En un texto clásico, titulado “La holofrase, entre psicosis y psicosomática” publicado en la revista Ornicar? nº 42 de 1987, Alexandre Stevens afirma:
“Holofrase es un término utilizado en diversas ocasiones por Jacques Lacan a lo largo de su enseñanza. Se trata de un término tomado en préstamo de la lingüística, pero en dicho campo, sus usos y destinos no son unívocos ni se recubren. Por otra parte, el recurso a la terminología lingüística no significa sin embargo que la holofrase permanezca siendo en su obra una noción lingüística. Es sabido que Lacan ha tomado en préstamo muchos otros términos de la ciencia del lenguaje, y que incluso algunos de ellos fueron muy importantes en cuanto a su destino dentro de su enseñanza. Resulta evidente que tales préstamos son del orden de los medios, y que Lacan realizó sobre ellos las torsiones conceptuales necesarias a su objetivo, el psicoanálisis”[1].
El texto es quizás el primer intento serio por parte de un psicoanalista de realizar un recorrido por los usos del término en la enseñanza de Lacan, de ubicar los contextos de articulación en los que aparece, y además, por establecer el valor de la noción en el campo de la lingüística del que, al parecer, Lacan lo habría extraído. Tal como puede observarse en la cita que antecede, de entrada Stevens afirma que en el proceso de apropiación del término, Lacan ha realizado alguna maniobra sobre él –lo que llama “torsiones conceptuales”–. Dichas operaciones, ocurridas a lo largo del tiempo y específicamente durante los Seminarios I, VI y XI, están justificadas por los temas que interesaban a Lacan en cada ocasión: la discusión acerca del origen del lenguaje –discusión que Lacan aprovecha para establecer la discordancia radical entre el registro imaginario y simbólico–; la toma de posición acerca de las tipologías de las lenguas, en la que se aleja de la lingüística situando al sujeto como reducido al mensaje mismo (articulando para ello el problema con su novísimo grafo del deseo y haciendo referencia al conocido “sueño de Anna Freud”); y, finalmente, en el Seminario XI dándole su pleno desarrollo al convertirla en una noción precisa en la estructura del lenguaje, allí donde presta servicio para mostrar qué ocurre cuando “el significante no toma valor de significante para el sujeto”[2].
Es en esta última referencia, la del Seminario XI, donde Stevens arriesga su hipótesis más rica: la que consiste en afirmar que Lacan hace del término “holofrase” un neologismo al conjugarlo como un verbo reflexivo. Cito:
“Señalemos primero que el término holofrase aparece aquí bajo una forma verbal que es bastante inhabitual. Incluso, es un neologismo. Ya hemos señalado que los términos holofrase, holofrástico u holofrastia son relativamente poco utilizados en la literatura lingüística. Pero el verbo reflexivo holofrasearse no figura jamás en ella. Entonces, si Lacan forja aquí este nuevo verbo, debe ya allí darnos indicaciones acerca del uso que hará de él. Mediante esta forma verbal, desestima en efecto toda referencia a cualquier holofrase concreta, a los ejemplos obtenidos de las lenguas holofrásticas o del discurso corriente –tal como la interjección– y a lo que hemos llamado los enunciados holofrásticos”[3].
Nunca había leído sobre este tema una afirmación tan arriesgada y exacta a la vez. Acuerdo con Alexandre Stevens en que es posible tomar una palabra de cualquier campo de saber –o incluso de la lengua popular–, extraerla de su sistema de relaciones y darle un nuevo valor, específico para el campo que se ha apropiado de ella (algo muy similar, podríamos decir, al trabajo de Freud con el término Trieb, escamoteado a la física de su tiempo).
En el texto sigue la discusión acerca de cómo reconocer –y operar– con la holofrase en la clínica. Además, en función de la cita de Lacan, se estudian las posiciones que puede adoptar el sujeto en la serie de casos que lo sitúan ante la holofrase: la psicosis, la introducción de la dimensión psicótica en la educación del débil y el fenómeno psicosomático. Por todo esto, el texto es clave.
Hay otros intentos más recientes. Son numerosos. De todos ellos, elijo los tres que más me han aportado al intentar comprender las ideas de Lacan, siempre en función de mis intereses clínicos.
El primero de ellos es un texto casi contemporáneo al de Stevens. Está firmado por Clara Bermant, Shula Eldar, Elizabeth Escayola, Carmen Lafuente y Rut Sonnabend, y se titula “Nota sobre la holofrase”. Está publicado en El Analiticón 3, Correo, Paradiso, Barcelona, 1987, página 59. El segundo es una conferencia de Eric Laurent titulada “La psicosis en el niño en la enseñanza de Lacan”, publicada en Hay un fin de análisis para los niños, Col. Diva, Bs.As, 1999, página 123. Finalmente, hay interesantes desarrollos sobre el tema en el libro de Ana Lydia Santiago titulado La inhibición intelectual en psicoanálisis, Ed. Pomaire, Caracas, 2009, pp. 227-254. Cabe aclarar que todos ellos citan el artículo de Stevens. Otra vez, liber enim, librum aperit...
[1] Stevens, Alexandre. “L’holophrase, entre psychose et psychosomatique”, Ornicar ?, revue du Champ freudien, nº 42, juillet-septembre 1987, p. 45. Traducción personal disponible en http://elpsicoanalistalector.blogspot.com/2010/07/alexandre-stevens-la-holofrase-entre.html
[2] Ibíd. p. 75.
[3] Ibíd. p. 64. Este párrafo se comprende plenamente sobre el fondo de las palabras de Lacan en el Seminario XI: “Hasta me atrevería a formular que cuando no hay intervalo entre S1 y S2, cuando el primer par de significantes se solidifica, se holofrasea, obtenemos el modelo de toda una serie de casos –si bien hay que advertir que el sujeto no ocupa el mismo lugar en cada caso”.