Trabajo leído en el 5º Encuentro de la Internacional de los Foros Escuela de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano, San Pablo, 5 de julio de 2008
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“Para no ver pasar el tiempo,
nos tapamos los ojos
con el pañuelo de la eternidad”
Proverbio chino
Tiempo y magia: dimensión enigmática solo para los seres parlantes pero no así para los restantes. Subjetivamente a veces pasa vertiginosamente, es tan frenético y subyugante que hasta asombra que la cronología no coincida, en tanto en otras situaciones la bruma del aburrimiento lo envuelve y no fluye: pasa “nada”. Por la lógica de la razón, sabemos que para los sujetos, ni el tiempo ni el espacio son eternos o infinitos, pero es sólo en esa otra lógica de la experiencia vivida en un psicoanálisis, que se pueden evidenciar los “contratiempos” o “des- encuentros” cuando se descubre que somos los únicos animales vivientes que solemos tropezar más de una vez con la misma piedra. También en lo inexplicable de “la compulsión a la repetición”, así como en el discurso como “insistencia significante” cuando se descubre el enredo en hechos y actos que le dan consistencia y fijeza al síntoma. Insistir en lo que no anda, quedarse en el padecimiento, es una manera de permanecer varado en el tiempo tormentoso y subyugante de la magia de ese extraño goce, que Lacan denominara, “plus de goce” y que lo autorizara a proclamar: “ Sin goce es vano el universo”. Tiempo lindante con una eternidad a la que no se renuncia. A veces desenredar esos nudos hechos de tiempo y trauma y sortear ese maleficio (¿mal - beneficio?) para pasar a otra cosa, significa sostener una lógica que no es la del sentido común, sino la del acto analítico, que alivia y libera al sujeto de un trozo o “pedazo de real”[i] que comparte raíces con la eternidad. “Presencias del objeto a”, lugar al que el analista deberá advenir y semblantear para que un sujeto pueda transitar desde la barrera del bien, que no es el soberano bien, sino el inherente a “la ética del deseo”, para poder acampar en la barrera de la belleza, el “tiempo” que haga falta para que su vivir incorpore el goce como “aperitivo” o sea de muerte tan solo un poco
Lacan dice:”Entre lo simbólico, lo imaginario y lo real el tiempo se lo pasa tironeando, ´sucesión de instantes de tirón´… presencias del objeto a”, dimensión también espacial con movilidad, giros, nudos. Esto demuestra que la medida, la hora justa o la cantidad precisa, no son de este mundo, constituyendo otra forma de leer la falta de proporción sexual. La prisa sin acto, el apremio, la urgencia desorientada, hacen de la aceleración el funcionamiento privilegiado del mundo contemporáneo. Es en este tiempo donde el “no pienso” produce un cortocircuito entre “el instante de ver” y “el momento de concluir”.
Hay tres cuestiones ligadas entre si, respecto del psicoanálisis en el tiempo de la impulsión y/ o compulsión al consumo, las cuales tienen cada una su propia lógica y se relacionan con fenómenos de masa: la droga, las adicciones, y la toxicomanía. Cada una tiene su propia historia, su propia época, su propia narrativa. Por un lado la droga es tan vieja como el hombre y lo ha acompañado tanto en la producción de mitos colectivos, como en ceremonias sagradas de diversas creencias y religiones. La adicción, en cambio, ha ido apareciendo ligada a pruebas médicas para la analgesia y luego a la industria del medicamento más tributaria de un discurso de la ciencia incipiente: Las drogas pasan al campo medico, al descubrirse los problemas colaterales al uso de sustancias (“el síndrome de abstinencia”). Es el momento donde se empieza a utilizar la morfina para calmar los dolores de los heridos de la guerra civil americana de fines del siglo XIX en EEUU y se los llamaba “habituados”, término aun desprovisto de una connotación teológica o moral. Es la época de Freud cuando el uso de narcóticos está asociado a una estrategia más frente al “malestar en la cultura” o sea un medio para un fin. En estas instancias cada adicto era una entidad singular en si misma y, como dice Lacan, era un asunto de la polis, una contravención ligada a lo policial. En consonancia con esta posición se han ido con el tiempo construyendo representaciones que consolidarían a los adictos como delincuentes desde paradigmas ético-jurídicos, o como enfermos desde paradigmas medico-sanitarios. Luego, aparece un tercer momento, hacia fines del siglo pasado vigente en los últimos años, en que el consumo se transforma en un fin en si mismo, algo generalizado y producto de la globalización. En otras culturas las drogas eran sagradas, el grupo participaba de los consumos, el lazo social ordenaba los intercambios y no se transformaban estas practicas en una satisfacción en si misma, es decir no se cerraba el circuito pulsional y esto no generaba toxicomanía.
Voy a hacer un rodeo y diferenciar dependencia de nudo adictivo. Todo fenómeno de dependencia es un proceso objetal, que puede tener diferentes formas (televisión, sexo, psicoanálisis, velocidad, juego, etc.) El nudo adictivo es la adicción a un efecto, a un cambio de estado que tiene que ver con la capacidad que tiene el yo para lograrlo. Lo problemático no es el efecto, sino el camino para lograrlo - en el caso de las drogas- que saltea ni mas ni menos que el circuito del tiempo del deseo que supone una espera. Entonces en la compulsión al consumo, es adicción a un efecto, a un cambio de estado inmediato en el yo, mas que la clásica fijación a un objeto. Esta inmediatez supone saltear el tiempo de comprender, que es el tiempo de inscripción. No en vano en los tres tiempos lógicos, Lacan sitúa un instante de ver y un momento de concluir pero donde ubica el tiempo, es en el de comprender. Como decia Borges paradojalmente: “Lo único que puede ser modificado en la vida de alguien es el pasado” Si hay algo no inscripto, si hay una pulsación temporal que no termina de permitir la inscripción, eso circula en un presente continuo, es decir se torna menester historizarlo, entramarlo en un tiempo. En el análisis se establece una vía de escritura que hace necesario dejar que “la lengua vaya delante de uno”, delante incluso del analista como sujeto para devenir” semblante” de…
La familia de X (23 años), joven toxicómano de larga data, tras largas e infructuosas internaciones en distintas instituciones por diferentes practicas de riesgo, consulta por un dispositivo ambulatorio mas personalizado en una institución especializada con un marco psicoanalítico de abordaje. Una de las practicas adictivas se recorta con fijeza a lo largo de los últimos 5 años: el consumo de cocaína, fumada tras cocinarla (crack), solo, encerrado en su habitación. Negado a cualquier experiencia terapéutica individual, acepta solo entrevistas con su familia con quien vive. Se logra situar el origen de ese consumo, tras la muerte de su abuela materna “cocinera”, cuando pasa casualmente “a acampar” en la habitación donde ella muere, a causa de un cáncer terminal que la postra. Los psicofármacos que “ella deja por azar” escondidos antes de fallecer le sirven de puntapié al inicio de un consumo que rápidamente se desliza a la “fetichización del ritual”[ii], lectura retroactiva mediante. Hicieron falta diferentes prácticas (acompañamientos terapéuticos, encuentros grupales, etc) para que algo de la historización y de la subjetivación adviniese. Le costó separarse de este consumo fatídico, recurso identificatorio de goce propicio también para sus allegados, negados por supuesto a emprender cualquier trabajo de duelo, taponando con este sujeto ” elegido” , identificación al muerto mediante, la existencia de aquella para quien “supo ser su falta”[iii]. Una pesadilla que se repite: “compro cocaína de mala calidad, al cocinarla se estropea y no puedo fumarla” y su trabajo de elaboración inicio un derrotero analítico que permitió que la compulsión ingresara en el desfiladero de las formaciones del inconciente. Se despierta cada vez angustiado ante esta repetición onírica, pero no recurre al consumo - no sin un acto de por medio- mudarse con su pareja y la apuesta sublimatoria de comenzar estudios de Chef. Esto determina la caída perdurable y absoluta de una adicción, que ya instalado en su análisis, el definirá como “de otro tiempo, de otra vida” ¿La vida de quien?...” De allí las más o menos bruscas apariciones, en el curso del análisis, no tanto del sentimiento del tiempo, como de la repentina conciencia de su existencia (sucesión de instantes de tiron?) a veces, con un tinte de angustia. Es preciso, entonces, distinguir este sentimiento, que sin duda vuelve presente al tiempo, de los momentos de realización del tiempo, cuyo efecto de deseo es evidente. Quizás para este psicoanálisis el ofrecimiento consistió en posibilitar que pueda ni más ni menos que volver a decidir acerca de su goce, con otro tipo de libertad, después de estar advertido sobre las condiciones en que “eso” gozaba. En ese sentido, este dispositivo personalizado de tratamiento, funcionó como preliminar a la entrada en análisis, entendido como tiempo de implicación subjetiva de un goce que devino deseo, no sin su perdida pertinente.
Nadie puede gestionar el goce intrínseco al cambio de estado sin un espacio para la angustia como indicador temporal fundamental. De gobernarla y educarla se ocupan las psicoterapias y los dispositivos que, creyendo en la voluntad, obedecen a formas de control social que propician la dilución de las singularidades en pro de la masa. El tiempo del psicoanálisis, con su intervalo entre el impulso y la acción, por un lado y el manejo de la transferencia (entre azar y cálculo) como “intromisión -inmixion- del tiempo de saber” por el otro, hacen objeción al presente continuo del “no pienso”. Su principal misión: vectorizar el goce de una eternidad con prescindencia del tiempo del Otro hacia la intemporalidad de la repetición del goce fálico del síntoma con un analista, advertido de la finitud en su acto. Dando el rodeo exigido por su sumisión al tiempo del sujeto, tiempo propio que determina la incompresible duración de su recorrido. Que esta no pueda ser anticipada no quiere decir que el analista la ignore. A condición de que consiga aprehender la estructura lógica en la cual él mismo se encuentra. Es decir, a condición de situar los instantes de ver, de respetar los tiempos para comprender y de reconocer los momentos de concluir que no advienen sin él.
[i] Asi denomina Lacan al objeto a en el Seminario RSI
[ii] “Cualquier ritual tiene ese doble matiz: ayuda a elaborar una perdida, pero al mismo tiempo el recusarla… suerte de fetichización… permite seguir con la vida… perdida a medias” Hechizos del tiempo de O. Lamorgia
[iii] “No estamos de duelo, sino de ´alguien´ de quien podemos decirnos: yo era su falta…No sabemos que llevamos (por nuestro camino) esa ´ funcion´, a saber : la de estar en el lugar de su falta” J. Lacan , Seminario X, la angustia. Clase del 30/1/ 63 (fragmentos)