Acerca de "Clínica y lógica de la autorreferencia. Cantor, Gödel y Turing" de Gabriel Lombardi
(Letra Viva, Buenos Aires, 2008)
En ocasiones, mi trabajo de editor me coloca en una situación privilegiada: la de ser el primer lector de un libro que aún no existe pero que, tarde o temprano, existirá. Se trata de aquellos casos en que los proyectos editoriales surgen de tesis universitarias, las que presentan un formato demasiado “duro” como para ser publicadas sin modificaciones, exigiendo un trabajo conjunto del autor y el editor para convertirla en un libro.
Este fue el caso del libro de Gabriel Lombardi que lleva por título “Clínica y lógica de la autorreferencia - Cantor, Gödel, Turing”, que Letra Viva publicara en mayo de este año y que, según considero, está destinado a convertirse en un clásico para estudiar el problema que él mismo inaugura: la autorreferencia en sus dos niveles, el de la aplicación del significante al sujeto (A1) y el de las auto-aplicaciones del significante sobre sí mismo (A2).
En principio, este libro no se contenta con un reordenamiento de citas más o menos conocidas y de problemas más o menos abordados. Al contrario: su enfoque parte de la noción de autorreferencia, la que se convertirá en el eje de todo el recorrido.
La confesión de Schreber (“todo lo que sucede está referido a mí”), la de Freud (“una continua corriente de autorreferencia recorre mi pensar”), el carácter “egoísta” del sueño, la autorreferencia como el síntoma principal de la paranoia en la psiquiatría del siglo XIX, servirán para caracterizar el primer modo de la autorreferencia, a la que Lombardi caracteriza como “de sentido impropio”. Ante estos fenómenos, frecuentemente confundidos con manifestaciones de tipo narcisistas, el autor nos advierte de una precisión en su diagnóstico, puesto que se trata de “la referencia del signo al sujeto, lo que resulta diferente de la idea de que el sujeto refiere conscientemente las cosas a sí mismo”. Quizás el presidente Schreber sea aquí la mejor y más precisa fuente para ubicar este tipo de fenómenos, en los que “por alguna razón es el lenguaje mismo quien parece referir todo al sujeto”. Aquí, entonces, el lenguaje habla del sujeto –más allá de la posición de este último, quien incluso puede llegar a no advertirlo– favoreciendo el desarrollo de una clínica de la certeza subjetiva que Lombardi no duda en calificar de “precaria”.
Y así es como toda la apuesta de la obra se dirige a mostrar “la prodigiosa fecundidad lógica y clínica de la distinción entre diferentes formas de autorreferencia en sentido propio: cuando el signo se aplica a sí mismo”. Aquí el autor aclara que esta forma de la referencia es menos explícita y que en psicoanálisis sólo ha sido estudiada por Jacques Lacan (está incluida en la definición lacaniana del acto, o en la definición circular del significante, entre otras). No obstante, existe una abundante bibliografía sobre el tema en otros campos teóricos, como la lógica matemática o la lingüística. Hay sin embargo un punto en común: la autorreferencia es ineliminable, aún de la matemática y de la lógica. Este punto es el que justifica el extenso recorrido que Lombardi realiza por la obra de Cantor, Gödel y Turing, autores notables que estudiaron las autoaplicaciones paradójicas del lenguaje y pagaron con grandes crisis subjetivas el precio de la producción de una nueva ciencia. El recorrido es riguroso pero está planteado de modo tal que el lector no padece las páginas sino que, por el contrario, al recorrerlas podrá sentirse partícipe de una aventura (“tragicómica”, por ejemplo, en el caso de Turing) cuyo final coincide con el fundamento lógico de toda la informática actual: la creación de un lenguaje automatizado, libre de autorreferencias negativas y sin capacidad de elección.
A lo largo de esta obra, Lombardi traza una ruta: Jacques Lacan llegó al campo de la autorreferencia en sentido impropio por considerarla el síntoma central de la psicosis, pero no fue sino hasta realizar una lectura profunda de los resultados de la lógica matemática que llegó al problema de las autoaplicaciones del lenguaje sobre sí mismo. Hay un párrafo que condensa los valores de este hallazgo, párrafo que prefiero citar y no parafrasear, ya que presenta explícitamente las propuestas de articulación que sostienen al libro todo:
“el sujeto emerge de una definición circular, el inconsciente es saber fuera del Otro, la transferencia materializa el muro del lenguaje en el encuentro con el analista, la repetición deja de ser automática cuando el ser hablante elige, la pulsión resulta de la inconsistencia del Otro, el acto es empleo autoaplicativo no paradójico del lenguaje, el síntoma es saber sobre sí mismo, la intervención analítica diagonaliza el sistema del significante”.
La experiencia de lectura del texto es muy beneficiosa ya que, además del acceso a la tesis presentada, podríamos decir que produce “efectos secundarios” sobre el lector: lo ilumina en una vuelta a la reflexión acerca del por qué no hay metalenguaje, lo acompaña en una revisión de la noción de significante que se torna circular, lo asiste a despejar de todo imaginario a la noción lacaniana de acto, le renueva los ejes para la lectura y el diagnóstico de los fenómenos de la psicosis, le permite actualizar la noción de repetición y resituar el valor de la autorreferencia en la interpretación psicoanalítica, entre tantas otras cosas...
El libro cierra algunos problemas que surgen de la exposición de la tesis y que, esperamos, motiven al autor a proseguir con sus reflexiones sobre un tema tan rico en psicoanálisis. Finalmente, una profusa bibliografía que incluye referencias al psicoanálisis, a la filosofía, a la literatura, a la lógica y a la matemática, orientan al lector interesado en embarcarse en la aventura de seguir leyendo, ya que como acostumbramos a escribir en estas páginas, liber enim, librum aperit...