Es mediodía. Numerosas personas suben por la calle Soufflot con paso apretado, para alcanzar la entrada de la Facultad de Derecho, en el número 12 de la plaza del Panteón. Por primera vez el seminario de Lacan va a dictarse allí luego de la negativa, a fines del año anterior, del director de la Escuela Normal Superior a permitirle disponer de la sala Dussane, puesto que “su enseñanza era anti-universitaria”.
El seminario El Reverso del Psicoanálisis, entonces, va a llevarse a cabo en el anfiteatro I, a la derecha, justo delante de la galería Soufflot. Los lugares han sido modificados luego; el anfiteatro actual debe ocupar el doble del espacio que el antiguo, su orientación es norte-sur; el antiguo estaba orientado de este a oeste, con gradas en pendiente bien acentuada.
Es importante llegar temprano para tener un asiento, si no los asistentes deben sentarse en el piso, o incluso permanecer de pie. Lacan llega siempre un poco antes; comienza a hablar, como de costumbre muy puntualmente a las 12.30 horas, jamás un minuto tarde. La cadencia es lenta, pero esa lentitud apenas esconde la ausencia total de toda incertidumbre en cuanto a lo que ha previsto enunciar. Salvo las últimas frases de las lecciones que por lo general él ha redactado cuidadosamente y que son dichas mucho más rápidamente, lo que convierte a la toma de notas en algo infinitamente más difícil, justo en el momento en que los elementos importantes son condensados bajo una forma extremadamente concisa.
Hay que destacar que el seminario comenzará por un homenaje a su viejo compañero de sala de guardia, Henri Ey, bajo la forma: “La libertad, es el acto del príncipe”. En efecto, es gracias a Henri Ey, presidente de L’Évolution psychiatrique desde hacía muchos años, que Lacan logró encontrar un lugar donde pudiera hablar libremente. No era ese el caso en los grupos analíticos de los que había sido miembro anteriormente, ni en la exclusión de la Escuela freudiana de París que él había fundado en 1964.
El auditorio estaba siempre tenso, extremadamente atento, salvo cuando Lacan le ofrecía ocasiones para distraerse. Por ejemplo: “¡Ustedes ponen una frase del Sr. Lacan en boca del Sr. Ricoeur, y bien, eso ya no quiere decir para nada la misma cosa!”. La humorada, por otra parte, sólo es aparente; es una puesta en guardia que tiene un valor general. No crean que alcanza con repetir textualmente las fórmulas de Freud o de Lacan para estar seguro de haber dicho algo verdaderamente. Es la singularidad del discurso analítico el que impone a cada uno renovarlo indefinidamente.
Los impromptus de Vincennes, que se reducirán a dos aunque hubieran sido previsto cuatro en el inicio, son una verdadera prueba del hecho de la hostilidad que allí reinaba. Es la época en que J-A. Miller, haciendo el gesto de tener una ametralladora apuntando hacia ellos, declaraba: “Los psicoanalistas, habría que bajarlos a todos”. Lacan salió del apuro de esas dos sesiones con mucha habilidad, abordando al auditorio en su propio terreno.
Ese seminario era, para él, muy importante, puesto que temía allí un dominio de la Universidad sobre la enseñanza y la formación de los analistas. Es en ese momento que había hecho modificar los estatutos de la Escuela freudiana para que fueran conformes al reconocimiento de utilidad pública que esperaba obtener. La Escuela hubiera podido entonces ser aceptada para formar analistas y así constituir un lugar donde una práctica rigurosa tuviera chances de mantenerse. Pero no lo obtuvo jamás.
La última lección fue impresionante. “¡Morir de vergüenza! Yo quisiera hacerlos morir de vergüenza”, esas palabras fueron pronunciadas con una voz sombría, aún más lenta que la habitual. Lo que estaba en cuestión era el trabajo, insuficiente a sus ojos, que producían los miembros de la Escuela.
A la salida, un gran número de asistentes se precipitaban en torno de Lacan, quien ya había encendido uno de los pequeños cigarros torcidos que fumaba en esa época, erguido en su amplio tapado de piel, mirando ante él sin girar la cabeza, respondiendo lentamente a algunas preguntas que le eran planteadas.
La multitud de los asistentes irá entonces a repartirse en los restaurantes del barrio, especialmente en Perraudin, de la calle Saint Jacques...
(Texto incluido en "Livre compagnon de L'Envers de la Psychanalyse, séminaire 1969-1970 de Jacques Lacan", Association lacanienne internationale, Paris, 2007, p. 233.
Traducción de Pablo Peusner).