Lo fundamental de Heidegger en Lacan, de Héctor López.
Segunda Edición (corregida y aumentada)
Letra Viva, Colección Psicoanálisis y Filosofía, Bs. As., 2011.
Martín Alomo
Lo fundamental de Heidegger en Lacan indica una dirección y un sentido, tal como aclara Héctor López: se trata de lo que del pensador alemán podemos encontrar en el psicoanalista, ya que de ambos, éste es el único que se interesó en el otro. En cuanto al Otro planteado por Lacan no es cualquiera, sino uno muy particular siempre referido a la estructura del lenguaje, pero también del deseo. En cuanto a Heidegger, si bien es cierto que se ocupó -sobre todo en el momento posterior al giro de 1933- cada vez más del problema del lenguaje, ello no implica que el decir de la poesía (Dichtung) tal como lo recorta, a pesar de ciertas afinidades insoslayables, revista las características del Otro lacaniano ni las relaciones de éste con lo real.
Lo fundamental de Heidegger en Lacan es más bien un libro de diferencias y de separación de aguas, y por eso mismo, en esa disquisición, en ese establecimiento de las fronteras es posible leer que los bordes delimitan y separan a la vez que comunican. “El cruce”, tal la propuesta de López, deja señalado un punto de intereses comunes, de “fraternidad en el decir”. Sin embargo, para poder llegar a situarlo hay que andar un largo trecho. En principio, hay que reconocer dos vectores; en primer lugar, el que va desde la analítica del Dasein y el lenguaje especulativo, hasta el Evento del Ser (Seyn) y el lenguaje poético, en Heidegger, por supuesto. Luego el vector lacaniano, que parte de la póeisis del inconsciente, caracterizada por la metonima considerada como censura y la metáfora como salto, para llegar al lenguaje formal (a-semántico), la lógica, la topología y los nudos (pp. 29-35).
López delimita estos dos vectores para situarlos espacialmente, en lo que constituye su grafo inaugural del cruce, de modo que ambos se intersectan como las aspas de una equis. Estos dos vectores, que representan los caminos seguidos por el analista y el… ¿filósofo?, al superponerlos bien podrían dejarnos frente a la perplejidad del enigma. Sin embargo, el uso que Héctor López hace de la X logra ir más allá del enigma, ya que ubica en ella un punto. En dicho punto, “el cruce”, el autor señala que “cada obra está tensionada por una misma cuestión: la búsqueda de un lenguaje que sea capaz de decir lo imposible de decir del ser por un recurso límite entre lo simbólico y lo real que no sea metalenguaje sino que hable por sí mismo, aun a sabiendas de que no hay un lenguaje que pueda agotar la verdad” (p. 32-33).
Luego, la pregunta “¿qué nos dice el lógos?” inicia un sendero prolífico y sorprendente, donde tal vez el cruce alcance su encuentro más notable. La traducción de Lacan, en 1956, de la conferencia “Lógos” no es un dato menor. La pregunta nos conduce, con Heidegger, hasta el fragmento 50 de Heráclito, y la primera sorpresa es que el único modo de escuchar al lógos es siendo uno con él; pero además, ese escuchar no implica al medio acústico, ¿de qué escucha se trata entonces? Por otra parte, el lógos también se ofrece por fuera del campo semántico, y Lacan lee esta cosecha de lo que no tiene sentido ni participación acústica como el legado puesto allí, que a través de las generaciones nos habla (pp. 39 y 49).
“El Lógos o la razón desde Freud” hace vibrar las resonancias del lógos, roza la noción de nominación y recala en la noción de verdad como alétheia. Se trata de un segundo capítulo que articula la verdad como lo que se des-oculta en el légein (hablar, narrar, contar), en un movimiento cuyo efecto es doble (hacia la partícula privativa “des” y hacia el “oculta”), y la noción psicoanalítica de repetición.
El lógos vibra con la fuerza de lo que es demanda una y otra vez, y en esa re-petición resuena también el deseo, cuya fuerza liberadora lo aparta decididamente de la proporción romana que expresa la sentencia veritas est adequaetio rei et intellectuss. En cambio, en la pólis, el misterio parece ser mejor abrigo para las veleidades del deseo, y a diferencia de la ratio como proporción, el lógos se revela como “una palabra conductora del pensar” (p. 49).
Luego “Lo incalculable: un deseo siempre el mismo” (p. 53), que ya en el título sugiere e incluso muestra dos nociones caras al psicoanálisis: tyche y deseo. Y allí Ebenbild, la imagen que viene a mostrar el colmo de la paradoja: lo que no puede representarse, entre otras cosas porque no es -pequeño detalle- insiste sin embargo en consistir en su vivo retrato. Pero ese no ser, o ese ser de no ser que paradójicamente del único modo que puede advenir es siendo un objeto -incluso ligado a un sentido de la realidad- está sustancialmente herido de ab Grund, un sin fundamento esencial que inhiere el corazón mismo del Dasein, y que Héctor López lee utilizando como clave la carencia ubicada por Lacan en el centro de la estructura.
Ereignis comienza a acercar los desarrollos heideggerianos a la noción lacaniana de metáfora. Sin embargo, “en Heidegger pareciera que la palabra puede, en momentos privilegiados, no errar el blanco; él confía en ella, y propone ‘dejar al Ser (Seyn) que sea’, pues aún en el misterio de su ocultamiento, el ser se muestra, mientras que Lacan afirma que la palabra apunta a lo real, pero le falla siempre el ‘colimador’” (p. 56). Una vez más, es claro el movimiento operado por López: primero, situar los puntos de cercanía, “la fraternidad en el decir”; luego, los de disyunción. Este ejemplo que citamos, señala el único sentido, siempre el mismo, de los hallazgos en cuanto a quién tiende -sin sospecharlo y pretendiendo lo contrario, tal vez filósofo en este punto- hacia el pantano metafísico, con la suposición velada de algún resabio último del Ser verdadero, que incluso podría llegar a decirse.
En contra de las voces que pretenden que el psicoanálisis ya ha sido dicho, por ejemplo por Heidegger, y a propósito de la importancia de la valoración de las diferencias, Héctor López comenta que “La instancia de la letra…” es un texto marcado por la influencia de Heidegger, sin embargo “influencia no quiere decir adhesión ni identidad, sino simplemente relación entre dos autores que se cruzan en el camino de un nuevo pensar, aun en la diferencia, incluso en la confrontación” (p. 78).
Para profundizar el surco de las diferencias, Raúl Sciarretta, maestro de quien López se confiesa discípulo, “enseñaba que la lógica de lo inconsciente es una lógica de lo imposible, mientras que la lógica del sentido en Heidegger es una lógica de lo posible” (p. 86).
Más que para resaltar las diferencias, para señalar oposiciones, resulta de sumo interés la disquisición respecto de la noción de Sorge. El contexto es el camino que puede sacar, por medio de la angustia, al hombre de la inautenticidad, de lo impropio del Man. En este capítulo López sitúa un des-encuentro entre Lacan y Heidegger, fundado en un equívoco en la terminología -que sitúa puntillosamente, a la letra-; por eso el título “De la preocupación -souci, tal como Lacan traduce Sorge- al cuidado” (p. 100). Las consecuencias del malentendido, que López rastrea y consigna, exponiendo la lógica del error y caracterizando sus aristas, son notables.
La cuarta parte, “Fin de la metafísica, final de análisis”, indaga la noción heideggeriana de lo abierto vinculada al “más allá del Padre” (p. 119). Esto lo lleva a plantear la cuestión de “la libertad del Dasein”, como aquello que escapa a la coerción del Otro (p. 141).
Luego el salto (Sprung) es puesto a prueba con la cuestión del final de análisis, partiendo de la frecuencia con que Lacan utiliza el término a la altura del seminario del acto analítico (p. 143). Pero también examina López otra de las vertientes del salto, el del lenguaje filosófico al lenguaje poético, a partir de Die Kehre. Y por último, propone un “segundo salto”, a propósito del cual ensaya su concepción del pase inventado por Lacan (p. 154).
En “Tiempo de ser y fin de análisis”, la esencial temporalidad del Dasein es explorada a la luz de la temporalidad lógica de la estructura, que adviene a partir de las escansiones del discurso. Luego, con Lacan, “ser el síntoma” es la cuestión (p. 161).
Y para terminar la parte dedicada al final, un apasionante pasaje dedicado a la de-cisión, que resultaría incomprensible sin los desarrollos previos sobre las nociones de salto y peligro (Gefahr) (p. 165).
A continuación, algunas consideraciones éticas llevan a Héctor López a poner el acento, ora agudo, ora circunflexo, bien sobre la épsilon, o bien sobre la eta. El êthos viene a escribir, a través de la pluma de López, la frase de Lacan: “el psicoanálisis no es un humanismo”, que en el contexto de Lo fundamental... no podemos dejar de leer como paráfrasis de aquella otra heideggeriana respecto del existencialismo, inserta en el marco de una polémica con Sartre (p. 186).
Heidegger, quien ha conmovido el pensar del siglo XX -lo que implica que ha conmovido también todos los siglos precedentes en la historia del pensamiento- “abriendo el camino hacia un otro pensar en los confines de la filosofía y en el presentimiento del psicoanálisis”, escribe López, ha sido una persona políticamente incorrecta, y tal vez indefendible. Las relaciones del pensador con el nazismo son examinadas en “Lo que resta por acontecer. Sobre el abominable señor Heidegger” (p. 189).
Por último, dos “invitados al cruce”, Horacio Martínez y Luciano Lutereau, enriquecen este volumen con dos aportes originales. El primero, coteja la cuestión del fin de la filosofía en Heidegger con el final de análisis en Lacan, llegando a situar la Lichtung (el claro) heideggeriana sobre una banda de Moebius (p. 201), en la búsqueda de “una nueva enunciación”. En “El descubrimiento de la verdad”, Lutereau traza un apasionante recorrido que evoca la dialéctica en espiral que organiza el escrito “De una cuestión preliminar…”. Parte “hacia Heidegger” desde los textos del inicio de la enseñanza de Lacan; para llegar a un “después de Heidegger” señalado en los desarrollos sobre la verdad del seminario 17; habiendo pasado “con Heidegger” por Ser y tiempo -deteniéndose con mayor detalle en el parágrafo 44- y por “De la esencia de la verdad” (pp. 207-214).
Lo fundamental de Heidegger en Lacan es el libro de un psicoanalista que lee a Heidegger y escucha el texto escrito de un modo singular. Esta escucha logra cernir un punto, más precisamente un punto de cruce que para poder ser situado, traza primero líneas -sí, el punto las traza: temporalidad sorprendente- cuyas direcciones son vectorizadas necesariamente por la aparición de sentidos: situar el recorrido de Lacan, elegir los hitos que lo delinean, hacer lo propio con Heidegger y llegar a señalar el punto. La X de Héctor López, el grafo conceptual que sitúa el cruce, no nos deja en la perplejidad del enigma, ya que nos da las coordenadas de un pensar concernido y hace resonar el lógos en nosotros, que nos dice. Además, nos invita a una escucha muy particular de esas resonancias, una escucha del “hablar de la lengua” que para quien quiera oír se deja en el silencio.