El blog de Pablo Peusner (pablopeusner@gmail.com) Psicoanálisis, lecturas, críticas y reseñas de libros, actualidad del psicoanálisis freudo-lacaniano, descargas de textos de psicoanálisis, traducciones.
martes, 18 de diciembre de 2012
Reseña de "El abrazo del ocio". Manual de juegos de palabras (Ed. Colihue), de Juan J. Panno y Carolina Fernández (por Emanuel Respighi, para Página 12)
De la misma manera en que se suele decir que muchos juegan al fútbol como viven, a otros les cabe el mismo razonamiento pero aplicado a la literatura. Tal es el caso de Juan José Panno, a quien nadie cuestionaría la expresión de que escribe como vive. Siempre dispuesto a jugar con simpleza e inteligencia en cualquier ámbito, incluso propiciando ese espacio en cualquier circunstancia, el periodista y escritor entiende lo lúdico no como un fin en sí mismo sino como el mecanismo ideal para alcanzar el conocimiento. Esa concepción de tomarse la vida como un juego se hace visible en El abrazo del ocio (Ed. Colihue), el libro que acaba de publicar, coescrito con Carolina Fernández. Divertida e inteligente, la nueva criatura literaria no es otra cosa que un manual de juegos de palabras, al que ningún lector podrá escapar a la encantadora manera en la que los invita al juego. “Cuando éramos jóvenes escribíamos libros para levantarnos minas; ahora los hacemos para abrazar amigos”, reflexionó –más en serio que en broma– Panno durante la presentación, en la que los autores estuvieron acompañados por Maicas, que ilustra con sus dibujos este particular libro.
Rodeada de innumerables amigos, curiosos y admiradores, la presentación de El abrazo del ocio tuvo el espíritu que signa a sus autores: mucho humor y cierta lógica participativa entre quienes exponían y el público. “La mecánica de la presentación va a ser la misma que la que tuvo la escritura del libro: un caos”, abrió el juego Panno. Y no estaba exagerando: el libro compuesto de todo tipo de juegos de palabras fue escrito a cuatro manos y en su mayor parte a través de mensajes de chat y Twitter entre los autores, que con divertidos intercambios lúdicos amenizaban sus “tiempos muertos”, viajes en tren y esperas odiosas. “El libro nació en Twitter”, confesó Panno. “Un chico de TEA me dijo que abriera una cuenta. Me metí de curioso y porque el tope de 140 caracteres posibilitaba practicar títulos. Y una vez empecé a tirar juegos y la gente se enganchó un montón. Especialmente una chica, que me devolvía las paredes con creatividad y buena onda. Esa chica resultó ser Caro, con quien primero escribimos una nota que publicó Página/12 y después surgió este manual de juegos”, detalló.
Lejos de los procedimientos tradicionales, El abrazo del ocio fue primero un juego entre Panno y Fernández y luego se convirtió en un libro. Eso sí: ni aun cuando tomaron la decisión de publicar esos intercambios en formato de libro, los ludópatas 2.0 resignaron el juego como motor creativo. “Al libro lo escribimos juntos, la mayor parte vía chat y en lugares insólitos”, reconoció Fernández, que se define como nieta de lingüista e hija del rigor. “En el tiempo en que duró la escritura viví situaciones desopilantes: me acuerdo de que una vez, viajando en tren, estábamos pergeñando textos sobre la homofonía de las frases. Al principio me reía de las devoluciones de Juan, luego pasé a la risa y, al rato, estaba descostillándome a carcajadas y llorando... Ahí comprobé la solidaridad del pueblo argentino: una señora se me acercó y me preguntó si me sentía bien, si necesitaba algo”, confesó la autora, riéndose aún hoy de la anécdota.
“¿Y yo qué culpa tuve?”, interrumpió el racconto Maicas, quien se subió al juego literario una vez terminada la obra. “No fue fácil ilustrar los textos, porque se trata de piezas muy divertidas y creativas de por sí. Y lo digo sinceramente: ¡miren que yo no voy en nada con las ventas del libro, ¿eh?”, bromeó el autor de Clara de noche, en la contratapa del suplemento NO de
Página/12. “Es un libro muy inteligente y diferente. Al punto de que al día siguiente a haberlo terminado de leer para comenzar a pensar los dibujos, me junté a almorzar con mis primos y de lo único que se hablaba en la reunión era de Tinelli. Ahí mismo me dije: ¡qué lástima que terminé de leer el libro!”, recuerda el humorista.
Jugar por jugar. Esa es la propuesta de El abrazo del ocio. A lo largo de sus más de sesenta capítulos, el libro invita a los lectores a divertirse pensando, valiéndose del insondable mundo de las palabras. Jugar con el diccionario, con cuentos, con sintaxis, resolviendo enigmas. Inventar palíndromos, homofonías o anagramas. Todo vale. En el recorrido que propone el manual, juguetón, los lectores de todas las edades se descubrirán ludópatas, individuales o colectivos. Libro útil y práctico, El abrazo del ocio posee tantas variantes de lectores como desopilantes juegos incluye. Niños y adultos inquietos, maestros y alumnos, abuelos y nietos, todos pueden hacer del ocio un lugar placentero y creativo. Un texto que pone a prueba el ingenio de todos los que aceptarán animarse a alguno de sus juegos. Con exigencia, claro, pero donde lo importante, lo divertido, bah, es el proceso más que el resultado.
Además de preguntas curiosas, tontas e insólitas (Un microclima, ¿es un bondi con aire acondicionado?; Un notario, ¿es un escribano medio pelotudo?), el libro también posee algunos homenajes más que merecidos, a la vez que tomados para la chacota. Por ejemplo, en “Las Calatrava” los autores parodian a “Los Orozco”, de León Gieco, sólo que aquí el desafío fue poner sólo palabras que contengan la letra “a”. También el recordado Roberto Fontanarrosa forma parte de la partida, al igual que Les Luthiers y los innumerables recursos semánticos que utiliza en la introducción del tema “Lazy Daisy”, del espectáculo Mastropiero que nunca. Y en el afán de jugar ni siquiera los clásicos de la literatura universal se salvan de Fernández y Panno, quienes pergeñaron desopilantes versiones de Caperucita Roja, en lunfardo (ver aparte), con la letra “c”, con la “m”, “a la manera de César Bruto”, poética, esdrujeleando, “vía Twitter”, adolescente y muchas más.
Nadie se salva de Panno y Fernández, que invitan a los lectores curiosos a la placentera manera de aprender jugando. Y lo bien que lo (nos) hacen.