No hay nada más pacificador, para un espíritu inquieto, que verificar la teoría en la clínica. Hace algunos años, varios estudiantes de psicología llegamos al hospital Borda con ganas de realizar esa verificación. La mayoría de nosotros esperábamos encontrarnos con historias subyugantes como la del delirio schreberiano o, en su defecto, con signos del significante en lo real como en el ejemplo “marrana”. Sin embargo, la clínica de las psicosis nos confrontó con la opacidad más que con el brillo de la teoría que buscábamos encontrar.
Así fue como nos topamos con esos pacientes tan desconectados de todo lazo con el otro, tan encerrados en su propio mundo, tan abúlicos…. “Tan esquizofrénicos”, nos dijo un psiquiatra en los primeros días de nuestra pasantía. La afirmación de este profesional cayó como una plomada. ¿Qué sabíamos nosotros de esquizofrenia? ¿No habíamos ido, acaso, a buscar restituciones delirantes?
Incluso hoy en día, los analistas estamos acostumbrados a pensar la psicosis referida a la paranoia y no a la esquizofrenia. Aún en las esquizofrenias paranoides, solemos hacer hincapié en lo paranoico. De esta manera, muchas veces perdemos la brújula que nos permitiría captar la posición subjetiva esquizofrénica forzando, empujando hacia la paranoia. Así, creemos hallar la punta del ovillo cuando en el relato de un paciente, manifiestamente esquizofrénico, encontramos afirmaciones vinculadas a la persecución o a la erotomanía. No es raro observar, en tales circunstancias, a analistas que se ilusionan con que “tirando de esa punta” se pueda ayudar a los pacientes a construir y sistematizar un delirio paranoico. Pero si no hay aptitud delirante, no hay forzamiento que valga. No se puede ir en contra de la “insondable decisión del ser” cuando se trata de la elección esquizofrénica.
El presente libro de Martín Alomo es el resultado de años de trabajo que tuvieron su punto de partida en la pregunta por esta elección. Lejos de caer en el desconcierto que el esquizofrénico produce al clínico y alentado por encontrar alguna clave que permita pensar la posibilidad de un tratamiento posible de la esquizofrenia, Martín se puso a investigar partiendo de la interrogación por el decir. Esa toma de posición subjetiva del esquizofrénico frente a los discursos establecidos, que constituye el fundamento de una ironía que, como dice Lacan, “ataca de raíz al lazo social”. Ironía que también podemos encontrar en Freud cuando se pregunta por lo incomprensible de las expresiones del esquizofrénico. Incomprensibilidad que se basa en un fenómeno, muy particular, en el que las palabras son tratadas como cosas.
La opacidad característica del lenguaje esquizofrénico pone en evidencia que el lazo social y la transparencia, que todo discurso establecido supone al lenguaje, no son más que una ilusión. La elección irónica esquizofrénica nos muestra un uso del lenguaje que rompe con el principal fundamento del lazo social que consiste en ubicar la consistencia lógica en el campo del Otro. Dicha elección denuncia que todo discurso sólo es semblante justamente al atacar los semblantes discursivos. Así, quienes escuchamos al esquizofrénico quedamos desprovistos de la protección que el semblante nos provee frente a lo real; quedamos “en ridículo” podría decirse, porque ya no podemos sostenernos en una posición de saber, por ejemplo, sino que más bien, reina en nosotros la incertidumbre, el desconcierto y la propia división.
Aquí es donde Martín nos entrega las conceptualizaciones más novedosas que, creo, se han hecho sobre la esquizofrenia hasta el día de hoy. Porque luego de ubicar las coordenadas subjetivas de la posición irónica, se ocupa de pensar ¡la posición del analista en la esquizofrenia! Una verdadera locura, se podría decir. ¿Cómo habría posibilidad de una transferencia en pacientes que, como dice Freud, han resignado la investidura de objeto? ¿No es la ironía esquizofrénica un fenómeno que deja afuera al Otro de la transferencia?
Es cierto, algunos esquizofrénicos presentan cuadros de abulia y de una ruptura total del lazo con el otro, están “en su mundo” se podría decir. Pero hay otros que hablan, y hablan desde esa ironía que derriba semblantes, pero que, también, a cada instante renueva la posibilidad de un lazo con el otro. Así, los pacientes esquizofrénicos generan expectativas en el otro; sobre todo si ese otro es un profesional ávido de encontrar alguna clave que le permita acceder a un tratamiento posible de la esquizofrenia. “Quiero hablarle de la relación conflictiva con mi padre” dijo alguna vez un esquizofrénico a un profesional del hospital. Pero, al poco tiempo de empezar su discurrir, quedó en evidencia que esa afirmación no era más que un significante aislado de todo contexto discursivo, no había allí un hilo argumentativo lógico a seguir. Caer en el desconcierto, fruto de la ruptura del lazo social, es lo más común para el profesional en estos casos. Pero, sostener la posición de testigo, seguir escuchando, es lo que nos puede dar la clave para pasar del desconcierto a la interrogación por el decir.
Esta es la posición que Martín sostuvo, decidido a enfrentarse con eso inquietante que remite a la propia división. Porque esa división puede angustiar, pero también puede ser la que impulse a la creación. Así es como su espíritu inquieto cobró un impulso que lo llevó a pensar, y compartirlo con nosotros en este volumen, la existencia de una ironía de transferencia y otra ironía en transferencia. Novedosas concepciones de la transferencia en la esquizofrenia, apoyadas en que la ironía es, aquí, la forma que el esquizofrénico tiene de enlazar algo del discurso, generando la posibilidad de que haya un lazo con el Otro, para después cuestionarlo de raíz. En ese límite, en ese borde paradójico y sutil, se para Martín para decirnos que hay un modo posible de trabajo con estos pacientes.
Encontrarnos con un delirio paranoico y sistematizado es apaciguante para los analistas que -desde la episteme vinculada a un saber formal y generalizable- tenemos todo tipo de claves para pensarlo. Incluso, muchas veces, asesinamos al espíritu inquieto e investigador que hay en nosotros dejándonos llevar por la fascinación de la coincidencia entre clínica y teoría.
El discurso de los analistas -que hay que distinguir del discurso analítico ligado a la ortho-doxa de la buena interpretación- que es del amo, en la medida que tiene que ver con un saber ligado a convenciones que circulan en nuestra comunidad, nos entrega la posibilidad de acceder a la paranoia desde los desarrollos teóricos existentes. La esquizofrenia no ha corrido la misma suerte, por eso Martín da un paso gigante con este primer y exitoso intento de sistematización, basado en las referencias que grandes maestros, como Freud y Lacan, nos legaron.