glosadas por el objeto de deseo. Los sonidos que acompañan al orgasmo, a menudo situados en el umbral de la verbalización y que en ocasiones parecen retroceder a la prehistoria del lenguaje, pueden ser deliberadamente mendaces. Tienen su brutal poética de la hipocresía, como la tienen los floreos y las sinceridades, hechas drama, de la elocuencia erótica. El monólogo y el diálogo -o más exactamente el monólogo en tándem- pueden alternarse, pueden fundirse en una riqueza de cadencia y matiz casi imposible de analizar sistemáticamente. Se intuye que durante la masturbación palabra e imagen están más estrechamente relacionadas, más "dialécticamente" vigorizadas en cualquier otro proceso comunicativo humano. Las cartas de Joyce a Nora constituyen un palpitante testimonio de esta interacción. Incluso por sí solos, una palabra, un grupo de sonidos pueden desencadenar una jadeante excitación (el célebre faire catleya de Proust). La imagen se despliega dentro del sonido. Así, la masturbación tiene su gramática muda. Sin embargo, dentro de sus intimidades, en los recovecos de lo íntimo, están funcionando factores públicos. La fraseología erótica y sensual de los medios de comunicación, la jerga amorosa del cine y la televisión, la declamación de la publicidad con sus vaivenes y el mercado de masas estilizan y convencionalizan el ritmo, la marcha, los elementos discursivos de millones de parejas. En el mundo desarrollado, con su corrosiva pornografía, incontables amantes, sobre todo entre los jóvenes, "programan" sus relaciones amorosas, conscientemente o no, con arreglo a unas líneas semióticas precocinadas. Lo que debería ser el más espontáneamente anárquico, individualmente exploratorio e inventivo de los encuentros humanos se ajusta, en gran medida, a un "guión". Hasta es posible que la última libertad, la autenticidad final sea la de los sordomudos. No lo sabemos.


Dije en Después de Babel (1975) que la multiplicidad mil veces mayor de lenguas recíprocamente incomprensibles que antaño se hablaron en esta tierra -muchas están ahora extintas o en proceso de desaparición- no es, como afirman las mitologías y alegorías del desastre, una maldición. Es, por el contrario, una bendición y un júbilo. Todas y cada una de las lenguas humanas son ventanas abiertas al ser, a la creación. No hay lenguas "pequeñas", por reducido que sea su espacio demográfico o ambiental. Algunas lenguas habladas en el desierto del Kalahari presentan ramificaciones del subjuntivo más numerosas y más sutiles que las que tuvo a su disposición Aristóteles. Las gramáticas hopi poseen matices de temporalidad y movimiento más consonantes con la física de la relatividad y la incertidumbre que nuestros propios recursos indoeuropeos y anglosajones. En virtud de las raíces y la evolución fisiológicoculturales contenidas en las lenguas, raíces que hasta en el sentido etimológico se retrotraen al subconsciente, cada una de ellas expresa la identidad y la experiencia a su propia manera, irreductiblemente particular. Segmenta el tiempo en múltiples y diversas unidades. Muchas gramáticas no dividen formalmente los tiempos verbales en pasado, presente y futuro. La "stasis" de las formas verbales hebreas implican una metafísica y, en realidad, un modelo teológico de la historia. Existen lenguas, por ejemplo en los Andes, en las cuales, de una manera muy razonable, el futuro está detrás del hablante, ya que es invisible, mientras que los horizontes del pasado se extienden, abiertos a la vista, ante él (aquí hay enigmáticas analogías con la ontología de Heidegger). El espacio, que es un constructo social no menos que neurofisiológico, se cartografía e infle xiona lingüísticamente. Las lenguas lo habitan de maneras diferentes. Por medio de su "cartografía" y de sus denominaciones, las comunidades lingüísticas relevantes subrayan o borran diversos contornos y rasgos. El espectro de la diferenciación exacta entre los tonos y texturas de la nieve en las lenguas esquimales, las cartas de color que diferencian el pelo de los caballos en la jerga del gaucho argentino, son ejemplos clásicos. Los ejes del cuerpo humano por los que nos orientamos en nuestros espacios habituales son etiquetados y entendidos lingüísticamente. Los dialectos británicos ofrecen más de cien palabras y expresiones para la zurdez. La ecuación de zurdez y el mal (sinistra) está consagrada en las culturas mediterráneas. La antropología estructural nos ha enseñado que los conceptos e identificaciones de parentesco son ineluctablemente lingüísticas. Hasta nociones tan básicas como el parentesco o el incesto dependen de taxonomías, de una codificación léxica y gramatical inseparable de las opciones -colectivas, económicas, históricas, rituales- que se exponen en el habla. Verbalizamos, "fraseamos" -como la música- nuestras relaciones para nosotros mismos y para los demás. "Yo" y "tú" son datos de la sintaxis. Hay vestigios lingüísticos en los que esta distinción se desdibuja, por ejemplo en el dual griego arcaico. Aunque pueda asumir modos "surrealistas", la gramatología de nuestros sueños está organizada y diversificada lingüísticamente mucho más allá de los provincianismos de lo psicoanalítico, histórica o sociológicamente limitados. Qué enriquecedor podría ser tener pesadillas o sueños húmedos en -por ejemplo- albanés.


La consecuencia es una ilimitada riqueza de posibilidades. Toda lengua humana desafía a la realidad a su propia y singular manera. Hay tantas constelaciones de futuro, de esperanza, de proyección religiosa, metafísica y política, "soñando hacia delante", como formas verbales optativas y contrafactuales. La esperanza es investida de poder por la sintaxis. He conjeturado, sin que pueda ofrecer pruebas, que la justificación generativa de la "locura" del número y fragmentación de las lenguas -más de cuatrocientas sólo en la India- es análoga al modelo darwiniano de los nichos adaptativos. Toda lengua explota y transmite diferentes aspectos, diferentes potencialidades de la circunstancia humana. Toda lengua tiene sus propias estrategias de negación e imaginación. Ellas le permiten decir "no" a las restricciones físicas y materiales impuestas a nuestra existencia. Gracias a la(s) lengua(s) podemos desafiar o atenuar la monocromía de la mortalidad predestinada. Cada negación tiene su propia y testaruda trascendencia. Es este escándalo de la inextinguible "esperanza contra toda esperanza" lo que nos permite soportar el carácter de nuestra condición material e histórica, perennemente asesino y absurdo, y recuperarnos de él. Es la aparentemente derrochadora plétora de las lenguas lo que nos permite articular alternativas a la realidad, hablar con libertad dentro de la servidumbre, programar la abundancia dentro de la indigencia. Sin la gran octava de gramáticas posibles, esta negación y "alteridad", esta apuesta por el mañana no sería viable.


De ahí la pérdida verdaderamente irreparable, la disminución de las oportunidades del hombre, cuando muere una lengua. Con su muerte, no es sólo un linaje vital de remembranza -los tiempos verbales pasados o su equivalente-, no es sólo un paisaje lo que se borra: es la configuración de un futuro posible. Una ventana se cierra sobre cero. La extinción de lenguas que estamos presenciando en la actualidad -docenas de ellas pasan cada año a un silencio irremediable- es exactamente paralela a los estragos que se hacen en la fauna y la flora, pero de una forma más definitiva. Es posible replantar árboles; es posible, al menos en parte, conservar y acaso reactivar el ADN de las especies animales. Una lengua muerta sigue estando muerta o sobrevive como una reliquia pedagógica en el zoo académico. La consecuencia es un drástico empobrecimiento en la ecología de la psique humana. La auténtica catástrofe de Babel no es la dispersión de lenguas, sino la reducción del habla humana a unas cuantas lenguas planetarias, "multinacionales". Esta reducción, formidablemente impulsada por el mercado de masas y por la tecnología de la información, está ahora dando una forma nueva al mundo. La megalomanía tecnocrático-militar, los imperativos de la codicia comercial, están convirtiendo en un esperanto los vocabularios y gramáticas angloamericanas estándar. Debido a su intrínseca dificultad, tal vez el chino no usurpe esta triste soberanía. Cuando lo haga la India, su lengua será alguna variante del angloamericano. Así, en el hundimiento de las Torres Gemelas del World Trade Center el 11 de septiembre hubo un nauseabundo pero siniestro simulacro del misterio de Babel.La bendición de la variedad creativa se obtiene no sólo entre lenguas distintas, es decir, "interlingualmente". Actúa profusamente dentro de cualquier lengua determinada, "intralingualmente". El más exhaustivo de los diccionarios no es más que una abreviatura resumida, obsoleta ya cuando se publica. El uso léxico y gramatical está en perpetuo movimiento y fisión. Se escinde en dialectos locales y regionales. Los factores de diferenciación funcionan como entre clases sociales, ideologías explícitas o sumergidas, credos, profesiones. La jerga puede variar de un barrio de la ciudad a otro, de una aldea a otra. De una manera que sólo se ha dilucidado parcialmente, la lengua es moldeada por el género. Muchas veces, hombres y mujeres no quieren decir lo mismo cuando pronuncian o escriben la misma palabra. No entender "no" como una contestación es un indicador simbólico. Los cambios en significado e intención dentro de una generación y entre una y otra son constantes. En ciertos momentos de la historia social, de la conciencia familiar, de los reflejos del reconocimiento mutuo, estos cambios pueden tornarse espectaculares. Esto parece ser así en nuestro acelerado presente, entre grupos de edad separados por la mecánica misma de la información. Así, diferentes niveles de la sociedad, diferentes localizaciones geográficas, géneros y grupos de edad pueden llegar a estar al borde de la mutua incomprensión. La pluma estilográfica no habla con el iPod.


La fragmentación lingüística está al servicio de necesidades tanto agresivas como defensivas. Hablamos "por" nosotros mismos y solicitando al otro, rebelándonos contra él o desafiándo lo. Hasta las expresiones más corteses y gramaticalmente instruidas contendrán partículas de slang calculadas para acentuar la intimidad o la exclusión. Se obliga al muchacho de la escuela de élite, al novato, al cadete pardillo a memorizarlas cuando se reúnen con sus iguales. La jerga de la banda callejera o del hooligan futbolístico no es menos esnob, menos ritualizada. Se deduce que todos y cada uno de los intercambios semánticos, aunque se hagan en la misma lengua e incluso entre íntimos -quizá más marcadamente aquí-, comportan un proceso más o menos consciente, más o menos elaborado, de traducción. No hay mensaje, no hay arco de comunicación entre fuente y recepción que no tenga que ser descodificado. La inmediatez de la comprensión es una idealización del silencio. Habitualmente, la descodificación tiene lugar en el instante y, por así decirlo, pasa inadvertida. Pero cuando surgen las tensiones, privadas o públicas, cuando la desconfianza o la ironía o algún elemento de falsedad dejan oír su ruido de fondo, la interpretación recíproca, el acto hermenéutico puede devenir arduo e incierto. Entran en juego unos signos auxiliares. El tono, la inflexión, la entonación, el lenguaje corporal tanto pueden aclarar como ocultar. Es lo no dicho lo que se dice más alto.

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Anticipo del primer capítulo del nuevo libro de George Steiner.
PP.

viernes, 27 de junio de 2008

Nueva colección: "Biblioteca Desafíos Matemáticos" (Ed. Aguilar)

Acaba de aparecer en kioskos de diarios una nueva colección titulada "Biblioteca desafíos matemáticos" ( $16, al menos la primera entrega), cuyo primer título es el célebre texto de Martin Gardner "¡Ajá! Paradojas que hacen pensar". Altamente recomendado, el texto es buenísimo y muy claro para seguir los problemas presentados.
Otro títulos próximos a aparecer son:

"Los acertijos de Canterbury", de Henry Dudeney
"Las matemáticas de Oz", de Cliford Pickover
"El hombre que calculaba", de Malba Tahan
"Matemáticas, estás ahí?", de Adrián Paenza
"Un cuento enmarañado + Problemas de almohada", de Lewis Caroll
"Álgebra recreativa", de Yakob Perelman

jueves, 26 de junio de 2008

Isidoro Vegh. "La clínica y la topología: un encuentro imposible"

¿Es producto de una decisión arbitraria la apelación que el psicoanálisis hace a la escritura matemática, a la topología, a partir de la enseñanza de Jacques Lacan? ¿O tiene razones en la estructura del sujeto al cual se consagra nuestra disciplina? Casi al final de su seminario sobre “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” podemos ver escrita, es más que un dibujo, una escritura topológica, que Lacan llama “el ocho interior”. Con ella intenta presentarnos la marcha posible de una cura y también su tropiezo.



FIGURA 1
D: Línea de la demanda
I: Línea de intersección “identificación”
T: Punto de transferencia
d: el deseo

Veamos si podemos explicitar la lógica que está allí puesta en acto y en qué medida ella nos sirve para aproximarnos al objeto del psicoanálisis, el sujeto, y a la progresión que la dirección de la cura, cuando de un psicoanálisis se trata, pone en acto.
El ocho interior es el borde de una Banda de Möebius. Para un topólogo no hay inconveniente en extraer el borde y trabajar con él. La Banda de Möebius es una superficie unilátera. Si la hormiguita camina por ella va a recorrer el supuesto anverso y reverso sin necesidad de cruzar el borde. Podemos fácilmente realizarla, en una aprehensión acorde a nuestro imaginario, con un rectángulo de papel y haciendo una torsión.


FIGURA 2

Con una torsión, o una cantidad impar de torsiones, obtendremos este efecto, que se pueda recorrer la superficie, el supuesto anverso y reverso, sin necesidad de cruzar el borde. Esto hace que, además de ser unilátera, tenga un solo borde. Banda de Möebius, sin adentro ni afuera, es adecuada para representar una estructura que desdice cualquier idea de una psicología de la profundidad, no tiene como la topología de la esfera, un adentro y un afuera, una superficie y un interior, todo se juega en la superficie. Nosotros añadimos: todo se juega en la superficie del discurso del analizante. Es en su decir que habremos de encontrar los elementos inherentes a su estructura.

¿Cuál es la razón por la cual la Banda de Möebius es una estructura adecuada para mostrar la estructura del sujeto? Si a una Banda de Möebius se la corta por una línea paralela al borde que no sea la línea media, obtendremos algo que sorprende a nuestro imaginario y a nuestra intuición: una banda cilíndrica, en la cual para pasar del anverso al reverso hay que cruzar el borde, anudada a una Banda de Möebius más pequeña, más angosta.


FIGURA 3

Este corte paralelo al borde, desde el punto de vista topológico para nosotros no es un corte especialmente significativo. La Banda de Möebius persiste aunque sea más angosta, habiendo perdido una parte que se ha convertido en banda cilíndrica.
Si en cambio cortamos la Banda de Möebius por la línea media, es una manera de decirlo ya que en topología no hay medida, quiere decir que la cortamos en una sola vuelta, veremos que una vez más el resultado sorprende a nuestra intuición. Lo que obtendremos no es lo que suele decirse, según una aprehensión imaginaria, dos Bandas de Möebius, sino una sola banda cilíndrica.


FIGURA 4


El corte por la línea media hace que desaparezca la Banda de Möebius y que aparezca en su lugar una banda cilíndrica. Si aceptamos que la Banda de Möebius es una buena manera de escribir al sujeto, enseguida veremos por qué, recorrer con la tijera su línea media es hacer con la tijera un recorrido equivalente al de una Banda de Möebius. En términos topológicos podemos identificar la Banda de Möebius al recorrido que la tijera hace en una vuelta. Esto es lo que lo llevó a Lacan a decir que el sujeto es el corte en acto y a nombrar a esa línea media hecha por la tijera como la línea sin puntos que representa al sujeto. Con esta característica: que al recorrer esa línea media con la tijera, haciendo un corte, desaparece la banda y emerje una banda cilíndrica, efecto adecuado para representar al sujeto como pulsación, alternando el tiempo de alienación con el de separación. El sujeto emerge, como en un happening, y desaparece. Como en un relámpago se efectúa y vuelve nuevamente a estar bajo la represión.
¿Por qué decíamos que la banda es apta para presentar el sujeto tal como lo entendemos desde el psicoanálisis, como sujeto del inconsciente? Si tomamos, como dijimos antes, el borde de la banda, lo extraemos, podemos ver que puede adoptar en el plano o en el espacio tridimensional, la forma de un ocho, que si lo pliego es lo que Lacan llama el ocho interior.

FIGURA 5

Si hacemos ese borde, no con un lápiz, en un plano, sino con cuerdas, podemos superponer una vuelta con otra y entonces, si pensamos que la banda escribe en su borde, la serie regresiva de las demandas del analizante, cuando pase dos veces por el mismo lugar, escribirá el concepto freudiano de repetición. Pero si corremos un poco las cuerdas como para representar otra vez la superficie, si aceptamos que por el medio va esa línea de la cual hablamos antes, esa línea sin puntos del sujeto,

FIGURA 6

¿no podemos advertir fácilmente que cada punto de cada una de las dos vueltas del borde que están a la misma altura escribe un significante que representa al sujeto para el otro significante?. Definición clásica lacaniana: sujeto es lo que un significante representa para otro significante.
Si además, a la Banda de Möebius le pegamos, siguiendo su borde, un círculo, un disco, decimos con términos topológicos, tendremos lo que se llama el plano proyectivo, que en tanto se plantea como inmerso en el espacio, lo llamamos cross-cap. Ustedes podrán decir que es irrealizable en el plano tridimensional. Es verdad, pero para la matemática eso no quiere decir que no pueda producirse en la tetradimensionalidad, o en la enedimensionalidad. Será entonces un disco que se pega al borde de la banda y se autoatraviesa. Un disco en topología siempre puede ser trasladado con una equivalencia, en términos topológicos, a un disco más pequeño, y éste a un disco más pequeño, hasta ser homólogo a un punto.

FIGURA 7

Pues bien, este disco nos sirve para escribir el objeto a, un objeto que en la teoría lacaniana tiene dos valores que se nombran con dos terminologías diferentes: uno, cuando es el objeto que hace presente un goce: lo llamamos “plus-de-jouir”, “plus de gozar”. En cambio, cuando hay un corte con ese objeto, cuando ese objeto falta, como objeto falta lo llamamos “objeto causa del deseo”. Es una terminología que recupera lo que suelo llamar lógica socrática: sólo se desea aquello que nos falta. Si aceptamos que al borde de la banda podemos pegarle este disco, el corte por la línea media que es homólogo a la banda, es también un corte con ese disco. Éste es el verdadero corte que implica la interpretación. La intervención del analista, ya sea la interpretación o en cualquiera de sus otras modalidades, deviene acto cuando propicia un corte con el objeto de la Fixierung, con el objeto de la fijación a un goce parasitario. El resultado de ese corte es la efectuación del sujeto. A la línea sin puntos, le adjuntamos, entonces, un punto fuera de línea – “point-hors-ligne”, otro nombre del objeto a.
Pues bien, si vamos ahora a la escritura de Lacan con la que comenzamos este relato,

FIGURA 8



vamos a poner una X con fines didácticos en el lugar donde, decimos, comienza el recorrido regresivo de las demandas asociativas del analizante.
Pega una vuelta, y cuando comienza su segunda vuelta, una manera de escribir según dijimos, las repeticiones donde el analista escucha al significante que representa al sujeto, llegará un momento, marcado por el punto T, en que hay una entrada en otro plano. Esa entrada en otro plano marca también el lugar de una línea que no entra en ese otro plano. Es cuando se recorre el último cuarto de vuelta. Esa línea es la del camino equivocado de un análisis, es la línea de la identificación al analista puesto en el lugar del Ideal que deja las cosas como si estuviéramos en el comienzo. En cambio, si se atraviesa la línea de identificación, I, desde el punto T, donde la transferencia apela al analista ya no sólo como Sujeto supuesto Saber sino como presencia, será posible completar la vuelta de tal modo que se produzca el corte anhelado. ¿Cuál es la condición para que eso se produzca? Lacan escribe la d minúscula que suele ser el matema con el cual nos hace presente el deseo, y yo digo, es el deseo del analista el que permite que se siga el camino adecuado a lo que un psicoanálisis se propone. El amor de transferencia, que tiene por condición al deseo del analista, permite que el amor alcance el ser más allá del ser, el ser del sujeto más allá del falso ser del objeto que encadenaba su goce.
Entonces, como decía el título, la clínica y la topología hacen un encuentro imposible, que equivale a real.


(publicado originalmente en revista Imago-Agenda Nº 120, Letra Viva, junio de 2008)

sábado, 21 de junio de 2008

Pablo Peusner. "Caprichos"

Queridos lectores: como estoy partiendo de viaje y durante unos días el blog quedará sin nuevas entradas, hoy tuve ganas de compartir con vosotros mis últimos caprichos literarios.

Comencemos por un capricho español: Carlos Ruiz Zafón.
Luego de leer "La sombra del Viento" pensé que sería muy difícil superar ese equilibrio maravilloso, ese tono tan barcelonés y ese lugar tan especial que Ruiz Zafón le asigna al escritor y a los libro en su obra. Por suerte, me equivoqué.
"El juego del ángel" es excelente, y si supera al anterior no es tanto porque sea mejor, sino porque uno recuerda detalles de "La sombra..." que vuelven aquí con nuevos bríos. En especial el sensacional "Cementerio de los libros olvidados". En fin, para los que amamos los libros, este es indispensable. Cualquier aire fáustico es pura coincidencia.


El ingés Ian Mc. Ewan es un grande que no necesita presentación. Para mí es un artista mostrando cómo un detalle puede generar una catarata de efectos gigantes. En los libros anteriores podía tratarse de un encuentro swinger, del robo de un niño, de un asesinato, de una mentirita. Ahora se trata de... ¡una eyaculación! Una especie de humorada que no hace reír, sino más bien produce una sensación extraña.


Finalmente, un autor italiano. Alessandro Baricco ya había sorprendido con "Seda" y con "Océano, mar". Ahora tuvo una idea fuera de época: adaptar "La Ilíada" y leerla por radio para toda Italia. La emisión fue un éxito y, parece, que esa tarde la gente no se bajaba de sus autos en el afán de no perderse ni una línea de la historia. El texto de esa emisión es el que puede leerse en "Homero, Ilíada". Un balance de la historia, con un ritmo de época actual. Baricco decidió eliminar a los dioses del relato y dejó toda la acción en manos de los hombres. Menuda apuesta con un texto que ha formado buena parte de la cultura occidental.
Aquellos que hemos leído "La Ilíada", creo, sentimos que el tipo no ha traicionado los valores que allí se presentan (como sí lo hicieron en la estúpida película donde Brad Pitt es Aquiles...). Para quienes no leyeron el texto (lo que por otra parte no es ningún pecado, sino una verdadera pena) aquí tienen una excelente ocasión de acceder al espíritu mismo de la historia, con un estilo muy contemporáneo que no les dará tregua en la lectura. El libro es caro porque es importado, pero vale cada centavo de su precio. No se arrepentirán.

Estos son mis últimos caprichos literarios, libros de los que sostengo la lectura a pesar del cansancio luego de extensas jornadas de trabajo ligado al psicoanálisis.
Muchas veces, incluso públicamente en ocasión de presentar algún libro, confesé cierta "desesperación" que en ocasiones me apresa, cuando no sé cómo hacer para que la gente que quiero lea algo que me pareció imprescindible.
Si alguno de vosotros, queridos lectores, se considera como formando parte de esa cofradía, no dude en acercarse a estos libros (de los que abandoné, no me gustaron u odié, no deseo hablar, porque no merecen el espacio).
Hasta la vuelta.
PP


viernes, 20 de junio de 2008

Reseña del Seminario XIX. "... ou pire"

Aquí va una de las reseñas no incluídas en "Reseñas de Enseñanza" de Ed. Manantial.
PP.

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RESEÑA DEL SEMINARIO XIX. "... ou pire".


Título de una opción. Otros sus... piran (s’...oupirent). No pretendo hacerlo en mi honor. Se trata del sentido de una práctica, que es el psicoanálisis.
Me doy cuenta de que he doblado este seminario, con otro que se titula "el saber del psicoanalista", llevado por el tono de sarcasmo que me inspiraba Sainte-Anne a donde regresaba.
¿De qué modo mi título de Hautes-Études justifica que en París I-II, donde era invitado, haya hablado del Uno?, se me podría haber preguntado, puesto que era tácito.
Que a nadie se la haya ocurrido se debe al progreso que se me adjudica en el campo del psicoanálisis.
A los que señalo de sus... pirar (s’....oupirer), es al Uno a donde los lleva.
Por lo demás, no hacía pensamiento del Uno, pero, a partir de decir que "hay Uno", llegaba a los términos que su uso demuestra, para hacer de eso psicoanálisis.
Esto que ya está en Parménides, id est, el diálogo de Platón, a través de una curiosa vanguardia; (les pedí a mis oyentes que lo leyeran, ¿pero acaso lo hicieron? Quiero decir: ¿lo leyeron como yo?) no es ajeno al presente informe.
La fecha del discurso analítico exige que se aplique en un real tal que el triángulo aritmético, matemático por excelencia, sea transmisible fuera del sentido, el análisis del que Frege engendra el Uno del conjunto vacío, originado en su tiempo: es decir, donde él se desliza hacia el equívoco del nombre del número cero, para establecer que cero y uno hacen dos. De donde Cantor vuelve a poner en tela de juicio toda la serie de números enteros y devuelve el enumerable al primer infinito, aleph cero nombrado, el primer Uno otro que traslada el primero del corte: el que de hecho lo corta del dos.
Se trata de lo que Leibniz presentía con su mónada, pero que, por no haberla librado del ser, la dejó en la confusión plotiniana, la que crece en defensa e ilustración del amo (maître).
Allí es donde sus...piran (s’....oupirent) los analistas que no pueden acostumbrarse a ser (se faire à être) ascendidos como abyección al lugar definido que el Uno ocupa de derecho, con el agravante de que este lugar es el del semblante, o sea, allí donde el ser hace la letra, como se dice.
¿Cómo se acostumbrarían a que sea del lado del analizante que el Uno se admita aunque sea puesto a trabajar allí (cf. más lejos)?
Lo que soportan menos aún es la solidez que tiene el Uno en la ciencia moderna, no que se sostenga en él el universo, sino que la constancia de la energía encuentra allí su eje, al punto que incluso los rechazos de la univocidad por la teoría de los quantas no refutan esta constancia única, incluso que la probabilidad promueva al Uno como el elemento más cercano a la naturaleza, lo cual es cómico.
Es que convertirse en ser (se faire être) de la abyección supone que el analista esté arraigado de otro modo en una práctica que proviene de otro real: ese mismo que constituye nuestro desafío (enjeu) de decir.
Y no es lo mismo que la observación acerca de que la abyección en el discurso científico tenga rango de verdad, no menos. Esto, manifiesto desde el origen en la histeria de Sócrates, y en los efectos de la ciencia, adquirirá vigencia mucho antes de lo que se pueda imaginar.
¿Pero qué recuperar del al-menos-yo (moi) de los analistas, cuando es aquello que yo (je) aguanto?
¿Por qué Freud supo dar cuenta de que vuestra hija fuera muda? Se trata de la complicidad que acabamos de plantear, la de la histeria en la ciencia. Por lo demás, la cuestión no es el descubrimiento del inconsciente, que tiene en lo simbólico su materia formada con anterioridad, sino la creación del dispositivo cuyo real toca a lo real, o sea, lo que articulé como el discurso analítico.
Esta creación no puede producirse sino de una cierta tradición de las Escrituras, cuya juntura con lo que enuncia de la creación debe indagarse.
De ello resulta una segregación, contra la cual no estoy, aunque prefiera una alineación que se dirija a todo hombre, aun cuando no incluya seguir mis fórmulas no-toda mujer.
No es que una mujer esté menos dotada para sostenerse allí, todo lo contrario, precisamente porque ella no sus...pira (s’...oupire) por el Uno, siendo del Otro, para retomar los términos del Parménides.
Para decir crudamente la verdad que aparece en los enunciados de Freud acerca de la sexualidad, no hay relación sexual.
Esta fórmula tiene sentido por resumirlos en esta frase. Porque si el goce sexual se inyecta tanto en las relaciones de aquel que adquiere ser de la palabra —pues eso es el ser hablante— no es que tenga al sexo como lo que especifica una pareja, ninguna relación cuantificable, diría para señalar lo que exige la ciencia (y que aplica al animal).
Es más que concebible que el pensamiento universitario lo embrolle todo clasificándolo dentro del pansexualismo.
Pues si durante mucho tiempo la teoría del conocimiento no fue más que la metáfora de las relaciones del hombre con la mujer imaginada, el discurso psicoanalítico se ubica precisamente para oponerse a ello. (Freud rechaza a Jung.)
El análisis tiene la tarea de hacer la crítica de la inconsistencia de los antiguos decires del amor, esto es lo que resulta de la noción misma del inconsciente, en la medida en que se revela como saber.
Lo que nos aporta la experiencia que nos suministra el análisis es que el mínimo rodeo del texto de los dichos del analizante nos permite una captación de eso más directa que el mito, que sólo se recibe de lo genérico en el lenguaje.
Es volver al estado civil, sin duda, ¿pero por qué no este modesto camino?
Si hay solidaridad —y no hay nada más que decir— entre la no relación de los sexos y el hecho de que un ser sea hablante, es allí modo tan válido como los procedimientos de la conciencia el situar la supuesta obra maestra de la vida, ella misma considerada como idea reproductora, cuando por lo además el sexo se liga a la muerte.
Por lo tanto, en los nudos de lo simbólico es donde el intervalo situado de una no relación debe localizarse en su orografía, la que, por hacer mundo para el hombre, puede también decirse muro (mur), y proveniente del [a]muro (l’[a]mur).
De donde surge la consigna que doy al analista de no descuidar la disciplina lingüística para acceder a los nudos.
Pero no es para que esquive, según el modo que del saber en el discurso universitario hace semblante, lo que hay de real en ese campo delimitado como lingüístico.
El significante Uno no es un significante entre otros, y rebasa, en mi opinión, aquello de que sólo del entre-dos es posible suponer al sujeto.
Pero es donde reconozco que este Uno-allí no es más que el saber superior al sujeto, o sea, inconsciente, en tanto se manifieste como ex-sistente, el saber, digo, de un real del Uno-todo-solo, todo-solo allí donde se diría la relación.
A reserva de que no haya sino cero de sentido el significante por el cual el Otro se inscribe de estarle barrado al sujeto (s’inscrit d’au sujet être barré), S_A_tachada, escribo eso.
Por eso nombro nadas (nades)1 a los Unos de una de las series laterales del triángulo de Pascal. Este Uno se repite, pero no se totaliza con esta repetición: lo que se agarra de nadas de sentido, hechos de sin sentido, que se reconocen en los sueños, los lapsus, incluso las "palabras" del sujeto para que éste se dé cuenta de que ese inconsciente es el suyo.
Suyo como saber, y el saber como tal afecta, sin duda.
Pero ¿qué?, es la pregunta en la que uno se equivoca.
—No "mi" sujeto (el que nombré hace un momento: que constituye en su semblante, yo (je) decía su letra).
—Tampoco el alma, lo que imaginan los imbéciles, al menos permiten creerlo, cuando uno encuentra al leerlos esta alma con la que el hombre piensa, según Aristóteles, el alma que reconstruye un Uxküll, bajo las especies de un Innenwelt que es el rasgo-retrato (trait-portrait) del Umwelt.
Yo digo que el saber afecta el cuerpo del ser que no se hace ser sino de palabras, esto de partir en trozos su goce, recortarlo por allí hasta producir las caídas de las que hice el (a), que debe leerse objeto (objet) pequeño a, o bien abjecto (abjet), lo que se dirá cuando yo muera, con el tiempo o finalmente, se me entenderá, o también l(a) causa (l’[a]cause) primera de su deseo.
Este cuerpo no es el sistema nervioso, aunque ese sistema sirva al goce mientras empareja en el cuerpo la predación o, mejor, el goce del Umwelt tomado a manera de presa: la que no representa el rasgo-por-rasgo del Umwelt, como se insiste en soñarlo a partir de un residuo de la vieja filosofía, cuya traducción en "afecto" marca lo no analizado.
Es cierto que el trabajo (del sueño, entre otros) prescinde de pensar, de calcular, hasta de juzgar. Sabe lo que hay que hacer. Es su definición: supone un "sujeto", es der Arbeiter.
Lo que piensa, calcula y juzga es el goce, y el goce, siendo del Otro, exige que la Una, la que del sujeto hace función, esté simplemente castrada, es decir, simbolizada por la función imaginaria que encarna la impotencia, dicho de otro modo, por el falo.
En el psicoanálisis se trata de elevar la impotencia (la que da cuenta del fantasma) a la imposibilidad lógica (la que encarna lo real). Es decir, completar la partida de signos en la que se juega el destino humano. Basta con saber contar hasta 4, el 4 en el que convergen las tres grandes operaciones numéricas, 2 más 2, 2 por 2, 2 al cuadrado.
Sin embargo, el Uno, que ubico de la no-relación, no forma parte de estos 4, justamente porque sólo constituye su conjunto. Ya no lo llamemos la mónada, sino el Un-decir, puesto que es de él de donde vienen a ex-sistir los que in-sisten en la repetición, de la se necesitan tres para fundarla (lo dije en otra parte), lo que va a aislar el sujeto de los 4, al sustraerle su inconsciente.
Esto es lo que el año deja en suspenso, conforme a lo habitual del pensamiento que, sin embargo, no se excluye del goce.
De donde resulta que pensamiento sólo procede por vía de ética. Aún hace falta meter en vereda la ética del psicoanálisis.
El Un-Decir, de saberse el Uno-todo-solo, ¿habla solo? No hay diálogo, he dicho, pero este no-hay-diálogo (pas-de-dialogue) encuentra su límite en la interpretación, por donde se asegura como para el número, lo real.
De ello resulta que el análisis invierte el precepto de hacer bien (bien faire) y dejar decir (laissez dire), al punto que el bien-decir satis-faga (satis-fasse), puesto que no hay sino plus-decir (plus-en-dire) que responde al demasiado poco (pas-assez).
Lo que lalengua francesa ilustra del dicho: cómo (com-bien = cómo y qué bien) hacer cuestión de la cantidad.
Digamos que la interpretación del signo da sentido a los efectos de significación que la batería significante del lenguaje substituye a la relación que no podría cifrar.
Pero el signo, al retornar, produce goce por la cifra que permiten los significantes: lo que constituye el deseo del matemático, cifrar más allá del goce-sentido (jouis-sens).
El signo es obsesión que cede, hecho obcesión (escrito con c) del goce que determina una práctica.
Bendigo a los que me comentan que se enfrentan con la tormenta que sostiene un pensamiento digno, o sea: no contento de ser trillado por los caminos del mismo nombre.
Valgan estas líneas como señales de buena suerte (bon heur o bonheur, felicidad), de ellos que no lo saben.

NOTAS
1) Precisemos: la mónada es, pues, el Uno que se sabe solo, punto-de-real de la relación vacía; la nada (nade) es esa relación vacía insistente, sigue siendo la hénada (hénade) inaccesible, de la serie de números enteros por la que dos que la inaugura simboliza en la lengua el sujeto supuesto saber.

jueves, 19 de junio de 2008

FRANÇOIS DACHET. "L'innocence violée? Le Petit Hans Herbert Graf, devenir metteur en scène d'opera" (L'unbevue, 2008)


Hace precisamente cien años, Freud redactó el texto del caso de fobia de un niño de cinco años, conocido como el caso del Pequeño Hans. Bajo ese seudónimo prestado al joven Herbert Graf, Freud dio a conocer una concepción de la sexualidad infantil elaborada esencialmente con sus analizantes adultos. El psicoanálisis mantuvo luego al síntoma fóbico de Hans confesado en el texto freudiano, celosamente separado de la obra artística de renombre internacional que Herbert Graf prosiguió hasta su muerte en 1973. “La publicación de este primer análisis de un niño había causado una gran conmoción e incluso indignación, se habían predicho todas las desdichas al pobre muchacho, violado en su inocencia a una edad tan tierna, víctima de un psicoanalista”, escribe Freud en 1922.
El relanzamiento significante y literal producido a partir del seminario de Lacan no alcanzó para arrancar completamente estas cuestiones a los juicios pedagógicos, normalizantes, incluso psicopatológicos. Estos convergen hoy con las actas y reglamentos jurídico-políticos que conducen a una erradicación subjetiva de los niños con el objeto de proteger su supuesta inocencia. Restituir la obra de Herbert Graf al psicoanálisis permite reflexionar sobre estas cuestiones sin herir frontalmente la conmoción que su evocación suscita en las instituciones tanto como en la ciudad. Y también permite preguntarse qué relación mantiene actualmente el psicoanálisis con esos “casos”.

miércoles, 18 de junio de 2008

Ana María Gómez. "La clínica también se dice en matemas"

El intento de mostración-demostración del Psicoanálisis con respecto a su teoría y a su clínica no es nuevo ni novedoso. En todo caso re-novado. Basta recordar la apelación que Freud hace de su mostración del aparato psíquico no solo en “La interpretación de los sueños” –en tanto con el “esquema del peine” se esfuerza en poner en plano el funcionamiento de la “máquina”– sino también, ya en su segunda tópica, en “El Yo y el Ello”, con su esquema llamado “del huevo. Pero Freud recurre a la geometría plana, a las dos dimensiones, a dar un “topos” a lo que es dinámico, a lo que no tiene “locus” anatómico, y elegimos decir que esto –para no ir al remanido “imaginario” tan frecuentemente utilizado para decir y no decir– es un esfuerzo de figurabilidad, de puesta en forma de, y de, formalización. Pero no de formalización en el sentido de constituirnos en una ciencia formal, sino de dar una forma –aunque sea plana– de aquello que por no tener forma específica, cobra todas las formas. Ergo, el significante. Todos y ninguno, en suma cualquiera, pero que tenga, y venga a cobrar, el valor de acontecimiento.
Freud hace un esfuerzo superior por superar el “locus”, decíamos, la localización e incorporar el concepto de psiquismo a un cuerpo que está en todo atravesado por la acción eficaz del inconsciente. En este punto venía a nuestra memoria la metáfora lacaniana: “El hombre piensa con los pies”, en tanto ¿por qué siempre se apela a la “cabeza” como sede del pensamiento? ¿Y por qué supondríamos que el psiquismo tendría su sede en el cráneo que aloja al cerebro? Entonces, ¿toda patología derivada de causas psíquicas sería craneo-cerebral?
Lacan, munido de algunas pocas herramientas –lo cual hace a la delicia de sus detractores– pone en forma de matemas, grafos, topologizaciones y nudos, aquello que cobra entonces, tres dimensiones.
Para nosotros será aún más, en tanto inscribir, por ejemplo, un cuerpo viviente en la cuatridimensionalidad einsteniana, lo cual incluye el tiempo.
¿En qué, por qué, y para qué, serían útiles los recursos –en tanto recurrir– de Lacan a lo que, en general, llamaríamos sus “matemas”? Como él lo dijo: es una forma o modo de “poner en letritas lo Real”.
Se ha denunciado a Lacan de no dar cuenta suficientemente de su clínica; alguna vez se escuchó decir –con tanto exageración como su intento de defenestración– que toda su obra daba cuenta de su clínica.
“Al César lo que es del César y...” –parafraseando– a los matemas lo que es de ellos.
Decir la clínica en grafos y matemas simplifica su transmisión. Va de lo Imaginario del relato mítico –con todos los vicios del código– a la posibilidad de transmitir un mensaje que es puro Simbólico y da cuenta de un Real, un Real que como dijo el autor en cuestión alguna vez, hace nudo con lo Imaginario y lo Simbólico cediendo su lugar al síntoma. Es esta derogación imaginaria la que confunde y hace obstáculo a los principiantes: ellos quieren tener el contenido y se ofuscan con el continente.
En los principios, en los albores de su enseñanza, Lacan proponía experimentos-verbigracia: “el ramo invertido”. Luego comenzó a despojar su transmisión de esos artilugios y, por ejemplo, introdujo el esquema lambda.
Dejemos que nos interrogue quien quiere adentrarse en la enseñanza de Lacan: ¿para qué, nos diría, sirve el esquema lambda en la clínica? Los esquemas, grafos, matemas y objetos topológicos de Lacan nos posibilitan decir acerca de nuestra clínica sin hacer mitos y proponiéndonos “logos” y “poiesis”.
Pasamos así, en nuestro decir, del instante de la mirada, al tiempo para comprender al momento de concluir.
Todo relato de la clínica –de un fragmento de un discurso en análisis porque nunca sería, entre los analistas de otro modo– produce la fascinación de una historia humana. Luego, tras ese tiempo de coagulación en la mirada, y para que no quede en ello, se abre un tiempo para comprender y, en el mejor de los casos, se instaurará un momento de concluir.
Veamos. La dicente (¿por qué la recurrencia a la paciencia llamando a quienes vienen a decir a un psicoanalista serían “pacientes”?), ha tenido a lo largo de numerosas entrevistas pocos momentos de análisis. Es alguien que está tomada por la perversidad cotidiana de una familia disfuncional que la ha cristalizado en lo que hemos dado en llamar el lugar de la “Cenicienta” pero algo de su deseo se dice tras lo que se escucha en poder llegar a convertirse en princesa de su príncipe.
Las quejas son reiteradas en tanto el maltrato de sus familiares pero... “Aún” ella no deja de no reiterarlas en tanto sostenidas por un modo de goce. En una de esas entrevistas y ante el lenguaje infantiloide de ese ser, el analista, se escucha decir: “Hace años que decidí no escuchar niños en análisis”. Ella se silencia, hace una pausa y comenta: “¡Eso duele!”
¿Qué ha ocurrido, ante qué estamos en este que llamaremos –porque no hay otra forma más que esa de concebirlo– un momento de análisis? Ha ocurrido el acontecimiento pero este acontecimiento se puede decir de muchos modos.
En primer lugar, y haciendo referencia al esquema lambda, precisamente, la especularidad se ha disuelto por el tiempo del acontecer significante. El muro de lo imaginario, ese que conduce al Yo a espejarse con el otro para que éste le devuelva su propio mensaje invertido, se ha visto horadado por la acción del significante que, proviniendo del Gran Otro ha hecho advenir Sujeto del mismo. Seguimos hasta aquí la puesta en forma de ese esquema.
En segundo lugar, partiendo del discurso del analista, hemos arribado al discurso amo, discurso del significante, discurso del inconsciente, donde un significante viene a representar al sujeto para otro significante con producción de un resto entrópico de goce, de objeto llamado a. Y esto se muestra –y demuestra– en tanto “niños” (S1), “duele” (S2), y el Sujeto de ese dolor en el lugar de la verdad inconsciente. De ello ese plus de goce que da cuenta de un laborar y permite que la máquina siga girando. Porque si se arribó allí no es desde otra posibilidad que partiendo desde el discurso del analista –ese que, como decíamos, Lacan prefirió “un discurso sin palabras” y del que elegimos llamar “discurso del síntoma”, ampliando la nominación lacaniana de “Discurso de la histeria”.
En tercer lugar ese nudo de Imaginario, Real, Simbólico, –redondeles de cuerda de distintos espesores cada vez–, ha visto privilegiado su juntura entre Real y Simbólico: éste ha avanzado sobre lo Real corriendo sus límites: desde la docta ignorancia ha hecho camino con un nuevo símbolo, apuesta de lo Simbólico sobre lo Real. Se ha privilegiado, también, el buen amor de transferencia –ésta funcionó en ese momento– e hizo caer esa unión que impide entre Imaginario y Real, que más allá de designar la pasión del odio, en todas sus manifestaciones e infinitas gamas, abroquela el Imaginario.
Pero, además, la figura tórica de la demanda, tiene su lugar en esta historia. ¿Por qué adviene a entrevistas este ser? Porque la vida se le hace insoportable dada la locura de a dos que traman entre hermana y madre con consentimiento del padre y que la empuja a ella –derivación de su propio goce cercano en sus límites a un atisbo de Goce Otro– y porque en virtud de los mandatos que la quieren “Cenicienta”, se ha visto en riesgo de destruir su propio sendero de destino, por ejemplo, deconstruyendo su pareja, bien avenida, y con visos de proyecto de próxima concreción, en tanto su familia denosta a ese hombre –a quien ni siquiera conoce– con los peores calificativos y augurándole, a ella, los peores males.
La dicente –término tomado del lenguaje jurídico– dice al inicio de cada entrevisa: “¡Pasó de todo!”. Es un ritornello. Y esto tiene aserto de verdad en tanto el “todo” del lenguaje pasa por su historia, en general, sin dejar rastros, dada la pregnancia de la frase oracular del mandato.
Su demanda –así descifrada en estos tiempos de su decir– es que no pase todo sino que algo reste.
Conocemos el toro: una sucesión de bucles que permiten que uno conecte con el otro sin solución de continuidad. Un ocho interior que deja tras sí un cabo que permite que algo se siga anudando. Diríamos para él: algo de no deja de no girar. En el momento del acontecimiento ese giro ininterrumpido sí cesa para que algo se inscriba, el toro se cierra y en el agujero central se prefigura el goce del objeto llamado a. Pero pasemos a cómo se prefigura aquí el grafo completo del deseo.
Para todos un inicio: individuo de la necesidad, punto de partida para el ser, la persona, alguna vez el sujeto. Pero para algunos esa necesidad no es solo de “alimentos terrestres”, también lo es de “alimentos celestes”. Y ella no solo demandaría –como todo humano– sino que necesitaría perentoriamente ser amada, lo cual no ocurre.
Estamos acostumbrados –mal– a no leer los vectores de grafos y matemas; solemos aquietarnos con las “letritas”. Pero si Lacan los vectorializó, no es sin motivo. En primer lugar, desde esa necesidad de ser amada, reconocida, por su familia –en un vector que recorre todo el grafo, llegaremos a los Ideales del Yo, punto de llegada. Su familia no es lo que ella idealiza; es lo que es y lo que es resulta verdaderamente lo contrario de esos ideales por lo cual ella se escuda en su aparato de creencias yoico: “¡No lo puedo creer!”, habida cuenta que ella sí lo puede creer pero no quiere hacerlo. Es así que su mensaje circula entre el “moi”, Yo especular y la imagen del otro rebotada. Sin embargo, algo ocurre que le permite recircularizar algo de su decir a través del Otro, odre de los significantes y que, en este ejemplo viene a decirse por la voz del analista: “niños”. Sí, a veces niños, diría Nietzsche, “demasiado niños”. Y es lógico: relata que cuando niña su madre era muy distinta y la vida mucho más fácil para todos. Es así como ese significante hace camino y se encuentra con un retoño deseante para ir a recubrirse de los mismos y hacerse demanda-pulsión. Pero el deseo del Otro la quiere “niñificada”, nihilizada, hecha polvo de ser en tanto opacar sus logros para no calificar en exceso frente al fracaso de su hermana –además melliza–. Esto se configura en un fantasma oracular: “¡No vencerás!” –se construye. “¡No vencerás!” logrando una familia nuclear–, probablemente muy alejada del ideal pero también alejada del profundo malestar de esa “locura erotómana de a dos”, entre madre y hermana, con la connivencia de un padre totalmente impotente.
El significado que se da a esto es del orden del síntoma: está “escondida”, opacada, cubierta de cenizas, deslucida, descuidada en sus probables brillos falicizados porque lo contrario es peligroso y contra viene y contradice los mandatos del Gran Otro. Pero, y “Aún”...el significante en su “automathon”, no deja de no insistir y cuando insiste en transferencia está allí para ser escuchado y si lo es puede llegar a producirse el acontecer del sujeto del inconsciente. Sí, eso duele hoy para que mañana la herida se restañe en una vía de mayor placer y menos goce sin simbolizar, de ventura, de promesa para sí misma. Es por ello y para ello que mantiene y lleva a cabo un análisis. Porque si bien conocemos freudianamente “El porvenir de una ilusión” y todo el malestar que conlleva el estar en la cultura, como diría Sartre, somos seres “felicitantes”. Y fue el mismo Lacan quien pronunció aquello de que un análisis alcanza con que alguien sea más feliz por vivir.
Grafos, nudos, matemas, “seres” u objetos topológicos, en suma: letritas para un Real que, henchido de goce no dejará de hacer obstáculo, definitivamente agujero profundo, “ombligo” sin simbolizar para nunca jamás. Pero si de ese Real que anida en el corazón mismo de la clínica, algo se puede transmitir, ¿por qué no?
Muchos practicantes “no pueden” con matemas, grafos, nudos y objetos topológicos. Los desdeñan por incapacidad. Es su propia incapacidad para despegarse del sentido, del exceso de imaginarización y poder transitar con solvencia lugares matriciales. Es nuestra eventual dificultad para solo en un “a posteriori” dejar que ello cobre algún sentido al inscribir de ese modo un fragmento de discurso en análisis. ¿Es imprescindible hacerlo? No. Pero es un instrumento impostergable para que el resultado de una escucha no se deje deshilvanar en los meandros de las reminiscencias.
Además, y lo más importante, es un legado, es una herencia, es una tradición ya para algunos analistas. Hagamos honor de ello porque en ello, precisamente, reside la genialidad de algunos pensadores que así lo merecen y no desdeñemos por nuestras propias limitaciones aquello que por difícil –en realidad dificultoso– se nos opondría. Basta desprejuiciar para poder producir. Para ello también para los psicoanalistas es fundamental desprenderse del instante de la mirada para pasar por el tiempo para comprender para arribar, alguna vez, a un momento de concluir.

(Publicado originalmente en Imago-Agenda Nº 120, Letra Viva, Junio de 2008)

martes, 17 de junio de 2008

Apareció el segundo volumen de los Escritos de Jacques Lacan (traducción revisada)

Siglo XXI completa con este volumen la publicación de los Escritos de Lacan una obra que, desde su publicación original, logró una repercusión inesperada que excedió el campo su especialidad, convirtiéndose en un texto decisivo para el pensamiento del siglo XX, por la integración de los recursos provenientes de disciplinas como la filosofía, la antropología, la lingüística, la lógica y la topología. Tal vez, una de las causas de su vigencia sea que estudiosos de diversas áreas sigan encontrando en los Escritos de Lacan un pensamiento siempre heterodoxo para abordar cuestiones centrales como el lenguaje, el lugar del sujeto y lo social. Esta edición definitiva, que la editorial incluye en su colección Biblioteca Clásica de Siglo Veintiuno, está revisada y corregida siguiendo la edición francesa del texto integral (París, Seuil, 1999). Así, la rigurosidad del texto de Lacan, exenta de toda complacencia, invita al lector a realizar un ejercicio de lectura a la letra, tal como el autor señala que debe leerse el deseo. “El descubrimiento del psicoanálisis es el hombre como animal hablante. Es al analista a quien le corresponde poner en serie las palabras que escucha y darles un sentido, una significación. Deshagámonos del hombre promedio, que no existe. No es más que una ficción estadística. Existen individuos, es todo. Cuando escucho hablar del hombre de la calle, de encuestas, de fenómenos de masa y de este género de cosas, pienso en todos los pacientes que vi pasar por el diván durante cuarenta años. Ninguno se parece en ninguna medida a otro, ninguno tiene las mismas fobias, las mismas angustias, la misma manera de contar, el mismo miedo de no entender”-Jacques Lacan.

Sobre esta nueva versión, véase mi comentario aquí.