La musicoterapia es una disciplina aún joven, pero que se ha
ido expandiendo y ha ganado mucho respeto en el país. Susana Satinosky, que en
2006 publicó Musicoterapia clínica, libro hoy agotado, cuenta sus
experiencias en gabinete privado y en diversas instituciones relacionándolas
con conceptos teóricos.
Su trabajo es uno de los pocos que exponen casos clínicos en
musicoterapia, algo muy enriquecedor para especialistas e interesados. Personas
que han sufrido violaciones, que han perdido su idioma materno o sufren
patologías severas encuentran en la música un camino para aliviar el sufrimiento.
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Palabras en la ocasión de la presentación del libro
por la Lic. Juana Goldfinger de Gutman:
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Palabras en la ocasión de la presentación del libro
por la Lic. Juana Goldfinger de Gutman:
Agradezco a Susana por haberme invitado a compartir este
acontecimiento. Nos une una antigua y siempre renovada amistad y, en esta
ocasión, la música y nuestras profesiones nos volvieron a reunir en torno a este
libro, libro que captura nuestra atención por la frescura de los relatos de su
clínica, como así también por la rigurosidad teórica con que fundamenta su
práctica.
Por otra parte, deseo mencionar especialmente que aquí, en esta “casa
de cultura” que es la
Sociedad Hebraica , tuve mis primeros acercamientos a la
literatura, allá por mi adolescencia, y es en esta misma casa donde hoy tengo
el honor y privilegio de presentar este libro.
Y no es poca la coincidencia. El nombre de esta Feria del Libro
Judío, “La palabra y el verbo”, me hizo pensar que nada más apropiado para
nuestro tema, ya que es un título que remite al Génesis: “En el inicio, fue el
verbo”. O sea, tanto la palabra como la acción.
Es por todos conocido el valor que para nuestro pueblo ha tenido y
tiene la música como trasmisor de tradiciones, sentimientos, saberes. Es un
modo de vinculación más allá de las diferencias idiomáticas y culturales.
Lo que nos precede como tesoro al que advenimos como personas es el
universo del lenguaje, las palabras dichas, los arrullos cantados, los deseos,
los ideales, los afectos familiares que nos marcan y nos dan marco.
Ahora bien, ¿de qué hablamos, en musicoterapia, en psicoanálisis, cuando
nos referimos a la angustia, a las inhibiciones, a los síntomas psíquicos o
físicos, sino a lo que hace al sufrimiento de quien se acerca a consultarnos?
Lo que intentamos en los tratamientos que conducimos es buscar
alivio al malestar, al dolor, que los deseos de cada uno encuentren la
posibilidad de expresión: mover lo
que está frenado, atascado, en algunos casos; frenar los impulsos destructivos
en otros.
Se trata, ni más ni menos, de que la tragedia particular devenga
comedia; musical, en esta oportunidad. Y la comedia es algo muy serio. Intentamos
que el sujeto no vuelva una y otra vez, rítmicamente, a chocar con la
misma piedra, que no siga repitiendo conductas que, aunque conocidas, resultan
sorprendentes cada vez.
Pichon Rivière decía que, cuando algo
pasaba, cambiaba el ritmo de la sesión. ¿Se
tratará de cambiar de ritmo?
Hace un tiempo, llegó a mis manos el informe de los resultados de
una investigación titulada “La música sirve contra el dolor”, realizada en una
universidad de Colombia, en la cual más de 1.800 pacientes fueron tratados con
musicoterapia. Se estableció que las personas tratadas con la música tenían un
70 % más de probabilidades de conseguir alivio que los pacientes que no habían hecho
esta terapia. Y lograron aliviar en casi un punto el dolor de los pacientes. Conclusión:
la música es otra de las herramientas disponibles para el alivio del dolor, siendo
fácil de administrar, libre de efectos adversos.
Como dice Susana en su libro, el niño se
instala en una red simbólica al nacer y, sin red, se produce un feroz abismo. No
alcanza la comida para que un ser humano viva, necesita ser alimentado por el lenguaje
para constituirse como sujeto.
El bebé encuentra en la voz materna los signos de cuidados y
afectos y es sobre este modelo que comienza a ejercer su propia voz. Es el
primer modelo de un placer auditivo en el que la música encuentra sus raíces,
su matriz sonora.
La voz, en
otro aspecto, lleva las primeras marcas preparatorias a las identificaciones. Participa de la misma melodía, del mismo ritmo que hacen la palabra
y el gesto.
El bebé también distingue la voz del
padre, de distinto registro, ligada a la diferencia de los sexos, su primera
marca. Percibe en esas voces una organización, un orden al que adhiere.
Se reconoce a una persona por la voz. La voz se sustenta y transcurre entre lenguaje y cuerpo. Dos
orillas que, al mismo tiempo, forman parte del río, muestran un paisaje, que no
es otro que el fantasmático, inconsciente, centrado sobre el cuerpo.
Recordemos que
los oídos no tienen párpados ni persianas que los protejan. Es el único orificio
del cuerpo que no puede cerrarse.
Susana relata
experiencias con pacientes graves, cuenta cómo, utilizando distintos mediadores
musicales, busca que se organice aquello de la constitución de esos sujetos que
se muestra tan desajustado.
Procura hacer del
síntoma canto, acortar las vías del sufrimiento, acallar ciertas voces. Simplemente
de esto se trata, de alojar a un sujeto que pueda decir, cantar, danzar. Cada
uno en su ritmo, cada uno con su letra, estableciendo una armonía que le
posibilite socializar, hacer vínculo con otros.
Y, para concluir,
voy a citar un párrafo de un libro de Kenzaburo Oé, quien ha novelado el drama
que causó en su vida el nacimiento de su hijo mayor, con una malformación
congénita. En varias de sus novelas va narrando cómo el amor por ese hijo lo
lleva a intentar distintos métodos para comunicarse con él. Uno de estos
métodos es a través de la música. Actualmente, este muchacho escribe música que
es ejecutada por él y por sus compañeros de la escuela. Cito textual:
¿De qué forma vive la imaginación en Eeyore? ¿Eeyore
tiene imaginación? Y, si la tiene, ¿cómo funciona? Desde hace unos diez años,
lo que hemos sido capaces de ver de su vida interior ha sido revelado
principalmente a través de la música.
De niño, Eeyore era un experto en identificar los cantos de los
pájaros. Yo había pasado a cinta cantos de montones de pájaros. Y los cantos de
los pájaros extrajeron por vez primera “palabras” del niño. El niño con una
inteligencia disminuida aprendió a distinguir no menos de cincuenta cantos de
pájaros y, al escucharlos, descubrió el mismo placer que experimentaba
comiendo.
Desde que yo manejaba el magnetófono y Eeyore recibía mi señal y
respondía con palabras, lo interpreté como que se había establecido
comunicación con él. Este procedimiento permitía un gozoso reconocimiento. Se
trataba, a través de la música, de crear una vía de comunicación con mi hijo.
Desde el momento en que la voz se pone en
juego en la música, se encuentra el lenguaje. Se cantan las palabras.