jueves, 14 de agosto de 2008

François Cheng. "La escritura poética china" (Pre-Textos, Valencia)


Signos grabados en conchas de carey y huesos de búfalo. Signos que ostentan las vasijas sagradas y los utensilios de bronce. Adivinatorios o utilitarios, se presentan ante todo como trazos, emblemas, actitudes fijas, ritmos visualizados. Porque es independiente del sonido e invariable, porque forma una unidad en sí, cada signo preserva la ventura de seguir siendo soberano y, con ello, la de perdurar. Así, desde los orígenes, la escritura se niega a ser un mero soporte del idioma hablado: su desarrollo constituye una larga lucha por asegurarse la autonomía y la libertad de combinación. Desde el origen, se hace patente la relación contradictoria, dialéctica, entre los sonidos representados y la presencia física tensa hacia el movimiento gestual, entre la exigencia de linealidad y el deseo de evasión espacial. ¿Cabe acaso tildar de “reto insensato” el empeño de los chinos por hacer valer esta “contradicción”, y mantenerla durante cerca de cuarenta siglos? Se trata, en todo caso, de una aventura bastante asombrosa. Vale decir que los chinos, con su escritura, aceptaron una apuesta ante la que no se echaron atrás, una apuesta singular con la cual, sobre todo los poetas, salieron favorecidos.


François Cheng nació en China, el 30 de agosto de 1929, en el seno de una familia de intelectuales y universitarios. Sus padres fueron de los primeros estudiantes becados enviados a los Estados Unidos. Cursó sus estudios secundarios en Chongquing entre 1937 y 1945. Una vez terminada la guerra, China se vio envuelta en una guerra civil que empujó a su juventud a la decepción y la rebelión. Después de un periodo de indecisiones, Cheng se matricula finalmente en la universidad de Nankin. A principios de 1948, su padre, en calidad de especialista en ciencias de la educación, colabora en la fundación de la UNESCO, gracias a la cual Cheng podrá trasladarse a Francia, donde se consagra al estudio de la lengua y la literatura francesas, no sin antes tener que atravesar un largo periodo de adaptación marcado por la indigencia y la soledad, antes de obtener, en 1960, un empleo estable en el Centro de lingüística china (convertido más tarde en el Centro de investigaciones lingüísticas sobre Asia oriental de la Escuela de estudios superiores en ciencias sociales). Paralelamente a su trabajo empieza a traducir al chino a los grandes poetas franceses y a escribir su tesis doctoral. En 1969, dirige un curso en la Universidad de París VII. A partir de entonces, compaginará la enseñanza con su trabajo de creación. Obtendrá la ciudadanía francesa en 1971. En 1974 comienza a impartir clases y más tarde a ejercer como profesor en el Instituto nacional de lenguas y civilizaciones orientales, mientras sigue trabajando en sus traducciones de poetas franceses al chino y de poetas chinos al francés, en ensayos sobre el pensamiento y la estética chinos, monografías consagradas al arte chino, antologías de poesía y de novela, así como en un álbum con sus propias caligrafías. Obtendrá el premio André Malraux por su obra Shitao, la salvadora del mundo, el premio Roger Caillois por sus ensayos y su antología de poemas Doble canto, el premio Femina por su novela La voz de Tianyi, y el Gran premio de la Francofonía por el conjunto de su obra en 2001. El 13 de junio de 2002 será elegido miembro de la Academia francesa para ocupar el sillón de Jacques de Bourbon Busset (sillón 34).