"Mi estimado Pablo: qué puedo decir a propósito de tu generoso comentario, salvo precisamente lo que acabo de decir: que es generoso. Como ambos evidentemente valoramos este rasgo infrecuente en nuestra delirante profesión de “unos”, huelgan los desarrollos al respecto. ¿Vale la pena agregar que las experiencias de las que das testimonio en tu editorial yo también las he tenido... y no siempre extramuros de mi Escuela? En todo caso, añadiría sí que me uno con ganas a lo que, de tener la merecida repercusión tu editorial, podría constituir una política para el psicoanálisis. Un abrazo. Ricardo".
"Estimado Pablo Peusner: valoro tu texto cuidadoso pero certero, que pone sobre el tapete las dificultades del acceso a las fuentes y las motivaciones que bloquean el camino. Escatimar escritos tiene una primera lectura económica –en particular en cuanto a textos inéditos de grandes pensadores, por caso Lacan–, una segunda resguardar la pirámide de transferencias intra institucionales, el temor a que se contamine “La” verdad en otras manos. La traducción siempre porta el estilo y las lecturas de su autor. Etcheverry no es igual a Ballesteros, y en lo personal entiendo como valioso que existan ambas versiones de la Obras Completas de Freud. Es problemática “la historia oficial” en cualquier instancia, y “La” verdad no existe. (Hoy por hoy cualquier Obra queda “simpleta” si no conlleva relecturas y confrontaciones).El intercambio y las diferencias amplían el horizonte. Otro tema sería la proliferación del plagio impulsado por la hiper oferta internética, en la cual “copiar y pegar” es una tentación habitual de inescrupulosos. Pero no es garantía de pureza el esconder la obra. A la larga, el no compartir y circular, le da consistencia al Otro como amenazante y establece una línea divisoria entre buenos y malos que ayuda a alimentar lo sectario.Saludo entonces tu criterio generoso y frontal, y la calidad del Blog.Un abrazo.Alberto Santiere".
"hola Pablo como andas? bueno este mail es para hacerte un pequeño comentario de lo que mandaste acerca de la circulacion de los textos. Te cuento que casualmente unos dias antes llame a CITA , instiucion donde Indart brindo una conferencia en el marco de una jornada. Estuve enferma y no pude asistir, asi que llame para averiguar si había algun material desgrabado (por supuesto que pregunte cual era el costo en el caso de que existiera) con la idea de pasartelo para que lo publiques en tu sitio. Pero no pudo ser ya que me dijeron que es de "circulación interna", pregunté si en algun futuro habria posibilidad de alguna publicacion en algun libro de la institucion. por suerte parece que sí. Saludos, Fernanda".
No quiero cargar las tintas con el asunto, ni hacer sólo hincapié en la Institución de la que surgió el motor para la anécdota. Sin embargo, la propuesta de Ricardo Rodríguez Ponte de generar a partir de esta editorial una política nueva para el psicoanálisis me entusiasma. Los invito a todos a hacerme llegar los materiales que quieran compartir. La política del blog es publicarlos sin ningún tipo de censura, recorte o condición. Les propongo una nueva espacialidad de circulación de los textos. Apliquemos la topología lacaniana y pongamos en continuidad el adentro y el afuera. Que los textos sean de "circulación moebiana".
Y como primer aporte a esta nueva forma de circulación, va mi Prólogo al libro "El psicoanálisis es un humanismo" de Hélène L'Heuillet, de inminente aparición en Letra Viva.
por Pablo Peusner
“Hoy les he aportado la dimensión de la vergüenza.
No es cómodo plantearlo.
No es algo de lo que se pueda hablar tan fácilmente.
Este es tal vez el agujero de donde brota el significante amo.
Si así fuera, tal vez no sería inútil para medir hasta qué punto
es preciso acercarse a él,
si se quiere tener algo que ver con la subversión,
aunque sólo sea el relevo del discurso del amo”[1].
A intervalos relativamente regulares, el psicoanálisis resulta atacado. Estos ataques provienen de diversos frentes: en la época de su fundación, de la psiquiatría clásica. Hoy, de las neurociencias. Curiosamente, en los albores de este nuevo milenio, los avances científicos en lo relativo a los nuevos conocimientos acerca de la fisiología del sistema nervioso central, han servido de argumento para que la vieja psicología conductista se refundara con un nombre algo más acorde al espíritu de los tiempos: TCC, terapias cognitivo-comportamentales. Por supuesto que los mismos descubrimientos han relanzado y multiplicado el abordaje psiquiátrico de los trastornos de la subjetividad, justificando el uso de medicación que, cada vez, se oferta como más específica y efectiva para determinado rasgo de cierto síndrome. Las ganancias económicas que produce este sistema permanecen veladas (o directamente desconocidas) para los pacientes, tanto como para los profesionales que no están habilitados a medicar.
La opinión pública nunca permanece ajena a este orden de cosas. Los suplementos culturales, las publicaciones de actualidad y las revistas dominicales de los diarios de mayor tirada en nuestro país, abordan regularmente el debate entre el psicoanálisis y las neurociencias (debate inexistente que retoma el apólogo de la ballena y el oso polar), haciendo gala de una gran capacidad para traducirlo a términos “populares” –o sea, al alcance del lector promedio–. Llama la atención que la balanza se incline sospechosamente por una visión apocalíptica del psicoanálisis, presentado casi siempre a punto de desaparecer, amenazado por un materialismo fisiológico que, sin lugar a dudas, alguna vez fue la ilusión de Sigmund Freud. De esta manera, el asunto pasa a formar parte de la doxa: cada quien tiene una posición al respecto que cada vez está más documentada, aunque las pruebas se refuercen con alguna experiencia a la que sus enunciadores habrían accedido con ocasión de una crisis subjetiva propia. Así se “forma opinión” desde los medios, lo que no está para nada mal, pero sin dudas deja mucho espacio para posiciones que podríamos calificar, sin temor a equivocarnos, de “interesadas”.
En este contexto llegó a nuestro país la traducción de una obra gestada en Europa tendiente a “desenmascarar” algo que podría nombrarse como “la estafa psicoanalítica”. Su subtítulo, casi una consigna política, es por demás elocuente: “Vivir, pensar y estar mejor sin Freud”. El trabajo, dirigido por una “alumna emérita” (sic) de la Escuela Normal Superior y coordinado por un grupo de filósofos, médicos y psicólogos, fue publicado en Francia en el año 2005. El ataque tomó así la forma de un libro que se pretende científico e histórico.
En la Argentina todo el mundo está enterado y la novedad no ha dejado indiferente a nadie excepto a... ¡los psicoanalistas!, cuya excusa repetida es que no han tenido tiempo para leer ese nuevo (y voluminoso) libro que concentra todos los ataques... Si uno no sabe que lo atacan, si “finge ignorar” que es objeto de asalto, no tiene motivo alguno para pretender defenderse.
En Francia, sede del ataque, podríamos decir que las reacciones se agrupan en dos tipos de respuestas: por un lado la resistencia corporativa, que eligió publicar su defensa en términos del “anti-ataque”. Curiosamente, este libro aún no fue traducido a nuestra lengua aunque su enemigo lleve ya varios meses entre nosotros.
Por otro lado, hay intentos personales. Uno de ellos responde a la invectiva con una pregunta: “¿Por qué tanto odio?”. Quizá, las motivaciones del ataque no coincidan con una manifestación afectiva; es más, personalmente creo que reducir las motivaciones del ataque a un estado afectivo padecido por tanta gente, termine enmascarando que hay “otros” motivos, muy organizados y favorecidos por cierta articulación del discurso contemporáneo. Pienso que si transformamos la pregunta en “¿por qué tanto trabajo si nos odian?” la incongruencia se ve mejor.
Hubo otro intento personal de respuesta, también bajo la forma de un libro. Un intento más osado, porque desde su portada se desafían ciertos decires propios del psicoanálisis. Su autora, Hélène L’Heuillet, decidió titularlo con una afirmación: “El psicoanálisis es un humanismo”. Resulta evidente que su título no alcanza para comprender que se trata de una respuesta y es posible que ciertos lectores supongan que el libro forma parte de cierta taxonomía: aquella que incluye a los textos que intentan definir al psicoanálisis por lo que éste “es”. Por supuesto que un título tal transfiere todo su peso al significante “humanismo”; término que, por otra parte, proviene del quehacer filosófico –resulta inevitable su consonancia con el título de la conferencia de Sartre publicada en 1948, un clásico en la historia de la filosofía contemporánea–. Entonces, más allá de la pregunta por aquello que el psicoanálisis “es”, este libro invita a realizar un recorrido diferente. Si el psicoanálisis es un humanismo... ¿de qué humanismo se trata? ¿Acaso del humanismo filosófico pre-estructuralista o hará falta cierta redefinición del término, cierto ajuste, que tenga por objetivo servir como condición de posibilidad para producirle un valor de actualidad? ¿Se puede hablar de un “humanismo psicoanalítico” o tal calificación produciría un oxímoron de dudosa rigurosidad?
Si como se plantea a modo de principio de este libro “el humanismo no se trata de esa teoría que toma al hombre como fin y como valor superior”, es porque existe otra manera de respeto de la humanidad que merece dicho nombre. Se trata de un humanismo de orden ético –término que resuena en los psicoanalistas de tradición lacaniana–, que “consiste en considerar al hombre siempre como un sujeto y en jamás reducirlo por entero a un objeto”. Por supuesto que una afirmación tal exige recomponer la relación de Jacques Lacan con el estructuralismo. Y la autora propone que la “moda” estructuralista ha ocultado esta dimensión ética de su enseñanza. He aquí una lectura particular acerca de los alcances éticos de la teoría lacaniana que involucra en forma directa una noción de “sujeto”. Y por este sesgo, es que Hélène L’Heuillet diferencia al psicoanálisis del existencialismo: si en el primero el sujeto resulta comprometido con las palabras del Otro que lo fundaron en su singularidad, en el segundo el hombre es voluntad y se produce a sí mismo eligiéndose. Entonces, si el sujeto existencialista está definido por su consciencia, el sujeto del psicoanálisis es el sujeto del inconsciente: ni el Cogito cartesiano, ni la causa sui alcanzan para atraparlo. Tensada en el lenguaje mediante una espacialidad bidimensional, la autoconciencia desaparece para dejar hablar al parlêtre.
Hay ciertas figuras del sujeto que atraviesan el texto y que, claramente, lo alejan del materialismo propio de las neurociencias; a la vez que lo sumergen en el lenguaje y borran su límite individual presentándolo como “interpretativo”, “inventivo” y “heterónomo”. Este sujeto que admite ser traducido como ‘asunto’ exige al psicoanalista una posición responsable en una época de “rechazo de la alteridad”. Porque encarnar en el discurso las formas de la parrhesía cínica para decirle al Otro toda la verdad –¿toda?–, es desconocer entre otras cosas que el deseo del analista no es un deseo puro, y contribuye a alimentar esa immixtion de narcisismo y cinismo que hace poco Colette Soler condensó con el término “narcinismo”[2]. En este marco se rehabilita cierto matiz del sufrimiento como condición de posibilidad humana para la histerización del discurso, algo que la patologización y medicalización (por ejemplo, del duelo) impiden a la vez que –paradójicamente mediante la administración de ese remedio-veneno, el pharmakon–, originan.
La revisión de los conceptos de “otro”, “Otro”, “transferencia” y “sugestión” que se despliegan a lo largo de sus páginas, forman parte de una respuesta. Si bien la autora nunca recurre a las coléricas formas lacanianas de referencia a sus enemigos, resulta claro que las reflexiones acerca de dichos temas responden, casi punto a punto, a los artículos del Livre noir... En el marco de los pregonados objetivos terapéuticos consistentes en la “reenseñanza” de conductas, retomar el análisis de la sugestión y la transferencia suena más a una actualización de la teoría psicoanalítica que a un antiguo recurso propedéutico. Sin la diferencia básica entre el otro-semejante y el gran Otro, esa sugestión mediante reglas debilitantes propia de las TCC podría considerarse una interpretación; sólo que gracias al trabajo de retorno a Freud operado por Jacques Lacan sabemos que la transferencia brinda poder al analista... a condición de no utilizarla.
Y como uno lee (y en mi caso, traduce) un libro como éste con el objetivo de iluminar los problemas propios de su práctica clínica, quisiera dar cuenta de cierto efecto que me produjo su lectura, ya que existe un eje posible para establecer una articulación de este “humanismo psicoanalítico” propuesto por Hélène L’Heuillet con un aspecto de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños.
La confrontación teórica que sirve de marco a este libro no deja de operar sobre los componentes ideológicos de la sociedad. Podríamos decir que los afecta y los moldea, y a nosotros –psicoanalistas– nos toca enfrentarnos con dichos efectos verificándolos en el consultorio a la hora de recibir a los padres de nuestros pequeños pacientes. Cito a la autora:
“Haría falta comprender que preferimos que nuestros niños sufran de enfermedades genéticas (de las que formarían parte el autismo y, por qué no, la anorexia o las trastornos del carácter) antes que poner en cuestión una comunicación de inconscientes en la familia, de la que nadie es el amo”[3].
Hoy, todo modo de transmisión se comprende mejor si es genético, orgánico o celular; es decir, si tiene un soporte material. Pero... ¿por qué se ha borrado al lenguaje de esa lista? ¿Cómo es que puede ignorarse de tal modo su papel en las estructuras que relacionan a los seres humanos? En el tempranísimo artículo de 1938 acerca de Los complejos familiares... Jacques Lacan afirmaba que la familia “instaura una continuidad psíquica entre las generaciones cuya causalidad es de orden mental”[4]. Porque estudiamos y seguimos su enseñanza, sabemos que ese “orden mental” de 1938, en la década del ’50 se transformará en el “orden simbólico” regido por el significante. Entonces, las más de las veces los padres de un niño preferirían ubicar la causa del trastorno que su pequeño pudiera padecer en algún aspecto fisiológico, antes que en la trama del lenguaje que lo esperaba desde antes de nacer, y que luego lo alojó –o no–. Claro está que de confirmarse uno de esos trastornos esperados –porque, obviamente, existen para ciertos casos– estarían en presencia de un pronóstico muy desfavorable para el futuro de su hijo, y el psicoanalista se vería limitado en su función a la “dirección de la cura de lo que no se cura”. He aquí una versión de la parentalidad: la parentalidad anti-humanista que evalúa a su hijo en términos de déficit y que considera la posibilidad del tratamiento como un trámite ante un saber anónimo. ¡Qué versión del discurso universitario! Efectivamente, estas personas no tienen vergüenza. Deberían, total, “nadie se muere de vergüenza” (Lacan dixit), pero por ese agujero brotaría el significante y el discurso permutaría.
Y si el discurso gira, y si el saber cambia de lugar para soportar al síntoma del niño...
“El síntoma del niño subjetiva el parentesco, y recuerda que no se educa a un niño aplicando las recetas contenidas en un manual redactado a tal efecto, sino con su deseo e, incluso, con sus obstáculos”[5].
En un estado de cosas tal, el deseo de los padres inevitablemente resulta convocado al espacio del psicoanálisis. Y, si el psicoanálisis es un humanismo, no hay análisis con niños sin presencia de les parents (de ‘los padres’, pero también de los novedosos lazos de parentesco de la nuevos modos de configuración familiar) en el dispositivo; presencia que lejos de ser un real de la clínica psicoanalítica surge de la posición ética con la que se enfrente al asunto –o al sujeto–. Si el analista no ha reflexionado sobre estos tópicos –y aquí aprovechamos los enunciados de Hélène L’Heuillet para ello–, encarnará una de las dimensiones de las resistencias del analista: la resistencia a estudiar la teoría de la que depende su propia formación.
En estos tiempos de “biología lacaniana”, la autora rechaza la “sacralización de la biología”:
“En las reservas que el psicoanálisis puede plantear acerca de la demanda de un niño, se trata de no volver a la sacralización de la biología. Al contrario, poniendo el acento sobre la inscripción del niño en un linaje simbólico, muestra que todo niño en tanto le es asignado un lugar, es siempre un niño adoptado. La adopción es la regla en el orden humano, al punto que los hijos biológicos también deben ser “adoptados” por sus padres”[6].
Esta idea nos devuelve cierta dignidad ante el argumento de la sangre: tener cría, reproducirse, no implica la paternidad ni la maternidad. Hace falta algo más, cierta maniobra de “adopción” que, como otras, no es sin resto. Se trata de una maniobra que se extiende en el tiempo y que no admite un manual ni una receta. Y si, como plantea Hélène L’Heuillet, la adopción “es la regla en el orden humano”, el deseo vuelve a ocupar su lugar central en el psicoanálisis lacaniano. Así, la hipótesis del sufrimiento de los niños en su matiz objetivo se reposiciona como una particularidad que pasa a formar parte en las consultas: porque el significante es causa de goce, ninguna adopción es plenamente simbólica –este es el Lacan de Aun, quizá el más citado pero también el más difícil de sostener...–.
Queda un problema pendiente, y la autora no es ingenua respecto de su desarrollo: es que hoy en día, contando con los avances científicos que permiten nuevas formas de procreación, lo sexual podría quedar desplazado de su lugar central, perdiéndose un valor importante puesto que...
“Lo sexual garantiza la procreación contra el riesgo de devenir una simple «fábrica» de humanos, y se opone –paradójicamente– a una reducción a lo biológico del niño por nacer”[7].
A modo de conclusión de este breve texto de introducción, conviene fundamentar entonces por qué afirmo que este libro constituye una respuesta a la gran operación política de biologización del sujeto humano hablante que, sin dudas, se ha puesto en marcha. Porque si el sujeto humano hablante puede acceder a toda la verdad a través de una maniobra de reeducación, si acaso sus desarreglos comienzan y terminan en los avatares de su conducta, si medicando a los niños es posible adaptarlos sin resto a la demanda de performance que el saber anónimo les exige, si existe un síndrome-tipo para clasificar cualquier disorder y saber así qué fármaco conviene más para eliminarlo... ¿qué ética hay en juego sino aquella de saber qué es lo que más le conviene al otro en nombre de su propio bien?
Este libro es un intento de respuesta y, como tal, merece ser leído. Lo demás es nuestra responsabilidad: la de los psicoanalistas.
[1]Lacan, Jacques. “El seminario, Libro 17, El Reverso del Psicoanálisis”, Paidós, Buenos Aires, 1992, p. 204.
[2] v. Soler, Colette. Declinaciones de la angustia según las estructuras clínicas y los discursos, en “¿Qué se espera del psicoanálisis y del psicoanalista?”, Letra Viva, Buenos Aires, 2007.
[3] v. infra. p. 51
[4] Lacan, Jacques. “La familia”, Axis, Rosario, 1985, p. 8
[5] v. infra. p.51
[6] v. infra. p.106
[7] v. infra. p.109