INTRODUCCIÓN
“¿Cómo es este Prof. Freud. y cómo se comporta él exactamente?” preguntó el padre a su hija Anna G. en una carta fechada el 13 de junio de 1921. De abril a julio de ese año, la joven dama estuvo en análisis con Freud en Viena y durante ese período ella no respondió prácticamente a ninguna carta. Por otro lado, tenía un diario íntimo dedicado a sus sesiones.
La analizante en cuestión era mi abuela, Anna G. Hace cerca de veinte años –seis después de su muerte-, descubrimos por casualidad una carta de Freud en la cual le indicaba sus condiciones para un eventual análisis –sus exigencias en términos de honorarios y de duración mínima de la cura-, y le señalaba que ella debía de decidirse rápidamente. Poco después de haber encontrado esta carta, encontramos también su diario. Este descubrimiento me conmocionó profundamente. Como los otros miembros de mi familia, yo sabía que mi abuela se había analizado con Freud, aunque las informaciones que ella nos había dado sobre ese asunto fueron extremadamente escasas.
Durante mis estudios yo viví con mis abuelos durante unos años, y estudié una profesión parecida a la suya: me convertí en psicoanalista. Ella, por su parte, jamás ejerció esta profesión. Si bien demostró un gran interés por mi práctica analítica, jamás me habló de su análisis. Cuando yo le preguntaba, por ejemplo, cómo se comportaba Freud durante las sesiones, ella respondía de manera evasiva que era un hombre “afable”. Su único comentario fue en respuesta a una pregunta de mi madre: la presencia de Freud en la misma habitación era más importante que todo lo que él pudiera decir. Yo nunca pude saber nada más, ni tampoco el resto de los miembros de mi familia que le hacían también preguntas: la experiencia que ella había vivido en Viena no era algo anodino, y agudizaba legítimamente la curiosidad de sus allegados. Pero ella siempre se rehusó a dar más detalles. Durante su estadía en Viena, ella también había respondido de manera evasiva a las preguntas que sus padres le hacían en sus cartas, y ésa es la razón por la cual me pregunté a menudo si este análisis había tenido lugar verdaderamente. No obstante, nosotras siempre discutíamos acerca de su actividad como psiquiatra, tanto en París como en Zurich y ella mostraba un interés que nunca menguaba por los estudios que yo hacía: se informaba de las materias que estaban en el programa, sobre los seminarios que hacía, y releía hasta en los mínimos detalles todos los trabajos y monografías que yo redacté en el curso de mi trayectoria universitaria.
Si bien jamás evocaba a Freud, ella me hablaba de muy buena gana de las condiciones en las cuales se desarrolló su estadía en Viena. La situación social de la inmediata post-guerra la había impresionado enormemente- la hambruna que causaba estragos, los problemas de alojamiento y la pobreza que golpeaban la sociedad austríaca. Ella se acordaba especialmente de los inválidos de guerra rusos que, después del fin de la guerra, quedaron arrinconados allí, en Viena, solos, a la deriva, sin recursos ni dónde vivir. Ellos erraban por la ciudad y de tanto en tanto encontraban refugio en los cafés, donde los mozos les servían un vaso de agua o un té a fin de que pudieran pasar unas horas al calor y al abrigo. Como su madre le enviaba regularmente una encomienda –ella temía que su hija pereciera dadas las condiciones extremadamente difíciles que reinaban en la capital austríaca-, ella distribuía una parte de su contenido (jamón, galletas, chocolate y conservas) entre las personas que ella conocía y que sabía que estaban necesitadas. Ella misma llegaba a escribir a su madre que tenía hambre y le pedía que le enviara otras encomiendas, sin revelarle lo que estaba haciendo: ella me comentó en repetidas ocasiones hasta qué punto la miseria de esta gente le pesaba, y que incluso le daba culpa –el contraste entre su propia situación y aquélla de esos desdichados era para ella insoportable.
Es sorprendente que ella no haya prácticamente jamás evocado la situación política de Austria, bastante difícil y tumultuosa en 1921. Ella no me ha hablado jamás, por ejemplo, de la inflación, a pesar de lo galopante que era en aquella época y que llegara a picos extremos dos o tres años más tarde, ni de los conflictos sociales o turbulencias políticas que marcaron la posguerra. Me parece que vivió estos tres meses y medio un poco al margen de la vida y la sociedad austríacas, incluso que se aburría un poco, si bien los eventos sobresalientes de la vida cultural vienesa no se le habrían debido de escapar: su referencia a Schnitzler (cuya obra La ronda suscitó un escándalo que nos es difícil de imaginar hoy día) lo atestigua –era por otra parte uno de sus autores preferidos y tenía sus obras completas.
El descubrimiento de su diario después de su muerte hizo que de golpe tomara cuerpo todo aquello que había permanecido para mí, hasta ese momento, un tanto irreal, pero también despertaba muchos interrogantes. ¿Por qué este análisis había sido tabú para mi abuela, al punto de no hablar de él? ¿Pensaba ella que la cura había logrado su objetivo o, al contrario, que había sido un fracaso? ¿Por qué no se había convertido ella en analista, si había trabajado durante varios años como psiquiatra en Burghölzli[1] de Zurich y en París? ¿Había concebido desde su partida otros proyectos? Todas estas cuestiones me preocuparon durante un tiempo prolongado.
Extrañamente, yo no terminaba de alegrarme de verdad por este maravilloso descubrimiento. La perplejidad y cierta incomodidad eran los sentimientos que predominaban en mí, los cuales continuaban reforzándose en el curso de mis lecturas. El carácter íntimo de estas notas y su estilo único tenían para mí algo de impresionante. Tenía al mismo tiempo conciencia de la especificidad de este documento, lo cual las reacciones de mi entorno vinieron a confirmar: cuando comencé a hablar a mis allegados de este diario, me presionaban para que lo hiciera accesible al público, o al menos que lo enviara a Washington D.C., a los archivos Freud. La presión exterior devino tan fuerte que preferí dejar las cosas en reposo. Y, lo que no es un detalle menor, en aquella época, mi familia no estaba dispuesta a aprobar una publicación.
Este testimonio ha ocupado mi espíritu durante años, y yo me sumergía en él sin cesar. Finalmente, un día, soñando también con la eventualidad de una publicación, me resolví a retranscribirlo. Frente a mis ojos, la cuestión esencial era la siguiente: ¿cómo publicar el diario de Anna G. y proteger a mi abuela simultáneamente? En febrero de 2007, me decidí a hacer una comunicación dentro del coloquio “La historia del psicoanálisis”[2] en Tübingen. Esta intervención tuvo una repercusión considerable y puso la cuestión de la publicación del diario a la orden del día. Pero no es la vida de mi abuela la que debía encontrarse en el centro del proyecto, no se trataba de que yo escribiera su biografía. Lo que me interesaba eran las notas que ella había tomado durante su análisis y que permitían hacerse una idea de la manera en que trabajaba Freud.
Diversas cuestiones se agitaban en mi espíritu: ¿qué actitud debía adoptar yo en tanto que analista cuya abuela, psiquiatra, se había analizado con el creador del Psicoanálisis? Muchos me envidiaban el haber tenido una abuela analizada por Freud. Yo me encontraba frente a un dilema. Para los especialistas, el descubrimiento de este diario era un evento mayor; para mí, implicada como estaba en tanto nieta de la autora, era también un problema que podría resumirse en una pregunta ineludible: ¿se podía decir que este análisis había sido exitoso? La nieta es incapaz de responder a este interrogante, también lo es la psicoanalista que soy. Yo no puedo ni deseo tratar a mi abuela como un “caso” –yo sería demasiado parcial.
Finalmente se me ocurrió una idea liberadora: dirigirme a otras personas, enviar el diario a algunos especialistas de la historia del psicoanálisis e invitarlos a dar su opinión. Ellos podrían reflexionar libremente acerca del diario sin opinión preconcebida puesto que no conocían a mi abuela.
Fue entonces que me contacté con los autores que participaron de esta obra. He aquí lo que les propuse: todos tendrían a su disposición la comunicación que yo había hecho en Tübingen[3], la transcripción íntegra del diari así como un artículo del semanario Die Zeit[4] dedicado a mi conferencia. No les impuse ninguna pregunta ni ningún tema preestablecido –tenían carta blanca. Y ello incitó a varios de los autores a aceptar mi proposición de inmediato, fascinados de tener acceso a este documento inédito. Es así que surgieron las contribuciones reunidas aquí, que muestran diversos modos de acercarse al diario.
La historia de mi recorrido con este testimonio precede el documento propiamente dicho, editado por Ernst Falzeder y traducido íntegramente aquí. Luego siguen las nueve contribuciones que las ediciones Aubier seleccionaron para ser publicadas en la versión francesa.
En “¡El profesor Freud exige tolerancia!”, Karl Fallend describe la evolución del psicoanálisis sobre el trasfondo de las conmociones políticas que marcaron
Thomas Aichhorn estudia en primer lugar la noción de renuncia pulsional en Freud. Considera que Freud está intentando ayudar a su paciente a acceder a una mejor comprensión de sus mecanismos de defensa con el fin de abrirle otras posibilidades que no sean el solo rechazo de sus deseos infantiles. El “juicio de condenación”, el cual conocemos gracias al análisis del pequeño Hans, reviste aquí una significación esencial. Thomas Aichorn se refiere a La teoría general de la seducción de Jean Laplanche, cuando muestra que el dispositivo analítico crea las condiciones para una aproximación al el trauma de la seducción originaria y permite, mediante ello, desencadenar una forma de “retraducción”[5] de ésta.
John Forrester consagra su estudio a las condiciones que Freud impuso a la analizante y que imprimieron al análisis el giro que tomó. Freud provocó en la paciente una neurosis de transferencia tumultuosa cuya resolución, al término del análisis, había estado fijada por él desde el comienzo.
En su contribución, Pierre Passett elige, por una parte, comparar el diario con otros textos similares; y por otra, analiza las notas de Anna G. comparándolas con una obra redactada en la misma época por dos eminentes representantes del movimiento psicoanalítico: “Objetivos del psicoanálisis. Acerca de la correlación entre la teoría y la práctica”, de Otto Rank y Sándor Ferenczi.
Ernst Falzeder, por su parte, aborda a Freud en tanto analista y terapeuta. A partir de sus textos e informaciones recogidas de su agenda profesional, y también de memorias y entrevistas de antiguos analizantes, de fragmentos de la literatura crítica, Falzeder nos da una descripción de los métodos de trabajo de Freud, quien aparece como un analista creativo y extremadamente flexible, cuyo trabajo incluía también la psicoterapia en el sentido más estricto del término.
Juliett Mitchell se concentra en el “complejo fraterno” ligado al trauma provocado por el nacimiento de una hermana o hermano menor. Según ella, la analizante sentía hacia su hermano un odio asesino cuyo grado más profundo estaba negado y que permaneció, entonces, operando inconscientemente. Juliett Mitchell no cuestiona en absoluto las interpretaciones edípicas de Freud, sino que estima que éstas limitan la visión de la problemática fraterna. Con la ayuda de las notas del diario, ella muestra paso a paso cómo el mencionado complejo aparece en el análisis.
Según André Haynal, el análisis de Anna G. presenta el método de trabajo que, más tarde, será considerado como clásico, e permite revelar las ideas fundamentales y los límites. André Haynal se libra a una especie de supervisión a casi un siglo de distancia: Freud le parece sentencioso en la posición de poder que procura el saber a quien lo detenta, y es aquí donde resalta la problemática que preocupaba a Freud mismo. Este texto pone de relieve la particularidad del análisis del inventor del psicoanálisis: ¿análisis o autoanálisis? No cabe duda de que esto ha tenido efectos sobre la contratransferencia de Freud. En nuestros días, la práctica psicoanalítica no puede dejar de abordar estas cuestiones.
Ulrike May, por su parte, se sirve de las notas del diario para comparar en diez puntos la práctica de Freud con la práctica actual. Ella constata que la analizante ciertamente ha podido resolver su problema al fin del análisis, pero que no es posible saber si un “cambio estructural” ha intervenido. Según ella, es poco probable que haya sucedido.
August Ruhs, por último, compara las reseñas de tres mujeres que hicieron un análisis con Freud a una edad semejante y durante un período de una extensión similar. Se trata de la hija de Freud, Anna, de la joven que estudia en “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” y, finalmente, de Anna G. El autor intenta determinar si hay trayectorias concordantes o contradicciones de importancia tanto en las situaciones del comienzo como en los procesos terapéuticos. Señala en especial cuestiones significativas concernientes a las reacciones contratransferenciales por parte de Freud. Según el autor, estas reacciones, por ser la expresión de situaciones conflictivas internas y externas, no son menos problemáticas.
La obra tal como aparece hoy, veinte años después del descubrimiento del diario, acompañada de análisis y de comentarios bien diferentes, se corresponde perfectamente con mis expectativas.
Desde su aparición en Alemania, en enero 2009, el diario ha estado presente en el curso de numerosas conferencias públicas. Incluso se ha montado una versión escénica de la misma en un pequeño teatro de Zurich. Fue allí que oí por primera vez la “voz” del diario, la “voz” de mi abuela, lo que no dejó de reavivar los sentimientos y perturbaciones que yo había sentido desde mi descubrimiento, pero dándole a todo ello una nueva dimensión: recién hoy alcanzo a comprender los diferentes estados del alma que su lectura ha suscitado en mí.
Al comienzo, el problema esencial al cual me veía confrontada era que yo no podía ni quería analizar yo misma el diario – de ahí que surge la idea de someterlo a otras personas. Pero, en cierto modo, ello significaba también “librar” a mi abuela a la mirada de personas extranjeras.
Así nacieron las contribuciones tan apasionantes como diversas, contribuciones que yo había deseado, pero que también pudieron, en ciertos aspectos, lastimarme, dándome de mi abuela una imagen que no se correspondía con la que yo tenía de ella. Estas contribuciones han aportado un nuevo esclarecimiento, otro, sobre Anna G. y su análisis. De cierta manera, ellas han afectado la relación que yo tuve con ella, pero era el precio a pagar. Yo lo he aceptado.
Las lecturas públicas de la obra han constituido para mí una segunda etapa. Ellas me han permitido trabajar sobre estas heridas, tomar distancia en lo que concernía al libro al mismo tiempo que encontraba mi propia mirada sobre su contenido. Me he podido hacer mi idea de las cosas y llegar a la conclusión de que mi abuela era ya la persona emancipada, independiente y libre que siempre conocí. Ya que las notas de su diario hacen aparecer todo aquello que, en un análisis, no es específicamente singular: el complejo de Edipo, la rivalidad reinante en la fratría, los elementos simbólicos, etc, que son propias de todos los analizantes. Las declaraciones de amor que Anna dirige a Freud no tardan en hacerse conscientes, puesto que el amor de transferencia es parte del análisis. Nada de aquello que Freud le decía le era extraño ya que ella había leído la mayoría de sus obras. Se podría decir que ella a traspasado a su diario todo el material analítico que no le era específico. Y este procedimiento ha probablemente contribuido a que ella se apropiara de su singularidad y la ha ayudado a reforzar su capacidad de amar y de tomar buenas decisiones. Pero ella ha decidido guardarlo para ella misma: los lectores de su diario son excluidos de ello, y yo, su nieta, igualmente.
La tercera y, provisoriamente, última etapa, de mi recorrido ha tenido lugar gracias a la puesta en escena del diario. Al oir la voz de mi abuela y aquélla de Freud –ambos encarnados por extraordinarios comediantes-, todas las reservas que había podido formular hasta la publicación pasaron a segundo plano. La representación hace sentir la intensidad emocional que circula entre estos dos seres, la dimensión tanto erótica como narcisística de su relación. La interpretación que Anna G. hace de sus sueños, tanto en el diario como en escena, me recordó que mi abuela me había regalado un día su ejemplar de La interpretación de los sueños y que, durante toda su vida, ella se mostró interesada en los sueños de otros y en su interpretación. Esta adaptación escénica me ha reconciliado: después de haberla visto, me dije a mí misma: “Sí, es bien ella, es mi abuela, con toda su vitalidad, su personalidad, su racionalidad y su espíritu contundente, pero también sus debilidades: es todo aquello que yo he amado en ella, desde mi más tierna infancia hasta su muerte.”
[1] Después de haber aprobado su examen de Estado (1918), ella ocupó su primer puesto en Burghölzli, dirigida por Eugen Bleuler, especialista en esquizofrenia. En 1920 ella defendió su tesís, igualmente bajo la dirección de Bleuler. Esta clínica universitaria, lugar privilegiado de la psiquiatría europea había acogido a los pioneros del psicoanálisis.
[2] Ver el artículo de Anna Koellreuter
[3] Publicada bajo el título “Als Patientin bei Freud 1921. Aus dem Tagebuch einer Analysandin”, Werkblatt. Psychoanalyse und Gesellschaftskritik, 58, 2007, p. 3-23
[4] Ernst Falzeder, “Sie streifen so nah am Geheimnis”, Die Zeit, 2 de agosto de 2007, p. 32: “Verdadero pequeño evento científico: el diario, desconocido hasta ahora, de una paciente de Freud que redactó una reseña de sus sesiones”.
[5] Nota de la traductora: en francés dice “détraduction”