jueves, 10 de julio de 2008

Entrevista a Eric Laurent."Hemos transformado el cuerpo humano en un nuevo dios"(diario La Nación)

Laurent, nacido en París en 1945 y uno de los más destacados discípulos de Jacques Lacan, critica el espíritu cientificista y mecanicista de esta época. "Ahora que no está más la garantía de Dios hay una garantía en el cuerpo. Este es, supuestamente, el fundamento de una ciencia de la felicidad. Gracias a las nuevas tecnologías, los neurólogos nos ofrecen imágenes en las que podemos ver el centro de la felicidad. Eso es muy fascinante. Sin embargo, las respuestas rápidas que ofrecen las neurociencias a los conflictos psíquicos son falsas", dijo Laurent, máximo responsable de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, durante una entrevista con LA NACION en su última visita a Buenos Aires.
"En nuestra sociedad existe la idea de que todo puede ser reducido al mundo técnico. Es un protocolo maquinista", sostuvo. Autor de numerosos libros (12 de los cuales han sido publicados en español), Laurent es profesor de posgrado en el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII, prestigiosa institución donde dictaron clases intelectuales como Michel Foucault, Gilles Deleuze, Alain Badiou y Lacan.
Amable y efusivo, Laurent opina que un ejemplo del espíritu mecanicista de la época se puede ver en la actuación de Estados Unidos en Irak: "Intentó constituir un Estado democrático, en un laboratorio. Pasó del modelo de laboratorio al país sin pensar en la gente. Esta concepción técnica del mundo no deja de producir catástrofes".


-Usted describe la civilización actual como individualismo de masa. Esta sociedad genera, según sus dichos, excesos y exclusión. ¿Qué respuestas tiene el psicoanálisis para los marginados del sistema?


-Los marginados son sujetos que están excluidos de la relación económica. Los cartoneros, por ejemplo, tratan con los restos que quedan del consumo: ellos mismos se encuentran reducidos a eso. Tratan con lo excluido y son excluidos. El objeto fundamental producido por nuestra civilización es la basura. Y estas personas son, de la misma manera, usadas y rechazadas. Lo que decimos frente a estos modos de expulsión es que los excluidos no lo están en el plano de la lengua. Hablan, son seres humanos, son seres parlantes. -¿Cómo se los puede recuperar?

-Dándoles la palabra. A pesar de que no tienen poder adquisitivo, tienen el poder de encontrar una solución.

-Esta imposibilidad de acceder al consumo genera violencia. ¿Cree que esta sociedad es más violenta que las anteriores?


-No es que haya más violencia, sino más tecnología de la violencia. Se ha construido una sociedad de vigilancia generalizada; entonces, se genera más violencia, para superar esas defensas. Es una cuestión de tecnología. Nos rodea un mundo tecnológico donde la violencia se vuelve más eficaz en su carácter destructivo. Es una eficacia negativa, es pulsión de muerte, la parte maldita...

-Entre las víctimas de esta violencia, los más débiles son los niños. ¿Dónde quedan ubicados en este escenario?

-Los chicos pueden sentirse abandonados a sí mismos y a su propia violencia. Hay algo vinculado a la condición humana en esta violencia. El hombre es un animal violento. Los niños se sienten abandonados a la violencia que tienen en ellos. Antes se los mandaba a la guerra; ahora se los manda a las escuelas, pero esas escuelas tienen problemas de autoridad. Hay que encontrar nuevos modelos que ayuden a la juventud a atravesar la adolescencia. La culpa es nuestra, no de los niños. No hemos sabido inventar los rituales apropiados que puedan ayudar a un joven violento a encontrar salidas que no sean autodestructivas o destructivas para los demás. -Por ejemplo


-En el siglo XIX, los ingleses, cuando tuvieron que pasar a la educación de masas, inventaron el deporte de masas, el fútbol. En ese sentido, deberíamos inventar el nuevo deporte del siglo XXI, un nuevo ritual que al mismo tiempo fuera una práctica del cuerpo y que permitiera la socialización.


-Uno de los refugios que parecían irreductibles eran las familias. ¿No lo son ya?


-Hoy tenemos familias recompuestas, monoparentales y de personas sueltas. Tenemos también las familias compuestas por parejas del mismo sexo. Son modos de mantener un deseo de familia. No se puede decir que la familia no es más un objeto de deseo: más bien es un objeto de deseo sobre formas múltiples, que no está regulado por la tradición.


-Y en esas familias, ¿qué lugar ocupa esta figura que siempre fue central para el psicoanálisis, el padre?


-Un cambio de esta época es la desautorización de las prohibiciones. Recuerdo el famoso eslogan de fines de los años 60: "prohibido prohibir". Hoy hay una desautorización de la autoridad, del modelo tradicional de la autoridad. La figura del padre fue trastrocada: hoy su función es cargarse de la culpa de prohibir. Esto lo vemos en la extensión de los trastornos de atención, en las adicciones. Lo que parece estar extendiéndose son las patologías de acciones, no las patologías derivadas de la prohibición. -¿Cuáles son estas patologías de acciones?


-Vemos cada día más gente desaforada en los shoppings, gente que no puede parar de comprar. Si la felicidad es tener tanto como los demás, hay que endeudarse de manera excesiva para tener más, sin pensar, sin tener en cuenta las consecuencias.


-¿El psicoanálisis está en contra del uso de medicamentos para ciertas patologías?


-El psicoanálisis es un discurso que evoluciona. En el siglo XIX era una práctica que se ejercía en una civilización en la cual no existían los fármacos psiquiátricos. Pero ahora todo el mundo toma fármacos. Por enfermedad, por trastornos, de forma preventiva, por las dudas... Toma medicación que sirve de recreo.


-¿A qué le llama "recreo"?


-A la automedicación, la medicación consumida fuera de una indicación médica precisa. Se utilizan, por ejemplo, remedios que supuestamente están hechos para tratar la disfunción de la erección en el hombre y se los utiliza con la fantasía de mejorar las performances sexuales. Estamos en una civilización en la cual el uso de fármacos está muy presente. El psicoanálisis sólo constata que su discurso opera en una civilización que ha cambiado completamente.

Por Virginia Arce Para LA NACION

Con la colaboración de Cecilia Diwan