Jean-Luc Nancy (Burdeos, 1940), profesor emérito de la Universidad Marc Bloch de Estrasburgo, figura de resonancia internacional y escritor tan prolífico como su amigo Jacques Derrida, es uno de los filósofos más marcantes de lo que tal vez llegue a ser un día la delimitación entre el pensamiento del siglo XX y el del XXI. No serán marcas casuales, entonces, que su ontología le acuerde un estatuto filosófico a la preposición "entre" -al "ser- entre -nosotros"- ni que su singularidad surja entre sus obras, en una suerte de poética de reenvíos implícitos que le dan consistencia a su corpus. En tal sentido, Las Musas -publicado originalmente en 1994 y en edición aumentada en 2001-, que reúne conferencias, artículos y ensayos sobre el arte, es un libro inspirado: en él se engarzan, sutilmente, las ideas que Nancy despliega en otras obras nodales como Un pensamiento finito (1990), El peso de un pensamiento (1991), Corpus (1992), El sentido del mundo (1993) y Ser singular plural (1996). Esa poética de reenvíos es particularmente palpable en "¿Por qué hay varias artes y no una sola? (Conversación sobre la pluralidad de los mundos)", el primer ensayo -el más largo y de alcance más general- del libro. Animado por el plural de las Musas, Nancy recuerda que nos referimos al arte, en singular, desde el romanticismo (antes se hablaba de "las bellas artes"), sin dejar de constatar su pluralidad, que puede remitir a la variedad de sus técnicas, o bien, siguiendo las huellas de cierta tradición filosófica, a la variedad de los registros sensoriales. Es así como en Hegel -simplificando al extremo- la unidad indivisa del arte se diferencia en formas históricas que requieren, como tercer momento dialéctico, la realidad exterior de las artes particulares, cuya clasificación partiría de la precisión de los sentidos y de la materialidad que les corresponde. De tal modo que, en su presentación sensible, el arte se homologa a la unidad viviente sensible, según una lógica, finalmente, imitativa. Pero, arguye Nancy, el arte no es imitativo -no es representación sino presentación, "patencia"- y la vida no es su modelo. En cuanto a la unidad, más acá de la Idea o de lo sublime, ¿cómo encontrar una integración sensible, un sentido propio del arte (o de los sentidos del arte), que sea "un sentido de la asunción de los sentidos", de su disolución o su sublimación? "Lo singular plural es la ley y el problema tanto del ´arte como del ´sentido , o del sentido de los sentidos, del sentido sensato de su diferencia sensible." En el terreno de la heterogeneidad de los sentidos, el sentido privilegiado sería (de Lucrecio a Freud) el tacto, que se siente sentirse , que sólo toca al tocarse -tocado por lo que toca-, que " forma cuerpo con el sentir" o es "el corpus de los sentidos". Vale la pena enmarcar este toque del pensamiento de Nancy (más adelante escribe que el pensamiento sólo puede pensarse o tocarse como "solo pensamiento", o como pensamiento finito "cuya finitud lo separa de la cosa", por lo cual "se siente" y experimenta su peso), que inspiró a Derrida, en 2000, un libro espléndido, Le toucher, Jean-Luc Nancy ("El tocar, Jean-Luc Nancy"). Es ese "toque" el que lo conduce, en este punto del razonamiento, a más de una reflexión. Por una parte, el arte fuerza a cada sentido a tocarse, "a ser el sentido que es", pero al abandonar la integración de la vivencia (la vida, recordemos, no es su modelo) se vuelve otra instancia de unidad: ya no visual sino pictórica, por ejemplo; ya no sonora o auditiva, sino musical. Por otra parte, separa a los sentidos (sensuales, sensibles) de la significación, de modo tal que podría llamarse, con justeza, "el sentido del mundo" como suspenso de la significación, ese suspenso en que "el ser en el mundo toca su sentido, es tocado por él, se toca como sentido". Finalmente, el arte disloca el sentido común al hacer proliferar las diferencias más allá de los grandes registros sensoriales, a través de cada uno de ellos: color, matiz, grano, timbre, perfume, espesor, cariz, et cætera : todos tienen sus Musas, escribe Nancy, o bien lo son. La singularidad del arte consiste en su propio plural. La pluralidad expone la unidad, pero ese Uno no es el Uno "de una vez por todas": se produce "todas las veces por una", y no en cada una de las artes sino en sus obras, una a una. "Cada obra es, a su manera, una sinestesia, la apertura de un mundo. Pero lo es en cuanto que ´el mundo como tal, en su ser mundo (el ser de aquello a lo que se abre un ser en el mundo), es pluralidad de mundos." La singularidad de Nancy se produce a su vez, "todas las veces por una", en el resto de los textos, más breves pero no menos consistentes, que componen Las Musas : "La doncella que sucede a las Musas (el nacimiento hegeliano de las artes)", "Pintura en la gruta", "El vestigio del arte", "Las artes se hacen unas contra otras", " Praesens " y"Sobre el umbral", el único texto que "entra" en una escena pintada sobre una tela( La muerte de la Virgen , de Caravaggio), por la fuerza de intrusión de la escena misma, que embarga: un texto que sólo podría citarse literalmente, sin resto, y cuya fuerza embargará a todo lector. Así como la belleza o lo imponente de una escena no permiten ver de entrada, en el umbral de los mejores óleos, las capas de pincel que le dan su espesor o su textura, la calidad de la escritura de Nancy, o su cadencia, puede velar, en el umbral de la lectura, la densidad y la precisión que le dan cuerpo. Casi simultáneamente se publican, por el mismo sello editorial pero en la colección Nómadas, A la escucha (el original es de 2002) y Tumba de sueño (de 2007). La "Coda" del primero invoca al oído aguzado de Tristán que, al oír la voz de Isolda, exclama: " ¿Cómo, oigo la luz? "; el segundo se cierra en ese instante en que, cuando los párpados de quien "se cae de sueño" se deslizan sobre los ojos que aún no se han cerrado, "la mirada ve la noche que entra". Imposible no sentirse tocado. Y todo el resto, de un umbral al otro, es -a no dudarlo- filosofía.
Por María del Carmen Rodríguez
De la Redacción de LA NACION