En los tiempos que corren, tan poco proclives al reconocimiento y aprecio por el sujeto del inconsciente, me parece necesario mimar la función del analista, para que dure, para que no se marchite, para que no se transmute en algo indeseable o insoportable. Pues, si bien es cierto que Lacan manifestó, explícitamente y con razones fundadas, que podía pasar de los psicoanalistas pero no del psicoanálisis, no es menos cierto que no puede haber discurso analítico sin analistas atravesados por el deseo del psicoanalista. Es por ello que una reflexión acerca del tiempo del analista parece oportuna.
¿A qué no referimos con el sintagma “tiempo del analista”?
En primera instancia a la administración del tiempo real del que dispone el analista. Entre colegas se escucha decir a menudo “estoy agotado…no paro... no me queda ni un minuto para mis asuntos…etc”, lo que evoca al analista hiperocupado, que consume casi todo su tiempo en quehaceres analíticos: atender pacientes, docencia, tareas institucionales, etc, y que sin embargo se resiste a rechazar nuevas demandas u ofertas que le reclaman mas tiempo aún... ¿analista adicto al psicoanálisis? ¿analista que, tomado dentro del discurso capitalista, no puede dejar de producir? ¿analista omnipotente?...
Acostumbramos a responder que es la causa analítica la que determina el uso que damos al tiempo de que disponemos, como si ello garantizase mejor la existencia del deseo del analista. Pero no es para nada seguro que la dedicación exclusiva al psicoanálisis sea lo que mas convenga al discurso analítico.
Ella Sharpe, citada por Lacan en La dirección de la cura escribe, en El analista. Requisitos esenciales para la adquisición de la técnica, lo siguiente: “El trabajo del analista es ver el inconsciente en acción. Por esta razón, el psicoanalista necesita a veces apartarse de su tarea y dejar el tema del inconsciente en su vida diaria y la de sus allegados, donde cuenta la totalidad de la personalidad. El pensamiento, el arte, la literatura, las relaciones de amistad, el psicoanalista necesita ver y vivir la vida como una totalidad, como un correctivo del ángulo especial que exige su trabajo.”
En segunda instancia, “el tiempo del analista” puede tomarse desde la perspectiva del uso o manejo del tiempo que cada analista hace en la dirección de una cura analítica.
Dentro de esta acepción me interesa destacar el contraste que se descubre en la enseñanza de Lacan entre, por una parte, la teorización y promoción de las sesiones cortas, en base a que la anulación de los “tiempos para comprender” en provecho de los “momentos de concluir” “… precipita la meditación del sujeto hacia el sentido que ha de decidirse del acontecimiento original” (1954, Función y campo de la palabra y el lenguaje). Y, por otra parte, la capacidad de espera, necesaria al analista para sostener la dimensión del objeto. Pues, como es sabido, en ocasiones es necesario un largo silencio para que emerja la presencia del analista, acompañada a menudo del afecto de angustia.
Si la sesión corta remite al corte de la sesión, y por tanto a un recorte del tiempo decidido por el analista, favorecer la emergencia de la angustia implica, muchas veces, capacidad de espera y de no intervención, dar tiempo al sujeto para que se manifiesta la presencia efectiva del deseo en su cara mas real.
Parafraseando la expresión de Lacan “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir” (Seminario XI cap X Presencia del analista), podríamos formular que “el arte de esperar equivale casi al bien hacer” , donde se aprecia que el acto puede tener lugar paradójicamente sin acción, así como el discurso puede serlo sin palabras.
Por otra parte, si el tiempo lógico surge del tiempo de la rememoración, y por ello dentro del marco de lo simbólico, el tiempo de la espera surge de la experiencia de la angustia, es decir en la incursión dentro del registro de lo real.
Así pues, se puede concluir que al analista le conviene tener ritmo y saber bailar tanto lento como rápido, acoplándose a su partenaire-analizante, a ratos para conducirlo en el baile y a ratos para dejarse llevar por él.