¿Qué es el objeto a? –he aquí una pregunta que quienes hemos intentado de alguna manera transmitir el psicoanálisis recibimos a menudo–. Y en cada ocasión, me atrevo a aseverar, hemos deseado que existiera una respuesta puntual, breve, clara y precisa para responder con propiedad una cuestión de tanto relieve clínico. Y como esta repuesta soñada no existe, a veces hemos recurrido a la lista de los objetos que Lacan nos legó como si acaso ella pudiera funcionar como una definición ostensiva del asunto en cuestión. Nada desilusiona más a nuestros interlocutores ni los satisface menos que declamar aquella lista en la que, sobre todo, se suele hacer hincapié en la mirada y la voz...
Ahora bien: es cierto que de la mirada se ha dicho mucho y que Lacan ha desarrollado extensamente ciertas particularidades de su funcionamiento –pienso aquí en las clases del Seminario XI o en las que dedicara al funcionamiento de la mirada en “Las Meninas” de Velásquez en el Seminario XIII, entre otros momentos de su enseñanza–.
Pero... ¿y la voz? Aquí la cosa se torna un poco más oscura y exige ciertos malabarismos para situarla con ese valor de objeto que Lacan intentara asignarle. Los desarrollos sobre el tema son escasos y, entonces, el valor del libro que quiero presentarles en este breve texto crece notablemente.
Mladen Dolar enseñó durante veinte años en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Ljubljana, Eslovenia, donde hoy desarrolla su trabajo como Investigador Principal. Y aunque no se presenta como psicoanalista en el marco de su obra, se ha tomado mucho más en serio que algunos psicoanalistas el trabajo de deconstruir esa voz a la que Lacan le asignó valor de objeto a. Para ello procedió a estudiar ese objeto desde diversas perspectivas que reseño a continuación:
El capítulo acerca de la lingüística de la voz resulta esclarecedor. En pocas páginas logra separar a la voz del significante y el significado, llegando a proponer a la voz como un elemento extralingüístico que posibilita el fenómeno del habla. Y la originalidad del texto nos invita a recorrer un camino que va del acento a la entonación, del timbre a la tos, del hipo de Aristófanes (el más famoso de la historia) al balbuceo del niño, para alcanzar finalmente al grito. Completan el cuadro de este análisis maravilloso, la risa y el canto: “la risa es diferente de los otros fenómenos (...) porque parece exceder el lenguaje en ambas direcciones a la vez, tanto presimbólica como más allá de lo simbólico” (p. 42). “El canto se toma en serio la distracción de la voz, y le gana la partida al significante; invierte la jerarquía permitiendo que la voz lleve la delantera” (p. 43).
El grafo del deseo de Lacan abre el capítulo acerca de la metafísica de la voz. Esta voz que remite a una presencia que se declina según distintos nombres: “oír voces”, “la voz de la conciencia”, “la voz del superyó”, “la voz hipnótica”, “la voz afónica”, “la voz de la madre”... Y luego de esta lista, Mladen Dolar plantea que “para el psicoanálisis, a la voz del dominio de sí se le oponía constantemente su envés, la indomeñable voz del otro, la voz que uno no podía controlar” (p. 55). En este capítulo, la última voz en ser tratada es “la voz de Dios” o “la voz del Padre”, que retorna en el sonido del shofar tantas veces aludido por Lacan.
El valor “acusmático” de la voz preside el capítulo acerca de la física de la voz. Ese valor está en Pitágoras, pero también en los gadgets que permiten una voz sin presencia: radio, gramófono, grabador, teléfono. Dice Dolar: “la voz enlaza el lenguaje al cuerpo, pero la voz no pertenece a ninguno de los dos (...). Ésta es la propiedad que comparte con todos los objetos de la pulsión: se hallan todos situados en un ámbito que excede al cuerpo, prolongan el cuerpo como una excrecencia, pero tampoco están fuera del cuerpo sin más (...) y ésta es la topología del objeto a” (p. 89).
“Acaso el tema de la ética es el de oír voces” (p. 103) –dice el autor a modo de introducción acerca de la ética de la voz–. El análisis se inicia (y cómo no hacerlo) con el Daimon socrático, sigue el curso de “la voz inmortal y celestial, interior, infalible” del Emilio de Rousseau, pasa por la “la voz de la razón kantiana” y arriba a las elaboraciones freudianas de El porvenir de una ilusión. De allí seguirán Lacan y Heidegger, para arribar a una diferencia que considero esencial: la voz ética, pura enunciación de la ley moral, como lo otro de la voz gruesa del superyó.
Y si el capítulo anterior comenzaba con Sócrates, el de la política de la voz retoma al “animal político” de Aristóteles, dotado de la voz (phoné), pasa por los análisis de Giorgio Agamben y su topología de la “exclusión inclusiva” de la nuda vida. Sigue por los rituales religiosos y los procedimientos jurídicos que exigen realizarse “a viva voz”, las prácticas políticas del “parlamento”, las defensas “orales” de las tesis y alcanza su punto más alto en el análisis del valor de “la voz del maestro” en la escuela. Y aunque el capítulo concluye con un análisis de la antipolítica de la voz (donde aparece la imagen siniestra de “la voz del Führer”), nada de esto le impide cerrar el libro con “las voces de Freud” y “las voces de Kafka” –capítulos/ensayos escritos magistralmente–.
En síntesis, una obra viva, original y novedosa, plagada de referencias a otros maravillosos libros, que en su grandeza vuelve a asegurarnos que liber enim, librum aperit...
(publicado en la revista Imago-Agenda, Letra Viva, Buenos Aires, nº 121, julio 2008)