sábado, 28 de junio de 2014

Natalia Litvinova - Javier Galarza. "Cuerpos textualizados". correspondencia 2008-2013 (Letra Viva-Col. Literatura - Psicoanálisis, 2014)



"¿Quién soy? parecen preguntarse Natalia Litvinova y Javier Galarza en este libro sutil y poderoso.

¿Quién soy? parecen preguntarse el uno al otro, no para que el otro responda –no hay

respuestas– sino para que con cada palabra de cada carta ese otro los vaya creando, construyendo

a partir del espejo deformante del deseo. Y es en esa marea del diálogo intenso de los que se han

encontrado –en este mundo donde el desencuentro es ley– que cada uno va delineando el cuerpo

del otro, un cuerpo que no existiría sin el roce casi físico de esas palabras".

Del prólogo de Claudia Masin

Para saber más del libro, podés acceder desde aquí a la entrevista que Pablo Chacón le hiciera a los autores para Telam.

viernes, 27 de junio de 2014

JEAN ALLOUCH. "Une femme sans au-delà". L'Ingérence divine III (EPEL, 2014)




Elles étaient des filles des villes, des cocottes, des grues, des poules, des mannequins dans des vitrines, des prostituées. Elle est, elle, la fille des champs, celle dont l’approche l’éveille, l’unique ; elle est « une femme en elle-même, et sans au-delà ». De quel amour le jeune philosophe Ferdinand Alquié l’aura-t-il aimé ? Jacques Lacan s’emploie à réduire sa hantise d’elle : il fait parvenir à son ami, au loin parti près d’elle, une fort émouvante lettre, à laquelle il joint le seul poème qu’il ait jamais écrit.

Unique, Ariane ne l’est pas moins dans son accouplement avec Dionysos. Nietzsche en dessine le portrait : libre, elle sait y faire avec son fil, dompter la jouissance en excès dont souffre son amant ; elle en reçoit le don dans sa chair, elle l’apaise ; elle le sait, ce bourreau est aussi un mendiant qu’elle accueille en s’en faisant, femme sans au-delà, la prisonnière. Ainsi l’aime-t-elle. On en trouvera ici une nouvelle confirmation : il n’est de casuistique psychanalytique que celle, innovante, jamais stabilisée, et qui, pour cette raison même, invite l’exercice de l’analyse à se transformer afin d’être, lui aussi, de son temps – celui où la mort de Dieu et des dieux rend possible une reconfiguration de l’érotique.

jueves, 26 de junio de 2014

Wenceslao Castañares. "Historia del pensamiento semiótico". Vol 1. La antigüedad grecolatina (Ed. Trotta, 2014)



Aunque la semiótica es un campo disciplinar que no empezó a adquirir cuerpo y autonomía hasta finales del siglo XIX de la mano de Charles Sanders Peirce y Ferdinand de Saussure, el interés por los signos y por lo que son capaces de hacer es probablemente tan antiguo como el hombre. Este interés fue en primer lugar de carácter práctico. Pero en un determinado momento se hizo más general y quiso constituirse en un saber experto con pretensiones de convertirse en ciencia. El nombre para ese saber lo inventaron los médicos y lo usaron después, entre otros, lógicos y filósofos. Sin embargo, no existía hasta ahora una historia del pensamiento semiótico que reconstruyese de manera completa cómo se fue elaborando la reflexión sobre los signos y la significación.

La primera parte de esta obra, concebida en tres volúmenes, está dedicada a la Antigüedad grecolatina. Empieza con los textos homéricos y termina con Agustín de Hipona, el primero que de forma explícita lleva a cabo una reflexión semiótica de carácter general. A lo largo de este recorrido, dos capítulos analizan las consideraciones sobre el lenguaje de Platón y la semiótica y la teoría de la argumentación de Aristóteles; otros estudian la inferencia sígnica en los epicúreos, la complejidad del significado en los estoicos y la retórica romana, sin olvidar el tratamiento de los signos en la adivinación y la medicina.. La 

miércoles, 25 de junio de 2014

ANTICIPO. Colette Soler, Martín Alomo, Vanina Muraro, Silvana Castro Tolosa y Gabriel Lombardi. "Variantes de lo tíquico en la era de los traumatismos" (Letra Viva-voces del foro, 2014)



PRÓLOGO, por Vanina Muraro y Martín Alomo

La primera parte de este libro, “La época de los traumatismos”, constituye por sí misma un volumen de Colette Soler inédito en nuestro país hasta la presente edición. Esta parte está conformada por dos textos: una conferencia de 1998, “Los discursos-pantalla”, y un fragmento de su seminario de 2002, “La época de los traumatismos”. Consideramos que estos trabajos de Colette Soler constituyen una contribución de valor inestimable no sólo para el presente volumen, ya que lo mejora y lo prestigia con su sola inclusión, sino -y fundamentalmente- para el proyecto de investigación que funciona como marco para el resto de las producciones incluidas en este libro: “Presencia y eficacia causal de lo traumático en la cura psicoanalítica de las neurosis: investigación sobre la complicidad del ser hablante con el azar (tique)”[1].

 La repetición en la experiencia analítica, reformulada como lo ha hecho Jacques Lacan en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, deja planteada la cuestión en los términos tique y autómaton, extraídos de La física aristotélica.

Por nuestra parte, desde hace un tiempo, a raíz de la investigación mencionada más arriba, que se ha iniciado en la universidad y que continuamos en otros ámbitos, hemos llegado a la idea de considerar a la tique, ese particular tipo de causa por accidente que le ocurre a un ser capaz de elección, como a la complicidad del ser hablante con el azar. Ello significa que la repetición propiamente tíquica es aquella en la que el analizante, para advenir como tal, asume al menos una responsabilidad: la de encontrarse en lo que dice, aun cuando sus dichos difieran de la intención anticipada. Más aún, precisaríamos mejor el punto si extendiéramos la responsabilidad en cuestión no sólo a lo que dice, sino a lo que escucha, más allá de quién lo diga -si él o el analista- y más allá, incluso, de que eso escuchado haya formado parte de los dichos efectivamente pronunciados. Como podemos notar, reconocerse o no en la estructura es una cuestión electiva, y si la moneda cae del lado analizante -y no del lado enfermo o del lado paciente- eso implica una posición cómplice del hablante con aquello que lo ha tomado por sorpresa. Ésta y no otra condición es la que le permitirá al analizante revisar sus posiciones de sujeto, pudiendo hacer uso de la potencia des-identificatoria que le brinda el dispositivo analítico, a condición de que cumpla libremente la regla fundamental. Condición no tan libre después de todo.

La delimitación de los advenimientos de la tique en la cura, nos ha permitido detectar con cierta precisión distintos modos de incidencia del análisis sobre la cadena inconsciente, sobre el manejo de los tiempos de la transferencia, sobre la pulsión y, en definitiva, sobre lo real. Comenzamos por dejar constancia de este trabajo a modo de planteo inicial, en nuestro capítulo primero. Allí, encontramos en la tique analítica la reapertura de la causa -entiéndase en términos de derecho- que ha decidido la elección de neurosis, para decirlo de un modo freudiano.

El hecho de haber situado a la etiología de las neurosis en la hiancia causal que se actualiza tíquicamente en la cura, nos ha llevado a nuestro capítulo segundo. En él, nos sumergimos decididamente en el problema del trauma que anida en dicha hiancia. En particular, nos ha interesado revisar el encuentro con lo real de lalengua, a la que hemos caracterizado de tíquica, además de traumática. El modo en que el ser hablante responde al trauma de lalengua nos ha permitido cernir de otro modo las variantes de la tique que habíamos situado en el capítulo primero. Ahora, la hiancia causal comienza a resonarnos de otros modos, con otros timbres. Allí encontramos el laleo que subyace al uso de la lengua, y eso nos ha permitido delimitar de un modo más o menos preciso la actividad del analizante, que actualiza su trauma a la vez que ensaya el tratamiento del mismo, cada vez que entre las grietas de la lengua que lo habla, como puede, lalea su deseo o su goce.

En este punto de nuestro desarrollo, no ha dejado de ser sorprendente para nosotros el modo en que todo lo que habíamos planteado podía ser revisado desde el ángulo de la lingüística. Dicha revisión nos permitió otro punto de vista. Esa mirada renovada no sólo no era incompatible con las conjeturas a las que habíamos arribado, sino que a través de ella encontramos la ocasión de reconsiderar el problema central del libro desde un punto de vista lateral. Como sabemos, la lateralidad de la lingüística en relación al psicoanálisis puede emerger únicamente si alguien se toma el trabajo de delimitar los campos y las incumbencias. Justamente es eso lo que hemos hecho en nuestro capítulo tercero. Al indagar los puntos en común, pero también los de divergencia, entre la lingüística y el modo en que el psicoanálisis se sirve de ella, nos encontramos transitando un camino que bien podríamos llamar “del Curso de lingüística general de Saussure a la regla fundamental psicoanalítica”.

Luego, que partiendo de la detección de las manifestaciones tíquicas en el cumplimiento de la regla fundamental, hayamos recalado en la cuestión de las resonancias de la interpretación, es fácil de comprender.

Preferimos abrir la segunda parte de este libro, a través de las resonancias de las interpretaciones de Freud y de Lacan que llegan hasta nuestros días. De alguna manera, podría parecer que nuestro capítulo cuarto se insertara en la problemática siempre actual del psicoanalista y su época, aunque tendemos a pensar que más bien se trata de una apuesta renovada a reinventar el psicoanálisis, cada vez, en cada interpretación. Que para Freud podría llegar a pensarse una “interpretación mínima”, al modo en que Lacan caracteriza la suya: tú lo has dicho, no soy yo quien te lo ha hecho decir, no era evidente para nosotros antes de pensar el tema. Y porque las resonancias de la interpretación no son eternas, ya que ellas se apagan -tal nuestra propuesta del capítulo cuarto- nos hemos visto conducidos a un camino que se bifurca. Por un lado, se trata de lo que no resuena para siempre ni para toda ocasión, lo cual nos llevó a indagar cuál es el panorama que abre el campo de los “resonadores analíticos”, para decirlo en términos musicales. Por otro lado, se trata de la opacidad del sentido, que detiene el trabajo de desciframiento bajo transferencia en el final del análisis. En los capítulos quinto y sexto, secuencialmente, transitamos ambos caminos.

A propósito del cambio de paradigma en las elaboraciones lacanianas sobre la interpretación, ya sea apoyadas en la concepción forjada en los ’50, del inconsciente estructurado como un lenguaje, o bien en la sentencia implacable y a d’l’Un, de …ou pire, encontramos que el acento, finalmente, queda puesto en las resonancias. Por ello, el capítulo quinto nos encuentra buceando en un océano de referencias tan poco exploradas como apasionantes, que son aquellas a las que recurre Lacan en …ou pire y en L’insu que sait de l’une-bévue sail à mourre. En este capítulo, no sin una travesía sinuosa a través del arte chino, la poesía de Daumal, la extrañeza de Ponge y la música hindú, hemos encontrado nuestro modo de señalar que lo propio de la resonancia de la interpretación analítica radica en hacer vibrar lo que no se dice en lo que se dice.

Finalmente, en el capítulo sexto, escrito en clave musical, retomamos la cuestión de la resonancia de la interpretación analítica, para intentar lo que consideramos los tres movimientos finales de este trabajo.

En primer lugar, continuamos con nuestra caracterización de la interpretación analítica dirigida a hacer resonar lo que no se dice, y lo hacemos a través de la música. El primero de nuestros tres movimientos finales consiste en delimitar una y otra resonancias, la musical y la analítica. Esto nos lleva al segundo movimiento, que consiste en una profundización de las diferencias entre ambos tipos de resonancias. Ello nos permite recortar ese objeto del cual resulta siempre difícil decir algo: el objeto a voz. Por último, llegamos una vez más a la noción de la finitud de las resonancias. Esta vez, se trata de la interpretación en el final del análisis, articulada al decir performativo, radicalmente distinto de la enunciación ligada al trabajo de desciframiento bajo transferencia. Las resonancias que no son eternas, en el final -del análisis y de nuestro libro- mueren y se reducen como en sordina, hasta apagarse, orientadas hacia el sentido y en contra de la significación, tal el planteo lacaniano de L’etourdit.

En el final, es el acto analítico lo que está en juego. La propuesta es que en ese lugar al que se puede acceder al cabo de un análisis, allí donde las resonancias ya no reverberan, y si lo hacen no convocan al sujeto al trabajo analizante, es posible encontrar un punto de apoyo. Tal vez ése sea el único apoyo en el que un analista pueda hacer pie para modificar su relación con los otros y con el inconsciente. En ese lugar, donde las resonancias encuentran su reducción a un sentido singular, sólo allí es posible -aunque tal vez sea más apropiado decir contingente- encontrar los fundamentos de un deseo renovado, capaz de animar un nuevo modo de lazo social. Ese lazo es el que propone la Escuela.

martes, 24 de junio de 2014

"La teoría del deseo de Jacques Lacan", entrevista a Cristina Toro para Télam (por Pablo Chacón) a propósito de la próxima aparición de su libro



En "Las paradojas del deseo. El sueño en el Seminario 6 de Jacques Lacan", la psicoanalista Cristina Toro articula la interpretación de los sueños de cuño freudiano con la teoría del deseo en Lacan, quien lee en los impasses de Freud la posibilidad de avanzar al punto de entender que el deseo, justamente, es su interpretación.
El libro, publicado por la editorial Letra Viva, retorna sobre La interpretación de los sueños, texto que acaso haya que considerar fundacional del concepto inconsciente.

Podés acceder a la conversación que la autora sostuvo con Télam, haciendo clic aquí



lunes, 23 de junio de 2014

Joël Dor. "Estructuras clínicas y psicoanálisis" (Amorrortu, 2014)



La transcripción del seminario dictado por Joël Dor en Río de Janeiro, Brasil, en 1990, lleva la marca de su origen: «Aunque se trata de la organización escrita de una enseñanza, conservé ciertas cláusulas de estilo que recuerdan y recogen el perfil de la alocución original». El autor se propone introducir a su auditorio —alumnos del Instituto de Psicología de la Universidad Federal de Río— en la noción de diagnóstico desde una perspectiva estructural, perspectiva que impone adentrarse en las características dinámicas y económicas de las principales ordenaciones psicopatológicas: histérica, obsesiva, perversa.

«Freud había señalado perfectamente, desde el inicio de su obra, la ambigüedad con la que se plantea el problema del diagnóstico en el campo de la clínica psicoanalítica: establecer precozmente un diagnóstico para decidir la conducción de la cura, aun cuando la pertinencia de tal diagnóstico sólo pueda ser confirmada tras cierto tiempo de tratamiento». Con la presentación de esta paradoja específica del psicoanálisis, Dor emprende la tarea de distinguir entre síntomas, diagnóstico y rasgos estructurales, y se pregunta: «¿Cuál es la constancia, si existe, de estos rasgos estructurales que no pueden sino suponer cierta estabilidad en la organización de la estructura psíquica?».

Jacques Lacan estableció en su enseñanza la función estructurante del Nombre-del-Padre, en razón de su papel decisivo en el registro de la castración. La respuesta que cada sujeto ofrezca a este complejo dará por resultado una estructura diferente. La escucha del sujeto durante la labor analítica permitirá definir una referencia diagnóstica y, en consecuencia, una dirección particular a la cura.

El autor puntualiza aquí, para cada estructura, la posición que le es específica, y muestra de qué modo ciertos rasgos estructurales se presentan en el discurso del paciente. Aunque comunes a veces a ordenaciones distintas, estos rasgos conllevan siempre aquella particularidad que habilitará un diagnóstico diferencial.

sábado, 21 de junio de 2014

Robert Castel. "El psicoanalismo". El orden psicoanalítico y el poder (Nueva Vision, 2014)



Cuando los psicoanalistas tratan este tema, lo hacen corrientemente para eludirlo mejor. No existen dos problemas, el de «otra escena», donde las producciones del inconsciente flotan en estado de pesadez sociológica, y el de los usos «recuperados» del psicoanálisis. En la situación dual, el contrato constitutivo de la relación analítica impone sus convenciones invalidando el sistema de fuerzas sociales en el que el psicoanálisis se inscribe. Sin embargo, reproduce este sistema en su dispositivo. La neutralidad analítica es neutralización de aquello que, social y políticamente, jamás es neutral. De ahí que el psicoanálisis sea neutralizador.
Por eso, también, si el psicoanálisis puede ser «recuperado» es tan solo por ser, ante todo, recuperador. Esos poderes descubiertos en el campo cerrado de la relación dual son tan «neutrales» que se encuentran disponibles para integrarse en el sistema de control dominante. Los adeptos del psicoanálisis que pueblan un número creciente de instituciones psiquiátricas, parapsiquiátricas, pedagógicas, judiciales y otras no son, pues, soldados perdidos suyos. Serían más bien los primeros batallones de un ejército de recambio para desplazar las formas en que se impone el poder social: de la autoridad-coerción a la persuasión-manipulación.
El psicoanalista ha comenzado en la ciudad el viaje que tenía vocación de emprender. Mejor que el psiquiatra, quien se encuentra amarrado aún a la herencia del manicomio, él circula con comodidad. Portador como aquel del poder y el prestigio del especialista competente, teje durante su periplo una finísima tela. La apuesta de El psicoanalismo es recorrerla tras la pista de un desconocimiento portado en todas partes por el discurso sobre el inconsciente, pero inscripto, ante todo, en la entraña de su funcionamiento más «irreprochable».

viernes, 20 de junio de 2014

Psicoanálisis y el Hospital, nº 45. "El odio. Clínica y cultura". (Invierno 2014)



Sumario

Editorial: Clinica y cultura del odio

Pensar el odio
El dilema del odio en tiempos de crueldad - Juan Dobon
Una logica del odio - Isidoro Vegh
La sustancia odiosa - Mario Pujo
El odio - Pablo Fridman
Tramas de la venganza: odio y castigo - Marta Gerez Ambertin
La efectuacion del odio como patentizacion del sujeto en lo real - Amelia Imbriano
El odio. Su presencia en la clinica y en la logica colectiva - Guillermo A. Belaga
Winnicott: el odio en el contexto del uso del objeto - Horacio G. Martinez
Acerca de la odiosincracia - Juan Carlos Cosaka
El amor en los tiempos de la colera - Demetrio Demirdyian
Del odio a los K - Dario Gigena
Mascaras del odio - Maria Cecilia Anton
El odio y la tipologia de la violencia - Bruno J. Bonoris
Habria otra posibilidad que el odio? - Daniel Paola

Tratamiento clínico
Palomo - Norberto Buchsbaum
El odio en la paranoia como hecho clinico - David Moscovich
Puesta en forma de un pequeno odio ocasional - Amalia Racciatti
El hysterodio… - Roberto P. Neuburger
En torno a la particularidad del odio en las psicosis - Ana Schkolnik
Sobre la hainamoration - Isabel Fernandez
Odio y venganza. Limites a la subjetivacion del duelo - Eduardo S. Sullivan
Ambivalencia y acto homicida en Louis Althusser - Tomas Grieco
La venganza de Emma Zunz - Julio Moscon

La cultura del odio
Mas alla del odio - Jorge Balmaceda
El mal - Osvaldo Delgado
Clinica del odio y la violencia - Miquel Bassols
Los linchamientos - Laura A. Capacete
La segregacion y algunas de sus coordenadas estructurales - Adriana Alfano
Que la inocencia no les valga - Andrea Labartete
Sobre la responsabilidad ciudadana - Nora Sternberg Rabinovich / Norberto Lloves
Odios desatados... Cuando lo social no soporta la palabra - Gabriela Insua
La coronacion del odio - Silvina Gamsie

jueves, 19 de junio de 2014

Giorgio Agamben. "Pilato y Jesús" (Adriana Hidalgo, 2014)




Se da por descontado que el cristianismo es una religión histórica y que los “misterios” de los que habla son también, ante todo, hechos históricos. Si es cierto que la encarnación de Cristo es un acontecimiento histórico, entonces el proceso de Jesús es uno de los momentos claves de la historia de la humanidad, en el que la eternidad se cruzó con la historia en un punto decisivo. De allí que resulta urgente la tarea de comprender cómo y por qué este cruce entre lo temporal y lo eterno y entre lo divino y lo humano, asumió precisamente la forma un juicio procesal. La figura de Pilato se describe en los Evangelios a través de sus vacilaciones, sus tergiversaciones y cambios de opinión. De modo que los evangelistas revelan quizá por primera vez algo así como la intención de construir un personaje, con su psicología y su lenguaje propio. Es lo vívido de ese retrato lo que le hace exclamar a Lavater en una carta de 1781 a Goethe: “Encuentro en él todo, Tierra e infierno, virtud, vicio, sabiduría, locura, destino, libertad: él es el símbolo de todo en todo”. Puede decirse, en este sentido, que tal vez Pilato es el único verdadero “personaje” de los Evangelios. Nietzsche lo definió en El Anticristo como “la única figura del Nuevo Testamento digna de respeto”. A través de textos bíblicos y extrabíblicos, este libro analiza la figura de Pilato y revisa el proceso judicial a Jesús.

miércoles, 18 de junio de 2014

Entrevista a Pablo Peusner y Luciano Lutereau, en el programa "Sintonía Psi", de Radio UBA, conducido por Lisandro Cejas (17 de octubre de 2013)




Bienvenidos a Sintonía Psi, el programa de radio de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Para hoy hemos producido un programa destinado hablar de los niños y de lo infantil, para lo cual contamos con la presencia de dos de referentes en el tema, que además vienen de publicar un libro en coautoría –del que hablaremos en un momento–. Son Pablo Peusner y Luciano Lutereau... ¡Buenas noches! ¿Cómo están? ¡Bienvenidos!

Luciano: ¿Qué tal, Lisandro? ¿Cómo estás?

Pablo: Buenas noches, es un verdadero gusto estar aquí con vos.

Es una alegría que hayan querido y hayan podido venir –no fue nada fácil poder producir este encuentro–. Los oyentes saben que  me encanta recorrer un poco la vida de los invitados. Luciano: ¿por qué te has interesado por la psicología? ¿Qué te llevó a desarrollarte en esta área?

Luciano: Yo estudié psicología y filosofía. Ya desde joven mostraba un interés por las ciencias humanas y siempre fui un apasionado lector, pero cuando tuve que hacer una elección vocacional  no supe decidirme. Entonces durante mucho tiempo estudiaba a la mañana en una facultad, al mediodía trabajaba y a la noche en la otra. Igual, lo que me decidió hacia la práctica del ejercicio profesional de la  psicología fue el encuentro con el psicoanálisis. El encuentro: inicialmente, la experiencia como paciente. Eso fue lo que me decidió. Hoy en día soy docente en la Facultad de Filosofía también, pero si me tengo que reconocer en alguna práctica, es en la de psicoanálisis.

Y ahora entonces le pregunto a Pablo: ¿cómo nace en tu vida el interés por la psicología, y cómo te orientaste hacia la clínica con niños?

Pablo: En realidad llegué a la psicología en un segundo tiempo, puesto que comencé estudiando Musicoterapia en los tiempos en que la carrera no existía todavía en la Universidad de Buenos Aires. Ese inicio fue una gran desilusión para mí. Me sentía muy extraño en una universidad privada y católica: me iba muy bien, pero me sentía muy incómodo y decidí hacer el cambio separando mis dos intereses del aquella etapa. Y cuando llegué a la Universidad de Buenos Aires, me pasó lo mismo que a Luciano: me encontré con el psicoanálisis y ahí cambió absolutamente todo, se me despertó un gran entusiasmo y un afán de querer saber, investigar y leer, con la ilusión de llegar en algún momento a ejercer la clínica, porque era el área que me despertaba más interés.  

En tu caso particular, Pablo, sos reconocido, por tus investigaciones en la clínica con niños ¿Qué es lo que te convoca particularmente de esa clínica?

Pablo: Es una clínica que me resulta muy interesante... Hay una frase de Lacan, en la que sitúa al psicoanálisis con niños en la frontera móvil de la conquista psicoanalítica. A mí me parece que hay mucho que se puede aportar desde ese lugar al psicoanálisis todo.  Y si bien es cierto que también recibo en consulta a pacientes adultos, tanto mis investigaciones como mi trabajo de transmisión han girado en torno a las cuestiones relativas a la clínica con niños. Es un desafío permanente para mí sostener esa tarea.

¿Y vos Luciano? Porque si bien fuera del aire me contaste que no es lo único que hacés, la clínica con niño te convoca

Luciano: Yo creo que probablemente la clínica con niños sea el campo de problemas donde menos consenso hay entre los que se dedican a esa práctica. Quienes se dedican a la clínica con adultos tienen formas de reconocimiento de los conceptos que son mucho más claras, por ejemplo: cómo o dónde termina el análisis de un adulto es algo de lo que, más o menos, podría decirse que estamos de acuerdo. Sin embargo la clínica con niños es mucho más difusa y es ahí donde cobran valor las variantes que tiene cada clínico. En mi caso particular yo también empecé a interesarme teóricamente en la clínica con niños después de un periodo de mucha desilusión en el que leía a Melanie Klein y a autores más recientes que se dedicaban a la práctica con niños y no sentía que eso reflejara mi propia clínica con niños. Me decía: “¡pero nadie está hablando de lo que a mí me pasa! Leía a  Melanie Klein hablando de un caso en el marco de la Segunda Guerra Mundial o a Françoise Doltó diciendo que puede curar a un niño en ocho sesiones y a mí eso no me pasaba. Hasta que por sorpresa me encontré con Pablo Peusner y  empezamos a intercambiar, no sé si preguntas, pero sí problemáticas.  Y ese libro que hoy, Lisandro, tenés en las manos no podría haber existido si no me hubiera encontrado previamente con Pablo como un autor de referencia. Le hice hace unos días un chiste al editor al respecto, diciéndole que los nombres de los autores del libro no están al mismo nivel... Yo presentaría este libro como el de un discípulo y su maestro. Eso es lo que es Pablo para mí en la clínica con niños. Y creo que el libro lo refleja...

¡Qué interesante! Te adelantaste a la pregunta que les estaba por hacer, Luciano, porque justamente iba a preguntarles cómo fue que llegaron a trabajar juntos y a publicar este hermoso libro, es una hermosa edición... Les cuento a los oyentes que hablamos de ¿Quién teme a lo infantil? La formación del psicoanalista en la clínica con niños, de Editorial Letra Viva. La pregunta del título es una pregunta que invita al recorrido. Entonces, muchachos, ¿quién teme a lo infantil?

Pablo: Hemos planteado ese interrogante como una pregunta de trabajo. Tenemos respuestas provisorias, las vamos cambiando y vamos jugando con ellas a lo largo del libro, el que incluye todo un sesgo para pensar esos puntos en que Freud temía a lo infantil.  Pero además, nos parece que haciendo una lectura política del libro –ya no tan teórica– se podría afirmar que muchos analistas contemporáneos temen a lo infantil incluso cuando atienden niños.

¿Qué es lo que provoca tanto temor en lo infantil? ¿Qué hay allí? ¿Qué es lo que se juega para que algunos psicoanalistas, no el psicoanálisis, retrocedan?

Luciano: Creo que no solo los psicoanalistas, creo que por definición lo infantil es conflicto, es conflictivo. Hoy en día vivimos en una sociedad que le teme al conflicto. Yo lo verifico constantemente con diversos pedidos que recibo en el consultorio… Hace unos días en una nota periodística contaba que este año recibí cinco consultas en las que se me solicitaba el “apto diagnóstico” de niños para entrar al jardín. Es curioso que nos pidan que certifiquemos la salud mental de un niño antes de que entre a la escuela, antes de que ingrese a un dispositivo que debería ser contenedor como un jardín de infantes. La misma lógica anti-conflicto está presente con los jóvenes, con los adolescentes: porque al primer conflicto que tienen en la secundaria son derivados compulsivamente a un profesional, como si esa etapa de la vida no fuera conflictiva por definición. Creo que hay una falta generalizada de tolerancia al conflicto que se refleja muchas veces en esa idea de que el niño presenta “baja tolerancia a la frustración”.

¿Qué hace el Otro cuando se encuentra con estos conflictos? ¿Qué hacen los padres, la familia...? Porque me imagino que a veces, cuando aparecen estas conflictivas en la escuela o en la familia, el otro expulsa la conflictiva.

Luciano: Claro.

Pablo: Tengo la impresión de que hay un giro en la institución escolar, no sé si es un tema que sea fácil, pero me parece que hay un giro, que desemboca en una patologización muy rápida de ciertas conductas que en otros tiempos eran tratadas con los dispositivos de disciplina escolar. Las escuelas están hoy en día un poco atemorizadas porque además están bastante restringidas, en el sentido de que no disponen de tantas herramientas como disponían en otros momentos. Siempre está presente el fantasma del padre que no quiere firmar una nota en el cuaderno o que la firma y pone “con reservas”. Justamente es lo que produce que cuando un niño comienza a tener dificultades en la escuela, y no necesariamente de rendimiento sino de conducta o adaptación, eso resulte rápidamente patologizado, incluso diagnosticado por los diversos actores de la estructura escolar. Entonces, nos encontramos con niños derivados por las maestras y que llegan a la consulta con un diagnóstico que fue producido de modo absolutamente intuitivo.

Lo decís muy bien. Se nota que están en el tema... Las maestras son las primeras que derivan, se sacan el problema de encima y a veces los chicos quedan como sufrientes, pero sin ningún tipo de contención ahí...

Pablo: Quiero aclara algo, Lisandro, si me permitís. No sé si las maestras se lo sacan de encima. No tienen otra cosa que hacer porque tampoco… Yo creo mucho en el trabajo de las maestras. Hay gente que hace ese trabajo maravillosamente bien, pero me parece que cuentan con pocas herramientas para poder tratar, abordar o desplegar la conflictiva de un niño. Detrás de cada niño hay una familia. Y la familia como institución está pasando, también, por un momento particular. Tengo la impresión de que todos estos factores confluyen a que la salida más elegante, más obvia, más políticamente correcta y hasta burocrática quizás, es hacer una derivación y que un profesional se ocupe de eso, firme un papel, ponga un sello e intente garantizar alguna cosa. Aunque sea, que el niño está en tratamiento –porque muchas veces lo que nos piden es un certificado de que el niño está en tratamiento como condición para que continúe, para que pase de sala o para que pase de grado–. Solo con eso alcanza.

Volvamos un momento al libro. Cada capítulo es una pregunta, podríamos retomarlas una por una, pero preferimos que los oyentes compren el libro si están interesados en la problemática. Recién decía yo que se notaba que estaban en el tema, pero quería preguntarles: ¿existe una clínica específica con niños? Y si existe, ¿cuáles son las características que la diferencian?

Luciano: Yo creo que existe una clínica con niños pero que no es una especialidad. No es la especialidad de la clínica con niños. Creo que la práctica con niños es un modo de pensar la experiencia. Ya un psicoanalista muy conocido que se llamaba Donald Winnicott destacaba de qué manera jugaba con sus pacientes, aunque fueran estos adultos. Desde mi experiencia, de lo que fue mi pasaje por mi análisis y como practicante del psicoanálisis, yo descubrí el psicoanálisis en la clínica con niños. Creo que en muchos casos lo que hago con mis pacientes adultos es muy similar a lo que hago con los niños. No creo que exista una diferencia ni una especificidad. A pesar de que…

... se aborda a los niños desde otro lugar

Luciano: Exactamente. Desde otro lugar, pero no por la práctica, no por la clínica.

Pablo: Yo agregaría algo y es que hay una particularidad de la clínica con niños que no podemos desconocer y es el hecho de que los niños vienen con los padres al tratamiento, y que eso exige a los profesionales, sobre todo si somos analistas, que tomemos posición respecto de cómo manejar eso. Es un hecho casi, yo diría, inevitable, cotidiano que los padres vengan a las primeras consultas, lleven y traigan a los niños pero con eso no alcanza. El analista tiene que promover que los padres estén en determinada posición para que colaboren y participen del tratamiento del niño. Caso contrario ocurre aquello de lo que se quejaron generaciones enteras de analistas de niños que no tuvieron en cuenta este problema, y es que cuando los niños empiezan a estar mejor, los padres los retiraban del tratamiento. Ese fenómeno solo puede ocurrir si los padres no están en un buen lugar, si no se había hecho un buen trabajo para ubicarlos en un desde donde pudieran colaborar con el tratamiento del niño y ser receptivos a lo que Freud llamaba “el influjo analítico”.

Y estimo desde el sentido común que es fundamental esa alianza con los padres, ¿no?

Pablo: No me gusta del todo el término “alianza”, Lisandro. No es una colaboración voluntaria, ni lograda mediante la argumentación o el convencimiento. Es más bien un efecto del influjo que el analista pueda producir sobre esas personas: padres, madres y parientes... He trabajado mucho este problema y encontré en la literatura analítica una frase que afirma  que “la presencia de los padres es un real”. No trabajamos desde esa perspectiva. Yo propongo que la presencia de los padres debe ser provocada, producida por el analista a través de un dispositivo que construya un lugar para que esos otros estén ubicados –no son solamente los padres biológicos–. Hoy tenemos familias ensambladas, hay parejas que conviven con un niño y no son padres, en fin: estamos enfrentando nueva configuraciones familiares. La familia va a seguir existiendo, va a seguir trasmitiendo, eso es irreductible –decía Lacan–. Pero tenemos que afianzar esa herramienta, pensar, problematizar y trabajar exactamente cuál es el mejor lugar para que los padres estén, para que desde allí el tratamiento con el niño se transforme en algo posible y más efectivo.

Qué interesante, porque no me imagino a un niño por fuera de una familia pero las familias se han trasformado. No sé si ya han tenido experiencias con que vengan de familias ensambladas o que sean hijos de familias homoparentales.

Luciano: Justamente, hace poquito un niño me decía que ese fin de semana tenía el casamiento de la tía. Yo me sorprendí de que me hablara de  “la novia de mi tía...”, pero eso era absolutamente natural para él. Coincido en ese punto con Pablo de que se reconfigura la familia pero eso no modifica en absoluto a la institución familiar –no hay crisis de la familia como en algún momento se habló de esta cuestiones.

Justamente, no se puede pensar a los niños por fuera de los momentos históricos que vivimos, y la pregunta es si el psicoanálisis de niños está ajustado a estas vicisitudes, al momento histórico, a lo que los chicos van viviendo.

Luciano: Sí, constantemente. Yo creo que el psicoanálisis con niños, al contrario del psicoanálisis con adultos, vive una renovación  constante porque cambian las formas de crecer. Hace un momento decíamos que quien le teme a lo infantil es quien le teme al conflicto y crecer, fundamentalmente, es crecer a través de conflictos; y las formas de conflicto van cambiando.

Y de padecimientos también, imagino.

Luciano: Efectivamente, hace 10 años las cuestiones de aprendizaje eran muy relevantes. Y yo diría que más del ochenta por ciento de las consultas que recibo hoy vienen por problemas de conducta, de lo que hoy en día quedó subsumido bajo el título de “violencia” – algo que es bastante problemático porque hoy se llama “violencia” a todo–. Todo es violencia. Muchas veces la denuncia o el padecimiento de un niño es catalogado como violento, cuando en realidad es algo que denuncia algo, es una forma de llamar la atención, es una forma de padecer.

Uno de los capítulos firmados por Pablo se titula “¿Qué saben los niños de la muerte?”. ¿Cómo es que decidiste incluir en este trabajo el desarrollo de esta pregunta? 

Se trata de un trabajo que produje hace algún tiempo, luego de una seguidilla de consultas de padres desesperados porque sus hijos manifestaban –según me decían– ideas suicidas. Nosotros los adultos cada tanto decimos: “Si esto no me sale, yo me mato”, “Me quiero matar”, “Me quiero morir” y otras por el estilo, pero basta que lo diga un niño para que sus otros entre en una especie de pánico. Te decía que recibí varios casos seguidos con el mismo problema, los acepté todos y trabajando con esos niños y sus familias, me encontré con un problema que no me costó remitir a la obra de Freud. Porque muy tempranamente Freud afirmada que no hay inscripción inconsciente ni de la sexualidad, ni de la muerte y que los sujetos hablantes tenemos que hacer todo un trabajo al respecto. Estamos muy acostumbrados ya, supongo que por la enorme penetración cultural del psicoanálisis, a que los niños hablen de la sexualidad o que la manifiesten, incluso hasta es muy divertido. Hacemos chistes sobre eso. Nadie se asustaría mucho si un niño desnudo se escapa corriendo por la playa o si alguno se está tocando el pito en algún cumpleaños. El problema es que sí nos asustamos cuando esas situaciones o esos contenidos no remiten a la sexualidad sino a la muerte. Lo curioso es que Freud les daba el mismo lugar. Lo que yo propongo en el libro es que: la sexualidad y la muerte son las falsas dos caras de una banda de Moebius –digo “las falsas dos caras” porque la banda de Moebius tiene una sola cara–. Entonces cuando un niño habla de la muerte, digamos, toca sin ninguna duda lo indecible del Otro. Es muy difícil para los padres escuchar hablar a un niño de la muerte, entonces ahí retroceden y se asustan. Cuando un niño pregunta por la sexualidad ya estamos como envalentonados con eso, no hay tanto miedo, pero cuando aparece el tema de la muerte cuesta mucho. Incluso es como si la cultura hubiera aceptado más a la sexualidad que a la muerte para circular abiertamente. Entonces, en este trabajo intenté desarrollar la lógica del tema, y proponer incluso una posición para intervenir como analistas, mostrando que debe aplicarse exactamente la lógica lacaniana de la coextensividad del tema-síntoma con su resolución curativa. Si uno despliega con un niño el tema de la muerte, el tema se satura, cambia de signo y no ocurre nada: no hay ningún riesgo suicida, no produciremos un niño deprimido o un niño gótico, como alguna vez escuche decir.

¿Desde qué momento se puede tomar a un niño, en tratamiento? ¿Hay momentos específicos? Es una pregunta que el oyente podría estar haciéndose.

Pablo: Partimos de la idea de que el niño está atravesado por el lenguaje desde antes de nacer, incluso. Cuando recibí consultas por niños muy pequeños, bebés incluso o niños que aún no hablan, lo que verifiqué es que en realidad había una dificultad para poder hacer alguna cosa con el sufrimiento que un niño despierta y produce en sus padres. Hace ya mucho tiempo propuso que un hijo siempre introduce una desproporción, en tanto es más, es menos o es distinto de aquello a lo que sus padres esperaban de él. La pareja parental tiene que hacer un trabajo con esa desproporción  para poder soportarla. A veces los padres no saben bien cómo hacer ese trabajo, tienen dificultades y entonces eso los lleva a la consulta –por ejemplo, porque su hijo de tres meses es “muy demandante”. ¿Qué quiere decir que un niño de tres meses sea muy demandante? ¿No será más bien que ese padre y esa madre hicieron un mal cálculo respecto del nivel de demanda que iban a recibir por parte del pequeño, creyendo que la misma sería proporcional a la oferta que estaban en condiciones de aportar? Siempre que tomé esos casos, nunca llegué a ver al niño, porque luego de algunas entrevistas con esos padres algo se acomodó y el problema giró en alguna otra dirección...

¡Sin duda a los tres meses estamos en el momento en que uno necesita más del otro!

Pablo: Te cuento esto porque en nuestra práctica la realidad supera cualquier ficción. Después, por lo general, uno recibe consultas a partir de los tres años, con las primeras posiciones de los niños en el lenguaje; pero me da la impresión de que antes de eso se trata de ajustar alguna cosa en el sistema del Otro.

Luciano: Creo que la pregunta de Lisandro puede replantearse en términos de cuáles son las condiciones que tienen que darse para iniciar un tratamiento. No alcanza con que de repente alguien venga y diga “quiero que trates a mi hijo”, habría ciertas condiciones para el inicio del tratamiento del niño. No alcanza simplemente con el pedido, ni siquiera con que el niño sufra. Me parece que tener una posición tomada respecto de cuáles son las condiciones, puede ser hasta preventivo, al menos, hasta el punto de no hacerle perder el tiempo a nadie, sobre todo hacerle perder el tiempo a una familia que tiene unas determinadas particularidades, también. Eso es importante tenerlo en cuenta sobre todo en contextos institucionales en donde, muchas veces, las derivaciones son casi automáticas. El tiempo de consulta con un psicoanalista siempre implica preguntarse qué condiciones supone ese tratamiento. A mí me gusta decirlo de esta manera: “un analista elige a su paciente, elige tomar el tratamiento de ese paciente”, y eso es  fundamental justamente para que sea operativo, para no generar frustraciones inútiles.

¿Son los padres, a veces sin querer, el motor del padecimiento en los chicos?

Luciano: ¿El motor quiere decir la causa?

Si.

Luciano: Sí, muchas veces sí, pero no necesariamente. La vida es ocasión de sufrimiento

Pablo: Por eso hace falta ver qué hay entre el padre, la madre y el niño, incluyendo además la historia que los padres arrastran.

Aparece algo de lo infantil de los padres en ese “entre, ¿no?

Pablo: Absolutamente. Y por eso los analistas también temen a lo infantil, porque todos pasamos por lo infantil en términos de etapa. También la sexualidad es infantil siempre porque nunca madura. No hay sexualidad adulta, siempre es infantil. Y agrego que tampoco hay una noción adulta de la muerte.

Por si tuviéramos algún oyente no iniciado en estos temas, te pido Pablo que expliques por qué no madura la sexualidad...

Pablo: La sexualidad humana está absolutamente perturbada por la desproporción que introduce el lenguaje –algo que, por ejemplo, no ocurre en los animales en estado silvestre. Los animales mantienen la cópula solamente en la época  de celo, a los fines de reproducción y, por supuesto, con ejemplares de la misma especie pero de género opuesto. Los seres humanos tenemos todo eso perturbado y esa perturbaciones se deben al lenguaje, por eso nuestra sexualidad no termina siendo genital, ni se reduce solo a fines reproductivos, ni es únicamente heterosexual. Aclaremos al pasar que lo mismo ocurre con otras funciones biológicas como, por ejemplo, la alimentación y el descanso: también somos desproporcionados allí.

Me gustaría que Luciano dijera algo acerca de lo que en el libro son las configuraciones sintomáticas en la infancia.

Luciano: Hay un capitulo en el libro que se titula de esta forma “configuraciones del síntoma” que trata de ubicar cuáles son los modos de padecimientos actuales y de qué modo llegan los niños al tratamiento. Una situación que Pablo describió bastante bien en la primera parte del libro cuando habla del “sufrimiento de los niños en su matiz objetivo”. Bueno, en términos generales este libro muestra de qué manera, quizás, por caminos distintos Pablo y yo ya veníamos conversando desde antes. Sobre todo ese capítulo está centrado en lo que hoy en día se llaman “síntomas descriptivos”, los que se suelen agrupar bajo los nombres de “impulsividad, tolerancia a la frustración, etc.”. Ese tipo de particularidades de los niños que ya, como decía hace un ratito, no tiene que ver tanto con el deseo, ni con las alteraciones del deseo de saber –lo que se llamaba hace unos años el “fracaso escolar”–, sino que hoy en día viene más en el plano de la conducta y que nos obligan a pensar cómo intervenir en esas circunstancias, ante niños que nos dan vuelta el consultorio o que revolean cosas...

¿Hay que tener mucha paciencia con los niños, no? El adulto imagino que se queda más tranquilito, se sientan o se acuestan en el diván. Pero los chicos suelen ir y venir...

Pablo: Es una clínica donde hay que poner más el cuerpo, eso es una realidad. Cuando uno atiende adultos siempre está más protegido en el sillón.El adulto está en el diván, el campo escópico también está más protegido. Con el niño uno está siempre cara a cara y es una clínica que obliga a poner el cuerpo, es una clínica que agota, que al final del día se siente –sobre todo los que ya tenemos algunos años–. Es un fenómeno que he notado en los analistas, con la gran excepción de Winnicott, que cuando los analistas empiezan a ponerse más grande dejan la clínica con niños.

¿Por qué? ¿Va bajando el nivel de tolerancia?

Pablo: No sé. A mí me parece que es la exigencia física la que produce un agotamiento, más que la tolerancia. Hay una presencia del cuerpo más fuerte en la escena clínica con un niño.

Luciano: Sí, acuerdo con Pablo, y además la niñez implica un modo de que es muy distinto  respecto del código y las convenciones... Hace unos días trabajé todo el día con adultos, pero a la tarde llegó un niño y lo primero que me dijo fue “tenés la bragueta abierta”. Sin duda tuve la bragueta abierta toda la tarde, pero nadie me dijo nada. Digamos que los niños introducen  una confrontación con la propia posición que no es tan fácil de sostener.

Creo que lo que dice Luciano es maravilloso. Los chicos tienen esa naturalidad para decir algunas cuestiones que, quizás, el adulto diría o las diría desde otro lugar. Hay otro capitulo que escribió Pablo sobre la posible existencia de niños perversos ¿Hay niños perversos?

Pablo: Ese capítulo está ahora un poco fuera de tiempo después de la publicación del libro de Luciano con Lujan Iuale y Santiago Thompson, “Posiciones Perversas en la Infancia”. Ese capítulo es una conferencia que di en Córdoba en el año 2009, en donde insinué esa posibilidad. La insinué a partir de cierta presentación de algunos niños en las consultas que solo podían pensarse como una posición perversa, distinta de la perversión-polimorfa. Eran presentaciones que producían en el Otro el mismo efecto de división subjetiva que la perversión, pero que no son tan fácilmente asimilables a la perversión-polimorfa. Lo que comencé a desplegar un poco allí, es lo que formalizaron maravillosamente bien ellos en el libro. Es curioso pero llegamos casi al mismo lugar por caminos distintos y desconociendo el trabajo del otro –doy fe que esta conferencia  se la hice leer a Luciano luego de que apareciera el libro de ellos tres. Él no sabía que yo había trabajado esto.

Luciano: Sí, es cierto. Ese tipo de remisiones están permanentemente y eso lo explicamos en la introducción al libro que hicimos con Pablo: de qué manera los textos de ese libro –si bien son de diferentes momentos– estaban conversando, quién sabe por qué y desde qué tiempos.

¡Qué interesante!

Luciano: Y continuando con esto que decía Pablo, me parece central cómo cambia. La perversión no es lo que habitualmente llamamos “perversión”, sino un modo de relación diferente. Freud decía que, por lo general, el sustituto privilegiado de los padres era el maestro, porque podía encarnar una figura de autoridad. Uno podría decir, muchas veces, un niño se despide diciéndole a su analista “hasta la próxima clase”, o sea, que uno va a la misma serie de la autoridad. La pregunta por la perversión en los niños es la pregunta por esos niños que no se relacionan con una autoridad, que no le atribuyen al otro una posición de autoridad y que por eso los vuelve desafiantes, oposicionistas; pero no es que sean niños malos, no lo pensamos en el sentido moral de la perversión.

Yo quiero insistir con algo que me interesa mucho y es el juego Hay un capítulo del libro titulado “Juego e Interpretación”. Luciano: ¿cuál es el enlace entre el juego y la interpretación?

Luciano: El tema del juego es un tema que yo trabajé con bastante énfasis el año pasado en el Foro Analítico del Rio de la Plata, la institución de la que somos miembros junto con Pablo. Fue un seminario que se cristalizó en un libro que se tituló “Los usos del juego”, y fue para mí una sorpresa porque creía que el juego era un tema del cual ya se había dicho todo... Me encontraba en la situación de volver a hablar del juego, incluso con cierto desgano. Curiosamente lo que me sorprendió de tomar la cuestión del juego era que, quizás en los libros que yo venía leyendo sobre el juego no estaba tan claro cómo trabaja un psicoanalista con el juego. Incluso cómo le explicamos a los padres que vamos a jugar con sus hijos cuando ellos tranquilamente, en el mejor de los casos, también juegan. En qué se diferenciaría el juego que juega un analista de los niños. La palabra “juego” es una palabra muy polisémica. La cuestión es cómo es que un psicoanalista hace del juego una herramienta de trabajo. La hipótesis que desarrollé en “Los usos del juego” y que salió de ese seminario en el Foro Analítico del Rio de la Plata, fue que trabajamos con el juego en función de los obstáculos al jugar. Dicho de una forma sencilla o resumida: un psicoanalista trabaja con el juego para motorizar el juego, para resolver los obstáculos que hay en juego; de hecho te diría que muchas veces el tratamiento con un niño concluye cuando el niño recupera la capacidad de jugar. No simplemente cuando juega compulsivamente, o quizás, el juego en sentido estricto no es la Playstation eso es una imagen de juego, no tiene nada que ver. Porque el juego no es tampoco usar una serie de fichas y jugar a las damas. El juego tiene que ser reconocido en la experiencia lúdica. Muchas veces, en el sufrimiento de un niño está dañada la posibilidad de jugar en sentido estricto. El niño parece que juega porque se encierra en su habitación y juega a la Playstation durante cuatro horas, pero eso no es propiamente juego.

Y ahí hay un salto definitorio. Me parece interesante que lo puedas desplegar: Experiencia lúdica en relación al juego. ¿A que se denomina experiencia lúdica?

Luciano: La experiencia lúdica es, como toda experiencia, una experiencia de enriquecimiento donde aquel que la atraviesa por definición nunca vuelve a ser el mismo. Siempre hay una transformación en la personalidad de quien pasó por una experiencia. En los niños la experiencia privilegiada, o lo venía siendo hace unos años, eran las vacaciones. Uno se encontraba con un niño después de las vacaciones y era otro niño porque algo había pasado, con algo se había encontrado. La experiencia lúdica no tiene que ver con algo de niños nada más, porque los adultos también perdimos la  experiencia lúdica y creo que también el análisis de un adulto consiste en que pueda recuperar la capacidad de jugar. Eso decía, este psicoanalista que mencione al principio que es Winnicott. Lacan a esa capacidad de jugar la llamó “acto”.

¿La ausencia de la capacidad de jugar es presencia de  patología en la clínica con niños?

Luciano: Yo creo que sí.

¿Es esperable que el niño quiera jugar y con otros?

Pablo: Tanto como es esperable que el juego se sostenga. Hay niños que rebotan por los juegos, que no logran instalar un juego. Comienzan a organizarlo, disponen de los materiales y lo interrumpen, pasan a otra cosa, cambian el soporte y cambian de propuesta. Winnicott hubiera dicho que el juego no era  satisfactorio en tales casos, que no alcanzaba como maquinaria para procesar las ansiedades que estaban presente
.
Cerramos solamente por una cuestión de horario. Habría mucho más para conversar, sin duda. Les agradezco muchísimo que se hayan acercado a Sintonía Psi.


Luciano: Fue un gusto, Lisandro.

Pablo: También para mí, gracias por la invitación y el espacio. Hasta la próxima.-