miércoles, 25 de julio de 2007

Intervención acerca de "la experiencia" (Junín, mayo de 2006)

Buenos días.
Como decía un viejo actor televisivo, “antes de hablar, me gustaría decir unas palabras”.
Se trata de palabras de agradecimiento, puesto que a uno no lo invitan todos los días a encuentros como éste
Tampoco las invitaciones provienen a menudo de otras ciudades. Aunque, en este caso, no me siento para nada un turista. El trabajo que desde el año 2003 desarrollo en esta ciudad y, específicamente, en este Hospital, me permitiría sentir que “somos locales otra vez”. Pero lo que más tranquilidad me brinda, es el hecho de poder afirmar que trabajando con la gente de Junín (y alrededores) hemos producido nuevas ideas.
Agradezco, entonces, a los residentes de psicología de este Hospital la invitación, tanto como la posibilidad de haberme permitido compartir con los residentes del Hospital de Pergamino una muy provechosa tarde de trabajo.
Y les confieso que aquello que la invitación me produjo, se ilustra bien con la pregunta “¿Qué espera esta gente de mí?”
Es mi deseo haber interpretado lo mejor posible esa esperanza.

Siguen a continuación, algunas cuestiones referidas al asunto que hoy nos reúne.

El hecho de hablar de “dispositivos institucionales” sugiere la pertinencia de la inclusión de las “variantes de la cura-tipo”. Este pleonasmo tan particular encuentra hoy, aquí, entre nosotros, un uso diferente al que Lacan le diera en 1955 (año de la publicación del escrito)[1]. En aquel entonces la cura-tipo era la que respondía a los standards de la IPA -standards que un grupo de psicoanalistas de lengua inglesa intentaba establecer mediante estadísticas y cuestionarios. Hoy la cura-tipo podría ser la del consultorio privado, el analista muerto, el Otro que no existe, la sesión fugaz y el goce como variable multi-explicativa. Y nosotros, en el hospital, somos quienes enfrentamos la necesidad de las “variantes”. Nosotros improvisamos, inventamos y variamos aquello que en otros espacios resulta sagrado. Somos “profanadores” -tomo prestado el sentido de este término del título del último libro de Giorgio Agamben publicado en español[2]. Por aquí no circula el dinero en mano. No tenemos diván ni sillón. En ocasiones nuestros pacientes no nos piden nada, sino que obedecen órdenes de algún Otro que, según el caso, viste el sayo del juez, del médico, de los padres o del educador. ¿Cómo vamos a hablar aquí de “demanda” si ni siquiera encontramos un humilde pedido? En ocasiones somos nosotros quienes terminamos “demandando” de tanto que ofertamos: “Yo lo escucho. Usted, dígalo”. “Dígalo como pueda”. “Dígalo jugando” o “Dígalo con mímica”. “Dígalo escribiendo o dibujando”. Pero “Dígalo”.

Si acaso logramos poner eso en movimiento, adviene un asunto. Y ese asunto requiere de nosotros porque no existía “antes” de nuestra intervención (Lacan lo conjuga en futuro anterior: “habrá sido”). Y luego ya estamos allí, inevitablemente, desvaneciendo nuestra “persona” y la de quien nos acompaña en un vínculo humano único: el psicoanálisis.
Pero también hay ocasiones menos precisas, menos estables y algo más confusas de las que participamos. Muchas veces recibimos el apelativo de “Doctor” o “Seño”. Circunstancialmente sostenemos conversaciones con diversas personas por única vez, pero... ¿cómo medir su alcance luego de despedirlos? ¿Acaso no nos enseño Lacan con claridad que “pagamos”, entre otras cosas, con nuestra palabra y nuestra presencia?
¿Y acaso no merece un párrafo aparte nuestra relación con los agentes del saber médico? ¿No resulta paradójica (por no decir irónica) esa forma de bordear la imposibilidad de encuentro que ambos discursos introducen? De ello resulta que la “Interconsulta” se acerca, en ocasiones, a un paso de comedia que no produce risa, sino impotencia. Sin embargo... los analistas intervenimos. ¡Y cómo!
En cierta ocasión, recuerdo haberle dicho a un paciente:
-“Desde la última de nuestras sesiones hasta hoy, estuve estudiando su caso y descubrí cierta cosa...”
El paciente, visiblemente sorprendido, me preguntó:
-“Pero cómo... ¿Usted estudia mi caso por fuera del tiempo que me dedica en las sesiones?”

Esta pequeña anécdota me llevó a reflexionar acerca de todo lo que hacemos los psicoanalistas para pensar nuestra práctica, cuando no estamos en compañía de nuestros pacientes. Supervisamos. Hacemos presentaciones clínicas (o ateneos). Estudiamos. Escribimos. Pasamos interminables horas hablando de nuestra clínica con nuestros compañeros en el office del hospital o en la mesa de algún café. Armamos instituciones de formación psicoanalítica prósperas en actividades. Y dejé para el final lo que hoy nos nuclea: también organizamos Jornadas de trabajo acerca de asuntos precisos. Hoy, estamos aquí para trabajar acerca de “Dispositivos Institucionales: dificultades en la práctica”.

Quisiera proponerles algo.

No sé si es muy habitual que un panelista haga una propuesta para lo que en una Jornada de trabajo seguirá. Si es habitual, fenómeno. Si no lo es, espero no faltarles el respeto -y, en todo caso, que este pequeño gag pase a formar parte del anecdotario-. De todos modos, creo que vale la pena intentarlo.
Así como ciertas consignas que un analista le propone a un futuro analizante contribuyen a crear la “situación analítica”, quisiera proponer hoy ciertas consignas que contribuyan a crear un verdadero espíritu de trabajo. Siempre me llamó la atención un parágrafo de “La dirección de la cura...”[3] en el que Lacan afirmaba que hasta en las inflexiones de la voz con las que un analista comunicaba sus consignas se verificaba cuánto había estudiado el problema y qué efecto había tenido su propio análisis sobre él. Y entonces ahora me siento un poco más comprometido con este asunto, ya que si mi propuesta se torna tímida ustedes supondrán que no he estudiado mucho este problema. Pero lo que más miedo me da son las elucubraciones que puedan ustedes hacer acerca de los efectos de mi análisis personal a partir de lo que voy a decir a continuación. (Y no sé si es conveniente contarles que el primero de ellos terminó con una trompada a mi analista y que quizá por eso para mi segundo análisis –y definitivo- elegí a una bella mujer).

Volvamos al asunto, no quiero perderme en confidencias.

¿Nunca dudaron del psicoanálisis? ¿Nunca se preguntaron qué puede haber de efectivo entre dos personas de las que uno habla y la otra escucha? ¿Nunca dudaron acerca de qué mecanismos permiten que una acción tan inasible en lo que se ve pueda alcanzar semejantes niveles de supuesta profundidad? Estas preguntas no son mías, sino de Lacan. Es el mismo Lacan quien en su Discurso de Roma sintetiza todas estas preguntas en una sola: ¿De qué se trata el psicoanálisis? Y ésta es una pregunta legítima y necesaria para todo analista. Ahora bien, como es una pregunta que pocos (o casi nadie) se anima a hacer, él afirma que la misma a menudo se traiciona bajo la forma de otras preguntas, que no son ni más ni menos que un recurso a los maestros (tengamos en cuenta que, en francés, “maestro” también significa “amo”): dada tal o cual situación clínica... ¿Qué hay que hacer, qué hay que decir?[4]
Y como hoy vamos a hablar de dificultades... ¡Cuán tentados estaríamos de sostener estas preguntas! ¡Quizás tanto como otros estarían encantados de responderlas!
Rechacemos esta vía. Me mueve hoy la intención de proponerles que para enfrentar las dificultades que nuestros compañeros expondrán en esta Jornada, rechacemos el recurso al formalismo práctico que tiene por última vestidura a la “experiencia”. La experiencia es mística y, por lo tanto, escapa a los dispositivos de transmisión de saber que consideramos científicos. Podríamos volver a parafrasear a Lacan diciendo que si bien se presenta como un conocimiento, nunca podrá llegar a constituirse en un saber –me refiero aquí a un saber argumentado y comunicable.
¿Cómo podría transmitirles a ustedes la experiencia de observar el glaciar Perito Moreno en una noche de luna llena? ¿Acaso creen que con una foto bastaría? La experiencia es algo tan intransmisible que cualquiera de nosotros que se hubiera enfrentado profesionalmente en un intercambio con una persona con problemas de adicción a las drogas, habría obtenido por respuesta un “¿y vos qué sabes si nunca te drogaste?”. Finalmente, y me dirijo ahora al sector masculino de la asistencia ... ¿cómo saben si son realmente machos? ¿Hicieron la experiencia? (¡No me respondan!)

Cito a Lacan:

“Se trata ciertamente de un rigor en cierto modo ético (...)
Este rigor exige una formalización, teórica según la entendemos, que apenas ha encontrado hasta el día de hoy más satisfacción que la de ser confundida con un formalismo práctico: o sea, de lo que se hace, o bien, de lo que no se hace.”
[5]

“Lo que se hace en estos casos...” encuentra su otra cara en un “en estos casos no conviene hacer tal o cual cosa...” Si uno pregunta el por qué, en ocasiones puede encontrarse con la respuesta más incómoda: “Y... qué se yo... por mi experiencia”.
Lacan propone oponer a esta vía, un rigor tal que nos exige una formalización. La ventaja es muy evidente, pero por las dudas, conviene señalarla: la formalización es transmisible porque permite constituir un saber; un saber que seguramente no podrá recubrir totalmente lo real, un saber no-todo. Pero un saber al alcance de otros psicoanalistas, un saber del que podrán disponer y al que podrán recurrir. Y al que, eventualmente, podrán retornar para presentarle alguna objeción, para someterlo a una nueva revisión. Un saber que nos pone a trabajar juntos, que nos invita a hablar y a discutir, pero que no nos silencia. Porque cuando alguien nos responde en términos de experiencia... ¿Cómo objetar ese medio de conocimiento, tan depositado sobre una persona?

Quizás alguno de ustedes esté pensando en cierta paradoja: porque las invitaciones a formar parte de un panel, exigen que el panelista tenga cierto recorrido (que no es ni más ni menos que un eufemismo por “experiencia”), además de cierto trabajo realizado en torno a la teoría del psicoanálisis. Considero que no es mucho pedirle a mis colegas panelistas (a quienes no conocía previamente) que nos propongamos la renuncia al criterio de la experiencia, en favor de los argumentos fuertemente racionales que son el sostén de la teoría psicoanalítica. No creo que algo así nos acarree serios perjuicios. Dejo constancia que soy consciente del peligro de la ingenuidad de borrar las diferencias. No las borremos. Cada uno argumentará en su medida. Pero los invito a que intentemos sostener esta máxima como el criterio metodológico de nuestra Jornada.
Y esto también lo hago extensivo para todos los participantes. Privilegiemos los argumentos y discutámoslos cuidando todo lo que sea posible a la persona que sea su portavoz. Respetemos el valor de quien expresa su inquietud. No dejemos de plantear nuestras dudas por temor al ridículo y, si nos hacen una pregunta, no supongamos en nuestro interlocutor maldad alguna, sino apetito de saber. No dejemos de decir algo por temor a que nos interroguen sobre eso. Y si acaso alguien lograra hacernos “esa” pregunta de la que no sabemos la respuesta (una de las escenas más temidas), que dicha persona sea nuestro socio en el recorrido exigido para encontrarla ¾porque, lejos de ser quien “ubicó en nosotros un punto de falta”, es aquel que con su legítima inquietud ofició de mojón para orientar nuestras futuras investigaciones.

Y hablando de “futuras investigaciones”, recuerdo que en 1949 Lacan gustaba calificar a ciertos espacios de formación como la “frontera móvil de la conquista psicoanalítica”[6]. Esto supone que nuestra frontera se mueve. Que trabajando rigurosamente y formalizando nuestro saber, que exponiendo nuestros interrogantes y compartiendo esbozos de respuestas, el psicoanálisis se revela como más apto para aliviar el sufrimiento humano. En este sentido, cualquier paso que demos -por pequeño que sea- será un gran paso.

Y para no abusar de vuestra paciencia, quisiera terminar con una referencia directa al tema que nos ocupa. Todo el mundo sabe que “el psicoanálisis no es una terapéutica como las demás” (Lacan dixit)[7] tanto como que el psicoanálisis es un asunto del hospital. Podría reemplazar la palabra “asunto” por la palabra “sujeto”. Entonces, el psicoanálisis es un sujeto del hospital. Y como no hay sujeto sin Otro, ya tenemos instalado el marco ético necesario para hablar de “dificultades”. “Dificultades” que no son anécdotas. Que se han transformado en textos a leer estableciendo los cortes necesarios para que advenga cierta estructura. Esos textos son los verdaderos protagonistas de lo que ocurrirá hoy aquí y por ello merecen toda nuestra atención; porque si a partir de ellos, en nuestros intercambios surgiera una idea, una –al menos-, todo el esfuerzo compartido será valioso y alguien que sufre (y que tal vez no esté aquí presente entre nosotros) obtendrá de ella un generoso beneficio.

Anhelo, de todo corazón, que hoy en nuestro encuentro de trabajo estemos a la altura de las circunstancias.
Muchas gracias por vuestra amable atención.




PP.
Mayo de 2006






[1] Lacan, Jacques. “Variantes de la cura-tipo” (1955) en Escritos 1, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1984, pp. 311 y sig.
[2] V. Agamben, Giorgio. “Profanaciones”(2005). Adriana Hidalgo editora S.A. Buenos Aires, 2005
[3] Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958), en Escritos 2, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires. Capitulo 1, parágrafo 2, pág. 566.
[4] Lacan, Jacques. “Discours de Rome” (1953), en Autres Écrits, ed. Du Seuil, París, 2001. pág. 134.
[5] Lacan, Jacques. “Variantes...” op.cit. Pág. 312).
[6] Lacan, Jacques. “Reglamento y doctrina de la comisión de enseñanza de la SPP” (1949), en J-A. Miller. “Escisión, excomunión, disolución – Tres momentos en la vida de Jacques Lacan” Ed. Manantial, Buenos Aires, 1987.
[7] Lacan, Jacques. “Variantes...” ibidem.