martes, 29 de septiembre de 2009

Martín Alomo. "Estructura del insulto" (Letra Viva, 2009)

Sería realmente insólito encontrar un libro, digo: un libro serio, profundo, que estuviese dedicado por entero a un extenso ensayo sobre dos expresiones vulgares de nuestra lengua empleadas a diestra y siniestra, expresiones que en el colmo de su sinsentido gozan de la propiedad bífida de expresar tanto una injuria como un elogio: “boludo”, “hijo de puta”. Pues bien, ese libro existe, Usted lo tiene bajo sus ojos y su autor es Martín Alomo.

Con la sencillez a la que predispone un tema tan popular, Martín extrae estas dos locuciones de su vulgaridad cotidiana para incrustarlas —bajo nuestra mirada incrédula al principio, pero más y más interesada a medida que avanzamos— en una reflexión singular que apunta a desentrañar la lógica estructural del insulto.

Pero no se confunda el lector por la aparente sencillez: el presente no es un libro de divulgación, y sin embargo es un libro para todos, donde las ideas se tratan de una manera tan amena y accesible que el lector apenas se da cuenta de la dificultad de los conceptos en juego. La argumentación teje un entramado entre diversas regiones del saber y de la cultura como la filosofía moderna, el psicoanálisis, la literatura, la filología, la lingüística y otras. Uno encuentra cada tanto referencias a Heidegger, al mismo tiempo que letras de canciones de Fito Páez, o a Lacan junto al grupo de rock Nirvana, o todo un desarrollo sobre el acto, modulado a partir de relatos como “El muro” de Sartre o “La Broma” de Milan Kundera. Todo esto hace del libro algo muy entretenido, incluso divertido mientras lo transitamos. Pero al final caemos en la cuenta que eso era lo de menos. ¡Lo importante es la estructura!, pero no congelada en una abstracción intelectual. Por el contrario, este libro es la prueba de que, efectivamente, como les previno Lacan a los incrédulos estudiantes de Mayo del 68, “las estructuras descienden a las calles”, y si se trata de las expresiones populares, también a las calles barrosas de la marginación.

Héctor López