PP.
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RESEÑA DEL SEMINARIO XIX. "... ou pire".
Título de una opción. Otros sus... piran (s’...oupirent). No pretendo hacerlo en mi honor. Se trata del sentido de una práctica, que es el psicoanálisis.
Me doy cuenta de que he doblado este seminario, con otro que se titula "el saber del psicoanalista", llevado por el tono de sarcasmo que me inspiraba Sainte-Anne a donde regresaba.
¿De qué modo mi título de Hautes-Études justifica que en París I-II, donde era invitado, haya hablado del Uno?, se me podría haber preguntado, puesto que era tácito.
Que a nadie se la haya ocurrido se debe al progreso que se me adjudica en el campo del psicoanálisis.
A los que señalo de sus... pirar (s’....oupirer), es al Uno a donde los lleva.
Por lo demás, no hacía pensamiento del Uno, pero, a partir de decir que "hay Uno", llegaba a los términos que su uso demuestra, para hacer de eso psicoanálisis.
Esto que ya está en Parménides, id est, el diálogo de Platón, a través de una curiosa vanguardia; (les pedí a mis oyentes que lo leyeran, ¿pero acaso lo hicieron? Quiero decir: ¿lo leyeron como yo?) no es ajeno al presente informe.
La fecha del discurso analítico exige que se aplique en un real tal que el triángulo aritmético, matemático por excelencia, sea transmisible fuera del sentido, el análisis del que Frege engendra el Uno del conjunto vacío, originado en su tiempo: es decir, donde él se desliza hacia el equívoco del nombre del número cero, para establecer que cero y uno hacen dos. De donde Cantor vuelve a poner en tela de juicio toda la serie de números enteros y devuelve el enumerable al primer infinito, aleph cero nombrado, el primer Uno otro que traslada el primero del corte: el que de hecho lo corta del dos.
Se trata de lo que Leibniz presentía con su mónada, pero que, por no haberla librado del ser, la dejó en la confusión plotiniana, la que crece en defensa e ilustración del amo (maître).
Allí es donde sus...piran (s’....oupirent) los analistas que no pueden acostumbrarse a ser (se faire à être) ascendidos como abyección al lugar definido que el Uno ocupa de derecho, con el agravante de que este lugar es el del semblante, o sea, allí donde el ser hace la letra, como se dice.
¿Cómo se acostumbrarían a que sea del lado del analizante que el Uno se admita aunque sea puesto a trabajar allí (cf. más lejos)?
Lo que soportan menos aún es la solidez que tiene el Uno en la ciencia moderna, no que se sostenga en él el universo, sino que la constancia de la energía encuentra allí su eje, al punto que incluso los rechazos de la univocidad por la teoría de los quantas no refutan esta constancia única, incluso que la probabilidad promueva al Uno como el elemento más cercano a la naturaleza, lo cual es cómico.
Es que convertirse en ser (se faire être) de la abyección supone que el analista esté arraigado de otro modo en una práctica que proviene de otro real: ese mismo que constituye nuestro desafío (enjeu) de decir.
Y no es lo mismo que la observación acerca de que la abyección en el discurso científico tenga rango de verdad, no menos. Esto, manifiesto desde el origen en la histeria de Sócrates, y en los efectos de la ciencia, adquirirá vigencia mucho antes de lo que se pueda imaginar.
¿Pero qué recuperar del al-menos-yo (moi) de los analistas, cuando es aquello que yo (je) aguanto?
¿Por qué Freud supo dar cuenta de que vuestra hija fuera muda? Se trata de la complicidad que acabamos de plantear, la de la histeria en la ciencia. Por lo demás, la cuestión no es el descubrimiento del inconsciente, que tiene en lo simbólico su materia formada con anterioridad, sino la creación del dispositivo cuyo real toca a lo real, o sea, lo que articulé como el discurso analítico.
Esta creación no puede producirse sino de una cierta tradición de las Escrituras, cuya juntura con lo que enuncia de la creación debe indagarse.
De ello resulta una segregación, contra la cual no estoy, aunque prefiera una alineación que se dirija a todo hombre, aun cuando no incluya seguir mis fórmulas no-toda mujer.
No es que una mujer esté menos dotada para sostenerse allí, todo lo contrario, precisamente porque ella no sus...pira (s’...oupire) por el Uno, siendo del Otro, para retomar los términos del Parménides.
Para decir crudamente la verdad que aparece en los enunciados de Freud acerca de la sexualidad, no hay relación sexual.
Esta fórmula tiene sentido por resumirlos en esta frase. Porque si el goce sexual se inyecta tanto en las relaciones de aquel que adquiere ser de la palabra —pues eso es el ser hablante— no es que tenga al sexo como lo que especifica una pareja, ninguna relación cuantificable, diría para señalar lo que exige la ciencia (y que aplica al animal).
Es más que concebible que el pensamiento universitario lo embrolle todo clasificándolo dentro del pansexualismo.
Pues si durante mucho tiempo la teoría del conocimiento no fue más que la metáfora de las relaciones del hombre con la mujer imaginada, el discurso psicoanalítico se ubica precisamente para oponerse a ello. (Freud rechaza a Jung.)
El análisis tiene la tarea de hacer la crítica de la inconsistencia de los antiguos decires del amor, esto es lo que resulta de la noción misma del inconsciente, en la medida en que se revela como saber.
Lo que nos aporta la experiencia que nos suministra el análisis es que el mínimo rodeo del texto de los dichos del analizante nos permite una captación de eso más directa que el mito, que sólo se recibe de lo genérico en el lenguaje.
Es volver al estado civil, sin duda, ¿pero por qué no este modesto camino?
Si hay solidaridad —y no hay nada más que decir— entre la no relación de los sexos y el hecho de que un ser sea hablante, es allí modo tan válido como los procedimientos de la conciencia el situar la supuesta obra maestra de la vida, ella misma considerada como idea reproductora, cuando por lo además el sexo se liga a la muerte.
Por lo tanto, en los nudos de lo simbólico es donde el intervalo situado de una no relación debe localizarse en su orografía, la que, por hacer mundo para el hombre, puede también decirse muro (mur), y proveniente del [a]muro (l’[a]mur).
De donde surge la consigna que doy al analista de no descuidar la disciplina lingüística para acceder a los nudos.
Pero no es para que esquive, según el modo que del saber en el discurso universitario hace semblante, lo que hay de real en ese campo delimitado como lingüístico.
El significante Uno no es un significante entre otros, y rebasa, en mi opinión, aquello de que sólo del entre-dos es posible suponer al sujeto.
Pero es donde reconozco que este Uno-allí no es más que el saber superior al sujeto, o sea, inconsciente, en tanto se manifieste como ex-sistente, el saber, digo, de un real del Uno-todo-solo, todo-solo allí donde se diría la relación.
A reserva de que no haya sino cero de sentido el significante por el cual el Otro se inscribe de estarle barrado al sujeto (s’inscrit d’au sujet être barré), S_A_tachada, escribo eso.
Por eso nombro nadas (nades)1 a los Unos de una de las series laterales del triángulo de Pascal. Este Uno se repite, pero no se totaliza con esta repetición: lo que se agarra de nadas de sentido, hechos de sin sentido, que se reconocen en los sueños, los lapsus, incluso las "palabras" del sujeto para que éste se dé cuenta de que ese inconsciente es el suyo.
Suyo como saber, y el saber como tal afecta, sin duda.
Pero ¿qué?, es la pregunta en la que uno se equivoca.
—No "mi" sujeto (el que nombré hace un momento: que constituye en su semblante, yo (je) decía su letra).
—Tampoco el alma, lo que imaginan los imbéciles, al menos permiten creerlo, cuando uno encuentra al leerlos esta alma con la que el hombre piensa, según Aristóteles, el alma que reconstruye un Uxküll, bajo las especies de un Innenwelt que es el rasgo-retrato (trait-portrait) del Umwelt.
Yo digo que el saber afecta el cuerpo del ser que no se hace ser sino de palabras, esto de partir en trozos su goce, recortarlo por allí hasta producir las caídas de las que hice el (a), que debe leerse objeto (objet) pequeño a, o bien abjecto (abjet), lo que se dirá cuando yo muera, con el tiempo o finalmente, se me entenderá, o también l(a) causa (l’[a]cause) primera de su deseo.
Este cuerpo no es el sistema nervioso, aunque ese sistema sirva al goce mientras empareja en el cuerpo la predación o, mejor, el goce del Umwelt tomado a manera de presa: la que no representa el rasgo-por-rasgo del Umwelt, como se insiste en soñarlo a partir de un residuo de la vieja filosofía, cuya traducción en "afecto" marca lo no analizado.
Es cierto que el trabajo (del sueño, entre otros) prescinde de pensar, de calcular, hasta de juzgar. Sabe lo que hay que hacer. Es su definición: supone un "sujeto", es der Arbeiter.
Lo que piensa, calcula y juzga es el goce, y el goce, siendo del Otro, exige que la Una, la que del sujeto hace función, esté simplemente castrada, es decir, simbolizada por la función imaginaria que encarna la impotencia, dicho de otro modo, por el falo.
En el psicoanálisis se trata de elevar la impotencia (la que da cuenta del fantasma) a la imposibilidad lógica (la que encarna lo real). Es decir, completar la partida de signos en la que se juega el destino humano. Basta con saber contar hasta 4, el 4 en el que convergen las tres grandes operaciones numéricas, 2 más 2, 2 por 2, 2 al cuadrado.
Sin embargo, el Uno, que ubico de la no-relación, no forma parte de estos 4, justamente porque sólo constituye su conjunto. Ya no lo llamemos la mónada, sino el Un-decir, puesto que es de él de donde vienen a ex-sistir los que in-sisten en la repetición, de la se necesitan tres para fundarla (lo dije en otra parte), lo que va a aislar el sujeto de los 4, al sustraerle su inconsciente.
Esto es lo que el año deja en suspenso, conforme a lo habitual del pensamiento que, sin embargo, no se excluye del goce.
De donde resulta que pensamiento sólo procede por vía de ética. Aún hace falta meter en vereda la ética del psicoanálisis.
El Un-Decir, de saberse el Uno-todo-solo, ¿habla solo? No hay diálogo, he dicho, pero este no-hay-diálogo (pas-de-dialogue) encuentra su límite en la interpretación, por donde se asegura como para el número, lo real.
De ello resulta que el análisis invierte el precepto de hacer bien (bien faire) y dejar decir (laissez dire), al punto que el bien-decir satis-faga (satis-fasse), puesto que no hay sino plus-decir (plus-en-dire) que responde al demasiado poco (pas-assez).
Lo que lalengua francesa ilustra del dicho: cómo (com-bien = cómo y qué bien) hacer cuestión de la cantidad.
Digamos que la interpretación del signo da sentido a los efectos de significación que la batería significante del lenguaje substituye a la relación que no podría cifrar.
Pero el signo, al retornar, produce goce por la cifra que permiten los significantes: lo que constituye el deseo del matemático, cifrar más allá del goce-sentido (jouis-sens).
El signo es obsesión que cede, hecho obcesión (escrito con c) del goce que determina una práctica.
Bendigo a los que me comentan que se enfrentan con la tormenta que sostiene un pensamiento digno, o sea: no contento de ser trillado por los caminos del mismo nombre.
Valgan estas líneas como señales de buena suerte (bon heur o bonheur, felicidad), de ellos que no lo saben.
NOTAS
1) Precisemos: la mónada es, pues, el Uno que se sabe solo, punto-de-real de la relación vacía; la nada (nade) es esa relación vacía insistente, sigue siendo la hénada (hénade) inaccesible, de la serie de números enteros por la que dos que la inaugura simboliza en la lengua el sujeto supuesto saber.
Me doy cuenta de que he doblado este seminario, con otro que se titula "el saber del psicoanalista", llevado por el tono de sarcasmo que me inspiraba Sainte-Anne a donde regresaba.
¿De qué modo mi título de Hautes-Études justifica que en París I-II, donde era invitado, haya hablado del Uno?, se me podría haber preguntado, puesto que era tácito.
Que a nadie se la haya ocurrido se debe al progreso que se me adjudica en el campo del psicoanálisis.
A los que señalo de sus... pirar (s’....oupirer), es al Uno a donde los lleva.
Por lo demás, no hacía pensamiento del Uno, pero, a partir de decir que "hay Uno", llegaba a los términos que su uso demuestra, para hacer de eso psicoanálisis.
Esto que ya está en Parménides, id est, el diálogo de Platón, a través de una curiosa vanguardia; (les pedí a mis oyentes que lo leyeran, ¿pero acaso lo hicieron? Quiero decir: ¿lo leyeron como yo?) no es ajeno al presente informe.
La fecha del discurso analítico exige que se aplique en un real tal que el triángulo aritmético, matemático por excelencia, sea transmisible fuera del sentido, el análisis del que Frege engendra el Uno del conjunto vacío, originado en su tiempo: es decir, donde él se desliza hacia el equívoco del nombre del número cero, para establecer que cero y uno hacen dos. De donde Cantor vuelve a poner en tela de juicio toda la serie de números enteros y devuelve el enumerable al primer infinito, aleph cero nombrado, el primer Uno otro que traslada el primero del corte: el que de hecho lo corta del dos.
Se trata de lo que Leibniz presentía con su mónada, pero que, por no haberla librado del ser, la dejó en la confusión plotiniana, la que crece en defensa e ilustración del amo (maître).
Allí es donde sus...piran (s’....oupirent) los analistas que no pueden acostumbrarse a ser (se faire à être) ascendidos como abyección al lugar definido que el Uno ocupa de derecho, con el agravante de que este lugar es el del semblante, o sea, allí donde el ser hace la letra, como se dice.
¿Cómo se acostumbrarían a que sea del lado del analizante que el Uno se admita aunque sea puesto a trabajar allí (cf. más lejos)?
Lo que soportan menos aún es la solidez que tiene el Uno en la ciencia moderna, no que se sostenga en él el universo, sino que la constancia de la energía encuentra allí su eje, al punto que incluso los rechazos de la univocidad por la teoría de los quantas no refutan esta constancia única, incluso que la probabilidad promueva al Uno como el elemento más cercano a la naturaleza, lo cual es cómico.
Es que convertirse en ser (se faire être) de la abyección supone que el analista esté arraigado de otro modo en una práctica que proviene de otro real: ese mismo que constituye nuestro desafío (enjeu) de decir.
Y no es lo mismo que la observación acerca de que la abyección en el discurso científico tenga rango de verdad, no menos. Esto, manifiesto desde el origen en la histeria de Sócrates, y en los efectos de la ciencia, adquirirá vigencia mucho antes de lo que se pueda imaginar.
¿Pero qué recuperar del al-menos-yo (moi) de los analistas, cuando es aquello que yo (je) aguanto?
¿Por qué Freud supo dar cuenta de que vuestra hija fuera muda? Se trata de la complicidad que acabamos de plantear, la de la histeria en la ciencia. Por lo demás, la cuestión no es el descubrimiento del inconsciente, que tiene en lo simbólico su materia formada con anterioridad, sino la creación del dispositivo cuyo real toca a lo real, o sea, lo que articulé como el discurso analítico.
Esta creación no puede producirse sino de una cierta tradición de las Escrituras, cuya juntura con lo que enuncia de la creación debe indagarse.
De ello resulta una segregación, contra la cual no estoy, aunque prefiera una alineación que se dirija a todo hombre, aun cuando no incluya seguir mis fórmulas no-toda mujer.
No es que una mujer esté menos dotada para sostenerse allí, todo lo contrario, precisamente porque ella no sus...pira (s’...oupire) por el Uno, siendo del Otro, para retomar los términos del Parménides.
Para decir crudamente la verdad que aparece en los enunciados de Freud acerca de la sexualidad, no hay relación sexual.
Esta fórmula tiene sentido por resumirlos en esta frase. Porque si el goce sexual se inyecta tanto en las relaciones de aquel que adquiere ser de la palabra —pues eso es el ser hablante— no es que tenga al sexo como lo que especifica una pareja, ninguna relación cuantificable, diría para señalar lo que exige la ciencia (y que aplica al animal).
Es más que concebible que el pensamiento universitario lo embrolle todo clasificándolo dentro del pansexualismo.
Pues si durante mucho tiempo la teoría del conocimiento no fue más que la metáfora de las relaciones del hombre con la mujer imaginada, el discurso psicoanalítico se ubica precisamente para oponerse a ello. (Freud rechaza a Jung.)
El análisis tiene la tarea de hacer la crítica de la inconsistencia de los antiguos decires del amor, esto es lo que resulta de la noción misma del inconsciente, en la medida en que se revela como saber.
Lo que nos aporta la experiencia que nos suministra el análisis es que el mínimo rodeo del texto de los dichos del analizante nos permite una captación de eso más directa que el mito, que sólo se recibe de lo genérico en el lenguaje.
Es volver al estado civil, sin duda, ¿pero por qué no este modesto camino?
Si hay solidaridad —y no hay nada más que decir— entre la no relación de los sexos y el hecho de que un ser sea hablante, es allí modo tan válido como los procedimientos de la conciencia el situar la supuesta obra maestra de la vida, ella misma considerada como idea reproductora, cuando por lo además el sexo se liga a la muerte.
Por lo tanto, en los nudos de lo simbólico es donde el intervalo situado de una no relación debe localizarse en su orografía, la que, por hacer mundo para el hombre, puede también decirse muro (mur), y proveniente del [a]muro (l’[a]mur).
De donde surge la consigna que doy al analista de no descuidar la disciplina lingüística para acceder a los nudos.
Pero no es para que esquive, según el modo que del saber en el discurso universitario hace semblante, lo que hay de real en ese campo delimitado como lingüístico.
El significante Uno no es un significante entre otros, y rebasa, en mi opinión, aquello de que sólo del entre-dos es posible suponer al sujeto.
Pero es donde reconozco que este Uno-allí no es más que el saber superior al sujeto, o sea, inconsciente, en tanto se manifieste como ex-sistente, el saber, digo, de un real del Uno-todo-solo, todo-solo allí donde se diría la relación.
A reserva de que no haya sino cero de sentido el significante por el cual el Otro se inscribe de estarle barrado al sujeto (s’inscrit d’au sujet être barré), S_A_tachada, escribo eso.
Por eso nombro nadas (nades)1 a los Unos de una de las series laterales del triángulo de Pascal. Este Uno se repite, pero no se totaliza con esta repetición: lo que se agarra de nadas de sentido, hechos de sin sentido, que se reconocen en los sueños, los lapsus, incluso las "palabras" del sujeto para que éste se dé cuenta de que ese inconsciente es el suyo.
Suyo como saber, y el saber como tal afecta, sin duda.
Pero ¿qué?, es la pregunta en la que uno se equivoca.
—No "mi" sujeto (el que nombré hace un momento: que constituye en su semblante, yo (je) decía su letra).
—Tampoco el alma, lo que imaginan los imbéciles, al menos permiten creerlo, cuando uno encuentra al leerlos esta alma con la que el hombre piensa, según Aristóteles, el alma que reconstruye un Uxküll, bajo las especies de un Innenwelt que es el rasgo-retrato (trait-portrait) del Umwelt.
Yo digo que el saber afecta el cuerpo del ser que no se hace ser sino de palabras, esto de partir en trozos su goce, recortarlo por allí hasta producir las caídas de las que hice el (a), que debe leerse objeto (objet) pequeño a, o bien abjecto (abjet), lo que se dirá cuando yo muera, con el tiempo o finalmente, se me entenderá, o también l(a) causa (l’[a]cause) primera de su deseo.
Este cuerpo no es el sistema nervioso, aunque ese sistema sirva al goce mientras empareja en el cuerpo la predación o, mejor, el goce del Umwelt tomado a manera de presa: la que no representa el rasgo-por-rasgo del Umwelt, como se insiste en soñarlo a partir de un residuo de la vieja filosofía, cuya traducción en "afecto" marca lo no analizado.
Es cierto que el trabajo (del sueño, entre otros) prescinde de pensar, de calcular, hasta de juzgar. Sabe lo que hay que hacer. Es su definición: supone un "sujeto", es der Arbeiter.
Lo que piensa, calcula y juzga es el goce, y el goce, siendo del Otro, exige que la Una, la que del sujeto hace función, esté simplemente castrada, es decir, simbolizada por la función imaginaria que encarna la impotencia, dicho de otro modo, por el falo.
En el psicoanálisis se trata de elevar la impotencia (la que da cuenta del fantasma) a la imposibilidad lógica (la que encarna lo real). Es decir, completar la partida de signos en la que se juega el destino humano. Basta con saber contar hasta 4, el 4 en el que convergen las tres grandes operaciones numéricas, 2 más 2, 2 por 2, 2 al cuadrado.
Sin embargo, el Uno, que ubico de la no-relación, no forma parte de estos 4, justamente porque sólo constituye su conjunto. Ya no lo llamemos la mónada, sino el Un-decir, puesto que es de él de donde vienen a ex-sistir los que in-sisten en la repetición, de la se necesitan tres para fundarla (lo dije en otra parte), lo que va a aislar el sujeto de los 4, al sustraerle su inconsciente.
Esto es lo que el año deja en suspenso, conforme a lo habitual del pensamiento que, sin embargo, no se excluye del goce.
De donde resulta que pensamiento sólo procede por vía de ética. Aún hace falta meter en vereda la ética del psicoanálisis.
El Un-Decir, de saberse el Uno-todo-solo, ¿habla solo? No hay diálogo, he dicho, pero este no-hay-diálogo (pas-de-dialogue) encuentra su límite en la interpretación, por donde se asegura como para el número, lo real.
De ello resulta que el análisis invierte el precepto de hacer bien (bien faire) y dejar decir (laissez dire), al punto que el bien-decir satis-faga (satis-fasse), puesto que no hay sino plus-decir (plus-en-dire) que responde al demasiado poco (pas-assez).
Lo que lalengua francesa ilustra del dicho: cómo (com-bien = cómo y qué bien) hacer cuestión de la cantidad.
Digamos que la interpretación del signo da sentido a los efectos de significación que la batería significante del lenguaje substituye a la relación que no podría cifrar.
Pero el signo, al retornar, produce goce por la cifra que permiten los significantes: lo que constituye el deseo del matemático, cifrar más allá del goce-sentido (jouis-sens).
El signo es obsesión que cede, hecho obcesión (escrito con c) del goce que determina una práctica.
Bendigo a los que me comentan que se enfrentan con la tormenta que sostiene un pensamiento digno, o sea: no contento de ser trillado por los caminos del mismo nombre.
Valgan estas líneas como señales de buena suerte (bon heur o bonheur, felicidad), de ellos que no lo saben.
NOTAS
1) Precisemos: la mónada es, pues, el Uno que se sabe solo, punto-de-real de la relación vacía; la nada (nade) es esa relación vacía insistente, sigue siendo la hénada (hénade) inaccesible, de la serie de números enteros por la que dos que la inaugura simboliza en la lengua el sujeto supuesto saber.