Si Lacan pudo inferir del Proyecto de Psicología Científica de Freud, que el estatuto del inconsciente es ético y no óntico, fue porque vio en el vínculo –ilusoriamente homogéneo– entre el yo y el objeto un corte originario o “represión primordial”. Transpuesto a la Ley misma, y lejos de dar lugar a algún irracionalismo o amoralismo, ese corte profundiza una responsabilidad que obliga paradójicamente al sujeto a asumirla desde el blanco mismo desde el cual se relaciona con la Ley. Es desde ese vacío que se plantea la diferencia con las éticas tradicionales. Lacan se las arregla para leerlas como si dieran vueltas sin saberlo en torno a ese punto ciego en la Ley, lo cual nos permite leerlas de un modo absolutamente nuevo. Pero sería erróneo pensar que la ética del psicoanálisis, añadida a las sabidurías antiguas, a la ética judeo-cristiana, a la del hombre del placer (capitalista o no), al utilitarismo, a la moral kantiana, las remplazaría por otra nueva sino que suponiéndolas a todas ellas e incluyéndolas en su propia lógica heterónoma, no las supera ni resuelve sus contradicciones sino que más bien, por una curiosa afánisis, descubre en aquellas un centro vacío que las hace girar sobre sí mismas enfrentándolas con sus propias paradojas. El resultado es sorprendente: nada cambia y todo cambia. Aunque su diferencia resida en el corte en el orden material del significante, la llamada (¿irónicamente?) ética del deseo no deja de revelar una continuidad por desplazamiento con la libertad kantiana; la responsabilidad no deja de reencontrar a la que Heidegger o Sartre deducen de la falta de garantía metafísica de la Verdad como esencia. Más aún, si Lacan remplaza el pecado paulino por la Cosa, es porque el cristianismo había planteado ya como repetible al infinito, anterior a la ley moral, un pecado (léase: original) que la ley es impotente para suprimir ya que queda, por el contrario, incluida en esa repetición misma (de la que sale solo por el Amor como exceso). Por todas esas razones, la ética del psicoanálisis rebasa a una técnica interna al consultorio.
El blog de Pablo Peusner (pablopeusner@gmail.com) Psicoanálisis, lecturas, críticas y reseñas de libros, actualidad del psicoanálisis freudo-lacaniano, descargas de textos de psicoanálisis, traducciones.
viernes, 16 de mayo de 2014
Sara Vasallo. "Un no impronunciable". La objetivación imposible de la ética del psicoanálisis (Letra Viva- Col. Maestría en Psicoanálisis UNR, 2014)
Si Lacan pudo inferir del Proyecto de Psicología Científica de Freud, que el estatuto del inconsciente es ético y no óntico, fue porque vio en el vínculo –ilusoriamente homogéneo– entre el yo y el objeto un corte originario o “represión primordial”. Transpuesto a la Ley misma, y lejos de dar lugar a algún irracionalismo o amoralismo, ese corte profundiza una responsabilidad que obliga paradójicamente al sujeto a asumirla desde el blanco mismo desde el cual se relaciona con la Ley. Es desde ese vacío que se plantea la diferencia con las éticas tradicionales. Lacan se las arregla para leerlas como si dieran vueltas sin saberlo en torno a ese punto ciego en la Ley, lo cual nos permite leerlas de un modo absolutamente nuevo. Pero sería erróneo pensar que la ética del psicoanálisis, añadida a las sabidurías antiguas, a la ética judeo-cristiana, a la del hombre del placer (capitalista o no), al utilitarismo, a la moral kantiana, las remplazaría por otra nueva sino que suponiéndolas a todas ellas e incluyéndolas en su propia lógica heterónoma, no las supera ni resuelve sus contradicciones sino que más bien, por una curiosa afánisis, descubre en aquellas un centro vacío que las hace girar sobre sí mismas enfrentándolas con sus propias paradojas. El resultado es sorprendente: nada cambia y todo cambia. Aunque su diferencia resida en el corte en el orden material del significante, la llamada (¿irónicamente?) ética del deseo no deja de revelar una continuidad por desplazamiento con la libertad kantiana; la responsabilidad no deja de reencontrar a la que Heidegger o Sartre deducen de la falta de garantía metafísica de la Verdad como esencia. Más aún, si Lacan remplaza el pecado paulino por la Cosa, es porque el cristianismo había planteado ya como repetible al infinito, anterior a la ley moral, un pecado (léase: original) que la ley es impotente para suprimir ya que queda, por el contrario, incluida en esa repetición misma (de la que sale solo por el Amor como exceso). Por todas esas razones, la ética del psicoanálisis rebasa a una técnica interna al consultorio.