El libro, publicado por la casa El Cuenco de Plata, es una pieza literaria, historiográfica y psicoanalítica única, acaso sólo comparable a la Operación Masotta de Carlos Correas.
Baños Orellana es miembro de la Ecole Lacanienne de Psychanalyse y publicó El idioma de los lacanianos y El escritorio de Lacan. Desde 2004 dirige el grupo de investigación argentino-chileno Lecturas cronológicas de Lacan.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : ¿Cómo empezaste esta investigación?
B : En realidad tuvo un comienzo bicéfalo: por una parte, nació un interés por poner al descubierto hasta qué punto la cultura material (desde la arquitectura hasta los aparatos domésticos) siempre incidieron y siguen incidiendo, casi siempre sin que lo advirtamos, cuando los psicoanalistas buscamos modelos para la elaboración teórica. Eso comenzó con una ponencia acerca de cómo la revolución urbanística del trazado de la ciudad de Viena, que había ocurrido durante la infancia y la juventud de Freud, se reflejaba asombrosamente en el esquema del aparato psíquico que Freud dibuja para El yo y el ello, con consecuencias de peso. La presenté casi como un chiste, pero con un importante respaldo documental, en un congreso de la Federación Latinoamericana de Semiótica sobre el tema de la cotidianeidad, organizado por mis amigos Oscar Steimberg y Oscar Traversa.
Llevaba el título Los bulevares vieneses en la obra de Freud: la influencia del libro de los Pasajes de Walter Benjamin era patente en mi trabajo. Poco después ensayé lo mismo con Lacan; incluí varios de esos resultados en el libro: llamativamente en las analogías que muestro entre su grafo del deseo y el prototipo edilicio del petit-hotel u hotel particular parisino. Buena parte de las cuarenta y siete imágenes de La novela… tienen que ver con avances de este comienzo benjaminiano.
T : Por ese constado viene el acento que ponés en los ventanales, las vidrieras, los espejos como también en la metalurgia de los balcones y portales que rodearon la infancia de Lacan. Pero no sólo a él le afectan las cosas cotidianas; también se muestra como la misma presión de los objetos y la geografía modela la teoría de maestros y rivales de Lacan. Recuerdo como, en Clerámbault, el trazado de los canales de su ciudad natal, Bourges, subyacería en muchas expresiones y figuraciones de su doctrina del automatismo mental. ¿Y cuál fue el otro comienzo?
B : El otro fue estrictamente psicoanalítico. Está situado en nuestra tradición de los grupos de estudio de Lacan; excepto que, a contrapelo de lo que se acostumbra hacer, privilegia al primerísimo Lacan. Para quien ignore cómo entró su obra en la Argentina, lo que digo puede parecer una rareza; pero lo cierto es que en nuestro accidentado y demorado acceso a sus escritos y seminarios, algo que comienza en los 70 y aún está por completarse, el primer Lacan fue el último en llegar.
El acceso público a sus primeros artículos es bien reciente y, tomando en cuenta la repercusión mínima que tuvieron, se puede decir que llegaron demasiado tarde. En un intento de rescatar, de reconstruir esos comienzos, abrimos un grupo de investigación con porteños y chilenos que ya lleva siete años. Nos dedicamos a auscultar, en esas viejas páginas, el pasaje de Lacan de la neuropsiquiatría al psicoanálisis. Se trata de una auténtica novela de formación, una Bildungsroman.
T : ¿Y cuánto hay de novela en La novela de Lacan?
B : Si definimos a lo novelesco por la presencia de ciertos procedimientos narrativos, se trata de un novela con derecho propio. El diálogo telefónico de treinta páginas de Lacan con (André) Masson, a propósito de un gesto del seminario La angustia; o el monólogo interior de Pierre Janet, mientras participa del juicio que la cumbre de la psiquiatría francesa le realiza a la novela Nadja de André Breton; o la reunión dominguera de Clérambault con uno de sus asistentes que termina a los gritos; o la larga caminata que tiene Lacan de la noche de 17 de febrero de 1930, después de separarse de Victoria Ocampo, y en el curso de la cual decide el tema de su tesis, son algunos de los muchos ejemplos que no podrían encontrarse fuera del género novelesco. Sin embargo, lo que cuentan no son acontecimientos ficticios en un sentido convencional.
Si no puede asegurarse que hayan sucedido tal cual, no es tampoco improbable que así hayan ocurrido. Nunca se sabrá. Ahora bien: lo que Lacan conversa telefónicamente con Masson, está respaldado por las cartas y otros papeles del último; lo que rememora Janet, es un resumen, te aseguro que muy prolijo, de su tesis doctoral acerca del automatismo psicológico, y lo que dice de su paciente Raymond Roussel, proviene de investigaciones recientes de los problemas que Roussel tuvo con los tribunales. Y otro tanto puede afirmarse de las razones y la fecha en que el joven Lacan efectivamente giró sus intereses psiquiátricos hacia la cuestión de la paranoia.
T : Ergo…
B : Estaría muy errado el lector que suponga que el recurso de novelar fue un atajo, un pecado de pereza. Por el contrario, se trata de un procedimiento que exige un durísimo trabajo de reconstrucción nunca exigido al ensayo teórico. Además, es una escuela de tolerancia: no nos permite ni por un instante mostrar un desprecio hacia los rivales de Lacan, hacia los antipsicoanalistas.
La escena se cae si en las discusiones que, por ejemplo, el joven Lacan tuvo con su maestro más anti-freudiano, llamado Georges Heuyer, presentáramos a este último como un idiota. La exigencia de verosimilitud novelesca no lo concede. ¿Cómo puede ser tan imbécil aquel que tu protagonista eligió como tutor y coautor en una media docena de sus primeros textos?, nos objetaría el espíritu de la novela. En un escrito psicoanalítico convencional, en cambio, uno puede ser intolerante, maniqueo hasta la estupidez y puede pasar sin escándalo.
T : De alguna manera, eso recuerda a Freud diciendo que el arte suele adelantarse a los descubrimientos científicos, y pregunto, de paso, si Lacan no se mantuvo siempre a la zaga -como diría Eric Hobsbawn- con respecto al surrealismo, a Joyce, a las vanguardias de su época. Varios pasajes de tu libro parecen afirmarlo.
B : Sin duda es lo que le sugiere Masson, cuando lo provoca observando que Dalí ya había inventado el objeto a en ese artículo, por cierto extraordinario, de 1935 titulado Psicología no euclidiana de una fotografía, y agrega, riendo para sus adentros, que el cross-cap modificado, que Lacan presenta en una célebre reunión del seminario La angustia, de 1963, hubiese sido aprobado como parte de la sección Objetos matemáticos de la muestra surrealista de la galería Ratton y que es una pena que lo presente con treinta años de atraso.
Pero es una provocación, un intento de ponerlo en aprietos. Poner al protagonista en aprietos es un mandato básico de una novela: ninguna novela de Lacan que se precie puede permitirse el culto a la personalidad que gravita sobre ponencias y aún tesis doctorales de muchos citadores de Lacan. Desde luego, el objeto a de Lacan no es lo mismo que el carretel no-euclídeo que muestra Dalí, y reproduzco a página completa en el arranque del tercer capítulo.
Ese carretel es, bien visto, un precursor del objeto a lacaniano, pero no es su hermano gemelo. Pero esa exageración de Masson sirve para que nuestro héroe admita algo que nunca escuché decir entre nosotros: que el escrito Más allá del principio de realidad es, en buena medida, un plagio del discurso con que Breton inauguró la muestra de la galería Ratton… En este caso, el reloj de Lacan no atrasa: escribe lo suyo un par de meses después de publicado lo de Breton. ¡Qué originalidad, qué valentía, qué grandeza la de ese Lacan de treinta y cinco años que va a tomar de esa fuente del surrealismo, la misma de la que sus colegas -incluidos los psicoanalistas- se alejaban prudentes como si sembrara la peste!