jueves, 19 de abril de 2012

Jacques Lacan. "Homenaje a Marguerite Duras, El encantamiento de Lol V. Stein" (1965). Traducción de Carlos Faig



Homenaje a Marguerite Duras, 
El encantamiento de Lol V. Stein1

(Traducción: Carlos Faig)


    El encantamiento  –esa palabra es enigmática–. ¿La determinación que opera sobre Lol V. Stein es objetiva o subjetiva?
   Encantada. Se evoca el alma y es la belleza la que opera. Respecto de ese sentido al alcance de la mano uno se las arregla como puede mediante el símbolo.
   Encantadora es, asimismo, la imagen que nos impone esta figura herida, exiliada de las cosas, que no se osa tocar, pero que nos hace su presa. Los dos movimientos se anudan, sin embargo, en una cifra que se revela por ese nombre formado sabiamente al contornear su escritura: Lol V. Stein.
   Lol V. Stein: alas de papel, V tijeras, Stein, la piedra, en el juego de la murra tu te pierdes.2
   Se responde: ¿Oh, boca abierta, acaso quiero hacer tres ondas sobre el agua, fuera del juego del amor donde me sumerjo?3
   Este arte sugiere que la encantadora es Marguerite Duras, nosotros los encantados. Pero si al apretar nuestros pasos tras los pasos de Lol, que resuenan en su novela, los oímos detrás nuestro sin haber encontrado a nadie, ¿es, pues, porque su criatura se desplaza en un espacio desdoblado? ¿O es que uno de nosotros ha pasado a través del otro y cuál de los dos, entonces, se ha dejado atravesar?
   Por esto se ve que la cifra debe anudarse de otra forma: dado que para aprehenderla hace falta contarse tres.
   Lean antes.
   La escena de la que la novela no es enteramente más que la rememoración es, propiamente, el encantamiento de dos en una danza que los suelda, y bajo los ojos de Lol, tercera, con el baile todo, para sufrir allí el rapto de su prometido por la que no ha tenido más que aparecer repentinamente. ¿Y para palpar qué es lo que Lol busca a partir de ese momento no se nos ocurriría hacerle decir “yo me duelo”4 conjugando dolor con Apollinaire?
   Pero, justamente, ella no puede decir que sufre.
   Se pensará en seguir algún clisé: ella repite el acontecimiento. Pero hay que mirar con cuidado.
   Salta a la vista que una cupla de amantes es reconocible en este acecho, al que Lol volverá muchas veces en adelante, en esta cupla Lol ha rehallado, como por azar, a una amiga que le fue próxima antes del drama y la asiste en su hora misma: Tatiana.
   No es el acontecimiento sino un nudo el que se rehace allí. Y es lo que ese nudo estrecha lo que, propiamente, encanta, pero aún entonces ¿qué?
   Lo menos que puede decirse es que la historia pone a alguien en contraposición y no únicamente porque es de él que Marguerite Duras hace la voz del relato: el otro partenaire de la cupla. Su nombre, Jacques Hold.
   Pues él tampoco es lo que parece cuando digo: la voz del relato. Más bien es su angustia. Donde la ambigüedad persiste todavía: ¿es la suya o la del relato?
    Él no es, en todo caso, quien simplemente muestra la máquina, sino más bien, uno de sus resortes y sin saber en absoluto qué es lo que lo captura.
   Esto hace legítimo que yo introduzca a Marguerite Duras, teniendo por lo demás su confesión, en un tercer ternario, del cual uno de los términos es el encantamiento de Lol V. Stein tomado como objeto en su nudo mismo, y donde heme aquí el tercero para promover un encantamiento, en mi caso decididamente subjetivo.
   No es un madrigal, sino un límite de método que pretendo afirmar en su valor positivo y negativo. Un sujeto es término de ciencia, en tanto perfectamente calculable, y la alusión a su estatuto debería poner fin a lo que es necesario llamar por su nombre: la grosería, digamos la pedantería de un cierto psicoanálisis. Esta faz de sus diversiones, por ser sensible, se lo espera, a los que se arrojan en ellas, debería servir para señalarles que se deslizan en alguna tontería: por ejemplo la de atribuir la técnica confesa de un autor a alguna neurosis: grosería, y demostrarlo como la adopción explícita de los mecanismos que hacen al edificio inconsciente: tontería.
   Pienso que, incluso si Marguerite Duras me informa personalmente que no sabe en toda su obra cómo se le ocurrió Lol, y aun cuando yo pudiera entreverlo por la siguiente frase que me dice, la única ventaja que un psicoanalista tiene derecho a tomar por su posición, aunque le fuese reconocida como tal, es recordar con Freud que en su materia, el artista siempre le precede y que no tiene, pues, qué hacer el psicólogo allí donde el artista le abre la vía.
   Es precisamente lo que reconozco en el encantamiento de Lol V. Stein, donde Marguerite Duras demuestra saber sin mí lo que yo enseño.
   En lo cual no me equivoco para con su genio al apoyar mi crítica sobre la virtud de sus medios.
   Lo único de lo que testimoniaré rindiéndole homenaje es que la práctica de la letra converge con el uso del inconsciente.
   Aseguro al que lee estas líneas a la luz de las candilejas a punto de extinguirse o volver, incluso de esas riberas del futuro donde Jean-Louis Barrault por sus Cahiers permite abordar la conjunción única del acto teatral, que del hilo que voy a desarrollar no hay nada que no se ubique a la letra por el encantamiento de Lol V. Stein, y que otro trabajo hecho a esa luz en mi escuela no le permita puntualizar. Por lo demás, no me dirijo tanto a ese lector cuanto que no me excuso ante su tribunal para ejercitarme en el nudo que enderezo.
   Debe tomarse en la primera escena donde Lol es, propiamente, sorprendida5  por su amante, es decir que debe seguirse en el tema de la robe6, la cual soporta el fantasma al que Lol se apega tiempo después, de un más allá del que ella no ha podido hallar la palabra, esa palabra que, cerrando las puertas sobre ellos tres, la hubiera unido al momento en que su amante levantó la robe, la robe negra de la mujer y develó su desnudez. ¿Esto va más lejos? Sí, a lo indecible de esta desnudez que se insinúa para reemplazar a su propio cuerpo. Allí todo se detiene.
   ¿No es suficiente para que reconozcamos lo que ha sucedido a Lol y que revela lo que corresponde al amor; o sea esta imagen, imagen de sí de la que el otro os reviste y que os viste y que os deja cuando sois sorprendidos, qué cosa subyace? ¿Qué decir de ese anochecer Lol toda para vuestra pasión de diecinueve años, para vuestra intención de desvestir7, cuando vuestra desnudez fuera mayor, para darle su esplendor?
   Lo que os resta entonces, es lo que se decía de ustedes cuando erais pequeños, que no estabais nunca bien allí.
   ¿Pero qué es este vacío? Tiene entonces un sentido: fuisteis, si, por una noche hasta la aurora, cuando algo abandonó este lugar: el centro de las miradas.
   ¿Qué oculta esta locución? El centro no es igual sobre cualquier superficie. Único sobre un plato, por todos lados en una esfera, sobre una superficie más compleja puede hacer un lindo nudo. Es el nuestro.
   Pues ustedes sienten que se trata de una envoltura al no tener ya ni dentro ni fuera, y que en la costura de su centro se vuelven todas las miradas en la vuestra, que es la vuestra la que las satura y que por siempre, Lol, la reclamará a todos los transeúntes. Que se siga a Lol sorprendiendo al pasar de uno a otro a ese talismán del que cada uno se descarga apresuradamente como de un peligro: la mirada.
   Toda mirada será la vuestra, Lol, en tanto Jacques Hold fascinado se diga a sí mismo dispuesto a amar a “Lol toda”.
   Hay una gramática del sujeto donde acoger ese rasgo genial. Volverá bajo una pluma que lo ha puntualizado para mí.
   Esa mirada está por todos lados en la novela, basta que se la verifique. Y la mujer del acontecimiento es muy fácil de reconocer porque Marguerite Duras la pinta como no-mirada.
   Yo enseño que la visión se escinde entre la imagen y la mirada, que el primer modelo de la mirada es la mancha de la que deriva el radar que ofrece la copa del ojo a la extensión.
   La mirada se extiende en el pincel sobre la tela para hacerles bajar la vuestra ante la obra del pintor.
   Se dice que eso os mira de lo que requiere vuestra atención.
   Pero es más bien la atención de lo que los mira lo que se trata de obtener. Pues de lo que los mira sin mirarlos ustedes no conocen la angustia.
   Es esta angustia la que aprehende a Jacques Hold cuando desde la ventana del hotel de paso donde él aguarda a Tatiana, descubre, a la orilla del campo de centeno, enfrente, a Lol tendida.
   Su agitación pánica, violenta o bien soñada, tendrán tiempo de llevarla al registro de lo cómico, antes de que él se tranquilice significativamente diciéndose que Lol lo ve sin duda. Un poco más calmo solamente, para formar ese segundo tiempo en que ella se sabe vista por él.
   Aun será necesario que él le muestre, propiciatorio en la ventana a Tatiana, sin conmoverse ya de que ella no haya notado nada, cínico por haberla sacrificado a la ley de Lol, puesto que es en la certeza de obedecer al deseo de Lol que él llega, con un vigor decuplicado, a esforzarse para con su amante, abismándola con esas palabras de amor de las que él sabe que es la otra quien abre las compuertas, pero esas palabras viles él siente también que nos las quisiera para ella.
   Sobre todo no se engañen sobre el lugar de la mirada. No es Lol quien mira, aunque no fuera más que porque ella no ve nada. Ella no es el voyeur. Lo que sucede la realiza.
   Se demuestra donde está la mirada cuando Lol la hace surgir en el estado de objeto puro, con las palabras que se deben, para Jacques Hold, todavía inocente.
   “Desnuda, desnuda bajo sus cabellos negros” esas palabras de la boca de Lol engendran el pasaje de la belleza de Tatiana a la función de mancha intolerable que pertenece a este objeto.
   Esta función es incompatible con el mantenimiento de la imagen narcisista donde los amantes se ocupan en contener su enamoramiento, y Jacques Hold experimenta pronto el efecto.
   Desde entonces es legible que, consagrados a realizar el fantasma de Lol, serán cada vez menos el uno para el otro.
   No es, manifiesta en Jacques Hold, su división de sujeto la que nos retendrá más tiempo, es lo que está en el ser de tres al que Lol se suspende, aplicando sobre su vacío el “yo pienso” de mal sueño que hace a la materia del libro. Pero, haciéndolo, se contenta con darle una conciencia de ser que se sostiene fuera de ella en Tatiana.
   Sin embargo, es él quien acuerda este ser de tres. Y es por lo que el “yo pienso” de Jacques Hold acaba por obsesionar a Lol con una preocupación demasiado estrecha; al fin de la novela sobre la ruta donde él la acompaña en un peregrinaje al lugar del acontecimiento –Lol se vuelve loca–.
   En efecto, el episodio porta  signos de ello, pero de éstos doy cuenta que los sé por Marguerite Duras.
   Es que la última frase de la novela retrayendo a Lol al campo de centeno, me parece constituir un final menos decisivo que esta observación. Se adivina la puesta en guardia contra lo patético de la comprensión. Ser comprendida no conviene a Lol, no se salva del encantamiento.
   Mi comentario permanece más superfluo que la obra de Marguerite Duras dando existencia de discurso a su criatura.
   Pues el pensamiento mismo donde le restituyo su saber, no podría obstaculizarla por la conciencia de ser en un objeto, puesto que este objeto ella ya lo recuperó por su arte.
   Es el sentido de esta sublimación de la que los psicoanalistas están todavía aturdidos porque Freud al legarles el término cerró la boca.
   Solo les advirtió que la satisfacción que comporta no debe tomarse por ilusoria.
   No era hablar suficientemente claro sin duda, puesto que gracias a ellos, el público sigue persuadido de lo contrario. Aun más, preservado, cuando se llega a profesar que la sublimación se mide por el número de ejemplares vendidos por el escritor.
   Es que desembocamos en la ética del psicoanálisis, cuya introducción en mi seminario fue la línea de partición entre la tabla frágil y su platea.
   Sin embargo, es ante todos que un día confesé haber tenido, todo ese año, la mano estrechada en lo invisible, de otra Marguerite, la del Heptamerón.   No es vano que reencuentre aquí esta eponimia.
   Es que me parece natural reconocer en Marguerite Duras esta caridad severa y militante que anima las historias de Marguerite d’Angoulême, cuando se puede leerlas desembarazado de algunos prejuicios de los que el tipo de instrucción que recibimos tiene por misión expresa hacernos pantalla respecto de la verdad.
   Aquí la idea de la historia “galante”. Lucien Febvre ha intentado en una obra magistral denunciar el señuelo.
   Y me detengo en lo que Marguerite Duras me testimonia haber recibido de sus lectores, un asentimiento que la sorprende, unánime en llevar a esta extraña manera de amor: la que el personaje del que he marcado que llena la función no del relatante, sino del sujeto, lleva en ofrenda a Lol, como tercero seguramente, lejos de ser tercero excluido.
   Me regocijo de ello, como de una prueba de que lo serio guarda todavía algún derecho después de cuatro siglos en que la mojigatería se ha aplicado a hacer virar la convención técnica del amor cortés a un cuento de ficción, y a enmascarar solamente el déficit de la promiscuidad del matrimonio al cual esta convención protege verdaderamente.

   Y el estilo que usted despliega, Marguerite Duras, a través de vuestro Heptamerón, hubiera quizá facilitado las vías en que la gran historia que nombré más arriba, se esfuerza en comprender la una o la otra de esas historias tomándolas por lo que nos son dadas: por ser historias verdaderas.
   Vastas consideraciones sociológicas se refieren a las variaciones de un tiempo a otro del esfuerzo de vivir, son poco ante la relación de estructura que por ser del Otro, el deseo sostiene con el objeto que lo causa.
   Y la aventura ejemplar que hace consagrarse hasta la muerte al Amador de la novela X, que no es un ingenuo, a un amor, en absoluto platónico por ser un amor imposible, le hubiesen parecido un enigma menos opaco si no fuesen vistas a través de los ideales del happy end victoriano.
   Pues el límite en que la mirada se vuelve belleza, lo he descripto, es el umbral del entre-dos-muertes, lugar que definí y no es simplemente lo que creen los que están lejos de él: el lugar de la desgracia.
   Es alrededor de ese lugar que gravitan, me ha parecido por lo que conozco de vuestra obra Marguerite Duras, los personajes que usted sitúa en nuestro común para mostrarnos que los hay por todas partes, tanto nobles como gentilhombres y damas gentiles lo fueron en las antiguas paradas, valientes como para arremeter, aun cuando estuviesen apresados en las zarzas del amor imposible de domesticar, hacia esta mancha, nocturna en el cielo, de un ser ofrecido a la gracia de todos…, a las diez y media de la noche en verano.8
   Sin duda no podría socorrer vuestras creaciones, nueva Marguerite, con el mito del alma personal. Pero la caridad sin grandes esperanzas con la que usted las anima no es el hecho de la fe, de la que usted tiene de sobra, cuando celebra las nupcias taciturnas de la vida vacía con el objeto indescriptible.

                                                                              

Notas de traducción
   1. El original fue publicado en los Cahiers Renaud-Barrault, n° 52, diciembre de 1965, ed. Gallimard, París.
   2. Fr. “au je de la mourre”, homofonía con “au je de l’amour”, el juego del amor.
   3. Fr. “hors-jeu de l’amour”. Hors-jeu, fuera del juego, y por homofonía, fuera del yo. Se trata de un juego de palabras frecuente en Lacan. En este contexto, remite al encantamiento de la protagonista.
   4. Fr. “Je me deux”, literalmente: yo me dos. Se podría forzar la traducción y emplear un neologismo producido condensando dos palabras: yo me dosduelo.
   5. Fr. “dérobée”. Traduzco sorprendida aun cuando no se trata de la primera .acepción. Dérober es robar, sustraer a, flaquear (las piernas), faltar (el suelo bajo los pies), etc.
   6. Juego de palabras entre robe y dérobée,  entre la sorpresa y el desvestido.
   7. Fr. “prise de robe”.
   8. Alusión a la novela “Dix heures et demie du soir, en été”, de M. Duras.