sábado, 30 de mayo de 2009

Charles Melman. "A propósito del incesto" (2002)


En ocasión de la Feria del Libro, Letra Viva anunció la aparición del libro "Para introducir al psicoanálisis hoy en día", del célebre psicoanalista francés Charles Melman. El autor presentará este libro el 4 de agosto a las 19.30 hs en la sala Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional. Mientras tanto y a modo de adelanto, aquí va uno de los anexos al libro, la conferencia que Melman pronunciara en Estrasburgo en el año 2002, titulada "A propósito del incesto" -a mi gusto, de lo más interesante del libro-.


Podés descargar la conferencia, haciendo click aquí.

viernes, 29 de mayo de 2009

Charles S. Pierce. "¿Qué es un signo?" (1894)



¿QUÉ ES UN SIGNO?
Charles S. Peirce (1894)
Traducción castellana de Uxía Rivas (1999)


Publicado parcialmente en CP 2.281, 285 y 297-302. Este trabajo, compuesto probablemente a principios de 1894, fue originalmente el primer capítulo de un libro titulado "El arte de razonar", pero luego resultó ser el segundo capítulo del multivolumen de Peirce "Cómo razonar: Una crítica de los argumentos" (también conocida como "La gran lógica").] En esta selección Peirce ofrece una explicación de los signos basada en un análisis de la experiencia consciente tomando como punto de partida sus tres categorías universales. Estudia las tres clases principales de signos -iconos, índices y símbolos- y pone muchos ejemplos. Sostiene, como había hecho anteriormente, que el razonamiento debe implicar estas tres clases de signos, y afirma que el arte del razonar es el arte de ordenar signos, enfatizando así la relación entre lógica y semiótica.


Para descargar el archivo, hacé click aquí

miércoles, 27 de mayo de 2009

Maria Pierrakos. "La tapeuse de Lacan" (L'Harmattan, Paris)

Ella no habla, tampoco escribe, pero ¡ella tipea! En la dedicatoria a sus amigos, quienes la han sostenido con su aliento, Maria Pierrakos califica su empresa de quijotesca. En su libro “La estenotipista de Lacan”, ella no carga contra los molinos de viento, sino contra quien fuera un prodigioso molino de palabras: el mismo Jacques Lacan. La crítica de aquel a quien apodó “el Salvador Dalí del psicoanálisis” es un ejercicio difícil. La gran complejidad de su pensamiento, y sobre todo de su lenguaje, requiere de una inversión intelectual que pocos están listos a prestar, sobre todo si ellos se nutren ya de prevenciones ante un hombre cuya actividad creadora parece haber acrecentado más el número de seminarios que el de los conocimientos verificables... “La estenotipista de Lacan” es un testimonio escrito con talento, al mismo tiempo que una reflexión accesible acerca del ejercicio del psicoanálisis y sus dificultades... La Sra. Pierrakos reconoce que existen psicoanalistas lacanianos de buena práctica y de buena compañía, pero ella les encuentra que, desde su punto de vista, las características del maestro (sinrazón, arrogancia, no-respeto, empresa) exponen sus muchos excesos. Por otra parte, el entusiasmo que un discurso tal pudo suscitar plantea una pregunta problemática: ¿cómo estos brillantes representantes de una generación en plena rebelión contra la autoridad pudieron llegar a adorar, justamente, a dos figuras de autoridad como Jacques Lacan y el presidente Mao? Y algunos de sus discípulos, y no los menores, quedaron fascinados simultáneamente por esos dos faros del pensamiento. ¿Y por qué ese título, “La estenotipista de Lacan” La autora se explica: durante sus doce años de tarea semanal a los pies del maestro, él no le dirigió una sola vez la palabra. Pero, un día, prevenido de que ella debía retirarse de su puesto antes de la hora habitual, anunció al auditorio: “Hoy terminaremos más temprano, porque la estenotipista debe partir...”.

François Lelord
Le Figaro

martes, 26 de mayo de 2009

Judith Revel. "Diccionario Foucault" (Nueva Visión, 2009)

Este libro, publicado en francés en 2008, es una versión ampliada y revisada de El vocabulario de Foucault, de la misma autora, publicado en el 2002. Incluye un vocabulario de términos básicos de la obra de Foucault y un diccionario de autores destacados por su contribución a la trama conceptual o a los problemas de esa obra: de Kant a Nietzsche y Sastre, de Bataille y Blanchot a Canguilhem, Deleuze y Derrida.
El Diccionario Foucault presenta a la vez la recuperación de conceptos filosóficos heredados de otros pensamientos, la creación de conceptos inéditos y la elevación a la dignidad filosófica de términos tomados el lenguaje corriente. Por otra parte, se trata de un vocabulario que muchas veces surge a partir de prácticas, y que muchas veces surge a partir de prácticas, y que se propone a su turno generarlas: en efecto; como a Foucault le gustaba recordarlo, un instrumental conceptual es literalmente una “caja de herramientas”

lunes, 25 de mayo de 2009

Jacques Lacan. "El fenómeno lacaniano" (Niza, 30/11/1974)


Conferencia pronunciada en el Centro Universitario Mediterráneo (CUM) de Niza, el 30 de Noviembre de 1974. Texto establecido por Jacques-Allain Miller a partir de la transcripción realizada por Mme. Elisabeth Geblesco (la autora de "Un amor de transferencia. Diario de mi control con Lacan") desde una grabación de M. François Péissier. Traducido al castellano por Miquel Bassols. Publicado en la Revista “Uno por Uno” Nro 46 (1998).
Agradezco a Claudia Gaspar por hacerme llegar el material.
Descargá "El fenómeno lacaniano", haciendo click aquí.
PP.

sábado, 23 de mayo de 2009

Oliver Sacks. "Musicofilia" (Anagrama, 2009)

Qué curioso resulta ver a toda una especie –miles de millones de personas– interpretando y escuchando pautas tonales que carecen de significado, ocupando y dedicando gran parte de su tiempo a lo que denominan “música”. Esa fue, al menos, una de las cosas relacionadas con los seres humanos que desconcertaron a los seres alienígenas enormemente cerebrales, los Superseñores, en la novela de Arthur C. Clarke El fin de la infancia. La curiosidad los lleva a descender a la superficie de la Tierra para asistir a un concierto, que escuchan educadamente, y al final felicitan al compositor por su “tremenda inventiva”, aunque todo aquello sigue pareciéndoles absurdo. No entienden lo que les ocurre a los seres humanos cuando hacen o escuchan música, pues a ellos no les pasa nada. Ellos, como especie, carecen de música.
Podríamos imaginarnos a los Superseñores cavilosos en sus naves. Tendrían que admitir que eso que llaman música es, en cierto modo, eficaz para los humanos, fundamental para la vida humana. No obstante, carece de conceptos, no elabora proposiciones; carece de imágenes, símbolos, el material de que está hecho el lenguaje. Le falta poder de representación. No guarda una relación lógica con el mundo.
Son escasos los humanos que, al igual que los Superseñores, carecen del aparato nervioso que les permite apreciar tonos y melodías. Prácticamente para todos nosotros, la música ejerce un enorme poder, lo pretendamos o no y nos consideremos o no personas especialmente “musicales”. Esta propensión a la música, esta “musicofilia”, surge en nuestra infancia, es manifiesta y fundamental en todas las culturas, y probablemente se remonta a nuestros comienzos como especie.
Los humanos somos una especie tan lingüística como musical. Es algo que adquiere formas diversas. Todos nosotros (con muy pocas excepciones) podemos percibir la música, los tonos, el timbre, los intervalos, los contornos melódicos, la armonía y (quizá de una manera sobre todo elemental) el ritmo. Integramos todas estas cosas y “construimos” la música en nuestras mentes utilizando muchas partes distintas del cerebro. Y a esta apreciación estructural, en gran medida inconsciente, de la música se añade una reacción emocional a menudo intensa y profunda. “La inexpresable profundidad de la música –escribió Schopenhauer– tan fácil de comprender y sin embargo tan inexplicable, se debe al hecho de que reproduce todas las emociones de nuestro ser más íntimo, pero de una manera totalmente falta de realidad y alejada de su dolor (...) La música expresa sólo la quintaesencia de la vida y sus acontecimientos, nunca éstos en sí mismos.”
Escuchar música no es un fenómenos tan sólo auditivo y emocional, sino también motor: “Escuchamos música con nuestros músculos”, escribió Nietzsche. Llevamos el ritmo, de manera involuntaria, aunque no prestemos atención de manera consciente, y nuestra cara y postura reflejan la “narración” de la melodía, y los pensamientos y sensaciones que provoca.
Gran parte de lo que ocurre durante la percepción de la música también puede ocurrir cuando la música “se interpreta en la mente”. La gente, al imaginar la música, incluso personas relativamente poco musicales, suele hacerlo de una manera extraordinariamente fiel no sólo a la melodía y el sentimiento del original, sino a su tono y tempo. En todo esto subyace la extraordinaria tenacidad de la memoria musical, de manera que gran parte de lo que se oye durante los primeros años puede que quede “grabado” en el cerebro durante el resto de la vida. Nuestros sistemas auditivos, nuestros sistemas nerviosos, están exquisitamente afinados para la música. Hasta qué punto esto se debe a las características intrínsecas de la propia música –sus complejas pautas sónicas que se entretejen en el tiempo, su lógica, su ímpetu, sus secuencias inseparables, sus ritmos y repeticiones insistentes, la misteriosa manera en que encarna la emoción y la “voluntad”– y hasta qué punto obedece a resonancias especiales, sincronizaciones, oscilaciones, excitaciones mutuas, o retroalimentaciones en el circuito nervioso inmensamente complejo y de muchos niveles que subyace a la percepción musical y la reproduce, es algo que todavía no sabemos.
Pero esta maravillosa maquinaria –quizá por ser tan compleja y tan tremendamente desarrollada– es vulnerable a diversas distorsiones, excesos y averías. La capacidad de percibir (o imaginar) la música puede verse afectada por ciertas lesiones cerebrales; hay muchas formas de amusia. Por otro lado, la imaginería musical puede volverse excesiva e incontrolable, lo que conduce a la repetición incesante de melodías pegadizas o incluso a alucinaciones musicales. En algunas personas, la música puede provocar ataques. Existen riesgos neurológicos especiales, “trastornos de destreza”, que pueden afectar a los músicos profesionales. La asociación habitual de lo intelectual o lo emocional puede alterarse en algunas circunstancias, de manera que se puede percibir la música de manera fiel, pero permanecer indiferentes o impasibles ante ella, o, por el contrario, conmoverse de manera apasionada a pesar de ser incapaces de encontrarle ningún “sentido” a lo que se oye. Algunas personas –en un número sorprendentemente elevado– “ven” colores o “huelen” o “gustan” o “perciben” diversas sensaciones cuando escuchan música, aunque esta sinestesia se considere más un don que un síntoma.
William James hablaba de nuestra “sensibilidad para la música”, y al tiempo que la música puede afectarnos a todos –nos calma, nos anima, nos consuela, nos emociona, o nos sirve para organizarnos y sincronizarnos cuando trabajamos o jugamos–, también podría ser especialmente poderosa y poseer un gran valor terapéutico para pacientes de diversas dolencias neurológicas. Estas personas podrían responder de manera intensa y específica a la música (y en ocasiones a poco más). Algunas de estas personas presentan problemas corticales generalizados, ya sea a causa de una apoplejía, el Alzheimer u otras causas de demencia; otras presentan síndromes corticales específicos: pérdida de las funciones del lenguaje o del movimiento, amnesias o síndromes del lóbulo frontal. Algunos son retrasados, algunos autistas; otros muestran síndromes subcorticales como Parkinson u otros trastornos del movimiento. Todos los pacientes de estas enfermedades y muchas otras podían reaccionar a la música y a la terapia musical.
Lo primero que me incitó a pensar y escribir sobre música ocurrió en 1966, cuando vi el intenso efecto que la música producía en pacientes con Parkinson profundo, hecho que posteriormente relaté en Despertares. Y desde entonces, de muchas más maneras de las que podía concebir, me he encontrado con que la música llamaba continuamente mi atención, demostrándome sus efectos en casi todos los aspectos de la función cerebral... y de la vida.
El término “música” ha sido siempre una de las primeras cosas que he buscado en el índice de cualquier libro de texto nuevo de neurología o fisiología. Pero apenas encontré ninguna mención al tema hasta la publicación, en 1977, del libro de Macdonald Critchley y R. A. Henson Music and the Brain, con su abundancia de ejemplos históricos y clínicos. Puede que una de las razones de la escasez de historias clínicas musicales sea que los médicos rara vez les preguntan a sus pacientes si tienen algún problema con su percepción musical (mientras que un problema lingüístico, por ejemplo, inmediatamente sale a la luz). Otra razón de este descuido es que a los neurólogos les gusta explicar, encontrar mecanismos hipotéticos, y también describir; y prácticamente no hay neurociencia de la música anterior a la década de 1980. Todo esto ha cambiado en las dos últimas décadas gracias a las nuevas tecnologías que nos permiten ver la actividad del cerebro mientras la gente escucha, imagina o incluso compone música. Existe en la actualidad un corpus de investigaciones enorme, y que crece rápidamente, acerca de la estructura nerviosa de la percepción y la imaginería musical, y los trastornos complejos y a menudo extravagantes a los que son propensos. Estos descubrimientos de la neurociencia son inmensamente estimulantes, pero siempre existe el peligro de que el simple arte de la observación se pierda, de que la descripción clínica se vuelva superficial y se haga caso omiso de la riqueza del contexto humano.
Es evidente que ambos enfoques son necesarios, y que hay que combinar la observación y la descripción “a la antigua usanza” con lo último en tecnología, y en este libro he intentado incorporar los dos elementos. Pero, por encima de todo, he pretendido escuchar a mis pacientes y sujetos, imaginar y comprender sus experiencias: éstas forman el núcleo de este libro.
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(Fragmento de la introducción al libro)

viernes, 22 de mayo de 2009

Supervisar con Lacan. Acerca de "Un amor de transferencia. Diario de mi control con Lacan [1974-1981]" de Élisabeth Geblesco (El cuenco de plata)

En algún texto anterior, compartí con los lectores mi pregunta acerca del posible valor de los libros escritos sobre la experiencia de los autores de haber conocido personalmente a Jacques Lacan. Casi todos escritos después de su muerte, algunos de ellos dejan adivinar cierta intención política, otros cierto afán de auto-propaganda de su autor y, tal vez los menos, exorcizar la huella dejada por esa experiencia. Sin embargo, por estos días ha aparecido la versión española de los diarios que Élisabeth Geblesco, psicoanalista de nacionalidad rumana que desarrolló todo su trabajo en Niza, redactaba “en caliente” luego de sus controles (o lo que en Buenos Aires llamamos “supervisiones”) con Lacan. Élisabeht Geblesco recorría quincenalmente los 900 kilómetros que separan Niza de París para supervisar con Lacan (generalmente los lunes) y asistir a su seminario al día siguiente (en aquella época el seminario había pasado de los miércoles a los martes). Las notas fueron tomadas el mismo día de la supervisión, en “la pocilga” (sic) donde ella se alojaba, o en el tren que la llevaba de regreso. Ahora bien, la autora de los diarios falleció en Mónaco el 26 de agosto de 2002, y fue su hermana conjuntamente con Branko Aleksic, miembro de la Asociación Internacional para la Historia del Psicoanálisis, quienes decidieron publicar el material. ¿Cómo considerar la posición de su autora, quien había hecho público sus visitas de supervisión con Lacan, pero no la escritura de los diarios?
En una nota fechada el 20 de diciembre de 1976, Élisabeth Geblesco escribe: “Al escribir siento una repulsión tan grande que no sé si podré hacerlo. Me obligo porque pienso que sólo el hecho de que todas las entrevistas sean anotadas le da un valor a lo que escribí hasta ahora, que algún día se insertará en la historia del psicoanálisis; no por sí mismo, sino por lo que se podrá leer más tarde sobre Lacan, en intersección con otras opiniones” (pág. 113, las itálicas son de la autora). ¿Se insertarán estas páginas en la historia del psicoanálisis, tal como ella lo esperaba? Dejo ese trabajo a los historiadores. Es mi intención solamente que este libro se conozca y se lea, y en pocas líneas quisiera justificar mis motivos.
Mucho podríamos discutir y citar acerca de la práctica de la supervisión (me cuesta llamarlo “control” ya que no es un término que se use con frecuencia, al menos aquí, en Buenos Aires). El hecho es que todos los que practicamos como psicoanalistas hemos supervisado un caso al menos una vez. Los formatos seguramente permiten una pequeña clasificación caprichosa: supervisión en transferencia, supervisión sin transferencia (con el supervisor “obligado” en una Institución), supervisión individual, grupal y hasta con el propio analista. Los motivos también suelen ser diversos: porque el caso se trabó, porque ocurrió algo que “dividió” al analista, o por las dudas... Nunca es sencillo y más de una vez nos ha traído problemas –y afirmo esto como supervisando, tanto como supervisor–. Pero hay que leer estas páginas para notar que lo que la autora termina denominando “análisis de control” con Lacan, tuvo un peso subjetivo enorme para ella, y que su testimonio –además de pintar el contexto del “último Lacan”– da cuenta de un esfuerzo por llevar el psicoanálisis hasta el final.
Comencé a leer el libro intentando seguir los avatares de los pacientes de Élisabeth Geblesco, sus intrincadas y difíciles circunstancias (obviamente, ella le relataba a Lacan sus casos más complejos). A esos planteos, Lacan apenas respondía: “Exactamente”, “¡Muy bien!”, “¡Es exactamente eso!”, e interrumpía los encuentros luego de dos, cinco u ocho minutos... (Geblesco festeja cuando Lacan le dedicó un cuarto de hora).
Pero luego de las primeras páginas se me hizo notable que el verdadero asunto, o sujeto más bien, del libro, era su vínculo tan intenso con Lacan; vínculo que la llevó a convertirse en un referente del psicoanálisis en su ciudad, a invitar a Lacan a pronunciar una conferencia allí en noviembre de 1974 (“El fenómeno lacaniano”), y a intervenir numerosas veces en el Seminario, generando un diálogo intenso con Lacan a partir de una serie de cuestionamientos tan profundos como los que pueden leerse a lo largo de sus diarios.
A lo largo de las notas que los componen, su autora muestra los esfuerzos realizados por trabajar con Lacan (esfuerzos económicos, de salud e incluso políticos). Y también, hay que decirlo, por acompañar a Lacan hasta el final, cuando muchos otros lo fueron abandonando –es notable ver cómo el consultorio y el seminario tenían cada vez menos asistentes–.
Las últimas notas hablan de un Lacan enfermo, casi abatido, cuyo estribillo, luego de escasos minutos de conversación se presentaba con un “¿cuándo la veo de nuevo, querida?”, que la obligaba a doblar la apuesta por un encuentro más. Todo el libro habla de cierto sufrimiento: el de los pacientes, el de Élisabeth Geblesco, el de Lacan... hasta que la muerte tornó imposible el reencuentro.
En estos días, en los que andaba con mi ejemplar bajo el brazo, algunos colegas me preguntaron si el libro “estaba bueno”. Yo no podría decir que sí, pero en cambio, debo confesar que lo considero un libro de lectura indispensable, para que cada quien tome posición ante una práctica a la que Lacan fue fiel hasta su muerte. Hablar con Lacan, hablarle a Lacan, parece, ha sido una experiencia notable para casi todos sus interlocutores, de la que todos han testimoniado salir profundamente transformados. Este libro es un testimonio de esa transformación y por eso, humildemente sugiero que debe ser leído. Al fin y al cabo es un libro, otro libro; y siempre liber enim, librum aperit...

PP.

jueves, 21 de mayo de 2009

Marcelo Alonso. "Aquí también hay dioses. El descubrimiento de Freud" (Biblos, 2009)

La invención de Freud abre un campo y establece una comunidad. Su deseo marca la vía de acceso, en la que se entraman la biografía con sus deseos y pasiones, con la teoría y con la praxis, pero también con los avatares políticos de las sociedades. En estas páginas desfilan ciertos acontecimientos que fueron delineando los rasgos estructurales dentro de los que, aún hoy, se mueven las asociaciones que forman a los psicoanalistas. Desde Lacan es preciso reflexionar sobre los fundamentos que posibilitan una escuela de psicoanálisis. Ésta sólo es factible cuando existe un ámbito abierto al pólemos y al diálogo, es decir, a la crítica franca y a la diferencia; condición vital para la constitución de una comunidad de experiencia y de transmisión que favorezca la producción de sus miembros. Pero estos problemas convocan otras líneas, que llevan más lejos de lo que se cree. Un abismo impulsa el descubrimiento freudiano: decidir quién es el hombre. Ingresar en esta esfera nos traslada camino al lenguaje; como encrucijada, aparecen referencias a pasajes antiguos –de Heráclito, de Lao Tse y de las Upanishads– que, de otra manera, versan sobre lo mismo. Quizá el saber del psicoanalista sea simplemente que el sujeto se articula en el lógos; un soplo anima lo que brota de una falta dejando como resto un objeto y, algunas veces, como trazo un estilo.

Para ver la reseña publicada en Página 12, hacé click aquí.

miércoles, 20 de mayo de 2009

JORGE LUIS BORGES. "Kafka y sus precursores" (Otras Inquisiciones)



Yo premedité alguna vez un examen de los precursores de Kafka. A éste, al principio, lo pensé tan singular como el fénix de las alabanzas retóricas; a poco de frecuentarlo, creí reconocer su voz o sus hábitos, en textos de diversas literaturas y de diversas épocas. Registraré unos pocos aquí, en orden cronológico.
El primero es la paradoja de Zenón contra el movimiento. Un móvil que está en A (declara Aristóteles) no podrá alcanzar el punto B, porque antes deberá recorrer la mitad del camino entre los dos, y antes la mitad de la mitad, y antes, la mitad de la mitad, y así hasta el infinito; la forma de este ilustre problema es, exactamente, la de El Castillo, y el móvil y la flecha y Aquiles son los primeros personajes kafkianos de la literatura. En el segundo texto que el azar de los libros me deparó, la afinidad no está en la forma sino en el tono. Se trata de un apólogo de Han Yu, prosista del siglo IX, y consta en la admirable Anthologie raisonée de la littérature chinoise (1948) e Margoulié. Ese es el párrafo que marqué, misterioso y tranquilo: "Universalmente se admite que el unicornio es un ser sobrenatural y de buen agüero; así lo declaran las odas, los anales, las biografías de varones ilustres y otros textos cuya autoridad es indiscutible. Hasta los párvulos y las mujeres del pueblo saben que el unicornio constituye un presagio favorable. Pero este animal no figura entre los animales domésticos, no siempre es fácil encontrarlo, no se presta a una clasificación. No es como el caballo o el toro, el lobo o el ciervo. En tales condiciones, podríamos estar frente al unicornio y no sabríamos con seguridad que lo es. Sabemos que tal animal con crin es caballo y que tal animal con cuernos es toro. No sabemos como es el unicornio."
El tercer texto procede de una fuente más previsible; los escritos de Kierkegaard. La finalidad mental de ambos escritores es cosa de nadie ignorada; lo que no se ha destacado aún, que yo sepa, es el hecho de que Kierkegaard, como Kafka, abundó en parábolas religiosas de tema contemporáneo y burgués. Lowrie, en su Kierkegaard, transcribe dos. Una es la historia de un falsificador que revisa, vigilado incesantemente, los billetes del Banco de Inglaterra; Dios, de igual modo, desconfiaría de Kierkegaard y le habría encomendado una misión, justamente por haber avezado el mal.
El sujeto de otra son las expedientes al Polo Norte. Los párrocos habrían declarado desde los púlpitos que participar en tales expediciones conviene a la salud eterna del alma. Habrían admitido, sin embargo, que llegar al Polo es difícil y tal vez imposible y que no todos pueden acometer la aventura. Finalmente, anunciarían, que cualquier viaje de Dinamarca a Londres, digamos en el vapor de la carrera-, o un paseo dominical en coche de plaza, son, bien mirados, verdaderas expediciones al Polo Norte, La cuarta de las Prefiguraciones la hallé en el poema Fears and Scruples de Browning, publicado en 1876. Un hombre tiene, o cree tener, un amigo famoso. Nunca lo ha visto y el hecho es que éste no ha podido, hasta el día de hoy, ayudarlo, pero se cuentan rasgos suyos muy nobles, y circulan cartas auténticas. Hay quien pone en duda los rasgos, y los grafólogos afirman la apocrifidad de las cartas. El hombre, en el último verso, pregunta: "¿Y si este amigo fuera Dios?".
Mis notas registran asimismo dos cuentos. Uno pertenece a las Histories désobligeantes de León Bloy y refiere el caso de unas personas que abundan en globos terráqueos, en atlas, en guías de ferrocarril y en baúles, y que mueren sin haber logrado salir de su pueblo natal. El otro se titula Carcassonne y es obra de Lord Dunsany. Un invencible ejército de guerreros parte de un castillo infinito, sojuzga reinos y ve monstruos y fatiga los desiertos y las montañas, pero nunca llegan a Carcasona, aunque alguna vez la divisan. (Este cuento es, como fácilmente se advertirá, el estricto reverso del anterior; en el primero, nunca se sale de una ciudad; en el último, no se llega).
Si no me equivoco, las heterogéneas piezas que he enumerado se parecen a Kafka; si no me equivoco, no todas se parecen entre sí. Este último hecho es el más significativo. En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría. El poema Fears and Scruples de Browning profetiza la obra de Kafka, pero nuestra lectura de Kafka afina y desvía sensiblemente nuestra lectura del poema. Browning no lo leía.
Como ahora nosotros lo leemos. En el vocabulario crítico, la palabra precursor es indispensable, pero habría que tratar de purificarla de toda connotación de polémica o rivalidad. El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres. El primer Kafka de Betrachtung es menos precursor del Kafka de los mitos sombríos y de las instituciones atroces que Browning o Lord Dunsany.

martes, 19 de mayo de 2009

(A pedido) JACQUES LACAN. "Joyce, el sínthoma" (I y II)

A pedido de algunos de vosotros, aquí están los dos textos conocidos como "Joyce, el sínthoma (I)" y "Joyce, el sínthoma (II)".

Para descargarlos, hacé click sobre los títulos.
Cordialmente.
PP.

lunes, 18 de mayo de 2009

Karl Löwith. "Paul Válery. Rasgos centrales de su pensamiento filosófico" (Katz, 2009)

"Fue principalmente por los 'Cahiers' que me quedó claro que el poeta y escritor Valéry es un pensador, y que es un pensador absolutamente libre, absolutamente independiente de todas las tradiciones arraigadas y convertidas en convenciones", escribe Karl Löwith en el prólogo de esta obra que él mismo consideró como su testamento intelectual. Atraído por la ambición apasionada del espíritu imaginativo y radical de Valéry, Löwith se propuso en este estudio comprender el proceso por el cual el escritor francés aspiraba a alcanzar el máximo de conciencia posible "de lo que es": "Habiéndose entrenado una vida entera para renunciar a cualquier ligereza de un pensamiento ligado al lenguaje, alcanzó el punto cero de una pureza de todo lo vago y lo mezclado. El camino que recorrió el pensamiento de Valéry, y que le hizo poner todo en duda, hace de él un pensador tan moderno como anacrónico"

sábado, 16 de mayo de 2009

JACQUES LACAN. "Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos" (1973)



INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ALEMANA DE UN PRIMER VOLUMEN DE LOS ESCRITOS


Acerca del sentido del sentido (the meaning of meaning), se planteó la pregunta. Señalaría que, con de ordinario, la pregunta se planteaba teniendo ya respuesta para ella, sin no se tratase ahí simplemente de un juego de manos universitario.
El sentido del sentido en mi práctica se capta (Begriff) por el hecho de que se fugue: que hay que entender como de un tonel, no como un salir a escape.
Es por el hecho de que tenga fugas (en el sentido: tonel) que un discurso toma su sentido, esto es: por el hecho de que sus efectos sean imposibles de calcular.
Se puede sentir que el colmo del sentido es el enigma.
Por mi parte, que no me exceptúo de la regla susodicha, es por la respuesta, que he hallado por mi práctica, que planteo la pregunta del signo al signo: ¿Cómo se señala que un signo es signo?
El signo del signo, dice la respuesta que hace de pre-texto a la pregunta, es que cualquier signo puede desempeñar, tan bien como la suya, la función de cualquier otro signo, precisamente porque puede substituirlo. Pues el signo no tiene alcance sino porque debe ser descifrado.
Sin duda hace falta que, a través del desciframiento, la sucesión de los signos adquiera un sentido. Pero no es porque una dicho-mensión dé a la otra su término que ella misma deja al descubierto su estructura.
Hemos dicho lo que vale el rasero con el que se mide el sentido. Llevarlo a su término lo le impide hacer agujero. Un mensaje descifrado puede seguir siendo un enigma.
El relieve, o lo que sobra, de cada operación –una de ellas activa, la otra sufrida-, sigue siendo neto.
El analista se define a partir de esa experiencia. Las formaciones del inconsciente, como yo las llamo, demuestran su estructura por el hecho de ser descifrables. Freud distingue la especificidad del grupo: sueños, lapsus y chistes, del modo, del mismo modo, con que opera con ellos.
Sin duda Freud se detiene cuando ha descubierto el sentido sexual de la estructura. De lo que en su obra no se halla sino sospecha, aunque ciertamente formulada, es que el test del sexo sólo se atiene al hecho del sentido, pues en ninguna parte, bajo ningún signo, se inscribe del sexo mediante una razón.
Sin embargo, es con todo derecho que de esa razón sexual podría ser exigida la inscripción: puesto que al inconsciente se le reconoce el trabajo del ciframiento, esto es, de lo que el desciframiento deshace.
Puede pasar por más elevado en la estructura cifrar que contar. El embrollo, pues está hecho exactamente para eso, comienza con la ambigüedad de la palabra cifra.
La cifra funda el orden del signo.
Pero, por otra parte, hasta 4, hasta 5 quizás, lleguemos hasta 6 como máximo, los números, que pertenecen a lo real aunque cifrado, los números tienen un sentido, el cual sentido denuncia su función de goce sexual. Este sentido no tiene nada que ver con su función de real, pero abre una visión de conjunto sobre lo que puede dar cuenta de la entrada de algo real en el mundo del “ser” hablante (queda bien entendido que su ser le viene de la palabra). Sospechemos que la palabra tiene la misma dicho-mensión gracias a la cual lo único que es real y que no pude inscribirse con ella es la razón sexual.
Digo: sospechemos, para las personas, como se dice, cuyo estatuto está tan vinculado en primer lugar a lo jurídico, al semblante de saber, o incluso a la ciencia, la cual en efecto se instituye a partir de lo real, que no pueden ni abordar el pensamiento de que sea con la inaccesibilidad de una razón que se encadene la intrusión al menos de esta parte del resto de lo real.
Esto en un “ser” viviente del cual lo menos que se puede decir es que se distingue de los demás por el hecho de habitar el lenguaje, como dice un alemán que me honro en conocer (como se expresa uno para denotar el haber hecho su conocimiento). Este ser se distingue por esa morada, la cual es fofa, en el “sentido” de que lo hace plegarse, a dicho ser, sobre toda clase de conceptos, esto es de toneles, todos ellos más fútiles los uno que los otros.
Esta futilidad la aplico, sí, incluso a la ciencia, de la cual es manifiesto que sólo progresa por la vía de tapar lo agujeros. Que siempre lo consiga es lo que la hace segura. Mediante lo cual ella no tiene ninguna especie de sentido. No diría sin embargo lo mismo de lo que produce, que curiosamente es la mismo cosa que lo que sale por la fuga de la cual la hiancia de la razón sexual es responsable: esto es, lo que anoto como el objeto (a), que se lee a minúscula.
Para mi “amigo” Heidegger, evocado más arriba por el respeto que le tengo, que consienta en detenerse un instante –voto que emito puramente gratuito puesto que sé que no podría hacerlo-, detenerse, digo, sobre la idea de que la metafísica no fue nunca nada y no sabría prolongarse sino ocupándose de taponar el agujero de la política. Es su fuerza.
Que la política no alcance la cima de la futilidad, es precisamente en lo que se afirma el buen sentido, el que hace la ley: no tengo que subrayarlo, dirigiéndome como lo hago al público alemán que tradicionalmente añadió ahí el sentido llamado de la crítica. Sin que sea vano recordar aquí a dónde lo condujo eso hacia 1933.
Es inútil hablar de lo que articulo con el discurso universitario, puesto que especula con lo insensato en tanto que tal y que, en ese sentido, lo mejor que puede producir es el chiste, el cual sin embargo le da miedo.
Este miedo es legítimo, si pensamos en el que aplasta contra el suelo a los analistas, esto es, a los hablantes que se encuentran estando sujetados a ese discurso analítico, del cual no podemos dejar de sorprendernos que haya advenido en unos seres –hablo de los hablantes- de los cuales todo está dicho diciendo que no han podido imaginarse su mundo sino suponiéndolo embrutecido, esto es, partiendo de la idea que tienen desde no hace tanto tiempo del animal que no habla.
No les busquemos excusas. Su ser mismo es una de ellas. Pues tienen el beneficio de ese destino nuevo: el de que, para ser, les haga falta existir. Incolocables en ninguno de los discursos precedentes, sería preciso que, respecto de éstos, ellos ex-sistieran, mientras que se creen obligados a tomar apoyo en el sentido de esos discursos para proferir aquel con el cual el suyo se contente; con toda la razón, pues es el más fugaz, lo cual acentúa esa fugacidad.
Todo les lleva sin embargo a la solidez del apoyo que tienen en el signo: aunque sólo fuere el síntoma con el cual han de tratar y que, con el signo, hace un nudo gordo, un nudo tal que alguien como Marx lo percibió, aun sin dejar de atenerse al discurso político. Apenas me atrevo a decirlo, porque el freudomarxismo es el embrollo sin salida.
Nada les enseña, ni siquiera que Freud fuese médico y que el médico, como la enamorada, no es muy largo de vista, y que es por tanto a otra parte adonde les hace falta ir para tener su genio: señaladamente haciéndose sujeto, no de un machaqueo, sino de un discurso, de un discurso sin precedente del cual sucede a veces que las enamoradas resultan geniales por haber encontrado en él su beneficio, ¿qué digo? Por haberlo inventado mucho antes de que Freud lo estableciera, sin que, por lo demás, para el amor les sirva de nada: es patente.
Yo, que sería el único, si no hubiera quien me siguiera en ello, en hacerme sujeto de ese discurso, demostraré una vez más por qué algunos analistas se embarazan con él sin recurso.
Mientras que el recurso es el inconsciente, el descubrimiento por Freud de que el inconsciente trabaja sin pensar en ello, ni calcular, ni tampoco juzgar y que, no obstante, el fruto está ahí: un saber que basta descifrar, pues consiste en un ciframiento.
¿Para qué sirve ese ciframiento?, diría yo para retenerlos, abundando en la manía, planteada por otros discursos, de la utilidad (decir “manía de lo útil” no niega lo útil). El paso no se da por este recurso, el cual, sin embargo, nos recuerda que, fuera de lo que sirve, esté el gozar. Que en el ciframiento está el goce, sexual ciertamente, está desarrollado en el decir de Freud, y lo suficiente como para concluir de ello que lo que implica es que ahí reside lo que pone un obstáculo a la razón sexual establecida, por lo tanto al hecho de que jamás pueda escribirse esa razón: quiero decir que el lenguaje deje de ella un rastro que no sea una chicana infinita.
Claro está, ente los seres que, sexuados, lo son (aunque el sexo no se inscriba sino por la no-razón), hay encuentros.
Hay buena suerte. Incluso es lo único que hay: ¡menos mal! Los “seres” hablantes son felices, felices por naturaleza, es incluso de ella todo lo que les queda. Y por el intermedio del discurso analítico, ¿no podrían llegar a serlo un poco más? Esta es la pregunta de la cual –siempre la misma cantinela-, no hablaría si la respuesta no estuviera ya.
En términos más precisos, la experiencia de un análisis hace entrega a aquel que llamo el analizante -¡ah! qué éxito obtuve con esta palabra entre los pretendidos ortodoxos, y cómo confesaban con ello que se deseo, en el análisis, era no tener nada que ver- hace entrega al analizante, digo pues, del sentido de sus síntomas. Pues bien, planteo que estas experiencias no podrían sumarse. Freud lo dijo antes que yo: todo en un análisis ha de ser recogido –donde se ve que el analista no puede salirse de esa dependencia-, ha de ser recogido como si nada hubiera quedado establecido en ninguna parte. Esto quiere decir, ni más ni menos, que la fuga del tonel siempre ha de ser abierta de nuevo.
Pero lo mismo sucede con la ciencia (y Freud no lo entendía de otro modo, vista corta).
Pues la cuestión comienza a partir de lo siguiente: que hay tipos de síntoma, que hay una clínica. Sólo que resulta que esa clínica es de antes del discurso analítico, y que, si éste le aporta una luz, es seguro, pero no cierto. Ahora bien, tenemos necesidad de la certeza porque sólo ella puede transmitirse, pues se demuestra. Es la exigencia de la cual la historia muestra, para nuestro estupor, que fue formulada mucho antes de que la ciencia respondiera a ella, y que aun cuando la respuesta fuera muy distinta del paso abierto que la exigencia había producido, la condición de la que partía, esto es, que su certeza fuera transmisible, fue satisfecha.
Nos equivocaríamos si nos fiásemos de no hacer otra cosa que aplazar esto; aunque fuese con la reserva del menos mal.
Pues hace mucho tiempo que una opinión así dio pruebas de ser verdadera, sin que con ello hiciera ciencia (cf. el Menón, donde lo que se agita es eso mismo).
Que los tipos clínicos responden a la estructura, es algo que puede escribirse ya, aunque no sin vacilación. Sólo es cierto y transmisible del discurso histérico. Es incluso en eso que en él se manifiesta un real próximo al discurso científico. Se observará que he hablado de lo real, no de la naturaleza.
Por lo cual indico que lo que responde a la misma estructura no tiene forzosamente el mismo sentido. Por eso mismo no hay análisis sino de lo particular: no es en absoluto de un sentido único que una misma estructura procede, menos aún cuando esa estructura alcanza al discurso.
No hay sentido común del histérico, y aquello merced a lo cual en ellos o ellas juega la identificación, es la estructura y no el sentido, tal como se lee bien por el hecho de que esa identificación se refiere al deseo, es decir a la falta tomada como objeto, y no a la causa de la falta. (Cf. el sueño de la bella carnicera –en la Traumdeutung- convertido por mis cuidados en ejemplar. No prodigo los ejemplos, pero cuando me meto en ellos, los llevo al paradigma.)
Los sujetos de un tipo no tienen pues utilidad para los demás del mismo tipo. Y es concebible que un obsesivo no pueda dar el más mínimo sentido al discurso de otro obsesivo. Es precisamente de ahí que parten las guerras de religión: si es cierto que, en lo que se refiere a la religión (pues es el único rasgo por el cual las religiones hacen clase, por lo demás insuficiente), hay obsesión en lo que ocurre.
Es de ahí que resulta que no hay comunicación en el análisis sino por una vía que trasciende al sentido, la que procede a partir de la suposición de un sujeto al saber inconsciente, esto es, al ciframiento. Es lo que articulé: sujeto-supuesto-saber.
Es por ello que la transferencia es amor, un sentimiento que es esa ocasión adquiere una forma tan nueva que introduce en él la subversión, no porque sea menos ilusoria, sino porque se da un partenaire que puede ser que responda, lo que no es el caso en las otras formas del amor. Vuelvo a poner en juego la buena suerte, con la diferencia de que, esa posibilidad, esta vez viene de mí y yo debo proporcionarla.
Insisto: es amor que se dirige al saber. No es deseo: pues, por lo que se refiere al Wißtrieb, aunque tenga el cuño de Freud, ya puede uno esperar sentado, que no hay ni lo más mínimo. La cosa llega hasta tal punto que en eso se funda la pasión mayor en el ser hablante, que no es el amor, ni el odio, sino la ignorancia. Esto lo palpo todos los días.
Que los analistas –digamos aquellos que sólo por ponerse como tales tienen ese empleo; y lo concedo por ese único hecho: realmente, que los analistas, lo digo pues en el pleno sentido de la palabra, tanto si me siguen como si no, no hayan comprendido aún que lo que hace entrada en la matriz del discurso no es el sentido sino el signo, es algo que da la idea que se precisa de esa pasión de la ignorancia.
Antes de que el ser imbécil sea preeminente, otros sin embargo, nada tontos, enunciaban del oráculo que éste no revela ni esconde: hace signo.
Era en los tiempos de antes de Sócrates, el cual no es responsable, aunque fuera histérico, de lo que siguió: el largo rodeo aristotélico. De ahí viene que Freud se pusiera a escuchar a los socráticos que he dicho, volvió a los de antes de Sócrates, desde su punto de vista los únicos capaces de dar testimonio de lo que él encontraba.
No es porque el sentido de la interpretación que dan haya tenido efectos que los analistas están en lo verdadero, puesto que, aun cuando fuese justa, sus efectos son incalculables. La interpretación no da testimonio de ningún saber, pues tomándolo según su definición clásica, el saber se asegura con una posible previsión.
Lo que han de saber es que, saber, hay uno que no calcula, pero que no por ello trabaja menos para el goce.
¿Qué es lo que del trabajo del inconsciente no puede escribirse? Hete aquí dónde se revela una estructura que sé pertenece al lenguaje, si su función es permitir el ciframiento. Lo que es el sentido a partir del cual la lingüística fundó su objeto aislándolo: con el nombre de significante.
Es el único punto mediante el cual al discurso analítico le toca entroncar con la ciencia, pero, si el inconsciente da testimonio de un real que le sea propio, inversamente ahí se halla nuestra posibilidad de elucidar de qué manera el lenguaje vehicula en el número el real con el que se elabora la ciencia.
Lo que no cesa de escribirse está sostenido por el juego de palabras que la lengua mía ha conservado de otra, y no sin razón, la certeza de la cual da testimonio en el pensamiento el modo de la necesidad.
¿Cómo no considerar que la contingencia, o lo que cesa de no escribirse, no sea el lugar a través del cual la imposibilidad –o lo que no cesa de no escribirse-, se demuestra? Y que de ahí se dé testimonio de un real que, por no tener mejor fundamento, sea transmisible por la fuga a la cual responde todo discurso.

7 de octubre de 1973

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jueves, 14 de mayo de 2009

MARC BARBUT. "Acerca del sentido del término estructura en matemáticas"

En la sesión del 14 de diciembre de 1966, del seminario XIV sobre La lógica del fantasma, Lacan introduce en relación con la noción de estructura que necesita el psicoanálisis, la estructura algebraica de grupo, y más específicamente el llamado "grupo de Klein":
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"Cuando les hablo de verdades fundamentales no es culpa mía si algunas cosas no están
a su alcance. Una de estas verdades primeras es la que trata de la noción de estructura.
De entre las estructuras matemáticas llamadas algebraicas elijo lo que se llama un grupo. Y más concretamente se trata del grupo de Klein, grupo definido por cierto número de operaciones [es pues un grupo cuyos elementos son operaciones], no más de tres, y lo que resulta de estas se define por una serie de igualdades muy simples entre dos de ellas y un resultado que puede obtenerse de otra manera, es decir, por uno de los otros, uno por otro, los dos por ejemplo."
.
Lacan después de decir esto y poner un ejemplo no demasiado claro, remite, para que todo esto que propone sea más comprensible, al artículo que presentamos aquí donde M. Barbut se refiere a la noción de estructura en matemáticas y toma como ejemplo de la misma el grupo de Klein al
que se refiere Lacan.
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Para descargar el texto completo de Marc Barbut en formato *pdf, hacé click aquí.

lunes, 11 de mayo de 2009

PABLO PEUSNER. "El sufrimiento de los niños" (2ª edición, corregida y aumentada) Letra Viva, 2009


Han pasado ya diez años desde que apareció la primera edición de este libro. Diez años es mucho tiempo y recién ahora caigo en la cuenta de la osadía de aquel intento, justificado básicamente en el interés del docente universitario que yo era en aquel entonces por logificar algo que tendía a interpretarse de manera imaginaria y hasta como un cuentito. ¿Por qué volver a la carga diez años después, cuando mi contexto ha cambiado tanto?
Podría invocar aquí motivos editoriales, ya que el libro se ha tornado difícil de conseguir. También podría agregar que como en los libros posteriores hice referencia al mismo, el interés por su lectura creció. Sin embargo, otras son las causas y conviene dar cuenta de ellas, para que el intento de una nueva edición resulte honesto y justificado.
A la distancia El sufrimiento de los niños se ha transformado en una fórmula. Originalmente, la idea de considerar la situación de consulta por un niño como un fenómeno de doble entrada no parecía tan arriesgada. Pero luego de diez años de leer mucho de lo que mis colegas han producido en el campo de la clínica con niños, de escuchar cientos de presentaciones de casos y de discutir algunos en particular en la práctica de la supervisión, noto que los modos de consideración de la posición de los padres y parientes en las consultas por un niño siguen siendo problemáticas, y hasta generadoras de contradicción en el medio psicoanalítico. Y la sencillísima fórmula de El sufrimiento... sigue siendo para mí un ordenador de la posición del psicoanalista, una herramienta posible en aquellos puntos de detención de nuestro trabajo.
Ahora bien, la ocasión de esta nueva edición permitía agregarle al libro una segunda parte que incluyera un material que, a mi criterio, hacía serie con mis ideas acerca de El sufrimiento...Se trata de un seminario titulado Elementos para una teoría lacaniana de la familia, en el que realicé un recorrido por ciertos textos de Jacques Lacan, recorrido que halló su punto de partida en la temprana noción de “complejo familiar” y se extendió hasta los desarrollos sobre la “constelación familiar”.


Pablo Peusner

jueves, 7 de mayo de 2009

Jornada sobre Debilidad Mental (Córdoba, 9 de mayo de 2009)

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Queridos amigos: con motivo de la Jornada del afiche, estaré en la ciudad de Córdoba por unos días, así que el blog descansará hasta mi vuelta. Espero que puedan aprovechar el tiempo para revisar los últimos posteos, algunos de los cuales son realmente muy jugosos.
Hasta pronto.
PP

miércoles, 6 de mayo de 2009

Los lunes del FARP. Conferencia de Irene Gruss.


Irene Gruss ha propuesto la lectura previa de un documento,
que puede descargarse haciendo click aquí.
Para agrandar, hacé click sobre la imagen

martes, 5 de mayo de 2009

Alejandro Ércoli. "El crimen lacaniano"

Introducción

Trabajaremos en esta oportunidad con un texto de Lacan, “Introducción teórica de las funciones del psicoanálisis en criminología” (Escritos I, editor siglo XXI,).
En primer lugar me interesa comentar una idea que me produjo el encuentro con ese material. Pensé la cárcel, la situación de encierro, las exigencias institucionales, el malestar que implica la institución para los presos y los empleados para abordar la posición de los analistas que allí se desempeñan. Me propongo avanzar hacia algunos aspectos de la relación entre determinación social y subjetividad. La piedra de apoyo será el margen social, obviamente desde los que están en conflicto con la ley.
Para iniciar este breve recorrido, considero fundamental ubicar el valor del crimen y de la criminología en el contexto del psicoanálisis según Lacan. La obra de Lacan como todos conocen se compone de dos masas teóricas vinculadas entre si, esto es lo que escribió y la transmisión oral denominada “El Seminario”. Ambos registros componen gran parte de su enseñanza. Dentro de “Los Escritos”, en la edición SigloXXI, pueden verificar que el texto sobre criminología figura en el mismo nivel que otros trabajos mas fácilmente pensados como cruciales para el psicoanálisis. Nombro algunos de estos, “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”, “Variantes de la cura-tipo”, “Intervención sobre la transferencia”, nadie se sorprendente del valor de estos textos. Resulta menos frecuente interrogarse sobre la función del crimen, para pensar la clínica. Normalmente este dato no es tenido en cuenta. No obstante, Lacan le adjudicó un sitio clave en su obra.
Lacan en su texto sobre criminología, evidencia su pregunta sobre la relación del psicoanálisis y la criminología, está atento a ciertos crímenes, a ciertos saberes de la época, pero se mantiene interrogando los fenómenos y las explicaciones que circulan a cerca de los mismos. De hecho podría haber dado algún tipo de interpretación psicoanalítica de los mismos, sin embargo va mas a fondo con el lugar que puede tener el psicoanálisis frente al delito. Es una maniobra que lo sostiene como analista, básicamente ser un preguntón alguien que descree de aquellas opiniones que en nombre del discurso científico, fijan la norma. En tanto psicoanalista, hace de los fenómenos una pregunta y avanza. Me recuerda a la explicación que ofrece en “Subversión del sujeto…”, allí dice que Freud al encontrarse con la histérica, no se encandiló con lo florido de la presentación, sino que le pidió que hable que le cuente que le pasa, la hizo hablar.
El año que Lacan escribe sobre el crimen es 1950, un momento en que la psiquiatría en Francia contaba con forenses de prestigio que impulsaban la psicopatología del crimen (En el libro Los Anormales, Foucault señala los años 50 caracterizados por las pericias psiquiátricas) como explicación. Sin embargo dio un paso hacia delante en el tratamiento de este asunto, ubicado como analista. Se preocupó por pensar en las explicaciones de sus colegas, y volver a formular las cosas. Mi modo de entender esto, no es únicamente adjudicarle genialidad, sino reencontrar en su estrategia, los alcances del deseo del analista.
Es por esto que me atrajo la idea de utilizar la experiencia clínica con pacientes en conflicto con la ley, para poder avanzar en la teoría psicoanalítica. Hacer de los elementos vinculados a este tema significantes a interpretar. Esta versión no supone un analista especializado -en leyes, presos o una psicopatología carcelaria- sino, como desde un problema social -que se ha agudizado en estos tiempos, por el capitalismo y la globalización-, se puede abordar al sujeto, y su modo de relación con el Otro. Se trata de leer el conflicto con la ley, el encierro, anudado tanto a cuestiones sociales como a otra escena, más que hacerlo consistir en la persona del delincuente. Hacer del criminal y el crimen significantes, mas que cuadros psicopatológicos.
Por eso creo en la necesidad de enfocarnos en la clínica más que en la especialización, lugar este último al que se nos convoca permanentemente desde la institución judicial y desde el discurso científico. Aquellos que trabajan en cárceles, identificarán mejor, el pedido de que se expidan como expertos en sus opiniones o informes. Lacan no se convirtió en criminólogo, pero igualmente se apasionó en establecer el sentido del crimen para el sujeto y la cultura.
Tengamos presente que la sociedad con los ideales que la comandan podría bien constituir lo Otro del encierro. La oferta de este tiempo de eludir la castración, por medio del impulso al consumo desmedido, como si la sustancia de los objetos portara la felicidad. Las ideas del individuo exitoso, la inmediatez en las relaciones de amor, el mundo virtual que impone variaciones en el vínculo social, generan una escena. Aquellos que tomados por esta “realidad” no califican para formar parte, quedan fuera, excluidos. Esta exclusión, es efecto del discurso, con los ideales de individualismo y readadptación. Al quedar parte de la sociedad sin poder ser representado por los significantes de estos tiempos, se genera un retorno feroz de aquellos ubicados en el margen -el criminal, es una de las pocas inscripciones posibles, no es quien falta a la ley sino lo que la pericia determina-. Muchas veces el retorno parece desde lo real, por ejemplo los robos, los asesinatos, la lista es amplia.
Si ubico brevemente estos efectos de nuestro mundo globalizado, del capitalismo cada vez más fuerte, es en principio para evidenciar que cierta tensión ligada al delito, resulta explicada por la responsabilidad individual, avalada por peritajes de expertos en delitos, y no se tiene en cuenta una demanda social de éxito inmediato. Cambian las cosas si pensamos que el delito se vincula con las exigencias del Otro social a pensarlo como un desajuste originado en un individuo patológico.
Volviendo a lo escrito por Lacan, entiendo este material del psicoanalista francés como un desafío, hacia sus pares tantos psiquiatras como psicoanalistas. No me refiero a una intención de provocar creo que se dirige con mucho respeto al hablar de otros teóricos del tema, como Kate Friedlander. Simplemente que el planteo de cómo pensar el crimen va desde lo social, la cultura hacia el sujeto, retoma la estructura del lenguaje como anclaje, etc., y se va diferenciando de las teorías que se apoyan en el individuo, la patología y la morbilidad. En este sentido, es distinto pensar a un sujeto determinado por la cultura, que a un enfermo ya sea a causa de algo orgánico, o por la liberación de sus pulsiones casi imposibles de contener. Los modelos criminológicos que convergen en la individualidad como centro, según este escrito de Lacan aportan una explicación insuficiente del crimen.
Es necesario considerar un dato vinculado con la inscripción del psicoanálisis en la ciencia positivista. Según la apreciación de Jean Claude Milner en su libro “La Obra Clara” (editado en castellano por Bordes Manantial), a fines de la Segunda Guerra el psicoanálisis formaba parte de la ciencia moderna, y por ello había “secretado su propia técnica “ para utilizar una expresión de este autor. Entiendo que entonces el psicoanálisis perdió su valor novedoso, dejó de ocuparse de lo que era un resto para la ciencia. En este sentido creo que surgieron intentos de explicar el delito haciendo del descubrimiento freudiano, una técnica científica. Una referencia que podría ejemplificar este enfoque, es la versión del psicoanálisis desplegada por Alfred Hitchcock en el film Spellbaund. El texto de Lacan va a cuestionar ese encamisado, centrándose más en la cultura que en la ciencia positivista.
No voy a desplegar un análisis del texto por párrafos. Lo que haré es ofrecer un modo de interpretación, situando algunos puntos que considero claves. Nombro algunos de ellos: el concepto de pulsión, el de culpa-responsabilidad, la posición del analista respecto del crimen y de los ideales de la época, la experiencia del análisis en tanto dialéctica del sujeto.
Voy a separar mi análisis en tres partes, la razón de realizarlo así y del orden que sugiero, se basan en el intento de aproximarnos a la clínica, partiendo de las demandas a los analistas –informes, readaptación, etc.- desde el campo jurídico. Primero considero revisar algunos ítems en del concepto de pulsión, que se desprenden de las funciones del psicoanálisis en criminología siguiendo a Lacan. Segundo trabajaremos, sobre la diferencia entre el psicoanálisis y las concepciones de la criminología psicoanalítica. Y por último, vamos a pensar la experiencia de la dialéctica del sujeto.

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lunes, 4 de mayo de 2009

Adrián Paenza. "La ley de Benford" (Página 12, contratapa del domingo 3 de mayo)

Lo que sigue es un ejercicio que sirve para poner a prueba nuestras supuestas “convicciones” y para “descalificar” nuestra intuición. Le voy a proponer que se tome el trabajo de hacer una serie de verificaciones, algo realmente muy fácil, pero que requiere de un poco de tiempo. Por eso, le sugiero que lo tome con calma y en todo caso, hágalo cuando tenga un rato libre. Se va a sorprender con los resultados... Acá va.
a) Elija un libro que tenga cerca. Cualquiera. Abralo en cualquier página, y anote el número de la página. Ahora, tome un libro diferente y elija una página al azar también. Anote el número de la página otra vez. Repita este procedimiento con muchos libros hasta que haya anotado el número de 100 páginas o más. (Le dije que tenía que dedicarle un rato, pero no me diga que es difícil. Seguro que es tedioso, sí, pero no me diga que es complicado de hacer.)
b) Entre en un negocio cualquiera. Anote los precios de 100 productos o más. No importa qué tipo de negocio. Si necesita (y tiene acceso) vaya a cualquier página de Internet y anote los precios de diferentes productos que ofrezca. Pero tienen que ser 100 o más.
c) Obtenga ahora las direcciones de las personas que trabajan con usted, o compañeros de oficina o de clase. No importa. Y además, logre que le escriban las direcciones de gente que ellos conocen hasta que complete otra vez 100 o más de estos números. No hace falta que pongan los nombres, sólo los números de las direcciones.
d) Busque en Internet o en cualquier enciclopedia la población de 100 o más ciudades y/o pueblos del país en donde vive usted. Anótelos.
Una vez que tenga esta lista de por lo menos 400 números (si es que hizo la tarea para el hogar que figura más arriba), sepárelos de la siguiente forma:
Anote en una columna todos los que empiezan con el dígito 1. Luego, en otra columna, los que empiezan con el 2. Después, otra columna más, con los que empiezan con el 3. Y así siguiendo, hasta tener 9 columnas. Todas empiezan con dígitos distintos, del 1 al 9.
Antes de seguir, tengo algunas preguntas:
¿Usted cree que las columnas tendrán todas la misma cantidad de números? Es decir, ¿tendrán todas la misma longitud? ¿O le parece que habrá alguna que será más larga que otra?
Antes de contestar, deténgase un momento y piense lo que usted cree que debería pasar. ¿No tiene la tentación de decir que “da lo mismo”? Es decir, uno intuye que como eligió todos esos números al azar, el primer dígito puede ser cualquiera, debería dar lo mismo. Las columnas deberían ser todas iguales (¿no debería ser “las columnas deberían tener todas longitudes similares”?). Sin embargo, no es así.
Lo que sigue es la presentación en sociedad de una de las leyes más “antiintuitivas” que conozco. Se llama Ley de Benford. Los resultados (aproximados) que uno obtiene si hace los experimentos que planteaba más arriba, son los siguientes:

¿No es increíble que haya más de un 30 por ciento de posibilidades de que el dígito con el que empieza sea un número 1? ¿No parece mucho más razonable que para todos los dígitos sea 11.11 por ciento (que se obtiene de hacer 1/9)? No sólo eso. Luego, en escala descendente aparecen el resto de los dígitos, tanto que al número nueve le corresponde menos de un 5 por ciento en el papel de líder (*). Si bien no lo escribí antes, ignoro al cero como dígito inicial, porque uno –en general– no escribe un cero a la izquierda. Cualquier número significativo empieza con algún dígito que no sea cero.
El que descubrió esto fue el doctor Frank Benford (**), un físico que trabajaba en la General Electric. En 1938, cuando no había ni calculadoras ni computadoras, la mayoría de las personas que hacían cálculos usaban tablas de logaritmos. Benford observó que las páginas que contenían logaritmos que empezaban con uno ¡estaban mucho más usadas, sucias y ajadas que las otras! Así, empezó a sospechar que había algo particular detrás de esa observación, y lo fue a confrontar. De hecho, se dedicó a hacer el análisis de 20.229 conjuntos de números que involucraban categorías bien desconectadas entre sí:
a) volúmenes de agua de todos los ríos de una región
b) estadísticas de béisbol de jugadores norteamericanos
c) números que aparecían en todos los artículos de un determinado ejemplar de la revista Reader’s Digest
d) distancias entre todas las ciudades de un país
e) direcciones de las primeras 342 personas que aparecían en la guía de American Men of Science (Hombres de Ciencia Norteamericanos)
f) número de pobladores de todas las ciudades de un país
g) dólares a pagar por electricidad de los usuarios de una cierta ciudad
Al comprobar que se repetía el patrón que había descubierto con las tablas de logaritmos, Benford se dio cuenta de que tenía en sus manos algo muy importante y muy antiintuitivo. Y se embarcó en hacer una demostración de lo que conjeturaba (***). Lo increíble de esta ley, más allá de lo antiintuitiva, es que se usa –por ejemplo– para detectar a los evasores de impuestos. Un contador y matemático, el doctor Mark J. Nigrini, que actualmente trabaja en Dallas, hizo la primera aplicación práctica de la Ley de Benford. La idea que usó es que si alguien está tratando de falsificar datos, inexorablemente tendrá que inventar algunos números. Cuando lo haga, la tendencia es –por parte de la gente– a usar muchos números que empiecen con 5, 6 o 7 y no tantos que empiecen con uno (***). Esto será suficiente para violar lo que predice la Ley de Benford y por lo tanto invita a que el gobierno haga una auditoría de esos números. La ley es claramente no infalible, pero sirve para detectar sospechosos. Lo curioso es que quienes usaron los primeros experimentos de Nigrini aprovecharon para poner a prueba la declaración de impuestos de Bill Clinton. Nigrini concluyó que si bien había más redondeos que los esperables, no parecía esconder ningún fraude al fisco.
Para concluir: esta ley es muy difícil de aceptar sin rebelarse. Es muy antiintuitiva. Sin embargo, cierta. Y como escribí más arriba, es utilizada por distintas oficinas recaudadoras de impuestos para que les sirva de alerta sobre quiénes están fraguando sus declaraciones.
La inspiración para publicar este artículo, y muchísimos de los datos que aquí figuran, parte de sugerencias que me hicieron los doctores Pablo Coll y Pablo Milrud, ambos matemáticos. Además, hay un extraordinario artículo sobre la Ley de Benford que publicó Malcolm W. Browne en 1998 y que ha sido citado en forma incesante por todos aquellos que divulgan el contenido de esta ley.


* Un alerta: esta ley, sin embargo, no se aplica a fenómenos que son verdaderamente aleatorios. Es decir, no se puede usar en la lotería, en donde la probabilidad de que salga cualquier número es la misma. Por ejemplo, si usted pone nueve bolillas en un bolillero, numeradas del uno al nueve, saca una, anota, la pone nuevamente adentro, hace girar el bolillero, saca otra, anota otra vez, y sigue con el proceso, lo que encuentra al final es que los números aparecen igualmente distribuidos, ya que la probabilidad de que aparezca cada uno es 1/9. Lo que hace falta es que no sean números al azar. Es decir, la Ley de Benford se aplica para conjuntos grandes de números que no sean aleatorios. Es decir, se usa esta ley cuando uno trabaja con conjuntos de muchos números, que obedezcan a la recolección de datos que provengan de la naturaleza (incluyendo factores sociales). Por ejemplo, si uno hiciera la lista de los montos de todas las facturas de luz que se pagan en la Argentina, entonces sí, ahí vale la ley. Si uno hiciera un relevamiento de la cantidad de kilos de carne que entraron por día en el mercado de Liniers en los últimos diez años, también. Lo mismo que si uno tuviera los datos de las longitudes de todos los ríos de un determinado país.

** La mayoría de los investigadores sobre la ley, que quedó reconocida como Ley de Benford, aseguran que quien primero la observó fue el astrónomo y matemático Simon Newcomb. Por alguna extraña razón sus trabajos no tuvieron trascendencia y fueron desechados. Benford los retomó y les dio vida nuevamente. De todas formas, lo que es curioso es que ambos encontraron el mismo resultado haciendo observaciones sobre el uso que se les daba a las tablas de logaritmos.

*** Benford demostró que la probabilidad de que apareciera el dígito n como primer número se podía calcular con la fórmula:
P = [Log (n+1) – Log (n)]/(Log 10–Log 1) = Log (1 + 1/n).

sábado, 2 de mayo de 2009

JULIO CORTAZAR. "Manuscrito hallado junto a una mano" (circa 1955)

Hoy sale a la venta el volumen póstumo de Julio Cortázar titulado "Papeles inesperados" (Ed. Alfaguara). A 25 años de su muerte, Cortázar vuelve. Y este anticipo publicado en el suplemento ADN del diario La Nación, me hace preguntar por qué demonios nunca publicó esta pequeña joya. Disfrútenlo. Yo estoy saliendo a comprar el libro.





Llegaré a Estambul a las ocho y media de la noche. El concierto de Nathan Milstein comienza a las nueve, pero no será necesario que asista a la primera parte; entraré al final del intervalo, después de darme un baño y comer un bocado en el Hilton. Para ir matando el tiempo me divierte recordar todo lo que hay detrás de este viaje, detrás de todos los viajes de los dos últimos años. No es la primera vez que pongo por escrito estos recuerdos, pero siempre tengo buen cuidado de romper los papeles al llegar a destino. Me complace releer una y otra vez mi maravillosa historia, aunque luego prefiera borrar sus huellas. Hoy el viaje me parece interminable, las revistas son aburridas, la hostess tiene cara de tonta, no se puede siquiera invitar a otro pasajero a jugar a las cartas. Escribamos, entonces, para aislarnos del rugido de las turbinas. Ahora que lo pienso, también me aburría mucho la noche en que se me ocurrió entrar al concierto de Ruggiero Ricci. Yo, que no puedo aguantar a Paganini. Pero me aburría tanto que entré y me senté en una localidad barata que sobraba por milagro, ya que la gente adora a Paganini y además hay que escuchar a Ricci cuando toca los Caprichos . Era un concierto excelente y me asombró la técnica de Ricci, su manera inconcebible de transformar el violín en una especie de pájaro de fuego, de cohete sideral, de kermesse enloquecida. Me acuerdo muy bien del momento: la gente se había quedado como paralizada con el remate esplendoroso de uno de los caprichos, y Ricci, casi sin solución de continuidad, atacaba el siguiente. Entonces yo pensé en mi tía, por una de esas absurdas distracciones que nos atacan en lo más hondo de la atención, y en ese mismo instante saltó la segunda cuerda del violín. Cosa muy desagradable, porque Ricci tuvo que saludar, salir del escenario y regresar con cara de pocos amigos, mientras en el público se perdía esa tensión que todo intérprete conjura y aprovecha. El pianista atacó su parte, y Ricci volvió a tocar el capricho. Pero a mí me había quedado una sensación confusa y obstinada a la vez, una especie de problema no resuelto, de elementos disociados que buscaban concatenarse. Distraído, incapaz de volver a entrar en la música, analicé lo sucedido hasta el momento en que había empezado a desasosegarme, y concluí que la culpa parecía ser de mi tía, de que yo hubiera pensado en mi tía en mitad de un capricho de Paganini. En ese mismo instante se cayó la tapa del piano, con un estruendo que provocó el horror de la sala y la total dislocación del concierto. Salí a la calle muy perturbado y me fui a tomar un café, pensando que no tenía suerte cuando se me ocurría divertirme un poco.
Debo ser muy ingenuo, pero ahora sé que hasta la ingenuidad puede tener su recompensa. Consultando las carteleras averigüé que Ruggiero Ricci continuaba su tournée en Lyon. Haciendo un sacrificio me instalé en la segunda clase de un tren que olía a moho, no sin dar parte de enfermo en el instituto médico-legal donde trabajaba. En Lyon compré la localidad más barata del teatro, después de comer un mal bocado en la estación, y por las dudas, por Ricci sobre todo, no entré hasta último momento, es decir hasta Paganini. Mis intenciones eran puramente científicas (pero es la verdad, no estaba ya trazado el plan en alguna parte) y como no quería perjudicar al artista, esperé una breve pausa entre dos caprichos pera pensar en mi tía. Casi sin creerlo vi que Ricci examinaba atentamente el arco del violín, se inclinaba con un ademán de excusa, y salía del escenario. Abandoné inmediatamente la sala, temeroso de que me resultara imposible dejar de acordarme otra vez de mi tía. Desde el hotel, esa misma noche, escribí el primero de los mensajes anónimos que algunos concertistas famosos dieron en llamar las cartas negras. Por supuesto Ricci no me contestó, pero mi carta preveía no sólo la carcajada burlona del destinatario sino su propio final en el cesto de los papeles. En el concierto siguiente -era en Grenoble- calculé exactamente el momento de entrar en la sala, y a mitad del segundo movimiento de una sonata de Schumann pensé en mi tía. Las luces de la sala se apagaron, hubo una confusión considerable y Ricci, un poco pálido, debió acordarse de cierto pasaje de mi carta antes de volver a tocar; no sé si la sonata valía la pena, porque yo iba ya camino del hotel.
Su secretario me recibió dos días después, y como no desprecio a nadie acepté una pequeña demostración en privado, no sin dejar en claro que las condiciones especiales de la prueba podían influir en el resultado. Como Ricci se negaba a verme, cosa que no dejé de agradecerle, se convino en que permanecería en su habitación del hotel, y que yo me instalaría en la antecámara, junto al secretario. Disimulando la ansiedad de todo novicio, me senté en un sofá y escuché un rato. Después toqué el hombro del secretario y pensé en mi tía. En la estancia contigua se oyó una maldición en excelente norteamericano, y tuve el tiempo preciso de salir por una puerta antes de que una tromba humana entrara por la otra armada de un Stradivarius del que colgaba una cuerda.
Quedamos en que serían mil dólares mensuales, que se depositarían en una discreta cuenta de banco que tenía la intención de abrir con el producto de la primera entrega. El secretario, que me llevó el dinero al hotel, no disimuló que haría todo lo posible por contrarrestar lo que calificó de odiosa maquinación. Opté por el silencio y por guardarme el dinero, y esperé la segunda entrega. Cuando pasaron dos meses sin que el banco me notificara del depósito, tomé el avión para Casablanca a pesar de que el viaje me costaba gran parte de la primera entrega. Creo que esa noche mi triunfo quedó definitivamente certificado, porque mi carta al secretario contenía las precisiones suficientes y nadie es tan tonto en este mundo. Pude volver a París y dedicarme concienzudamente a Isaac Stern, que iniciaba su tournée francesa. Al mes siguiente fui a Londres y tuve una entrevista con el empresario de Nathan Milstein y otra con el secretario de Arthur Grumiaux. El dinero me permitía perfeccionar mi técnica, y los aviones, esos violines del espacio, me hacían ahorrar mucho tiempo; en menos de seis meses se sumaron a mi lista Zino Francescatti, Yehudi Menuhin, Ricardo Odnoposoff, Christian Ferras, Ivry Gitlis y Jascha Heifetz. Fracasé parcialmente con Leonid Kogan y con los dos Oistrakh, pues me demostraron que sólo estaban en condiciones de pagar en rublos, pero por las dudas quedamos en que me depositarían las cuotas en Moscú y me enviarían los debidos comprobantes. No pierdo la esperanza, si los negocios me lo permiten, de afincarme por un tiempo en la Unión Soviética y apreciar las bellezas de su música.
Como es natural, teniendo en cuenta que el número de violinistas famosos es muy limitado, hice algunos experimentos colaterales. El violoncelo respondió de inmediato al recuerdo de mi tía, pero el piano, el arpa y la guitarra se mostraron indiferentes. Tuve que dedicarme exclusivamente a los arcos, y empecé mi nuevo sector de clientes con Gregor Piatigorsky, Gaspar Cassadó y Pierre Michelin. Después de ajustar mi trato con Pierre Fournier, hice un viaje de descanso al festival de Prades donde tuve una conversación muy poco agradable con Pablo Casals. Siempre he respetado la vejez, pero me pareció penoso que el venerable maestro catalán insistiera en una rebaja del veinte por ciento o, en el peor de los casos, del quince. Le acordé un diez por ciento a cambio de su palabra de honor de que no mencionaría la rebaja a ningún colega, pero fui mal recompensado porque el maestro empezó por no dar conciertos durante seis meses, y como era previsible no pagó ni un centavo. Tuve que tomar otro avión, ir a otro festival. El maestro pagó. Esas cosas me disgustaban mucho.
En realidad yo debería consagrarme ya al descanso puesto que mi cuenta de banco crece a razón de 17.900 dólares mensuales, pero la mala fe de mis clientes es infinita. Tan pronto se han alejado a más de dos mil kilómetros de París, donde saben que tengo mi centro de operaciones, dejan de enviarme la suma convenida. Para gentes que ganan tanto dinero hay que convenir en que es vergonzoso, pero nunca he perdido tiempo en recriminaciones de orden moral. Los Boeing se han hecho para otra cosa, y tengo buen cuidado de refrescar personalmente la memoria de los refractarios. Estoy seguro de que Heifetz, por ejemplo, ha de tener muy presente cierta noche en el teatro de Tel Aviv, y que Francescatti no se consuela del final de su último concierto en Buenos Aires. Por su parte, sé que hacen todo lo posible por liberarse de sus obligaciones, y nunca me he reído tanto como al enterarme del consejo de guerra que celebraron el año pasado en Los Ángeles, so pretexto de la descabellada invitación de una heredera californiana atacada de melomanía megalómana. Los resultados fueron irrisorios pero inmediatos: la policía me interrogó en París sin mayor convicción. Reconocí mi calidad de aficionado, mi predilección por los instrumentos de arco, y la admiración hacia los grandes virtuosos que me mueve a recorrer el mundo para asistir a sus conciertos. Acabaron por dejarme tranquilo, aconsejándome en bien de mi salud que cambiara de diversiones; prometí hacerlo, y días después envié una nueva carta a mis clientes felicitándolos por su astucia y aconsejándoles el pago puntual de sus obligaciones. Ya por ese entonces había comprado una casa de campo en Andorra, y cuando un agente desconocido hizo volar mi departamento de París con una carga de plástico, lo celebré asistiendo a un brillante concierto de Isaac Stern en Bruselas -malogrado ligeramente hacia el final- y enviándole unas pocas líneas a la mañana siguiente. Como era previsible, Stern hizo circular mi carta entre el resto de la clientela, y me es grato reconocer que en el curso del último año casi todos ellos han cumplido como caballeros, incluso en lo que se refiere a la indemnización que exigí por daños de guerra.
A pesar de las molestias que me ocasionan los recalcitrantes, debo admitir que soy feliz; incluso su rebeldía ocasional me permite ir conociendo el mundo, y siempre le estaré agradecido a Menuhin por un atardecer maravilloso en la bahía de Sydney. Creo que hasta mis fracasos me han ayudado a ser dichoso, pues si hubiera podido sumar entre mis clientes a los pianistas, que son legión, ya no habría tenido un minuto de descanso. Pero he dicho que fracasé con ellos y también con los directores de orquesta. Hace unas semanas, en mi finca de Andorra, me entretuve en hacer una serie de experimentos con el recuerdo de mi tía, y confirmé que su poder sólo se ejerce en aquellas cosas que guardan alguna analogía -por absurda que parezca- con los violines. Si pienso en mi tía mientras estoy mirando volar a una golondrina, es fatal que ésta gire en redondo, pierda por un instante el rumbo, y lo recobre después de un esfuerzo. También pensé en mi tía mientras un artista trazaba rápidamente un croquis en la plaza del pueblo, con líricos vaivenes de la mano. La carbonilla se le hizo polvo entre los dedos, y me costó disimular la risa ante su cara estupefacta. Pero más allá de esas secretas afinidades. En fin, es así. Y nada que hacer con los pianos.
Ventajas del narcisismo: acaban de anunciar que llegaremos dentro de un cuarto de hora, y al final resulta que lo he pasado muy bien escribiendo estas páginas que destruiré como siempre antes del aterrizaje. Lamento tener que mostrarme tan severo con Milstein, que es un artista admirable, pero esta vez se requiere un escarmiento que siembre el espanto entre la clientela. Siempre sospeché que Milstein me creía un estafador, y que mi poder no era para él otra cosa que el efímero resultado de la sugestión. Me consta que ha tratado de convencer a Grumiaux y a otros de que se rebelen abiertamente. En el fondo proceden como niños, y hay que tratarlos de la misma manera, pero esta vez la corrección será ejemplar. Estoy dispuesto a estropearle el concierto a Milstein desde el comienzo; los otros se enterarán con la mezcla de alegría y de horror propia de su gremio, y pondrán el violín en remojo por así decirlo.
Ya estamos llegando, el avión inicia su descenso. Desde la cabina de comando debe ser impresionante ver cómo la tierra parece enderezarse amenazadoramente Me imagino que a pesar de su experiencia, el piloto debe estar un poco crispado, con las manos aferradas al timón. Sí, era un sombrero rosa con volados, a mi tía le quedaba tan