Durante mucho tiempo se pensó que existía una relación privilegiada entre el nombre judío y el saber. La forma moderna de esta creencia apareció en el mundo de lengua alemana en el siglo XIX y persistió hasta mediados del siglo XX. Durante este período nace la figura del judío de saber, que despierta la admiración y luego el odio, hasta estrellarse contra lo real del exterminio. De Cassirer a Leo Strauss, de Hannah Arendt a Scholem, aún en nuestros días la figura del judío de saber produce fascinación y rechazo. Algo grave se juega en él y que concierne al nombre judío; algo grave se juega también en él y que concierne al saber.
No cualquier saber atañe al judío de saber, sólo el saber moderno tal como lo caracterizó Michel Foucault. En el punto de cruce entre Hannah Arendt y Foucault, la indagación sobre el judío de saber conduce a reabrir ciertos caminos que los espacios de la cultura europea habían olvidado. Destinos individuales, tragedias de las lenguas, fin del saber moderno, fluctuaciones del nombre judío, el trayecto recorre oscuras regiones. En su transcurso, salen a la luz la grandeza y la desaparición del judío de saber. Al final, algunas preguntas se plantean: ¿qué surgió gracias a él? ¿Qué se perdió con él? ¿Qué surgirá después de él? La respuesta no se hace esperar. Lo que surgió gracias al judío de saber, lo que surge y surgirá sin él es, todavía y siempre, el encuentro, incansablemente reiniciado e incansablemente fallido, del nombre judío y Europa."