A través de los ojos de los exiliados latinoamericanos del Madrid de los 70, el escritor argentino Alberto Manguel reflexiona en su nueva novela, Todos los hombres son mentirosos, sobre el horror de las dictaduras, ante las que "no sirve de nada cerrar los ojos"."Una sociedad no puede llamarse cabal a sí misma si no se enfrenta a sus propios horrores", aseguró Manguel en una entrevista con la agencia EFE, en la que calificó de "admirable" que el juez Baltasar Garzón haya abierto una causa contra el franquismo por crímenes contra la humanidad y quiera investigar la desaparición de más de 100.000 personas."Necesitamos entender qué se hizo durante el franquismo, en parte para que no vuelva a ocurrir y en parte para dar simbólicamente la noción de una nación justa", afirmó Manguel, quien cree igualmente que hay que juzgar a los responsables de las muertes que hubo en la dictadura militar argentina.
En la Argentina "se hicieron cosas terribles durante la dictadura, inimaginables antes de que ocurrieran. Y es una deuda que no ha sido saldada porque los torturadores y los asesinos siguen sueltos y disfrutando de libertad la mayor parte".
Las dictaduras latinoamericanas de las que huyeron los protagonistas de Todos los hombres son mentirosos tiñen de sombra la novela que publica en España RBA, pero que nadie espere un relato trágico.El autor impregna de humor y de ironía este libro, repleto de secretos y mentiras y cuyo hilo conductor es la convicción de que "la verdad absoluta es imposible. Lo que podemos conocer de la realidad siempre será fragmentario", afirmó.
En la novela, el periodista francés Jean-Luc Terradillos trata de averiguar lo que sucedió, treinta años antes, con el escritor argentino Alejandro Bevilacqua, cuyo suicidio en ese Madrid "oscuro" de los setenta, cuando "el abatimiento de los años del Caudillo empezaba apenas a disiparse", sigue aún sin esclarecerse.
La historia de Bevilacqua, que de repente alcanza la fama tras la publicación de "El elogio de la mentira", la van contando cuatro personajes que tuvieron relación con él, entre ellos el propio Manguel, que espera "divertir al lector" con el retrato que dibuja de sí mismo.
El Manguel de la novela, "un argentino que se hacía pasar por francés entre los españoles", reconoce que siempre ha sido "algo fofo" y sufre de "desaliño crónico". Para él "nada es cierto a menos que lo vea escrito en un libro"."Es una leve exageración de lo que me pasa en la realidad: el mundo siempre pasó por los libros para mí", dijo este escritor que tiene su obra traducida a más de treinta idiomas y que actualmente reside en Francia, en una granja medieval de Poitou-Charentesen, donde está su impresionante biblioteca de más de 35.000 volúmenes.
Al escritor le costó "mucho" encontrar el tono adecuado de su nueva novela, en la que, con buenas dosis de sorna, critica la facilidad con que el mundillo literario encumbra a algunos escritores.Empezó a escribirla "hace veinte años", pero la abandonó porque no veía cómo contar la historia de Bevilacqua, un personaje que le da pie a meter en la trama a Enrique Vila-Matas y su Bartleby y compañía. "Espero que me perdone", comentó.
La fotografía del joven que figura en la portada de la novela, ataviado con ropa de hace décadas, apareció en la casa de un amigo canadiense de Manguel y "no se sabe de quién es". Su cara le sirvió de inspiración para esta novela.También le inspiró la historia que le contó el escritor Graeme Gibson, marido de Margaret Atwood, acerca de un escritor cubano, que tras haber sido encarcelado por el régimen castrista, "pudo escapar a Miami y allí logró publicar una novela".
Todo fue bien hasta que "la viuda de otro escritor que había muerto en las cárceles castristas" demostró que la novela era de su marido y no del que se la había apropiado, recordó Manguel."'Cuál puede ser el impulso que lleve a alguien a robarle a otra persona su creación? Publicar y la fama que a veces se consigue con un libro no es nada comparado con el placer de escribirlo", aseguró Manguel.