“Madre hay una sola”, reza el dicho popular, y quizás no haya afirmación más ambigua y equívoca. No siempre es cierto cuando se trata de analizar la relación de un hijo o una hija con una figura tutelar. Y es completamente falso, o al menos limitante, cuando se quiere pensar qué quiere decir “madre”. Es posible que la afirmación apunte a tranquilizar, mientras legisla. Como si un ideal corrigiera todo entredicho. Una aspiración, y también una severa condena.
Con el amor sucede algo parecido. No es raro que ese dúo dé a luz el amor materno, epigrama que pretende condensar sacrificio, entrega, abnegación, pureza, noches en vela, clarividencia, sufrimiento irredento. Y también, pues la realidad existe, un puñado de emociones no tan nobles. De modo que aquel ideal se enrarece y complejiza, se escribe, se filma y se pinta de muy diversas maneras. Es un enigma intenso y poderoso, que dejó su huella en Faulkner y Tolstoi, en Sokurov y Freud, en Da Vinci y Canetti, en Lacan y en toda la tradición del cristianismo. Rondaron ese misterio no para resolverlo, sino para dejar testimonio de lo que ese misterio les hizo.
Esas huellas son las que Jorge Jinkis lee con una lucidez que se renueva en cada capítulo de este libro. No sólo es amor, madre es una inmersión intensa y conmovedora, guiada por la inteligencia y defendida por la emoción, en el imaginario del amor materno, de sus fantasmas, sus sentidos y sus abismos. Es un texto sobre los efectos de la madre, vista a través de las obras que generó en tantos hijos.