Las investigaciones acerca del cerebro progresaron tanto durante los últimos años que nuestra concepción del hombre se ha visto revolucionada: el cuerpo no sería más que una máquina de la que, en caso de desperfecto, alcanzaría con reparar sus componentes; los sentimientos –como el amor y el deseo–, o las creaciones como la poesía, tan solo serían una cuestión de hormonas y conexiones nerviosas. En cuanto a ciertas actividades psíquicas como el sueño, el inconsciente o los síntomas, podrían disciplinárselas con los medicamentos adecuados. Se trata del eterno debate por el que los neurocientíficos obligan a los psicoanalistas a dar las razones de su quehacer. Porque... ¿pueden existir dos puntos de vista diferentes, incluso contradictorios, acerca de un mismo problema?
Este libro le hace justicia a esa oposición infundada, la que debe toda su potencia al desconocimiento de los procesos cerebrales y de la vida psíquica. Además, numerosos descubrimientos neurofisiológicos acreditan las elaboraciones de Freud y demuestran que el lenguaje modeliza al cuerpo mucho más profundamente de lo que el síntoma histérico dejaba prever. Esta puesta en tensión del cuerpo por el lenguaje es tan importante que muchos resultados de la neurofisiología no pueden interpretarse sin el psicoanálisis: cuestiones tan esenciales como, por ejemplo, la de la consciencia permanecen insolubles sin el concepto de inconsciente. Considerando el aporte de las neurociencias al psicoanálisis se comienza a tener una idea más precisa acerca de qué es un “sujeto”, pero también de ese cuerpo del que, tan conflictivamente, somos los curiosos locatarios...