“El vacío como eje y acento”, dice Fernando Silberstein en este libro que presenta una selección de textos de tres artistas rosarinos (Hugo Padeletti, Julián Usandizaga, Mauro Machado), destinada inicialmente para acompañar una muestra realizada en el mes de noviembre de 2006 en Rosario. Y aunque se trate de un detalle especioso que el lector descubrirá recién al final, es preciso destacarlo desde un comienzo: Silbestein escribe a la luz del momento y en un tiempo dependiente de la ocasión de la escritura, como un maestro Zen, reconstruyendo el mundo y la ciudad en la que su texto aparece - recordando las esculturas de Lucio Fontana en Rosario; y a otro maestro, Juan Grela -, evocando la presencia de la historia del arte rosarino a partir del relato de la obra de tres artistas. Porque el vacío no tiene otro método que el de hacerse visible a través de la evocación, presente en la ausencia. Entonces Silberstein abre la vía de la meditación:
En el taoísmo, “la introducción de áreas no pintadas o de partes negras, ciegas, para dar ilusión de volumen, o bien de elementos intermediarios entre otros dos para relacionarlos, constituyeron estrategias visuales que se fundaron en el objetivo de hacer que la pintura evoque antes que represente”. Lo inefable, lo difuso, lo brumoso, son todos elementos que en la pintura china tienen la función de manifestar una operación generadora del vacío: antes que de una nada, la falta aquí es metaforizada como donación de sentido. “Podemos decir, desde esta perspectiva, que se ve por lo otro, por la sombra, por el corte, por la relación en que aquello que vemos se nos da, aunque esta relación sea de ausencia, de oscuridad, de oquedad”. Esta concepción dinámica del vacío puede verse en distintos niveles. Por ejemplo, en la idea taoísta de causalidad, donde las consecuencias de un efecto son inversas a la causa, o bien, en la noción oriental de tiempo como expansión activa hacia el pasado y el futuro. Asimismo, la presencia de una ausencia constitutiva se encuentra también en la prosa de autores occidentales tan distintos como Merleau-Ponty (para quien lo invisible no era el opuesto lógico de lo visible sino, en-lo-visible, su condición, tal como la iluminación es el soporte invisible en la percepción de objetos) o Peirce (que, en su noción de interpretante, encuentra una terceridad constitutiva de la relación entre los otros dos elementos del signo).
Pero si el vacío es un elemento formador de la obra, entonces cabe también su planteo en una estética de la experiencia creativa. “Lo construido por un creador muestra su puesta en escena, su modo de contar antes que aquello que se supone está diciendo, su punto de vista”. Punto de vista que es ciego para aquél que crea, como lo recuerda Padeletti al relatar una anécdota infantil acerca de su primer encuentro con un papel blanco rasgado.
Padeletti, Usandizaga y Machado, tres artistas rosarinos, aunque de distinta manera, han trabajado con la noción de vacío constituyente. Padeletti, en sus collages de papeles arrugados. Usandizaga, en la recreación de retratos vaciados. Machado, en la construcción de formas poligonales que apuestan al devenir. Los textos de Padeletti, Usandizaga y Machado tienen, en su diferencia, un rasgo común, esto es, la manifestación de la experiencia y de los puentes que cada uno ha atravesado, ya sea a partir de ciertas influencias programáticas, del anecdotario personal, en la autenticidad como ética del artista, en los encuentros con amigos y maestros. “Con tonos distintos, tanto Julián [Usandizaga] como Padeletti hablan de la misma afirmación. Sus obras padecen de la misma intencionalidad de decir más allá de las modas y superficiales imposiciones de caprichosa volubilidad de los que buscan legitimarse buscando las tendencias que puedan ser exitosas. Es una cualidad que comparten con Machado”. Como en una metáfora de la exposición taoísta, nos encontramos con tres artistas que, en su relación, y por la diferencia que establecen, permiten destacar aspectos invisibles entre ellos. En el contraste vemos a cada uno de ellos y apreciamos su trabajo creador.
Si un libro pudiera ser un objeto delicado, éste sería de tal condición. Mucho antes de que en nuestro país contásemos con traducciones que pusieran al servicio del “consumidor” libros hoy clásicos, como Vacío y plenitud (de F. Cheng, multicitado a partir de su dedicatoria a Lacan) o las recientes Cinco meditaciones sobre la belleza (también de Cheng), Fernando Silberstein comenzaba una enseñanza a través de un método sencillo aunque no menos riguroso: enseñar a ver haciendo hablar al silencio.