sábado, 25 de abril de 2015

Colette Soler. "Lo que queda de la infancia". Texto de presentación de la obra, por Pablo Peusner




Curso dictado en el CC de París, ciclo 2012-2013

  Hablar de lo que queda de la infancia, supone en primer lugar tomar posición ante el problema del determinismo en psicoanálisis. Colette se pregunta al inicio de su curso si acaso lo que somos se decide en nuestros primeros años. Bien sabemos que esta idea es tan pregnante en nuestros días que sirve como explicación general y también como justificación o atenuante para ciertas conductas (quizás el ejemplo del abusador que justifica su accionar por haber sido víctima en la infancia sea el más conocido). La pregunta acerca de si lo que somos se decide en nuestros primeros años de vida interroga el margen de libertad del sujeto y su responsabilidad: ¿es posible elegir? ¿Es posible elegir incluso a edad muy temprana? Este es un eje central del curso, y me resulta muy motivador el modo en que Colette ha respondido la pregunta sin aplastar el problema. Porque responder en términos de “sí o no” hubiera producido en el lector un efecto de cierre que el libro solo produce una vez leído en su totalidad. Igual, les doy solamente una pista: luego de haberle dedicado algunos meses a su estudio y a su traducción, estoy absolutamente convencido de que este libro es uno de los más sagaces y lúcidos ensayos sobre el modo de concebir la ética en psicoanálisis.
Se trata de nuestra práctica y encontramos de entrada una indicación clínica. La cito porque muchos de Ustedes no han tenido ocasión de leer el libro. Dice Colette:

Lo que subrayo es que para situar al niño en nuestra práctica y en lo que se convertirá cuando crezca, ya sea un adulto o un niño perpetuo, no debemos considerar solo al individuo sino también a su espacio social con el tratamiento del goce que le es propio y que lo determina (a ese individuo, niño o no) en el nivel más íntimo y no solamente sexual, en el nivel de su forma de pensar y de sentir.

Leo aquí una apuesta por el niño y el Otro (o el Otro y el niño), que se completa con una descripción de la situación actual del discurso familiar y las insolubles contradicciones que lo jaquean permanentemente. Por ejemplo:

Por un lado se reconocen los derechos del niño y su igualdad con cual­quier otro en tanto que individuo, a menudo se toma el recaudo de consultarlo (al niño), de aceptar sus exigencias, de cuidar sus satis­facciones libidinales, se le pide su opinión... En resumen, se trata de satisfacerlo. Pero por otro lado eso tropieza con la exigencia de los adultos y se hace pesar sobre el niño un terrible superyó social en nombre de su porvenir, porque se afirma que sin estudiar no llegará a ningún lado y que sin comportamiento socializado será recha­zado del cuerpo social. Todo eso en nombre del amor que se le tiene. Freud, que era más lúcido, les diría que ese amor es otro nombre del narcisismo de los padres. O sea, luego de haberle enseñado que su deseo podía convertirse en ley, se le exige consentir a lo que sea el deseo del Otro que lo arrastre, y se le señala que su resistencia es un síntoma. ¡No es para nada sorprendente que se resista!

La ironía de este párrafo está justificada por su claridad y veracidad. Colette caracteriza el modo de producción de los tan actuales niños tiranos, esos que los psiquiatras suelen etiquetar con el formalismo del trastorno negativista desafiante.

Pero volvamos al inicio, a lo que queda de la infancia, a lo que ocurre bien temprano. Ahora bien, en este contexto quisiera retomar una frase que se repite mucho en nuestra vida cotidiana –quizá demasiado– sobre la que es importante reflexionar si queremos pensar con las nociones del psicoanálisis del retorno a Freud lacaniano. Se escucha mucho eso de que “no hay casualidades, hay causalidades”. Es un error. Es un grosero error. Primero porque las casualidades (el azar, la tyché) son un modo de la causa (así las presentó Aristóteles, referencia de Lacan en este tema). Segundo, porque no-todo responde a las coacciones de la estructura. Aquí el libro es luminoso, porque permite realizar una revisión de esas categorías que a veces, por pasar demasiado rápido al discurso común, se bastardean un poco. Veamos brevemente algunas aclaraciones y distinciones que Colette nos presenta en el texto.

Hay marcas de la infancia y son indelebles. Se trata de lo más singular de cada uno. Se producen por accidente y no por efecto de la estructura, accidente que una vez ocurrido no cesa de inscribirse. Pero no obstante, no-todas esas marcas son traumáticas. Colette afirma que “muchas cosas resultan fijadas en la infancia y son constituyentes de nuestra singularidad, no sufrimos de ellas y sin embargo se nos graban en la piel”. La idea es clara: no hay que confundir fijación con traumatismo, y entonces toda una parte de lo que se fija en la infancia no es traumático, pero sí constituyente del ser adulto.
Con respecto al trauma: hay trauma para todo serhablante, pero cada uno tiene el suyo. No hay una figura universal del trauma (la idea de que es posible armar un catálogo de situaciones traumáticas no es analítica). Es ese trauma lo que asegura en el adulto la presencia de ese niño único que alguna vez fuimos. La pregunta que asoma es aquella por la causa de las variaciones individuales. ¿A qué obedecen? Colette propone tres factores: (1º) las figuras del Otro, (2º) los accidentes de la historia individual y (3º) los factores nativos.
Lacan dice que hay troumatisme para todos (y todas), eso no admite variaciones individuales. Pero el primero de los factores sí: porque ahí están los otros que representan el lugar del significante y son quienes someten al niño a la desproporción, al tropmatisme, y exhiben su goce en mayor o menor medida. Hay toda una paleta de situaciones que permite deducir esa desproporción entre el niño y el Otro que toman la forma de lo que es poco, mucho, demasiado, menos... y otros adverbios afines en función de lo esperado –algo que se desarrolla en ambas direcciones, del niño al Otro y del Otro al niño. Este es quizá el registro que más llama la atención en el derecho, en la justicia y en los medios de comunicación: las brutales apariciones de un goce desproporcionado del Otro sobre el niño.
Y puesto que es conocido, apenas nombraré el segundo de los factores, que es el de los accidentes de la historia, el de la contingencia de los encuentros con el goce, el del azar, forma de la causa y del encuentro fallido con un real ante el cual el sujeto responderá de tal o cual manera, eligiendo.
Colette se interroga especialmente sobre el tercer factor, al que denomina en el libro “factores nativos”. La cito:

Me interrogo mucho sobre el tercer factor, el que llamé “factores nativos”. El primero a ser distinguido por Freud es el grado de exigencia de la pulsión que, en efecto, varía según los individuos. Evidentemente es un factor sobre el cual no tenemos influencia y que solo podemos intentar tener en cuenta. En ese registro de lo que no viene ni de la estructura ni de los accidentes de la historia, hay muchas dificultades para conceptualizar. Ubico allí todo lo que preside la manera con la que un sujeto responde a lo real con que se encuentra, ya sea el real de los imposibles de la estructura –en cuyo primer lugar está el encuentro fallido– o el real de las fijaciones del goce.

A mi lectura, el modo de presentación de esta idea resultó novedosa: un factor sobre el cual no podemos influir como analistas, pero que debemos considerar ya que preside el modo de respuesta ante lo real.
Creo que luego de esta presentación de los factores –y del último especialmente–, era absolutamente necesario en el argumento del curso introducir la variable ética. Veamos entonces cómo Colette arriba hasta dicho punto.

El llamado factor nativo, retoma el clásico “factor constitucional” de Freud junto con algo más, un poco oscuro tal vez, que está en el origen de la neurosis y que es presentado como un proceso electivo, definido como una opción originaria del sujeto ante el goce carnal. ¿Qué está en juego en este punto sino los límites mismos de la acción analítica? ¿Qué es lo que se elige? Colette lo explica maravillosamente con el paciente fetichista de Freud: no se eligen las pulsiones –en este caso la pulsión escópica. Sino que más bien ellas nos constituyen como ser de goce. La elección radica en el modo en que cada sujeto responde a dicho ser de goce. Y, cito: “esa dimensión ética está incluida en la definición misma de una estructura clínica. Hablo entonces de las estructuras ético-clínicas”. Lacan siempre planteó juicios que jerarquizaban a las estructuras clínicas en función de su ética: el neurótico se mantiene a distancia de lo real del fantasma y lo observa desde lejos, con largavista (es un cobarde, termina diciendo). El perverso tiene superioridad ya que maneja un saber-hacer-ahí con el goce del fantasma, pero también por su posición frente a la verdad misma de la castración materna.
Se dan cuenta de lo interesantísimo de este planteo, y apenas estoy haciendo un breve recorrido por los temas, sin profundizar en los desarrollos.

La pregunta que introduce Colette en este punto es clave: ¿Hasta dónde un análisis puede modificar esta variable ética? Es otra pregunta que se responde en el recorrido.


Si lo que queda de la infancia nos convierte en unaridades de goce perverso polimorfo, no obstante no impide que nuestros cuerpos puedan llegar a formar pareja, a emparejarse. Y considerando que está en juego allí lo real de la diferencia de los sexos y los goces correlativos, elegir con quién emparejarse también puede leerse como una decisión ética. De ahí que Colette nos presente lo que da en llamar las éticas sexuadas. Y lo que sigue es genial: una sencilla pero muy rigurosa clasificación de las éticas sexuadas, según qué se elija a la hora de emparejarse.

La ética Sado-maso: que ante la falta de proporción sexual, directamente evita el cuerpo en tanto que Otro.
La ética del soltero: donde no se excluye el partenaire, sino al Otro sexo.
La ética Fuerasexo: que privilegia el amor (el almor, el amar con el alma) por fuera del sexo. También llamada hombresexual, porque se elige allí el amor por el hombre más que el sexo del hombre. Es también la ética de la histeria.
Finalmente, la ética hétero: que se dirige al Otro sexo

(Sigue la descripción de lo que Lacan llama “las gentilezas” en L’Étourdit)

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Hago un pequeño salto ahora para comentar dos términos de lo que queda de la infancia, que son muy ricos clínicamente hablando.

1) El primero de ellos aborda la tensión que suele presentarse en las parejas heterosexuales entre la mujer y la madre del varón. ¿La mujer elegida tiene por función hacerle olvidar a su madre, reemplazarla, igualarla o destruirla? Cito:

Acerca de este punto el contraste entre Freud y Lacan es impresionante, más aún si recordamos a Freud afirmando que la vida conyugal solo puede mantenerse si la mujer acepta tratar a su hombre como si fuera su hijo. Vemos aquí que Freud daba más peso a la economía del hogar y al amor Fuerasexo que a la realización sexual. Para Lacan era al revés: si ella, la mujer, no actuaba como su madre y no lograba hacerle olvidar a la suya, entonces serviría. La mujer falla al hombre si lo hace dejar de amar a su madre.

Pero y entonces, ¿para qué le sirve un hombre a una mujer? “Para devolverle ese goce suyo (femenino) que no la hace toda suya (del hombre)”.

2) El segundo de ellos es el de los deseos del niño en el adulto.
Porque en el niño registramos una prematuración sexual, en tanto el cuerpo no puede seguir a la eclosión de la sexualidad de la primera infancia (ese goce perverso polimorfo). Es decepcionante, pero a la vez abre una esperanza hacia el futuro, una espera ilusionada por un goce que podrá alcanzarse alguna vez, más adelante o “cuando seas grande”...
Esta es la diferencia más importante entre un niño y un adulto, según afirma la propia CS: es una diferencia que no se localiza a nivel del yo, ni de la relación con la realidad, sino en el nivel de la relación ética del sujeto con el goce propio que experimenta.
Colette describe esos desfasajes, en los siguientes términos:

En nuestra cultura el reloj social superpone el tiempo de la latencia sexual con los aprendizajes de los saberes escolares, me refiero a la escuela primaria (es todo un programa) y luego, además, nos fabrica una fase que no está en ninguna parte de la naturaleza ni tampoco existe en todas las civilizaciones, que es la adolescencia. Durante ese tiempo el reloj social del Otro atrasa... Demora en marcar la edad del acceso a la autonomía, a las elecciones propias del adulto, desfasándose incluso respecto del reloj biológico del cuerpo y creando un coctel explosivo: un individuo aún socialmente atrapado por el programa de la civili­zación de su tiempo sostenido por la familia, pero en un organismo que ya es adulto. Es la situación inversa de la infancia donde el reloj subjetivo se anticipaba al cuerpo marcando las horas de la espera de lo que sería su vida. Para el adolescente púber ese reloj marca un “todavía no”. No nos sorprende que el adolescente resople fastidiado y que cuando se encuentre con los impasses del sexo, algo que ocurre muy pronto en nuestra sociedad permisiva, no le resulte fácil cargár­selos ni tomar nota de ellos.
Comprendemos entonces que independientemente de las desgra­cias del amor programadas por la estructura, lo que queda en el adulto de los deseos del niño constituye una segunda fuente de amargura que redobla a la primera. Después de tantos años de espera, reencon­trar el destino de soledad del pequeño perverso polimorfo... ¡es una desilusión!

Hay al parecer un deseo que queda de la infancia y que sí se puede realizar: el de tener un niño. No es imposible, pero tiene la particularidad de que su objeto no es sustituible, no se presta a la deriva metonímica. ¡Y cuidado! Porque en algunos casos es una obligación y, actualmente, comienza a considerárselo un derecho (CS dice que por inducción imaginaria).

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El final del seminario gira en torno a lo que CS llama la positividad del síntoma, ya que es el nombre de un goce-que-hay a pesar de la no-proporción. Fiel a la lógica utilizada a lo largo de todo el seminario, CS se pregunta si acaso ese síntoma no estará inscripto desde el origen, desde las primeras experiencias infantiles.
Para fundar una respuesta, aborda la noción de síntoma-letra, diferenciándolo del síntoma-metáfora (o cadena), a través del análisis del caso del HdR. Ese síntoma-letra es un elemento del lenguaje pasado a lo real del goce, antinómico a toda verosimilitud, el que no tiene nada que ver con la verdad del sujeto ni sus inconvenientes con el Otro. Es un real que excluye el sentido y la cadena de razones. Es un acontecimiento que se fija en necesidad. Es un caso de presencia de lo advenido infantil en el adulto.
Y CS, cierra el seminario con la propuesta del nudo borromeo ya hecho

Cuando recibimos a un sujeto, en general el nudo ya está allí, “ya está hecho” según la expresión de Lacan. Este también data de la infancia y se prolonga en el adulto. De ahí la idea de que a lo mejor mediante el manejo significante del análisis se podrá corregir o hacer algunas suturas y empalmes –como dice Lacan– en el nudo borromeo. Afir­mando que las suturas y los empalmes son los puntos de mira de la operación analítica, Lacan indica que el analista no es un Padre ni un sustituto del padre. Su decir no produce al sínthoma porque al revés de lo que a veces se escucha, el sínthoma ya está ahí.

Estas últimas puntuaciones son coincidentes, calculo, con las elaboraciones que Colette ha publicado recientemente en su última obra “Lacan, lector de Joyce” –y que seguramente formarán parte de su argumento en el seminario del jueves 23 (en Bs.As.), pero también anticipan el inicio de su curso del período siguiente titulado con una pregunta: “¿Humanización?”. Probablemente exista una relación estrecha entre lo que queda de la infancia y lo que nos humaniza, aunque Colette presentó ese título entre signos de interrogación. Pero y entonces... hacia dónde dirige Colette sus elaboraciones?
Abusando de vuestra paciencia, y solo para entusiasmarlos aún más, concluyo con una cita del curso siguiente (“¿Humanización?”):

Si es necesario renunciar a que el Edipo permanezca en cartel –y se trata de eso–, o en otras palabras, si hay que renunciar a recurrir a la metáfora paterna, entonces ¿qué nos podrá humanizar sino el inconsciente real, sus efectos, los que no son menos reales sobre los hablantes?


Lacan pedía la renuncia para quien no pudiera unir a su horizonte la subjetividad de su época. Por eso la enseñanza de Colette es tan actual y está tan viva, y por eso no vamos a renunciar a seguir trabajando con ella, a escucharla y a leerla. 

PABLO PEUSNER