martes, 9 de junio de 2009

Entrevista a David Le Breton. "La única certidumbre que tenemos es nuestro cuerpo" (Diario Perfil)

El conocido sociólogo y antropólogo francés estuvo en Buenos Aires invitado a dar un ciclo de conferencias de posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. El pensamiento del cuerpo –y de lo corporal– en el cruce entre lo cultural y lo social. Las marcas del neoliberalismo sobre la apropiación del espacio personal, el mundo en crisis, la modernidad como actividad sensorial, son todos temas afines a un tipo de reflexión que atraviesa las clasificaciones. Al mismo tiempo, aparece en castellano “El sabor del mundo. Una antropología de los sentidos”, un estudio sobre los modos de ver. Por Eugenia Zicavo


David Le Breton. Es profesor de Sociología en la Universidad Marc Bloch de Estrasburgo. Piensa el mundo a partir de los conflictos sociales que atraviesan el cuerpo.
David Le Breton, doctor en Sociología y profesor de la Universidad Marc Bloch de Estrasburgo, es autor de una veintena de libros cuyo eje ha sido estudiar el mundo moderno desde una perspectiva antropológica y sociológica con un hilo conductor específico: el cuerpo como fenómeno social y cultural. Invitado por la Embajada de Francia y la Alianza Francesa, estuvo en Buenos Aires, donde dictó clases de doctorado en la Universidad de Buenos Aires y presentó su libro El sabor del mundo. Una antropología de los sentidos (Editorial Nueva Visión).

En “El sabor del mundo”, su último libro publicado en Argentina, plantea que los sentidos, los modos de ver, oler, gustar, están construidos socialmente, mientras parecerían ser lo más primario y “natural” de la experiencia humana…

—En el libro me pregunto qué es ver, escuchar, sentir, tocar, gustar. A partir de la idea de “yo siento porque soy”, doy vuelta la formulación cartesiana de que “pienso y luego soy”, ya que somos corporalmente en el mundo y no hay vínculo con el mundo que no haya pasado primero por los sentidos. El mundo es solamente lo que tocamos, lo que vemos, lo que escuchamos, y hay una construcción social y cultural del hecho de ver, de probar la comida, de sentir. Los hombres no ven las mismas cosas de una sociedad a la otra, por ejemplo el universo de los colores es muy fascinante para estudiar. Hay sociedades que describen el universo con sólo dos colores y tienen un vocabulario cromático solamente entre el blanco y el negro, y hay otras que descubren al mundo con un vocabulario cromático de cuatro colores. Se puede también aplicar a los demás sentidos, por ejemplo las mujeres tienen un vocabulario y una percepción olfativa mucho más amplia que los varones, lo que habla de la manera en que se socializan mujeres y varones. Una niña va a ser más sensible a los perfumes que un niño. No recuerdo que mis padres me hayan dicho alguna vez algo respecto a los olores, a lo sumo para decirme que olía mal.

—Cuando se refería a la máxima cartesiana “pienso, luego soy”, pensaba que en castellano la traducción más difundida es “pienso, luego existo”. Es curioso porque ambos términos existen en francés y en castellano.

—Es curioso cómo el vocabulario lleva en sí mismo una visión del mundo. Descartes, por ejemplo, no puede ser traducido a muchos idiomas de Asia. El idioma ya es un filtro para entender el mundo, las mismas palabras no tienen el mismo significado de una lengua a otra. Ya se sabe, il traduttore è il traditore, todo traductor es un traidor.

—En su libro “El mito de la belleza”, la teórica norteamericana Naomi Wolf plantea que cuantas más libertades y derechos ganaron las mujeres, más opresivas se volvieron las imágenes instaladas de la belleza femenina. ¿Comparte esa tesis?

—Sí, estoy de acuerdo con su planteo. Creo que el mito de la belleza multiplica la violencia simbólica en todas las clases sociales. La belleza para las mujeres y los músculos para los varones son como un refugio para los viejos estereotipos. Frente a un mundo cada vez más complicado en el que a cada uno le cuesta encontrar su lugar, el hecho de controlar su cuerpo es también una manera de controlar el mundo que nos escapa. Es un universo de enraizamiento y una manera de no desaparecer, de dar una definición mínima de sí mismo, está dentro de las dificultades de construir una identidad en el mundo de hoy.

—¿Cree que el cuerpo se manifiesta entonces como el único lugar verdaderamente propio desde (y sobre) el cual expresarse?

—En un mundo precario, en un mundo líquido, como plantea Bauman, la única certidumbre que tenemos es nuestro cuerpo. Las relaciones afectivas, matrimoniales y laborales devienen muy débiles, precarias, no hay nada seguro en el mundo de la globalización y el neoliberalismo de hoy. La única cosa que dura para toda la vida es nuestro cuerpo. En un mundo en el que el otro se aleja, no queda otra cosa que la apariencia para existir. Se intenta llegar a la mirada del otro a través de un look, del piercing, de los tatuajes, de las marcas comerciales, el cuerpo vuelve a ser un lugar de un estatuto, que es un poco lo que caricaturizan los adolescentes que multiplican los signos porque así existen. Personalizaron el ringtone del celular, personalizaron también el cuerpo y así les parece que el mundo entero los mira con admiración. En un mundo en el que estamos menos unidos, finalmente la última salida es a través de la mirada del otro.

—Respecto a los ideales de belleza cada vez más opresivos, ¿cómo cree que impacta la nueva “estética del photoshop” ahora que el modelo divulgado por los medios no sólo es difícil de alcanzar sino literalmente imposible, dado que no es real?

—Eso me recuerda a una anécdota. Hay una modelo muy importante cuyo nombre no recuerdo que dice que es un modelo para millones de personas pero que cuando se despierta no se parece en nada a como se ve en las imágenes. Ilustra totalmente lo que usted dice respecto a esta imagen ideal y a la oportunidad de llegar a ese ideal.

—¿En qué está trabajando actualmente?

—Acabo de terminar un nuevo libro sobre la relación entre el sufrimiento y el dolor que será publicado por Editions Métailié, mi editorial en Francia, y estoy terminando un trabajo muy importante, un diccionario de la juventud y la adolescencia, que dirijo junto a un amigo psiquiatra y psicoanalista, que va a ser publicado el año que viene.

—Ha dicho en muchas oportunidades que en su juventud se sentía “un joven fuera de su piel” y tiene varios libros que analizan las conductas de riesgo juveniles. ¿Cuáles son los cambios en la experiencia de riesgo entre los jóvenes actuales y los de su generación?

—Es muy distinto. Yo tengo más de 50 años y viví una época en la que el viaje y la droga eran dominantes, era la época de los caminos de Katmandú, de los viajes a la India o al Oriente, en general en busca de droga, y yo perdí muchos amigos. Entonces me fui a Brasil a hacer la travesía de la noche. Pero actualmente las conductas de riesgo se multiplican y radicalizan. Por ejemplo, en los 70 el cuerpo no era un problema, no existía esta mercantilización del cuerpo, hoy nos da culpa nuestra apariencia y esto se asocia a conductas de riesgo con problemas alimentarios como la bulimia y la anorexia. Hoy hay una multiplicación de las fugas, una actitud masoquista muy fuerte, ésa sería la diferencia, y la aparición de nuevos síntomas como la alcoholización de los jóvenes, que es más una búsqueda del coma alcohólico que de virilidad. Es lo que llamo “ponerse en blanco” o “desaparecer de sí mismo” en mi libro En sufrimiento, para mí es una de las grandes figuras antropológicas de las conductas de riesgo. Este ponerse en blanco, este coma, es no tener que responder más al contrato de la identidad, es un fenómeno bastante reciente.

—Mencionaba que el cuerpo era el último refugio en este momento neoliberal individualista, ¿no cree que al mismo tiempo se está planteando una abolición de lo corporal en las nuevas relaciones sociales mediadas por las tecnologías, por ejemplo en las prácticas de cibersexo?

—Tiene que ver con la multiplicación de los modelos, no creo que esto lleve a una abolición de lo corporal. Lo que planteo en mi libro Adiós al cuerpo, que está traducido en México, es que hay una voluntad de cambiar el cuerpo que está muy presente en el mundo occidental de hoy y también, para otras personas, una voluntad de escaparse del cuerpo, es la dimensión de lo post humano o del transhumanismo, ahí se encuentra el cyborg, son dimensiones del mundo que se mezclan, que son paralelas. Otra aspiración es la idea de que somos solamente la información que contenemos en nuestro cerebro y que si podemos transferirla a una máquina pasaríamos a ser la máquina. Es la realización del paradigma cibernético, el universo de la matriz. Por eso cierro mi libro Adiós al cuerpo diciendo que por suerte estamos lejos de la realización de estos imaginarios, porque todo el sabor del mundo pasa por el cuerpo, y si perdemos el cuerpo perdemos todo el sabor del mundo.