Prefacio
Pablo Peusner
“No retroceder ante los niños...” es una
consigna lacaniana anterior a la más conocida que invita a no retroceder ante
la psicosis. ¿Y por qué los analistas retroceden ante los niños? Esta pregunta,
que en modo alguno es ingenua, podría responderse echando mano a diversas
causas: que la formación universitaria en el área de la psicopatología y la
clínica con niños es pobre y optativa (un mal endémico en casi todas las
universidades de nuestro país) suele ser evocada con frecuencia. Pero también,
ya en plano subjetivo, muchos analistas declaran tener dificultades personales
para encontrarse con los niños en carácter de tales –algo que podría resolverse
tal vez con un poco de análisis...–. Además están aquellos que, apelando a ciertos
bordes de la teoría, declaran la incapacidad del niño para hacerse cargo
de su goce y lo imposible del proceso de responsabilización al que en ocasiones
reducen su práctica analítica.
A este primer grupo de respuestas a menudo
se agrega el problema de la presencia de los padres y parientes de los
analizantes-niños: considerándola un real de la clínica –error por demás
grosero– la rehúyen a favor de una política en la que el niño es el
sujeto. Esto produce un tironeo que las más de las veces concluye con una
situación habitual: los padres enojados retirando al niño del análisis y los
analistas quejándose del modo en que las resistencias se han encarnado en
aquellos.
Este panorama, algo desolador por cierto,
hace serie con cierta política que se vislumbra en la formación de los
analistas: la clínica psicoanalítica con niños sigue ocupando hoy en día un
pequeño lugar entre las múltiples actividades que se desarrollan en nuestras
instituciones. Es curioso, pero es así. Ya en el año 1949, Lacan ponía las cosas
en su lugar en ocasión de presentar su proyecto de Reglamento y Doctrina de la
Comisión de Enseñanza de la SPP, cuando afirmaba “... desde luego estamos lejos
de la época en que la práctica del psicoanálisis de niños parecía exigir tan
solo una formación abreviada”[1]. ¿Ya
“estaban lejos” en 1949, apenas diez años después de la muerte de Freud? Me
permito suponer que o Lacan mentía (al fin y al cabo se trata de un texto
político), o hemos retrocedido...
En estos días en que el psicoanálisis
recibe golpes desde muchos frentes, quienes se ufanan de transmitirlo olvidan
dos cosas. La primera es que el psicoanálisis no puede transmitirse. Hay que
reinventarlo. Así lo enunciaba Lacan en su discurso de clausura de las jornadas
de la EFP, el 9 de julio de 1978. La segunda es que la clínica con niños es
total y absolutamente anti-intuitiva. Ningún concepto del psicoanálisis
funciona allí en forma directa, como podría hacernos creer el encuentro entre
un psicoanalista algo distraído con un analizante adulto. Digamos a modo de
ejemplo que cuando un analizante adulto llega a la consulta del analista en
cuestión, su pedido podría confundirse rápidamente con la demanda. Por supuesto
que eso no sería correcto, pero sí posible. Sin embargo, no hay posibilidad
alguna de que algo así ocurra cuando la consulta es por un niño, inicialmente
porque las voces se multiplican y, por lo general, cada una pide algo
distinto... Allí los jóvenes analistas que no retroceden ante los niños
encuentran un motivo para afinar su escucha, para problematizar sus casos y
para supervisar su tarea. Pero la intuición los abandona. Hace falta pensar y
reflexionar, cuestionar las frases hechas, las fórmulas y hasta las contraseñas
psicoanalíticas, acuñadas y repetidas hasta el cansancio por los maestros de
siempre...
Cuando se presentan casos clínicos
referidos a analizantes adultos, es frecuente escuchar la expresión “un sujeto
de tantos años asiste a la consulta...”. Allí “sujeto” toma valor de “persona”,
pero ningún psicoanalista en su sano juicio afirmaría que ambas nociones dan
cuenta de lo mismo. Sin embargo, hay que verlos intervenir para verificar
cuánto ignoran la diferencia. “¿Quién es el sujeto?” preguntan algunos analistas
cuando se trata de niños, sin notar que la pregunta ya es una trampa que
inevitablemente recaerá sobre una persona. “¿Cuál es el sujeto?” suena más
interesante, justamente, porque no puede responderse “el niño”.
El libro que el lector tiene entre sus
manos está dirigido a los psicoanalistas que decidieron no retroceder ante los
niños. Su autora, Ana Laura Prates Pacheco, habita lo que Lacan llamaba “la
frontera móvil de la conquista psicoanalítica”[2]. Y como esa
frontera es móvil, lo es tanto para lograr hacer entrar al psicoanálisis lo que
antes quedaba por fuera, como para que los analistas que retrocedieron revisen
su posición y entren.
Al mejor estilo de Freud, la obra comienza
con un recorte clínico que da cuenta de un traspié. Y Ana Laura parte de su
propio obstáculo para construir una idea en torno de la cual escribirá un libro
que, si bien tiene un final, resulta infinito. La cito:
Actualmente verifico que la fantasía de infancia que
habitaba mi imaginario ofrecía de hecho, una resistencia al deseo del
psicoanalista que opera –tal como pretendo sostener– como condición de
posibilidad para una dirección de la cura que privilegie, en el análisis, la
construcción del lugar de lo infantil en la lógica de la fantasía, cualquiera
sea la edad cronológica del sujeto [p. 13].
Su
obstáculo tiene nombre: fantasía de infancia. La misma habita el imaginario de
los analistas, y si aparece en ese punto preciso en que hay que sostener
nuestros conceptos, nuestra apuesta por el sujeto y el deseo, nuestra ética
ante el goce –es decir: el deseo del analista–, inevitablemente perderemos de
vista a nuestro analizante para ver ante nosotros tan solo a un niño, a un nene,
a un pibe, a una criança... ¿Y cómo no querer salvarlo? ¿Cómo no desear
para él una familia mejor, un padre que vuelva a ocupar su lugar, una madre amorosa
y suficientemente buena? ¿Cómo no esperar que le vaya bien en la
escuela? ¿Cómo no creer que es bueno y dice siempre la verdad? ¿Cómo suponer
que carga con la falta del Otro, que su asunto (sujeto) ha comenzado mucho
antes de que naciera, que no juega solo para divertirse y que sus palabras no
comunican? Conozco algunos colegas que para lograrlo recuestan a los niños en
el diván y les niegan los juguetes, las hojas de papel y las pinturitas, pero
eso es casi... ¡una técnica conductual para los analistas! Lo que ignoran es
que el problema no es técnico, sino ético. Por eso abro una pregunta: ¿no será
ese el principal motivo de la renuncia de los analistas a trabajar con niños?
La
revisión crítica de la fantasía de infancia que Ana Laura emprende en este
libro se convierte en la condición de posibilidad para pensar el psicoanálisis
con niños. Y es una tarea necesaria puesto que, si bien el psicoanálisis ha
penetrado lo suficiente en la cultura como para que el perverso polimorfo
freudiano no sea ya una rareza, el problema subsiste a la hora de intervenir
–así lo señala nuestra autora con un caso de su propia práctica–.
Ahora
bien, el libro todo es presentado como un recorrido que desemboca en la
construcción de lo infantil en la lógica de la fantasía, lo que a todas luces
permite suponer que ese es el mejor lugar para situar lo infantil a criterio de
nuestra autora. Pero aquí, hace falta una aclaración...
El
término freudiano Phantasie, traducido al español como ‘fantasía’, fue
volcado al francés como phantasme. Los desarrollos de Jacques Lacan
sobre el mismo, sumado a las dificultades de acceso a su obra original,
reintrodujeron al español mediante una traducción algo vaga el término como
‘fantasma’. En este libro, se le devuelve al término su exacto valor como
‘fantasía’ y es allí donde Ana Laura sitúa el exacto valor para lo infantil.
Resulta imposible sintetizar aquí esa tesis, cuando la misma está presentada
algunas páginas más adelante con una fineza y claridad admirable...
Lacan
decía a principios de los años ’70 que donde está el sujeto barrado es donde se
encuentra al enseñante, y justamente esto se verifica en el libro de Ana Laura.
Ella, en tanto autora, puso a trabajar esa división –causada por una pincelada
de lo real hallada en el encuentro clínico con un niño–, y su enseñanza, lejos
de hacerle de barrera al saber, deja pasar algo que enriquece nuestra
clínica, que extiende la frontera móvil de la conquista psicoanalítica y que
redobla la apuesta por el deseo del psicoanalista en la clínica con niños.
[1] Lacan, Jacques. “Reglamento y
doctrina de la Comisión de Enseñanza” (1949), en Miller, Jacques-Alain. Escisión,
Excomunión, Disolución. Tres momentos en la vida de Jacques Lacan. Ed.
Manantial, Buenos Aires, 1987, p. 22.
[2] Íbidem. En el texto, Lacan afirma
genéricamente que todas las actividades que tienden a trabajar y problematizar
cuestiones de la clínica con niños constituyen “la frontera móvil de la
conquista psicoanalítica”.