Mi intervención de hoy procede, hasta donde yo sé, de tres fuentes: mi experiencia de los pases escuchados en
He llegado a la siguiente pregunta: ¿cómo se articulan lo que Lacan ha nombrado el decir del análisis y el ICSR (inconsciente real) definido por el goce de una motérialité fuera de sentido? En materia de inconsciente todo pasa por el decir: lo que ya está hecho, así como lo que en el análisis se deshace y se rehace. Doy por sentado que el “Saber hablado” que es el inconsciente no puede revelarse sin “que se diga”, en el sentido del acto, y que el bla bla analítico no puede encontrar su fin sino a condición de que Un decir se deposite a partir de todos los dichos. El nudo mismo donde Lacan inscribe lo real, hay que hacerlo, es una observación de Lacan, y se hace por el decir. Cuando el nudo se realiza, lo real y el sentido están anudados. Entonces los goces están también anudados, el que se inscribe de la letra fuera de sentido en lo real, entre real y simbólico, y el que Lacan ha escrito goce-sentido (joui-sens), entre imaginario y simbólico. A falta de ello, el sujeto puede mantenerse todo dentro del ICSR, ejemplo del Joyce de Finnegans wake, o todo en la mentalidad, ejemplo de Pessoa de quien, para satisfacción mía, se acaba de anunciar a mediados de junio un inédito más, unas novelas policíacas esta vez, donde el detective resuelve todo el enigma sin recurrir a la verificación de la experiencia, únicamente por los razonamientos de la mentalidad.
¿Cómo situar entonces la articulación entre el decir y el ICSR? Esta cuestión me parece crucial para el pase, y el Prefacio responde a ella, entiendo yo, aunque implícitamente, cuando Lacan dice “yo soy poema”. Yo soy poema, no poeta, o sea determinado por el poema que yo soy sin ser el autor, el artífice.
Ahora bien, ¿qué es el poema? Se habla a veces como si fuera una formación del ICSR, letra gozada fuera de sentido. Pero no es el caso. Es verdad que el poema maneja la materia sonora de la lengua, a veces con genialidad, e incluso se puede gozar de su musicalidad sin pasar por sus dichos. Pero un poema es un decir, y es a este título que se recibe, incluso cuando se trata de la poesía surrealista más hermética. El decir del poema según Lacan es hasta el “decir menos tonto”. El poema se sirve del significante el cual es tonto, es decir, en sí mismo fuera de sentido, para producir sentido inédito, sentido inédito que “deja en blanco” el sentido llamado común. El poema es entonces un nudo de real y de semblante, donde el goce de la letra y el goce del sentido van a la par. Que Lacan agregue a propósito del poema “y que se escribe”, no objeta a lo que acabo de subrayar, ya que lo que se escribe en un análisis es un trazo del decir, de la palabra, que por su insistencia traza sus surcos. Ver sobre este punto “Lituraterre” y Aún.
Entonces, cuando Lacan escribe en el Prefacio, yo soy poema, no hay que equivocarse. Esto no quiere decir que yo soy ICSR o síntoma. Es de Joyce de quien ha podido decir él es síntoma. Yo soy poema es más bien yo soy sinthome, ya que denomina sinthome al decir que preside el anudamiento de las tres dicho-mensiones (dit-mensions) y a la configuración de goce que resulta de él. No perdamos de vista que en 1976, fecha del Prefacio, todas las elaboraciones sobre el nudo están en el trasfondo de lo que Lacan produce. Así, con el decir sinthome, la letra fuera de sentido que hace el ICS real no va sola, está anudada al sentido. No es entonces simplemente por credulidad transferencial que cada uno busca el sentido de lo que él es y de lo que le ocurre. Y de hecho, todo lo que sucede en una vida, como en la historia, es vivido en el registro del sentido que yo doy a todo lo que sucede.
Es que el sentido que se elabora entre imaginario y simbólico tiene su propio peso como vector de goce, en otras palabras, es él mismo operante. La verdad no toda efectivamente no es toda poderosa, pero seguramente tampoco toda impotente. Su medio decir puede muy bien mentir irremediablemente sobre el fuera de sentido, aún así: este medio-decir se sostiene de un real, el del objeto a cuya falta no cesa de escribirse, necesario entonces, inherente al “que se diga”. No se puede entonces oponer los semblantes y el sentido de un lado, y luego del otro la letra del síntoma como si el goce estuviera todo de este último lado. Si Lacan ha escrito goce-sentido en dos palabras, sentido gozado, es precisamente porque el goce está por todos lados y da consistencia no sólo al síntoma real fuera de sentido sino a los semblantes mismos. Además esta tesis está implicada por la propia definición del discurso como orden del goce, regulado por el semblante.
La manifestación fundamental del ICSR es el síntoma el cual hace ex-sistir el inconsciente en lo real. Para situar su función, recuerdo la 2ª conferencia sobre Joyce, contemporánea del “Prefacio”. Hablando del goce propio del síntoma, dice “Goce opaco por excluir el sentido”. Agrega “sólo se despierta por ese goce. Ser post-joyciano es saber eso”. Podría glosar: ser post-joyciano es saber el espejismo de la verdad de la que toda elaboración de la transferencia atestigua y que se debe a la estructura del lenguaje. Por otra parte, es también saber su mentira, que no es lo mismo que el espejismo, y que no se percibe más que a condición de tomar en cuenta lo que no miente, a saber, lo real del síntoma, por la sencilla razón de que no habla, a pesar de que viene de lalangue hablada.
El tema del despertar a lo real que consistiría en despertarse del sentido ha tenido éxito, debido a Lacan, y a veces ha conducido a algunos a jactarse del despertar, olvidando sin duda que Lacan también dijo: no hay despertar posible. Además prosigue la frase que acabo de citar diciendo: “no hay despertar sino por este goce, o sea, desvalorizado por el hecho de que el análisis, recurriendo al sentido para resolverlo, no tiene otra posibilidad de conseguirlo sino es dejándose enredar…por el padre, como ya he indicado.”
Subrayo desvalorizado. Esta frase dice que el análisis desvaloriza este goce fuera de sentido ya que dejarse enredar por el padre, por el decir del padre o por el decir-padre, es contar con los semblantes y el sentido. Y esto implica, se dan cuenta, que el psicoanálisis no puede ser joyciano: en el mejor de los casos, post Joyciano si no desconoce el real fuera de sentido, en el peor, pre joyciano, si ignora el ICSR. Es a oponerse a esta última alternativa que Lacan consagró sus últimos años, y pienso que es la alternativa para el psicoanálisis hoy: pre o post.
¿Quiso Lacan despertar el psicoanálisis? El tema circula, pero yo creo más bien que él quería despertar a los psicoanalistas, no es lo mismo. Querer despertar el psicoanálisis querría decir que se le podría aplicar lo que él mismo decía de Joyce a propósito de la literatura, a saber, que querer despertarla “es precisamente firmar que quería su fin”. Podemos decir lo mismo para el psicoanálisis: despertarlo del sentido sería ponerle fin.
¿En qué Joyce ha ilustrado el psicoanálisis? Por el manejo del significante fuera de sentido y por el goce del síntoma sin ninguna especie de sentido, ilustró lo que le faltaba al psicoanálisis para limitar la deriva del sentido. Sin embargo Joyce no ilustra la desvalorización de este goce que excluye el sentido, esta desvalorización es lo propio del psicoanálisis. Es precisamente lo que implica el “Prefacio”: el goce fuera de sentido permite poner un término a la cura, es decir, a la deriva infinita del sentido, entonces, a la deriva de la verdad. Pero el texto marca el límite: pone un término a la cura pero no al psicoanálisis, consistiendo precisamente el pase en provocar la continuación del decir analizante, más allá del análisis terminado: que él diga lo que ha captado de cómo y de qué manera la aventura se hizo y se acabó.
Concluyo entonces sobre la cuestión de la articulación: lo real del goce opaco del síntoma es “antinómico a toda verosimilitud”, lo que significa que no le debe nada a la verdad biográfica, como sabemos. Incluso si es fechable, lo real sigue siendo disjunto e indeductible de la verdad del sujeto. Misterio. Y bien, este real, que debe tenerse en cuenta, el decir del análisis no pueda hacer más que reconocerlo y “ponerlo en su lugar”, el lugar donde hace de tapón al agujero de la verdad, de donde el sentido… huye. Lo real, como “falta de la falta”, y sabemos que la falta es la del objeto, marca el límite de lo elucidable. Se le puede decir a este título imposible, imposible de elucidar, pero es un imposible cuya aproximación es nueva. No se demuestra por vía lógica, se manifiesta como afecto. Los afectos de lo real van del horror, o de la angustia si se prefiere, a la satisfacción de fin.
Ponerlo en su lugar, lo real -es la expresión con la que termino- en su lugar de tapón en el nudo, el nudo de donde se rehace el poema borromeo que soy. Esto deja entera la cuestión del saber hacer del poeta, y del buen o mal uso que los psicoanalistas puedan hacer de él. El buen uso sería servir de ejemplo de su decir, pienso, en el testimonio del pase, y en lo que decimos del psicoanálisis. Este poema que, sin nombrarlo así, el analizante recusa al inicio del análisis, es incluso esta recusación que le ha llevado al análisis, este poema entonces, no siendo el autor, puede no obstante firmarlo al final.
Sin embargo, no lee de ello más que unos pedacitos- punto sobre el que insisto. Al final, el sujeto queda expuesto a las manifestaciones de los efectos de lalangue que le sobrepasan. Con lalangue, Lacan replica al who Es war soll Ich werden de Freud, lo cito: lalengua es “un saber imposible de alcanzar para el sujeto”. He ahí lo que nos debería precaver de todo vocabulario del acceso, el acceso a lo real, acceso al goce, acceso al despertar. No se accede a lo real, él se manifiesta sin vuestro consentimiento. No se accede al goce fuera de sentido, el os tiene cautivos bajo sus diversas formas. No se accede, pero se puede ceder sobre el “no quiero saber nada de ello” y captar algunas nociones- pero puntuales y efímeras, Lacan lo subraya. Sería igualmente escabroso valorar en conjunto la función del despertar por lo real, lo que no existe más que en la psicosis, y ni tan solo en todas. A falta de lo cual correríamos el peligro de producir una idealización del pase al despertar, que no sería más que otro “no quiero saber nada de ello”, esta vez de lo imposible, y lo que no dejaría de darnos aires de sonámbulos.
He dicho que no hay despertar a lo real que se sostenga, como Lacan dice no hay amistad que se sostenga, pero hay sin embargo unos relámpagos. Un relámpago por otra parte no se sostiene, es un laps, un laps de tiempo que nunca ha puesto fin a los ambientes tenebrosos, a pesar de que uno pueda acordarse de lo captado. En cuanto a las tinieblas que nos conciernen, son las del ICS-lalangue cuyos efectos son inconmensurables a todo lo que yo pueda decir, y que continúan asaltándome con sus manifestaciones incluso después del análisis. A ello no hay fin, y la lectura-toda, Lacan lo subrayó bastante, no existe, por el hecho de lalangue. El no todo del final es también un no todo leer. De donde este final de análisis cuya marca propia es el cambio de posición, es decir, de afecto, en relación a la verdad y a lo real imposible. Este cambio que va del horror a la satisfacción sirve como conclusión pues el afecto testimonia indirectamente que lo real ha sido puesto en su lugar por y dentro del decir del analizante. Tal es finalmente el efecto terapéutico-epistémico del psicoanálisis. Y él es el único que lo tiene.