domingo, 12 de agosto de 2007

Pablo Peusner."Las aventuras de Jacques Lacan. Acerca de los libros que las narran y de su posible valor (o no)".

Tengo en mis manos una revista francesa, antigua. Su nombre: Actuel.
Está fechada en 1980 y en la portada (que se puede ver aquí, en el blog) hay una especie de caricatura que recoge un episodio protagonizado por Jacques Lacan en 1975, en la ciudad de Boston: el día que protagonizó un escándalo en un restaurante porque le exigieron ponerse una corbata para poder permanecer allí.
En aquel entonces, Lacan usaba “cuello mao”...
La nota en cuestión lleva por título “Las aventuras de Jacques Lacan” y está firmada por Patrick Rambaud. Aquí van sus primeros párrafos, que me permito traducir:

“Su nombre se encuentra en el Pequeño Larousse y su teléfono en la guía telefónica. Llamo con inocencia:
«Hablo con lo del doctor Lacan?
–Sí, responde una dama.
– ¿Sería posible concretar una cita? Quisiera contar su vida...
– Él no quiere.
– Voy a estar obligado a tener que entrevistar a otras personas.
– Si así lo desea...
– ¿Está segura?
– Él no quiere. Siempre lo ha rechazado.»
Insisto enviándole una carta certificada:
«Estimado Dr. Lacan, he aquí mi propósito: desearía contar vuestra vida con el tono de un Diógenes Laercio o de un Plutarco. He intentado contactarlo por teléfono pero, desgraciadamente, la persona que me atendió se opuso con un rechazo fastidioso, aunque educado, a mi solicitud de una cita con usted.
«Hace ya un largo tiempo que he comenzado mi investigación y he entrevistado a numerosas personas, psicoanalistas o no, que usted ha frecuentado desde su juventud. Esos testimonios no me han satisfecho sino a medias: no se puede describir a un hombre solamente por su exterior. Por otra parte, me disgustaría mucho reproducir sin contrapunto ciertos relatos que dan una imagen suya bastante negativa. Por una necesidad de honestidad e información, le solicito entonces con insistencia una cita, si es posible a la brevedad. El vallado establecido por su entorno me obliga a enviarle esta carta en forma certificada, y le ruego disculpar este procedimiento tan desagradable, pero... ¿cómo estar seguro, de otra manera, de que mi pedido le llegará?
«Esperando que usted comprenda y quiera usted creer, estimado doctor, en mi probidad, tanto como en mi impaciencia.»
Recibo dos días después el aviso de recepción firmado, pero no por el doctor Lacan. Vuelvo a llamar por teléfono, fingiendo una voz gastada:
«¿Seria posible que el doctor Lacan me recibiera para una consulta?
–No, no es posible.
–¿Cómo que no es posible?
– No, no... ¿De parte de quién?»
Para presentarme en la psiquiatría mundana, tomo prestado el nombre de un pintor conocido:
«Patrick Picabia.
– Escuche, en este momento no es posible. Adios.»
Me entero que Lacan no duerme más en la calle de Lille, sino en lo de su hija, y que está muy enfermo. Los vecinos del edificio lo han sorpendido de pie sobre el rellano de la escalera, muy viejo, intentando subirlas. Es demasiado tarde para entrevistar a sus amigos de la infancia y de la juventud: están muertos, o sordos, o no se recuerdan. El anticuario egiptólogo al que Lacan compraba las estatuas está muerto, también el joyero que lo conocía. Y el entorno directo no contará nada de la vida del maestro.
Ese gran profesor que lo ha frecuentado otrora, no quiere hablar:
«¿Lacan? ¡Es un sinvergüenza! ¡Pregúnteme lo que quiera excepto eso!
–Sin embargo, usted sabe cosas...
–Imagínese que usted tuviera mi edad y que un periodista le pidiera que le hable de uno sus antiguos cófrades, un ser particularmente mefítico. ¿Aceptaría?
– Eh...
–¿Me comprende? Se que me comprende. ¡Y luego, todo ese escándalo! No se ha hablado tanto de Einstein como de él. Es grotesco.»
Rápidamente, me di cuenta que la mayoría de las personas se escabullían. Una ex-secretaria de Lacan me manda a pasear:
«No tengo nada que contar acerca de la vida del doctor.
–Pero usted lo acompaño a Japón y a los Estados Unidos...
–Adiós.»
Un allegado a la familia se escurre inmediatamente.
«Veamos, tu conoces ciertas anécdotas que presentan simpáticamente a Lacan...
–No puedo.
–Conoces a su mujer. ¿Podrías al menos presentármela? ¿Puedo llamarla de parte tuya?
–¡No, no! Arréglatelas.»
Uno de mis amigos me mira de reojo:
«¿La vida de Lacan? ¿Por qué interesarse en su vida?
–Porque soy curioso y un poco zoólogo.»
Un filósofo surgido del mayo del ’68, que a menudo almorzó en la casa de los Lacan, se indigna:
«Ah, no. ¡Es repugnante!
–¿Tu leíste biografías, no?
– ¡Las bios son para los comunistas y para los policías!»
En pocas palabras, se tiene el derecho de glosar sobre el puchero de gallina, pero no de contar la vida de Henrique IV, de reir, de criticar, de describir. Se diría que en ocasiones Lacan da miedo, como si pudiera castigar a los charlatanes a distancia. Voluntariamente, desisto de sus discípulos: ellos aportan pobres esclarecimientos. Almas dañadas, embaucadores o buenos alumnos, en todos los casos han aprendido a engañar, así como los detractores han aprendido a agrandar los rumores.
En un mes, sin embargo, he reunido una cantidad de historias y de detalles, que me permiten entregarles un relato continuado de las aventuras de Jacques Lacan. Finalmente, surge de éste un retrato: una imagen de Lacan traída por el eco. (...)”.

Luego de este relato siguen las anécdotas que hoy, más de veinticinco años después, resultan poco originales y hasta caricaturescas. De todas ellas, el periodista eligió las que más desacreditan a Jacques Lacan, las que apuntan a sus actitudes bizarras, histriónicas, incluso payasescas... No hay referencias a cuestiones teóricas, ni a los matices de su enseñanza. Tampoco a la reinvención del psicoanálisis operada a partir de su “retorno a Freud”. Cuesta creer que esta especie de “operación de prensa” sea un modo de venganza por del maltrato recibido a la hora de intentar contactarlo para una entrevista.
Decía en el párrafo anterior que estas historias han perdido hoy originalidad. Inmediatamente, pensaba en los libros que intentaron la misma empresa que Patrick Rambaud. Es obvio que tales libros fueron escritos por personas que tuvieron un acceso más sencillo a Lacan –y aunque el acceso haya resultado sencillo, no quiere eso decir que la salida también–. Colegas, analizantes, enemigos, parientes, admiradores... La escritura de tales libros fue emprendida desde las más diversas y extrañas perspectivas. Algunos de ellos como testimonio de un encuentro. Otros, como un plato que se sirve frío. Pocos, desafectivizadamente. Muchos, cargados de las emociones que –parece– Lacan no podía dejar de despertar en sus allegados...
¿Tienen estos libros algún valor o sólo son una versión elegante de los clásicos programas televisivos de chimentos? ¿Documentan la posición de Lacan como analista y como político? ¿Permiten al lector ir más allá del impacto que produce la cercanía con un imaginario del maestro? ¿Brindan material para estudiar la aplicación “en acto” de la enseñanza lacaniana?
Arriesgar una respuesta a esta serie de preguntas supone el riesgo de impedir que los potenciales lectores de estos libros puedan abrir un juicio personal sobre el asunto –fundamentalmente, un juicio sin influencias–. Entonces, para favorecer que se problematice más seriamente la cuestión, sigue a continuación una caprichosa lista (“caprichosa” porque es mía) de doce de esos libros traducidos a nuestra lengua (hay muchos más, en español y en francés), los que de una manera u otra, narran las aventuras de Jacques Lacan.


1. Catherine Clément. “Vidas y leyendas de Jacques Lacan”(1981), Ed. Anagrama, Barcelona, 1981.
2. François Perrier. “Viajes extraordinarios por Translacania”(1985), Editorial Gedisa, Buenos Aires, 1986.
3. Elisabeth Roudinesco. “La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en Francia”(1986), Editorial Fundamentos, Madrid, 1993 [especialmente volúmenes 2 y 3].
4. Pierre Rey. “Una temporada con Lacan”(1989), Ed. Seix Barral, Buenos Aires, 1990. Nueva edición en Letra Viva, Buenos Aires.
5. Jean-Guy Godin. “Jacques Lacan, calle de Lille Nº 5”(1990), Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1992.
6. Elisabeth Roudinesco. “Lacan. Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento”(1993), Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1994.
7. Sibylle Lacan. “Un padre” (1994). Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1995.
8. Jean Allouch. “–Hola... ¿Lacan? – Ciertamente. No” (1998), Edelp, Buenos Aires, 2001.
9. Betty Milan. “El loro y el doctor”, Homo Sapiens Ediciones, Buenos Aires, 1998.
10. Erik Porge. “Jacques Lacan, un psicoanalista. Recorrido de una enseñanza”(2000), Editorial Síntesis, Madrid, 2001.
11. Alain Didier-Weil, Emil Weiss y Florence Gravas. “Quartier Lacan”(2001), Nueva Visión, Buenos Aires, 2003.
12. Gérard Haddad. “El día que Lacan me adoptó” (2002), Letra Viva, Buenos Aires, 2006.