miércoles, 5 de septiembre de 2012

Entrevista a Guy-Félix Duportail a propósito de la aparición de "La balada del corazón de becerro", inaugurando la colección NARRATIVA de Letra Viva (por Pablo Chacón y Luciano Lutereau)




Históricamente especializada en Psicoanálisis y Filosofía, la editorial Letra Viva apuesta por la narrativa, tanto de autores argentinos como extranjeros. Ya lanzó sus primeros cuatro títulos de la colección Narrativas y el primero fue La balada del corazón de becerro, una nouvelle del escritor y profesor de filosofía francés Guy-Félix Duportail. Experto en fenomenología y autor de varios libros de filosofía, en 2006 Duportail sufrió un infarto de miocardio y salvó su vida para escribir este recorrido por su propia muerte; un recorrido onírico, surrealista e irónico. 

-Pasar por el cedazo de la ficción un episodio que sucedió en la realidad, ¿es una decisión estética?
 -No sé si es una decisión estética. No creo en verdad que se trate de estética. Sin duda, el deseo de crear un “objeto” tuvo un papel en mi decisión –hacer un pequeño libro de poesía o de prosa poética–, pero la decisión de escribir es muy antigua para mí, se remonta a mi infancia. Comencé a “componer” mi primer texto a los 6 años (los “Cuentos del gato negro”), y apenas sabía escribir (técnicamente hablando). Creo que en esa época debía imaginarme que escribía más de lo que realmente lo hacía. Por eso es un deseo enraizado en la infancia. Permítame contarle otra anécdota. Cuando yo era un niño, dormía en un sofá cama de color verde, a la que llamábamos familiarmente “la cama verde”. En francés, hay una especie de anagrama entre la palabra libro (livre) y la expresión “cama verde” (lit vert). Ambos se componen de las mismas letras. La interpretación de un sueño mío me permitió percatarme de este anagrama. ¡Así que dormí durante toda mi infancia en un libro! ¡Yo estaba sobredeterminado inconscientemente por este significante, como suelen decir los psicoanalistas lacanianos!

-¿Cuál fue ese episodio?
-Para responder a su pregunta, el episodio vivido más reciente y más agudo que está en juego en La balada… es un infarto de miocardio. Este acontecimiento tuvo lugar en 2006. Podría haber sido trágico, pero relanzó la escritura poética arraigada en mi infancia. Está claro que se trata de un acto –el de escribir– que gira en torno a la cuestión de mi propia muerte. En la evocación de una ciudad abandonada que sucede en La Balada…, en el episodio novelado del infarto despliego igualmente un universo sin Yo. Se trata de un universo poético, de cosas que viven por sí mismas y fundamentalmente de uno donde el narrador se encuentra radicalmente ausente. Es un poco una travesía onírica por la muerte.

-¿A qué se debe esa decisión estética?
-La decisión “estética” de pasar la vida por el cedazo de la ficción no es algo que yo controle. Sin duda, se trata de mi lucha perdida de antemano contra la muerte y de mi desaparición/aparición en un libro. Esto era cierto para el niño que yo era y lo sigue siendo para el hombre maduro que ahora soy. Esta lucha por la huella póstuma de mi existencia es comparable a la que otrora realizara para existir; es una lucha que debo seguir, es más fuerte que yo. Georges Bataille creía que el acto de escribir debía corresponder a una necesidad. Estoy totalmente de acuerdo con esa opinión. Escribir, para mí, es una necesidad existencial. No soy totalmente libre de optar por no escribir. El ideal del escritor para mí está representado por Honoré de Balzac. Me lo imagino encadenado a su escritorio, noche y día, como un convicto condenado al trabajo forzado de la escritura, rompiendo las sillas debajo suyo al modo en que el caballo moría bajo su caballero durante las batallas del siglo XIX, ¡un Balzac constreñido a escribir para ganarse la vida y pagar a sus acreedores!

-La escritura de la “Balada…”, ¿alteró de alguna manera el recuerdo de aquel episodio?
 -Si me limito al episodio del infarto, no, la redacción no alteró para nada el recuerdo de ese acontecimiento cruel. ¡Para nada los confundo! La versión escrita es mucho más divertida, lo que cambió es el humor y la distancia que la escritura instala entre la realidad y la ficción. Puedo reírme a posteriori, pero sé bien que en la realidad no me estaba riendo. Creo que escribir lo real –en el sentido lacaniano de lo imposible– permite a quién lo vivió tomar cierta distancia, le ayuda a domeñar lo insoportable.

-¿Se puede generalizar una hipótesis “literaria” o “estética” sobre quienes frente a un choque sin mediaciones con lo real deciden escribir esa experiencia?
-De hecho, creo que se puede generalizar esta experiencia individual. No soy el primero ni seré el último que escribe inspirándose en un episodio doloroso de su propia vida. Uno teje la ficción con trozos de lo real de su vida. Es una experiencia humana muy banal. Pero eso no basta para hacer buena literatura. Tiene que haber algo más que el sufrimiento personal. Espero que tal sea el caso de La Balada….

-El uso del lenguaje es muy particular: a veces uno tiene la impresión de las cercanías de Jean Genet, Michel Leiris, Samuel Beckett, y otras veces la de leer una prosa atravesada por el universo de Robert Desnos, cierto surrealismo. ¿Hubo trabajo con esos otros autores?
-Usted compara mi estilo con el de los grandes nombres de la literatura, ¡es muy gratificante para mí! Pero, honestamente, no pensé en ninguno de los escritores que menciona al escribir La Balada…, y no he trabajado particularmente sobre esos autores en contextos literarios o académicos. Dicho esto, estuve muy influenciado por el surrealismo y el nouveau roman. Este es mi “inconsciente cultural”. Una vez más, yo no lo controlo, es él quien me controla, hasta el punto de que no tengo una clara conciencia de ello. Como francés, es muy cierto que estoy inmerso en la literatura francesa del siglo XX. Sin embargo, cuando pienso en la variedad de estilos que se suceden en La Balada…, es alUlises de James Joyce al que me remito mentalmente. Cada capítulo del Ulises tiene un estilo diferente. En ese sentido, soy joyciano, estoy influenciado por Joyce. Por otra parte, tuve la oportunidad –increíble– de dormir en una de las habitaciones alquiladas por Joyce en Dublín (Hablo de ello en la obra). Como ve, ¡sigue siendo una historia de cama! ¡El trabajo de la lengua se hace de noche, en los sueños! Usted pensará que decir esto es bastante surrealista. Pero surrealista es la vida misma.

-Si uno no lee con mucho cuidado, la “trama” también podría corresponder a la experiencia de la enfermedad y a sus modos de aparición. ¿Ese fue un trabajo deliberado?
-No sé si la trama corresponde a la experiencia de la enfermedad y a su evolución descrita desde un punto de vista fenomenológico. Si éste es el caso, no puedo más que alegrarme. Pero no fue escrito intencionalmente.

-¿Cuánto tiempo de escritura le llevó este nouvelle; tiene la escritura, a su juicio, un carácter catártico, supletorio, apaciguador?
-Hay diferentes capas de escritura en La Balada… que datan de diferentes épocas de mi existencia, que son muy distantes unas de otras. Así que no puedo dar una duración objetiva y limitada para el conjunto del texto. Digamos que en total, debe representar un año de trabajo, pero me es muy difícil representarme y cuantificar el tiempo de redacción objetivamente. Yo escribo más a menudo de filosofía, por lo que la escritura poética debe luchar contra la filosófica para tener tiempo de madurar. Como usted dice, la escritura crea un distanciamiento y una catarsis –es una verdad bien conocida. Tanto en mí como en otros, hubo una especie de abreacción en respuesta a episodios penosos. Sin embargo, quisiera dar cuenta de algo no evocado en su pregunta: la escritura también es una insatisfacción permanente, ya que el resultado nunca es suficiente. No hay palabras para reescribir un texto literario. La décima reescritura del manuscrito de A la búsqueda del tiempo perdido al parecer ya era perfecta, a pesar de lo cual Proust fue mucho más allá, posiblemente hasta las treinta reescrituras. También es un sufrimiento para quien escribe. Creo que se podría hablar de un fenómeno de goce (Lacan). Corro tras una pérdida irrecuperable y que a veces, parece serme devuelta por la gracia de mis palabras, lo cual es fuente de un gozo profundo e intenso, pero ese gozo desaparece rápidamente, no dura. Pronto hay que comenzar de nuevo. Tenemos muchos testimonios al respecto: Chateaubriand escribía a partir de los placeres de la tristeza. Baudelaire veneraba el aburrimiento y Nerval estaba desesperado. La escritura hace también un muy buen trabajo con la melancolía y la depresión. En este sentido, la escritura no apacigua nada, agrava todo, ¡pero es mejor de todos modos! Lo importante y las mayores satisfacciones provienen, a mi entender, de la lectura y las discusiones en torno a los textos terminados. Borges tenía razón, la salvación de la humanidad pasa por la literatura. ¡Pero no la del escritor! ¡Para él, es la condena eterna!