FRAGMENTO.
A comienzos del siglo XX, en la época de la invención del psicoanálisis en Viena, Baruch de Spinoza vuelve a causar escándalo (¡dos siglos después de su muerte!). Citemos a Leo Strauss (Le testament de Spinoza), que resume perfectamente la situación, percibiendo en ella –aunque la paradoja se le escapa– el advenimiento de una nueva religión: “Spinoza abrió así la vía a una nueva religión o religiosidad que debía inspirar una forma absolutamente nueva de sociedad, una nueva clase de Iglesia. Se convirtió él solo en el padre de esta nueva Iglesia, que debía ser universal de hecho y no sólo de principio, como otras iglesias, porque ya no se asentaba sobre ninguna revelación positiva. Era una Iglesia donde los que se consideraban autoridades no eran sacerdotes, ni pastores, sino filósofos y artistas, y cuyos fieles pertenecían a los círculos de hombres acomodados y cultivados. Era de la máxima importancia para esta Iglesia que su fundador no fuera un cristiano sino un judío que había adoptado de manera informal un cristianismo sin dogma y sin sacramento. El antagonismo milenario entre el judaísmo y el cristianismo estaba a punto de de-saparecer. La nueva Iglesia haría de los judíos y cristianos seres humanos; seres humanos de una clase particular: seres humanos cultivados que, por poseer la ciencia y el arte, ya no tendrían necesidad, por añadidura, de la religión. La nueva sociedad, constituida por la aspiración común de todos sus miembros a lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello, emancipó a los judíos en Alemania. Spinoza se transformó en el símbolo de esta emancipación, que debía ser, más que una emancipación, una redención secular. En Spinoza, un pensador y un santo que era al mismo tiempo judío y cristiano, y por ende ni una cosa ni la otra, todas las familias de espíritu de la Tierra serían, se esperaba, bendecidas. En síntesis, el mundo no judío, habiendo sido formado en gran medida por Spinoza, se había vuelto receptivo a los judíos que querían parecerse a él”.
En aquella época, en este clima cultural omnipresente, Freud se inscribe en la logia judía B’nai B’rith (1895), prepara la Psicopatología de la vida cotidiana (1898), publica Sobre el mecanismo psíquico de la desmemoria, redacta La interpretación de los sueños, comienza el análisis de Dora (14 de octubre de 1900), viaja a Roma (1901), a Nápoles (1902), crea la Sociedad de los Miércoles (1902), llegan los primeros discípulos, conoce a Jung (1907), luego a Ferenczi, abre el primer congreso de psicoanálisis en Salzburgo (1908), viaja a los Estados Unidos (1909) y cuando, en 1910, Hermann Cohen anuncia el final del recreo con Spinoza, funda la IPA en el congreso de Nuremberg. Seis años más tarde, el joven Lacan tapizaba su cuarto con el plan de la Etica de Spinoza.
Vuelvo, pues, a mi pregunta en relación con el “debate” Spinoza/Freud. Para empezar, ¿cómo evitar este debate –que veremos acalorarse– cuando Spinoza y Freud, uno antes que el otro, consideran que la esencia del hombre es el Deseo, y cuando en la noción freudiana de libido resuenan tan claramente las libidines de Spinoza, que nada tienen que ver con la voluptuosidad? En este sentido, Paul Ricoeur llegará a plantear como equivalentes la libido freudiana y el conatus spinoziano. Algo que impugnará Bertrand Ogilvie, para quien el conatus en uno y el deseo en el otro no tienen nada que ver, pues “el primero no caracteriza únicamente al hombre sino a todas las cosas, la distinción entre conciencia e inconsciente es secundaria e indiferente para su definición, es incompatible con la idea de autodestrucción, etcétera; características todas que se encuentran en las antípodas de lo que propiamente constituye el descubrimiento freudiano”. Pero, por otra parte, ¿cómo pasar por alto que el proyecto spinoziano se articula a partir de la amnesia de la propia infancia, lo que presenta afinidades con la “represión originaria”, o cómo, finalmente, desatender el parentesco al menos proposicional entre “represión” y “tratamiento y conocimiento de los afectos”? Jean-Marie Vaysse irá más lejos al recordar que, en Spinoza, el conocimiento de lo desconocido del cuerpo conduce al de lo inconsciente, calificado de inconsciente “positivo”.