Cuenta Didier Eribon que a comienzos de los años ’60, cuando Michel Foucault presentó su enorme trabajo sobre la Historia de la locura como tesis principal junto a su tesis complementaria (que acaba de ser editada en Siglo XXI bajo el título Una lectura de Kant) eligió a Jean Hyppolite para que lo apadrinase. Hyppolite aceptó, pero sólo respecto de la obra sobre Kant; en cuanto al texto sobre la locura, envió a Foucault a ver a un profesor de Historia de las Ciencias en la Sorbona, Georges Canguilhem, que describe la lectura de las novecientas cuarenta y tres páginas de Foucault como “un auténtico mazazo”. Más adelante, Foucault dirá que toda su obra lleva la “marca” de Canguilhem. En este contexto, es difícil no leer estos Estudios de historia y de filosofía de las ciencias como la reunión de una serie de artículos de un genial precursor de Michel Foucault. Sin embargo, el mismo Canguilhem nos obliga a considerar las cosas de otro modo: “El precursor es el hombre ilustrado de quien sólo mucho después se sabe que corrió por delante de todos sus contemporáneos y superó a aquel a quien se tiene por triunfador en la carrera. No tomar conciencia de que es una criatura de cierta historia de las ciencias, y no un agente del progreso de la ciencia, es aceptar como real su condición de posibilidad, la simultaneidad imaginaria del antes y el después en una suerte de espacio lógico”. Por eso, como escribió Alexandre Koyré (citado por Canguilhem): “La noción de precursor es para el historiador una noción muy peligrosa”. En todo caso, la idea de precursor nos pone ante un “falso objeto histórico”, escribe Canguilhem en el primero de los artículos, El objeto de la historia de las ciencias (conferencia de octubre de 1966), donde –dicho sea de paso– cita Las palabras y las cosas de Michel Foucault, que acababa de publicarse.
El libro se divide en una primera parte (Conmemoraciones), con textos sobre Vesalio (fundador de la anatomía moderna), Galileo y Fontenelle; una segunda parte (Interpretaciones), con tres textos sobre Auguste Comte, dos sobre Charles Darwin, cuatro sobre Claude Bernard y tres sobre Gaston Bachelard; la tercera parte (Investigaciones) contiene varios artículos sobre biología, psicología y medicina, siempre desde una perspectiva de historiador de las ciencias. En Los conceptos de lucha por la vida y selección natural en 1858: Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, Canguilhem recuerda que en ese año tanto Darwin como Wallace llegan por separado a una misma teoría biológica, pero el interés del historiador no se reduce a señalar una misma atmósfera de la época. Para indagar en la confluencia de resultados en diferentes trabajos científicos, Canguilhem escribe que “existe otra manera de escribir la historia de las ciencias, distinta de la que se empeña en restablecer una continuidad latente de los progresos del espíritu: la que procura hacer comprensible y sobrecogedora la novedad de una situación, el poder de ruptura de una invención”.
En Gaston Bachelard y los filósofos el autor hace referencia al atraso de los filósofos con respecto a la inteligencia científica: “Si la ciencia es un trabajo, la filosofía ya no puede ser un esparcimiento. La cultura epistemológica no admite las ensoñaciones del reposo”. Bachelard aparece como aquel epistemólogo que le exige a la filosofía salir de su “sueño dogmático”. En este sentido –respecto de la actualidad del desarrollo científico– “los filósofos deben tomar partido”, escribe Canguilhem.
Los artículos reunidos en estos Estudios... intentan pensar las ciencias con la filosofía; este gesto se pone de manifiesto en ¿Qué es la psicología? (conferencia de 1956), estudio histórico que recorre el desarrollo de la psicología desde Aristóteles hasta Freud y, más acá, hasta las llamadas psicologías del comportamiento. Allí, luego de trazar las líneas que llevan de Galeno a Charcot (y analizando también dos momentos fundamentales en la historia del yo: Descartes y Kant), Canguilhem cita a Nietzsche para asaltar a los psicólogos: “Consideramos casi como un signo de degeneración el instrumento que quiere conocerse a sí mismo”. El hombre –con la psicología de los comportamientos, sus diagnósticos y sus tests– se convierte en una mera herramienta: ¿sirve este hombre para este trabajo? La psicología de los comportamientos contesta sí o no. Canguilhem, enfurecido, pregunta: “¿Qué empuja o inclina a los psicólogos a erigirse, entre los hombres, en los instrumentos de una ambición de tratar al hombre como instrumento?”.
El autor nos advierte de los riesgos de hacer psicología en forma separada a toda filosofía o antropología, y recuerda que, a veces, esta pretendida independencia de la psicología pone a los psicólogos más lejos de los grandes intelectuales que hicieron posible su disciplina que de la jefatura de policía.
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( por Mariano Dorr, para el suplemento Radar/Libros, del Página 12)