Este ensayo apunta a delimitar y distinguir un modo particular de posicionamiento subjetivo que denominamos “posición perversa” en la infancia, sostenido en una revisión detenida de los trabajos de Freud y Lacan. A tal lectura se articula una serie de casos que dan sustento clínico a la propuesta. Una buena forma de reseñarlo es dar cuenta de los prejuicios que pone en cuestión.
La perversión ocupa un lugar ectópico en el campo del psicoanálisis lacaniano. Mientras se habla con naturalidad, por ejemplo, de psicosis o neurosis infantil, o de histeria masculina, el campo de la perversión parece remitirse implícitamente al campo del varón adulto. Por ello este libro genera en el lector no advertido la idea de que se “extrapola” la noción lacaniana de perversión al campo de lo infantil. Tal prejuicio se origina en un desconocimiento de las elaboraciones lacanianas en torno a la perversión, más allá de sus primeros seminarios.
En nuestros días, suele leerse a menudo a la perversión más como una injuria que como una de las formas en que puede tratarse el deseo. Este obstáculo se explicita en nuestra comunidad cuando toda dificultad diagnóstica busca dirimirse dentro del par neurosis-psicosis. De todos modos, al circunscribir nuestra lectura hacia la configuración de una posición, no estamos poniendo el acento en un diagnóstico al modo de la psiquiatría o como categoría. Simplemente decidimos seguir con rigor los modos de presentación en lo que respecta a la relación al Otro, la división subjetiva, al objeto a y al saber. Consideramos que es preciso discernir para orientar, más que categorizar para rotular.
La posición perversa es ante todo una modalidad particular de lazo con el Otro, la cual implica una relación específica al saber. Entonces hablar de una posición perversa implica ubicar allí, un sujeto abocado a obtener los indicios de la división del otro, pero no al modo del acting-out. Tales indicios no se orientarían por intentar localizar un lugar en el Otro, sino por realizar un lugar paradojal en el Otro, signado por un goce que no se articula a lo amoroso. En los casos presentados, la configuración de dicha posición perversa impresiona como una vía posible para eludir el arrasamiento subjetivo al que expone al niño la ausencia de lazos de amor en los lazos parentales.
Otro prejuicio, ya específico de la clínica con niños, concierne a la noción de transferencia. En este punto consideramos que limitar la clínica con niños al juego, en términos de subsumir la transferencia al mismo y suponer, además, que es este el único campo transferencial, implica desconocer que el niño es ya un ser hablante. No le restamos valor al juego, pero tampoco lo idealizamos, puesto que cuando se toma ese desvío se obtura la aprehensión de su lugar prevalente en los casos presentados: el de una mostración, distinta del acting- out, que delimitamos aquí como mostración perversa.
En síntesis: si el lector deja de lado la habitual fascinación que produce el término “perversión”, encontrará aquí un esfuerzo clínico por localizar un sujeto, y darle valor clínico a una modalidad de repuesta subjetiva que se erige al costo de la erotización de la pulsión de muerte.