La invención de Freud abre un campo y establece una comunidad. Su deseo marca la vía de acceso, en la que se entraman la biografía con sus deseos y pasiones, con la teoría y con la praxis, pero también con los avatares políticos de las sociedades. En estas páginas desfilan ciertos acontecimientos que fueron delineando los rasgos estructurales dentro de los que, aún hoy, se mueven las asociaciones que forman a los psicoanalistas. Desde Lacan es preciso reflexionar sobre los fundamentos que posibilitan una escuela de psicoanálisis. Ésta sólo es factible cuando existe un ámbito abierto al pólemos y al diálogo, es decir, a la crítica franca y a la diferencia; condición vital para la constitución de una comunidad de experiencia y de transmisión que favorezca la producción de sus miembros. Pero estos problemas convocan otras líneas, que llevan más lejos de lo que se cree. Un abismo impulsa el descubrimiento freudiano: decidir quién es el hombre. Ingresar en esta esfera nos traslada camino al lenguaje; como encrucijada, aparecen referencias a pasajes antiguos –de Heráclito, de Lao Tse y de las Upanishads– que, de otra manera, versan sobre lo mismo. Quizá el saber del psicoanalista sea simplemente que el sujeto se articula en el lógos; un soplo anima lo que brota de una falta dejando como resto un objeto y, algunas veces, como trazo un estilo.
Para ver la reseña publicada en Página 12, hacé click aquí.