miércoles, 13 de abril de 2011

Scilicet 5 (1975) "Una familia, un apellido" (Autor anónimo)

Una familia, un apellido

Publicado en Scilicet 5, Seuil, Paris, 1975, pp. 147-149 – Autor anónimo

Traducción de Pablo Peusner


“Este niño cavó una grieta en cada uno de nosotros, nos abrió una herida que no puede cerrarse; y excavó una fosa entre nosotros dos”.

Así se expresa –finalmente– el Sr. Debrecha, hablándome ante su mujer, en su nombre.

En efecto, desde hace meses escucho al Sr. y a la Sra. Debrecha, y su desesperación por tener un hijo psicótico; escucho también a Guillaume, ese niño de cinco años, sin lenguaje, sin mirada; hasta aquí no había podido yo comprender nada de su comportamiento delirante: a veces está postrado, otras es dominado por una excitación frenética vuelta contra sí mismo: en esos casos se lastima golpeándose la cabeza con sus puños cerrados. A menudo su frente y sus sienes no son sino una herida que demora en cerrarse; y durante semanas está allí con su rostro de torturado y esa hiancia inscripta en su cuerpo.

En mi escucha estoy profundamente impactada por las palabras utilizadas por el Sr. Debrecha: grieta, herida, fosa; y no es por azar si todos esos términos son sinónimos del nombre patronímico.

Y en ese momento del discurso, mientras que aparecen todos esos significantes que convergen hacia el nombre patronímico al que designan como un significante mayor, me parece que se esclarecen varias cosas.

En principio las heridas tan penosas de Guillaume, ¿no habrá allí algo como una inscripción de “la brecha” en el cuerpo mismo del niño?

Luego, la historia de los padres, retroactivamente, se me torna más inteligible: en efecto, muy rápidamente me había sorprendido por la ausencia de la castración, la ausencia de corte; ya se tratara de la Sra. Debrecha quien desde hace veinticinco años compartía las siestas de verano con su propio padre, o se tratara del Sr. Debrecha, cuya madre trató impedir el matrimonio mediante un intento de suicidio. Ningún corte había venido a romper el lazo incestuoso, y tanto el padre como la madre del niño habían permanecido capturados en las redes de la relación edípica.

Tal vez sea justamente porque el corte está ausente en su modo simbólico que debe ser vivido bajo el modo real o imaginario. Es lo que ha hecho la madre.

Vuelvo a pensar en algo que ella me había dicho poco tiempo antes: “Este niño ha destrozado el hermoso sueño en el que yo vivía; estaba tan feliz; vivía como en un cuento de hadas y mi esposo era un príncipe encantador, de rodillas ante mí...”. Y es mediante un intento de suicidio que ella sale de ese mundo, de ese semi-delirio narcisista en el que estaba encerrada. “Me volví adulta, pero es demasiado cruel volverse adulta de esa manera”.

No obstante continúo escuchando a cada uno de los padres, y particularmente al Sr. Debrecha, portador del patronímico. Para él las cosas son más aún duras y también más parlantes. El contrato de matrimonio de sus padres está marcado por una doble falta a la palabra empeñada (una doble falla [faille]). En efecto, su madre no amaba a su padre y había simulado el amor para obtener el matrimonio. Y el padre, contrariamente a una promesa que había hecho, jamás reconoció a una pequeña hija que la madre había tenido como fruto de una relación anterior.

Como representante de este quiebre [faillite] de los intercambios entre sus padres, el Sr. Debrecha no quiso tener hijos, no quiso ser padre. Es por debilidad, una debilidad que él siente como una cobardía indigna de un hombre, como una marca de impotencia, incluso de feminización, que cedió al deseo de su mujer de querer un hijo. En cada curva de esta historia y en diferentes niveles, me pareció que el nombre patronímico actuaba como una potente metáfora que cristalizaba la historia de la familia y que, inscribiéndola, la transmitía de generación en generación bajo una forma particular; funcionando como un lugar geométrico por el cual deben pasar los miembros de la familia, viviendo a la letra el nombre del padre, a falta de haber reconocido en este a la ley.

Más particularmente, y sin que pueda aquí desarrollarlo, me dio también la impresión de que es por el padre portador del significante que el orden simbólico (al cual todo humano debe acceder para ser humano) está cortado [barré] o perturbado para el niño. Pero es el comportamiento cotidiano de la madre (marcada en el orden simbólico con una forclusión similar a la del padre), que se actualiza y se encarna en el cuerpo del niño o en tal etapa fallida de su desarrollo, la forclusión.