PRÓLOGO
Hace algún tiempo, en ocasión de entrevistar al padre de una joven analizante-niña que padecía de serias dificultades en su desempeño simbólico, un poco inocentemente le pregunté a qué jugaba con su hija. Este hombre, un profesional de la salud sumamente dedicado a su trabajo, respondió que no jugaba con ella puesto que consideraba dicha actividad como una “pérdida de tiempo”. Rápidamente agregó que sus padres tampoco habían jugado con él, y que consideraba más útil y valioso para el futuro de su hija una crianza en el marco de una férrea disciplina. Nunca me había encontrado con una respuesta de este tipo –aunque supongo que no debe ser una posición tan extraña en ciertas posiciones subjetivas–. Fue entonces que, improvisando una respuesta, comencé a reflexionar acerca de cuáles eran las ganancias que el juego podría introducir en la conformación del sujeto y que, en este caso, se le estaban negando a la niña –al menos, en los encuentros con su padre–.
El juego que calificamos de “simbólico” seguramente aportaría la posibilidad de la personificación, proyección e identificación. Pero también, la posibilidad de producir un relato, articulando diversas posiciones y permutaciones significantes en un intento por cernir algún real. Pensé así que incluso podría hablarse de un valor ético para el juego. Por supuesto que el juego reglado aportaba nuevos beneficios: desde la incorporación en el sistema de un tercer lugar, el lugar de la regla o de lo que en álgebra lacaniana escribimos con la letra A mayúscula (suele ser un ejercicio muy valioso, en ocasiones, la lectura de los reglamentos de diversos juegos de mesa con los niños). La alternancia de los jugadores que supone jugar “por turnos” introduce la dupla significante y su valor temporal de un modo sencillo; pero además esos juegos reglados incorporan un tablero y una distribución espacial particular, con diversos efectos sobre la dimensión del espacio y su articulación en el sujeto. Ganar, perder o empatar abren otras posibilidades –ya no binarias– y enriquecen los resultados posibles… Allí descubrí que en mi práctica clínica psicoanalítica cotidiana con niños, un partido de ludo suele ser el mejor de los test para establecer un diagnóstico de la posición de mis jóvenes analizantes ante el lenguaje. Y qué decir de los circuitos pulsionales que están en juego en la actividad lúdica, la ganancia de placer y la elaboración de diversos afectos…
¿Todo eso le estaba negando este hombre a su hija en su negativa a prestarse al juego?
Esta breve viñeta me hizo recordar otra, en la que durante una partida del juego de la oca, me encontré con un niño que, luego de arrojar el dado, contaba como 1 el casillero en el que estaba situado su peón. Esta falla, este menos 1 en la función de la cuenta –donde Lacan sitúa el punto de la constitución del sujeto – me colocó ante la disyuntiva de decidir si considerar ese fallo como una característica propia del momento evolutivo del niño o como alguna otra cosa... Intervine señalando que le faltaba contar el 0, número que coincidía con su posición en el tablero. ¿Frege para niños? ¿Por qué no? El 0 se cuenta –al menos, esa es la propuesta de los Grundlagen…–. El resultado fue curioso y su objetivo antipedagógico: él mismo decidió realizar desde entonces la cuenta en voz alta pero silenciando al 0, ya que el mismo “no vale nada” (así fue como lo expresó).
Y tiempo después, me encontré con este libro de Luciano Lutereau, que continúa y despliega, a la vez que supera mis ideas –algo primitivas y surgidas de mi actividad clínica–. El estilo de su reflexión, que alcanza incluso niveles estéticos y pulsionales, se convertirá sin duda alguna en un estímulo para todos los que desde diversas posiciones nos encontramos en situaciones lúdicas o que, como reza su título, debemos usar el juego. Y visto y considerando que su ensayo se propone no recaer en formulaciones “empíricas o parciales” –fuente de las han surgido mis primeras intelecciones sobre el tema– renunciando a preguntarse “¿qué es el juego?”, Luciano logra un desarrollo que ilumina una experiencia que para algunos de nosotros es absolutamente cotidiana. Tanto, que tal como conté en algún texto, hace tiempo una analizante-niña me preguntó si acaso yo aceptaría jugar con ella gratis. Le respondí que sí, pero que en tal caso debería conseguirse otro analista. Porque no hay juego sin pérdida y sin resto, y esto es sabido desde mucho antes de la aparición del psicoanálisis.
El juego es cosa seria, este libro lo prueba…
Pablo Peusner
Buenos Aires, Julio de 2012