sábado, 3 de diciembre de 2011

PABLO PEUSNER. Nota sobre los testimonios en psicoanálisis


No por nada “testimonio” en latín se denomina testis,

siempre se testimonia sobre los propios cojones.

Jacques Lacan, Las psicosis, Clase III

Quisiera comenzar esta breve nota con una pregunta: ¿qué es un testimonio?

La etimología que el propio Lacan sitúa en su tercer seminario es, por lo menos, dudosa. ¿Se testimonia sobre lo que es propio, sin referencia al Otro? Pero además, ¿involucra el testimonio algo del orden de la valentía? ¿Hay algo heroico en el hecho de dar testimonio? ¿Tienen el mismo valor el testimonio de un encuentro particular con el psicoanálisis y el testimonio del pase de quien recibió la nominación de Analista de la Escuela? ¿Se testimonia siempre –como afirma Lacan– sobre los propios cojones?

Investigando un poco acerca de la etimología que Lacan introduce, es posible notar algunas divergencias que enriquecen la cuestión. En Lo que queda de Auschwitz[1], Giorgio Agamben plantea que, en latín, existen tres términos para expresar la idea de testimonio. En primer lugar, el mismo término citado por Lacan, testis, aunque Agamben lo sitúa en referencia a quien enuncia el testimonio (o sea, al testigo) “en cuanto interviene como tercero en un litigio entre dos sujetos”. En segundo lugar, superstes, es “el que ha vivido hasta el final una experiencia y, en tanto que ha sobrevivido, puede pues referírsela a otros”. Finalmente, el término auctor “indica al testigo en cuanto su testimonio presupone siempre algo –hecho, cosa o palabra– que le preexiste y cuya fuerza y realidad deben ser confirmadas y certificadas”. La conclusión de Agamben es que “el testimonio es siempre un acto de auctor, implica siempre una dualidad esencial, en que una insuficiencia o una incapacidad se complementan y hacen valer”.

Intentemos articular estos matices, en primer lugar, con una obra aparecida en español en el año 2008 en Madrid, titulada La regla del juego. Testimonios de encuentros con el psicoanálisis. Este libro, compilado por Bernard-Henri Lévy y Jacques-Alain Miller, reúne los testimonios de gran cantidad de psicoanalistas, políticos y gente del ámbito cultural mundial (la iniciativa fue, justamente, de la revista homónima). En ellos, cada uno cuenta cómo fue su encuentro con el psicoanálisis. Si bien cada caso tiene un matiz particular, en ellos no se narra necesariamente la experiencia hasta el final. Estos testimonios podrían sin duda adquirir el valor de testis, puesto que suponiendo un litigio entre terceros acerca de la validez o no del psicoanálisis (y ese es un poco el contexto en que fue publicada la obra, luego de la publicación de El libro negro...), el testimonio en cuestión podría funcionar como una posición tercera a favor del psicoanálisis, desde la que podría dirimirse el litigio.

Existe sin embargo otro tipo de obra, en la que el testimonio adquiere otro valor. A modo de ejemplo citaré Ecos del pase, de Marcelo Mazzuca, publicado recientemente a partir de una co-edición entre el Foro Analítico del Río de la Plata y Letra Viva, en Buenos Aires. Su autor ha recibido la nominación como AE por parte de la Escuela de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano. Y la obra en cuestión recoge sus diversos testimonios escritos, presentados en distintas instancias de la Escuela (tanto nacionales como internacionales). Ahora bien, estos testimonios toman en primer lugar el valor de superstes: fundamentalmente porque exponen y dan cuenta de una experiencia vivida hasta el final.

No hay nada heroico aquí, sino más bien la verificación de una posición ética consistente en ir más allá del horror al saber. Pero además, cabe preguntarse si la escritura y publicación de estos textos puede considerarse como acto de auctor, porque... ¿qué sería un psicoanálisis sin la posibilidad de que un acto confirme y certifique la posibilidad de la existencia de su final? Si el psicoanálisis adolece de insuficiencia e incapacidad –la que parece ser más bien un efecto de la posición de los analistas que de su propia estructuración– se convierte en necesario (incluso en el sentido modal) que algún acto le otorgue validez.

Medianamente aclarado esta diferencia de valores entre los tipos de testimonio, digamos algunas palabras acerca de cómo se presenta este género de escritura tan particular que son los testimonios del pase en el libro de Mazzuca.

A nivel literario surge a primera vista que su estilo es algo duro, puesto que mucho de su contenido tiende a ser presentado como fórmulas. Podría tenerse por seguro que en la ocasión en que tales textos resultaron leídos ante un público despertaron interrogantes y la solicitud de aclaraciones, pero al leerlos en un libro, exigen un plus del lector –algo que, personalmente, considero muy estimulante–. Es justamente un efecto de dicho estilo que los detalles de la vida privada de quien testimonia no aparezcan presentados de modo –digamos– periodístico. No se hallarán chismes ni anécdotas divertidas. La hystorisation (uso aquí el neologismo de Lacan) no es una crónica, sino una construcción puesta al servicio del testimonio. Y en el libro de Marcelo Mazzuca, funciona como tal.

No puedo hacer menos que recomendar fervientemente la lectura de estos materiales. Cada testimonio, a su manera, contribuye a la reinvención del psicoanálisis: ya sea porque lo defienden de posibles detractores, porque dan cuenta de efectos particulares, o en tanto permiten verificar su carácter finito, efectivo, racional y terapéutico. Se trata de una lectura diferente, situada política y éticamente, ante la que tampoco debemos retroceder.





[1] Para lo que sigue, véase Agamben, Giorgio. Lo que queda de Auschwitz, Ed. Pre-Textos, Valencia, 2001. Especialmente el punto 4.6, pp. 155-157.