El intento de mostración-demostración del Psicoanálisis con respecto a su teoría y a su clínica no es nuevo ni novedoso. En todo caso re-novado. Basta recordar la apelación que Freud hace de su mostración del aparato psíquico no solo en “La interpretación de los sueños” –en tanto con el “esquema del peine” se esfuerza en poner en plano el funcionamiento de la “máquina”– sino también, ya en su segunda tópica, en “El Yo y el Ello”, con su esquema llamado “del huevo. Pero Freud recurre a la geometría plana, a las dos dimensiones, a dar un “topos” a lo que es dinámico, a lo que no tiene “locus” anatómico, y elegimos decir que esto –para no ir al remanido “imaginario” tan frecuentemente utilizado para decir y no decir– es un esfuerzo de figurabilidad, de puesta en forma de, y de, formalización. Pero no de formalización en el sentido de constituirnos en una ciencia formal, sino de dar una forma –aunque sea plana– de aquello que por no tener forma específica, cobra todas las formas. Ergo, el significante. Todos y ninguno, en suma cualquiera, pero que tenga, y venga a cobrar, el valor de acontecimiento.
Freud hace un esfuerzo superior por superar el “locus”, decíamos, la localización e incorporar el concepto de psiquismo a un cuerpo que está en todo atravesado por la acción eficaz del inconsciente. En este punto venía a nuestra memoria la metáfora lacaniana: “El hombre piensa con los pies”, en tanto ¿por qué siempre se apela a la “cabeza” como sede del pensamiento? ¿Y por qué supondríamos que el psiquismo tendría su sede en el cráneo que aloja al cerebro? Entonces, ¿toda patología derivada de causas psíquicas sería craneo-cerebral?
Lacan, munido de algunas pocas herramientas –lo cual hace a la delicia de sus detractores– pone en forma de matemas, grafos, topologizaciones y nudos, aquello que cobra entonces, tres dimensiones.
Para nosotros será aún más, en tanto inscribir, por ejemplo, un cuerpo viviente en la cuatridimensionalidad einsteniana, lo cual incluye el tiempo.
¿En qué, por qué, y para qué, serían útiles los recursos –en tanto recurrir– de Lacan a lo que, en general, llamaríamos sus “matemas”? Como él lo dijo: es una forma o modo de “poner en letritas lo Real”.
Se ha denunciado a Lacan de no dar cuenta suficientemente de su clínica; alguna vez se escuchó decir –con tanto exageración como su intento de defenestración– que toda su obra daba cuenta de su clínica.
“Al César lo que es del César y...” –parafraseando– a los matemas lo que es de ellos.
Decir la clínica en grafos y matemas simplifica su transmisión. Va de lo Imaginario del relato mítico –con todos los vicios del código– a la posibilidad de transmitir un mensaje que es puro Simbólico y da cuenta de un Real, un Real que como dijo el autor en cuestión alguna vez, hace nudo con lo Imaginario y lo Simbólico cediendo su lugar al síntoma. Es esta derogación imaginaria la que confunde y hace obstáculo a los principiantes: ellos quieren tener el contenido y se ofuscan con el continente.
En los principios, en los albores de su enseñanza, Lacan proponía experimentos-verbigracia: “el ramo invertido”. Luego comenzó a despojar su transmisión de esos artilugios y, por ejemplo, introdujo el esquema lambda.
Dejemos que nos interrogue quien quiere adentrarse en la enseñanza de Lacan: ¿para qué, nos diría, sirve el esquema lambda en la clínica? Los esquemas, grafos, matemas y objetos topológicos de Lacan nos posibilitan decir acerca de nuestra clínica sin hacer mitos y proponiéndonos “logos” y “poiesis”.
Pasamos así, en nuestro decir, del instante de la mirada, al tiempo para comprender al momento de concluir.
Todo relato de la clínica –de un fragmento de un discurso en análisis porque nunca sería, entre los analistas de otro modo– produce la fascinación de una historia humana. Luego, tras ese tiempo de coagulación en la mirada, y para que no quede en ello, se abre un tiempo para comprender y, en el mejor de los casos, se instaurará un momento de concluir.
Veamos. La dicente (¿por qué la recurrencia a la paciencia llamando a quienes vienen a decir a un psicoanalista serían “pacientes”?), ha tenido a lo largo de numerosas entrevistas pocos momentos de análisis. Es alguien que está tomada por la perversidad cotidiana de una familia disfuncional que la ha cristalizado en lo que hemos dado en llamar el lugar de la “Cenicienta” pero algo de su deseo se dice tras lo que se escucha en poder llegar a convertirse en princesa de su príncipe.
Las quejas son reiteradas en tanto el maltrato de sus familiares pero... “Aún” ella no deja de no reiterarlas en tanto sostenidas por un modo de goce. En una de esas entrevistas y ante el lenguaje infantiloide de ese ser, el analista, se escucha decir: “Hace años que decidí no escuchar niños en análisis”. Ella se silencia, hace una pausa y comenta: “¡Eso duele!”
¿Qué ha ocurrido, ante qué estamos en este que llamaremos –porque no hay otra forma más que esa de concebirlo– un momento de análisis? Ha ocurrido el acontecimiento pero este acontecimiento se puede decir de muchos modos.
En primer lugar, y haciendo referencia al esquema lambda, precisamente, la especularidad se ha disuelto por el tiempo del acontecer significante. El muro de lo imaginario, ese que conduce al Yo a espejarse con el otro para que éste le devuelva su propio mensaje invertido, se ha visto horadado por la acción del significante que, proviniendo del Gran Otro ha hecho advenir Sujeto del mismo. Seguimos hasta aquí la puesta en forma de ese esquema.
En segundo lugar, partiendo del discurso del analista, hemos arribado al discurso amo, discurso del significante, discurso del inconsciente, donde un significante viene a representar al sujeto para otro significante con producción de un resto entrópico de goce, de objeto llamado a. Y esto se muestra –y demuestra– en tanto “niños” (S1), “duele” (S2), y el Sujeto de ese dolor en el lugar de la verdad inconsciente. De ello ese plus de goce que da cuenta de un laborar y permite que la máquina siga girando. Porque si se arribó allí no es desde otra posibilidad que partiendo desde el discurso del analista –ese que, como decíamos, Lacan prefirió “un discurso sin palabras” y del que elegimos llamar “discurso del síntoma”, ampliando la nominación lacaniana de “Discurso de la histeria”.
En tercer lugar ese nudo de Imaginario, Real, Simbólico, –redondeles de cuerda de distintos espesores cada vez–, ha visto privilegiado su juntura entre Real y Simbólico: éste ha avanzado sobre lo Real corriendo sus límites: desde la docta ignorancia ha hecho camino con un nuevo símbolo, apuesta de lo Simbólico sobre lo Real. Se ha privilegiado, también, el buen amor de transferencia –ésta funcionó en ese momento– e hizo caer esa unión que impide entre Imaginario y Real, que más allá de designar la pasión del odio, en todas sus manifestaciones e infinitas gamas, abroquela el Imaginario.
Pero, además, la figura tórica de la demanda, tiene su lugar en esta historia. ¿Por qué adviene a entrevistas este ser? Porque la vida se le hace insoportable dada la locura de a dos que traman entre hermana y madre con consentimiento del padre y que la empuja a ella –derivación de su propio goce cercano en sus límites a un atisbo de Goce Otro– y porque en virtud de los mandatos que la quieren “Cenicienta”, se ha visto en riesgo de destruir su propio sendero de destino, por ejemplo, deconstruyendo su pareja, bien avenida, y con visos de proyecto de próxima concreción, en tanto su familia denosta a ese hombre –a quien ni siquiera conoce– con los peores calificativos y augurándole, a ella, los peores males.
La dicente –término tomado del lenguaje jurídico– dice al inicio de cada entrevisa: “¡Pasó de todo!”. Es un ritornello. Y esto tiene aserto de verdad en tanto el “todo” del lenguaje pasa por su historia, en general, sin dejar rastros, dada la pregnancia de la frase oracular del mandato.
Su demanda –así descifrada en estos tiempos de su decir– es que no pase todo sino que algo reste.
Conocemos el toro: una sucesión de bucles que permiten que uno conecte con el otro sin solución de continuidad. Un ocho interior que deja tras sí un cabo que permite que algo se siga anudando. Diríamos para él: algo de no deja de no girar. En el momento del acontecimiento ese giro ininterrumpido sí cesa para que algo se inscriba, el toro se cierra y en el agujero central se prefigura el goce del objeto llamado a. Pero pasemos a cómo se prefigura aquí el grafo completo del deseo.
Para todos un inicio: individuo de la necesidad, punto de partida para el ser, la persona, alguna vez el sujeto. Pero para algunos esa necesidad no es solo de “alimentos terrestres”, también lo es de “alimentos celestes”. Y ella no solo demandaría –como todo humano– sino que necesitaría perentoriamente ser amada, lo cual no ocurre.
Estamos acostumbrados –mal– a no leer los vectores de grafos y matemas; solemos aquietarnos con las “letritas”. Pero si Lacan los vectorializó, no es sin motivo. En primer lugar, desde esa necesidad de ser amada, reconocida, por su familia –en un vector que recorre todo el grafo, llegaremos a los Ideales del Yo, punto de llegada. Su familia no es lo que ella idealiza; es lo que es y lo que es resulta verdaderamente lo contrario de esos ideales por lo cual ella se escuda en su aparato de creencias yoico: “¡No lo puedo creer!”, habida cuenta que ella sí lo puede creer pero no quiere hacerlo. Es así que su mensaje circula entre el “moi”, Yo especular y la imagen del otro rebotada. Sin embargo, algo ocurre que le permite recircularizar algo de su decir a través del Otro, odre de los significantes y que, en este ejemplo viene a decirse por la voz del analista: “niños”. Sí, a veces niños, diría Nietzsche, “demasiado niños”. Y es lógico: relata que cuando niña su madre era muy distinta y la vida mucho más fácil para todos. Es así como ese significante hace camino y se encuentra con un retoño deseante para ir a recubrirse de los mismos y hacerse demanda-pulsión. Pero el deseo del Otro la quiere “niñificada”, nihilizada, hecha polvo de ser en tanto opacar sus logros para no calificar en exceso frente al fracaso de su hermana –además melliza–. Esto se configura en un fantasma oracular: “¡No vencerás!” –se construye. “¡No vencerás!” logrando una familia nuclear–, probablemente muy alejada del ideal pero también alejada del profundo malestar de esa “locura erotómana de a dos”, entre madre y hermana, con la connivencia de un padre totalmente impotente.
El significado que se da a esto es del orden del síntoma: está “escondida”, opacada, cubierta de cenizas, deslucida, descuidada en sus probables brillos falicizados porque lo contrario es peligroso y contra viene y contradice los mandatos del Gran Otro. Pero, y “Aún”...el significante en su “automathon”, no deja de no insistir y cuando insiste en transferencia está allí para ser escuchado y si lo es puede llegar a producirse el acontecer del sujeto del inconsciente. Sí, eso duele hoy para que mañana la herida se restañe en una vía de mayor placer y menos goce sin simbolizar, de ventura, de promesa para sí misma. Es por ello y para ello que mantiene y lleva a cabo un análisis. Porque si bien conocemos freudianamente “El porvenir de una ilusión” y todo el malestar que conlleva el estar en la cultura, como diría Sartre, somos seres “felicitantes”. Y fue el mismo Lacan quien pronunció aquello de que un análisis alcanza con que alguien sea más feliz por vivir.
Grafos, nudos, matemas, “seres” u objetos topológicos, en suma: letritas para un Real que, henchido de goce no dejará de hacer obstáculo, definitivamente agujero profundo, “ombligo” sin simbolizar para nunca jamás. Pero si de ese Real que anida en el corazón mismo de la clínica, algo se puede transmitir, ¿por qué no?
Muchos practicantes “no pueden” con matemas, grafos, nudos y objetos topológicos. Los desdeñan por incapacidad. Es su propia incapacidad para despegarse del sentido, del exceso de imaginarización y poder transitar con solvencia lugares matriciales. Es nuestra eventual dificultad para solo en un “a posteriori” dejar que ello cobre algún sentido al inscribir de ese modo un fragmento de discurso en análisis. ¿Es imprescindible hacerlo? No. Pero es un instrumento impostergable para que el resultado de una escucha no se deje deshilvanar en los meandros de las reminiscencias.
Además, y lo más importante, es un legado, es una herencia, es una tradición ya para algunos analistas. Hagamos honor de ello porque en ello, precisamente, reside la genialidad de algunos pensadores que así lo merecen y no desdeñemos por nuestras propias limitaciones aquello que por difícil –en realidad dificultoso– se nos opondría. Basta desprejuiciar para poder producir. Para ello también para los psicoanalistas es fundamental desprenderse del instante de la mirada para pasar por el tiempo para comprender para arribar, alguna vez, a un momento de concluir.
(Publicado originalmente en Imago-Agenda Nº 120, Letra Viva, Junio de 2008)