domingo, 26 de agosto de 2007

EDITORIAL DEL DOMINGO

En estos tiempos tan acelerados, la clínica me ha devuelto un mensaje que considero debe transmitirse.
Tanto en las consultas recibidas en el consultorio, como en los casos que mis colegas analistas me han confiado en supervisión, encuentro algo que Freud se encontró en el inicio de su trabajo: el abuso sexual y la violación. Todos sabemos muy bien cómo fue resuelto el asunto: "Ya no creo más en mi neurótica" -palo y a la bolsa-. Sin embargo, mientras supervisaba un caso de estos en el seno de un grupo de supervisión, estalló la polémica cuando descubrí que quien me presentaba el material ignoraba absolutamente sus responsabilidades profesionales ante el conocimiento del abuso de un niño. Por supuesto que una ignorancia tal estaba totalmente fundamentada en algo que era nombrado como "la ética del psicoanálisis". Algo así como que la ética del psicoanálisis (soit ce qui ce soit) reemplazaba la necesidad de un conocimiento jurídico sobre la situación del propio psicoanalista (ojo, ni siquiera estoy aún hablando del pequeño paciente). En fin, fue dificilísimo y me quedé pensando mucho en el problema.
Claro está que mientras se desarrollaba la polémica cité el libro de Jeffrey Moussaieff Masson titulado "El asalto a la verdad" (Seix Barral, Barcelona, 1985) sólo para insinuar que la posición de Freud no estaba taaaaaaaaaan clara como el establishment dejó establecido y que bastaba con recorrer esas páginas o el volumen de la correspondencia "completa" entre Freud y Fliess (y no el censurado y recortado tomo 1 de las Obras Completas de Amorrortu) para que la duda se fortaleciera. Claro que diez segundos después, me di cuenta que ambos libros eran desconocidos en mis interlocutores y que entonces teníamos un verdadero problema en la formación de los psicoanalistas. ¿Acaso yo insinúo que la rectificación de Freud es falsa? No, para nada. Sólo que quizás los analistas deberían, uno por uno, estudiar el problema para poder llegar a tener una verdadera posición cuando lo enfrentan en la clínica. Yo considero que un uso acertado de la ética del psicoanálisis puede conducir a un analista a establecer la situación de abuso o, incluso, de violación. El tema es qué hacemos cuando llegamos allí. ¿Denunciamos? ¿Decimos algo, interpretamos eso? Incluso podemos llegar a afirmar la existencia de un abuso cuando nadie lo piense -ni siquiera, la víctima-.
Hace un tiempo atrás, en unas jornadas de trabajo en el interior de nuestro país, compartí un panel con una analista que representaba a un centro de atención a la víctima de violencia sexual. Presentó una larga intervención, cuyo nudo era un descubrimiento técnico central para esas situaciones: se trataba de confrontar al paciente con su "participación en aquello que lo aquejaba". ¿Cómo se puede ser tan cínica? ¿Y tan ciega? ¿Son capaces de llevar esa lectura berreta de la rectificación subjetiva hasta los límites que coinciden con ciertas posiciones de "policía que toma una denuncia"? Decirle a un paciente que tiene algo que ver en eso, es como sugerirle a una mujer violada que su pollera era demasiado corta... Ese día no dije nada, pero me arrepiento. Hoy que el problema se me vuelve a presentar, mi único interés es que se reflexione sobre él. No voy a adoptar la causa reivindicativo-feminista-de género, porque no la comparto, ni trabajo desde esa perspectiva. Pero sí, creo que nuestro modo de hacer con el lenguaje revela una verdad no-toda, pero que igual habilita un acto. Que este sea interpretativo, o de cualquier otro orden es algo inseparable de una verdadera ética del psicoanálisis.
Entonces, una vez más cuidémonos de nuestros colegas que se dicen psicoanalistas, porque nuestros enemigos (como los de "El libro negro...") son mucho menos peligrosos.