Ver es un arma del poder. Desde la videovigilancia hasta la
captación de imágenes en medicina, pasando por los satélites que barren el
planeta, innumerables dispositivos se empeñan en volvernos íntegramente
visibles. Se quiere ver todo, hasta la transparencia. Hoy día, hacer compras en
Londres es ser filmado más de trescientas veces. Antes se vigilaba a los
criminales, hoy se vigila sobre todo a los inocentes. Pero, más allá de la
vigilancia, esa mirada global infiltra todas las zonas de nuestra vida, desde
el nacimiento hasta la muerte. La ideología de la transparencia, que amenaza
nuestras existencias, el espacio privado de nuestras casas y el interior de
nuestros cuerpos, disuelve un poco más cada día lo que tenemos de íntimo y
secreto. La ciencia y la técnica han pergeñado un dios omnividente electrónico,
un nuevo Argos dotado de millones de ojos que no duermen nunca. Más que en una
civilización de la imagen, hemos entrado en una civilización de la mirada.