viernes, 29 de agosto de 2014

PABLO PEUSNER. Presentación de "Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante" (Letra Viva 2014)


PRESENTACIÓN DE
“CELOS Y ENVIDIA. DOS PASIONES DEL SER HABLANTE”

Hace poco menos de un año presentábamos aquí (junto a Carolina Zaffore) la primera obra de la dupla Lucas-Luciano, y decía yo (otra vez) que la presentación de un libro siempre es una celebración, un evento festivo, una ocasión para manifestar alegría. En esta ocasión, y supongo que a partir del asunto que aborda el libro que hoy nos convoca, también pensé que tanto éste (el libro) como nuestra reunión podrían ser ocasión de celos y envidia. Aquí está entonces el primer efecto que su lectura me produjo, al menos en vistas a la noche de hoy: me permitió rectificar un poco mi posición o, al menos, no volverla ingenuamente universal. Un libro siempre fue un motivo de celebración y alegría “para mí” (y supongo que para sus autores) –de hecho, supongo que por eso me invitaron a presentarlo–. No sé exactamente qué representará para el resto de Ustedes.

La realidad es que en este lapso de un año al que hice referencia, el fenómeno de expansión escritural y editorial de nuestra comunidad de trabajo no se ha detenido y diría que hasta se ha expandido, llegando incluso a algunos diarios de nuestra ciudad y del interior del país (todos saben que hace tiempo ya que estamos muy expandidos en la web y las redes sociales). Hay un trabajo sostenido de escritura que nos posiciona bien entre los lectores –incluso estos últimos comienzan a hablar de cierto “estilo amigable” de los miembros del Foro. Destaco aquí un fenómeno de influencia que nos atraviesa y que nos ha favorecido para llegar más lejos y con más efectividad a nuestros lectores (la única excepción al respecto es cuando hablamos del inconsciente-real, pero confío en que lo resolvamos pronto). Creo que dejar de imitar a Lacan nos ha venido bien –al fin y al cabo era él mismo quien nos lo pedía, ¿se acuerdan?
No voy a hacer hoy la lista de lo que publicamos durante este año, pero alcanza con decir que fue mucho y bueno, que hay más por llegar, que las revistas reales y virtuales siguen firmes, que las voces del Foro esperan aún otro volumen colectivo este año, y que han aparecido las obras debut de dos de nuestras prima donnas. De alguna manera, y entre todos, hemos logrado que llegar al libro no fuera tan imposible. Es un buen momento para intentarlo, ¡no lo desaprovechen!

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Ahora bien, hoy es la noche de una obra que hace resonar las “Voces del foro” –tal es el nombre de la colección que lo acoge en la editorial. En este caso se trata del primer volumen colectivo de la colección, el que recoge el resultado de una noche de trabajo aquí en el Foro (13 de mayo de 2013) que muchos recordamos aún, en la que se habló específicamente de los celos –enriquecido en este caso por su articulación con la pasión de la envidia.

La primera edición de esta obra está prácticamente agotada –quedan tan solo algunos ejemplares disponibles. ¿Resultará probable que alguno de los presentes esta noche aquí no hayan leído la obra? ¿Qué podría yo decirles para entusiasmarlos, sin traicionar el contenido de este libro? Voy a intentarlo…
Podría comenzar contándoles a los posibles lectores que no encontrarán en este libro la teoría general de los celos ni de la envidia. Es inevitable repetir aquí una frase del libro que reza “hay tantas formas de celos como celosos en el mundo…” (25).

Es más, diría que es un libro “que abre” el tema más que cerrarlo. Por eso justamente a través de sus páginas desfilan diversas referencias a la clínica, a los escritores clásicos (desde Shakespeare a Proust, desde Moliere a Tolstoi y Dante), a los filósofos (Descartes o San Agustín), a la Biblia y, por supuesto, a Freud y Lacan –entre otros autores y comentadores del psicoanálisis.
A este respecto, no puede ser utilizado como un manual.
No es un libro para salir corriendo a leer cuando se recibe un paciente celoso.
No es un libro para leer apurado.
Y me animo a afirmar que no puede ser leído con apuro porque exige algo del lector. En tal sentido, es un libro que demanda lectura.

Justamente por eso no es un libro fácil. Pero no debido a que su lenguaje resulte abstruso o innecesariamente barroco y rebuscado, sino por su modo de construcción. Curiosamente, uno comienza a leer el libro y viene Luciano, después Gabriel, luego vuelve Luciano y aparece un breve encuentro con Colette, otra vez Luciano y después Lucas, para cerrar la secuencia con Gabriel… Es una temporalidad similar a la del consultorio. Es como si hubiera un único sujeto, un único asunto, del que se nos habla desde diversas posiciones enunciativas: cada quien dice lo suyo, cambian las perspectivas, utilizan diversos enfoques y referencias, y finalmente se arma una figura. Una figura, pero nunca un todo.

En mi primera lectura del libro, apenas apareció, me preguntaba qué sentido tenían las referencias a obras y autores que suponía desconocidas para el gran público –más allá de la propia justificación que se hace en el libro . Porque, con una mano en el corazón… ¿cuántos de nosotros leímos a Proust o a Moliere? Shakespeare está más cerca y está la peli hollywoodense de Otelo con Laurence Fishburne de 1995, pero… ¿y Tolstoi, y Dante?… Bueno, luego de una lectura cuidadosa descubrí que dichas referencias ubican precisiones extraordinarias, que no están en otros textos ni autores, y que sería una picardía dejarlas ir –el tratamiento que le da Gabriel a la idea del “veneno en la oreja” no me dejó dormir una noche... Me gusta cuando los libros producen efectos subjetivos como este–. Les ruego a los lectores que no pasen de largo por allí. Y si acaso esas referencias les hacen desear leer las obras en cuestión, sería sensacional, una especie de encuentro logrado.
Recuerdo también que tuve una vacilación acerca de cómo entender la inclusión de las dos carillas de Colette Soler en la obra, pero las dudas se disiparon luego de leerlas. Así como afirmé antes que las referencias a los clásicos estaban justificadas, ¿cómo obviar esas dos páginas maravillosas en este contexto de trabajo, páginas que concluyen afirmando la evidencia del porqué las mujeres, más que los hombres, aman el amor? Celebro entonces lo atinado de la elección de esas páginas que sin duda renuevan nuestro orgullo de poder tener cerca a su autora, tanto como su apoyo a nuestras iniciativas editoriales.

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En cada ocasión en que pude hacerlo, he contado un problema que tengo con los libros: y es que cuando encuentro alguno que me parece valioso me desespero para que la gente que quiero y trabaja conmigo, también lo lea. Eso me ha llevado a fastidiar a más de uno con envíos por mail, a crear un blog y tantas otras locuras. Este es un libro de esos, de los que me desespera. Pero no voy a contarles qué dice, porque para eso tendrán que leerlo –o releerlo, si es el caso. Sin embargo, abusando de vuestra paciencia, voy a testimoniar de lo que el libro me dijo a mí –que, por supuesto, no es todo el libro. Y así como en el consultorio a veces escuchamos mucho tiempo a un paciente o jugamos muchas semanas con un niño, solo para lograr la aparición de un significante que nos señale un camino, este libro me dejó algunas ideas las que, estoy seguro, ya han producido efectos en el analista que cada tanto aparece en mi tarea de todos los días. Las comento brevemente.

Me llamó la atención el modo en que ya de entrada, Luciano presenta una idea que introduce cierta dirección “necesaria” del análisis (en sentido lógico) para que el mismo avance. Es curioso que utilice una fórmula prácticamente idéntica en dos oraciones, que voy a citar: “El análisis de un caso de histeria que no haya elaborado su trasfondo celotípico seguramente no habrá avanzado demasiado (…)   el análisis de un hombre que no haya considerado su posición respecto del amor más allá de la degradación del partenaire a la condición de objeto fantasmático tampoco habrá avanzado demasiado” (p. 8 y 10). Leo allí que el análisis debe necesariamente atravesar las pasiones del ser hablante, y esta idea que está allí para abrir el libro funciona como marco para lo que seguirá. No olvidemos además que la obra se presenta como un intento de reparar cierta deuda de los autores del psicoanálisis con la temática –y en ese sentido está en línea con “Los afectos lacanianos” de CS.
Luciano tiene un particular estilo y modo para elaboraciones que involucren la mirada –algo que ha evidenciado en varios de sus libros . En este, al momento de articular la envidia con la mirada, me ofreció un esclarecimiento clínico notable: “se trata de la mostración de un goce ignorado del cual el envidioso se siente privado, pero que supone realizado en el partenaire especular. No se trata de que se desee el objeto del deseo del semejante, sino que se envidia la satisfacción supuesta” (35). Excelente modo de presentar la idea.

Otro eje del libro está organizado por una pregunta que Gabriel rescató y que incluso llegó al suplemento de psicología del diario Página 12: “¿es la pasión de los celos una pasión honesta y útil?” (13). Lo curioso es que… ¡se trata de una pregunta de Descartes! Ese contexto le permitió jugar un poco con el binario de celos y envidia, para ponerlo en tensión: la envidia es de a dos, los celos de a tres. La envidia es mortífera, los celos revelan una de las características del deseo humano. La envidia fragmenta, los celos separan. Con la envidia amo en ti algo más que a ti, algo que tú tienes y yo no; con los celos mi interés se dirige al objeto del deseo del Otro. Con la envidia te arruino y así me arruino a mí mismo, pero los celos pueden ser una pasión noble o innoble, según el objeto. Y, según parece, no hay hombres que no sean celosos, porque aún cuando parecieran faltar en su carácter y su conducta es porque ha sufrido una profunda represión, los proyecta y son aún más importantes…

El capítulo de Lucas, que parte de un recorte clínico, permite un abordaje de los celos como síntoma y la apertura de una pregunta acerca de su clínica específica. Esos celos que en realidad están allí para evitar el acto de elegir, para introducir un cortocircuito con lo que está en juego. Y lo que está en juego es, creo yo, el valor del partenaire –que Lucas establece en una escala que va de “mero soporte narcisista” a “objeto fantasmático”, pero que también admite la opción de “ser algo más que esas dos opciones”. En tanto analista, Lucas propone una clínica de los celos que, en este caso, favoreció la aparición de ciertos fenómenos del cuerpo para salir de la inhibición. Toda una política puede deducirse de esa dirección de trabajo, absolutamente concordante con lo que llamamos el Campo Lacaniano y su ética.

Cuando uno arriba al último capítulo, ya tiene la convicción de que ha recogido algo en el camino y se siente un poco más seguro. Ese texto final titulado “La mirada envidiosa” es un gran recorrido por diversos momentos envidiosos de la historia de la cultura occidental y cristiana.
De todas esas referencias maravillosas, me quedo con la del “mal de ojo” que según Gabriel “existe desde que existe el ser hablante y tiene innumerables versiones en distintas culturas”. Lo causan los hombres y mujeres con algún defecto físico… Sus principales objetos son los niños pequeños… Nos defendemos de eso con cintas de colores y diversos amuletos…
Y concluye: “la envidia es el mal de ojo”. Lo curioso es que en todas las referencias al respecto, la envidia arruina al envidioso mismo y termina por ser nociva para él. Ahí está en el libro el cuadro de Nicolas Poussin que muestra al monstruo de la envidia a punto de morderse el brazo… Y en eso mismo radica nuestro interés como psicoanalistas por la envidia, en tanto el envidioso es la principal víctima de su ojo… Quizá también por eso, de los siete pecados capitales, “solamente la envidia no tiene nada de divertido” (74). Ya decía Lacan que la envidia no orienta la cura ni señala ningún norte y que, al contrario, convendría alejarse de ella a favor de otros afectos y pasiones que indican mejor el camino del deseo.


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Concluyo esta breve intervención, con una evidencia.
Hay libros que abordan temas que nos llegan, digamos, desde afuera. Son temas en los que intervenimos en tanto analistas, pero que no nos tocan subjetivamente: las psicosis, los delirios, los fenómenos psicosomáticos, los trastornos de tal o cual tipo, etc.
Pero los celos y la envidia son fenómenos tan cotidianos, tan universales y que incluso podemos estar sintiendo en cualquier momento, por lo que conviene que demos un paso hacia afuera para poder reflexionar sobre ellos si acaso pretendemos que nuestra intervención como analistas aporte algo. Este libro es una gran herramienta para dicha tarea. El resto es nuestra responsabilidad en tanto que analistas. Yo, por mi parte, agradezco a los autores el que nos hayan acercado un poco al tema y también que nos dejaran indicados los diversos caminos para continuar las lecturas.


Viernes 22 de agosto de 2014