Tal como lo plantea el autor, de todos los libros que las diversas civilizaciones han producido, el I Ching es uno de los más extraños, no tanto por su mensaje, sino por su composición. Está compuesto solo por dos tipos de línea, una entera y otra quebrada, que se utilizan para expresar la polaridad que opera en el seno de lo real. El juego de superposiciones de estas líneas permite producir 64 figuras. Con esta combinatoria, el I Ching se propone hacernos acceder a la inteligibilidad de las cosas sin tener que recurrir ni a la puesta en escena de una historia ni al desarrollo de una argumentación. En otras palabras, sin apelar al mito o al discurso. De esta manera, representa un medio apto para una deconstrucción eficaz de la metafísica.
Con este trabajo interpretativo, Jullien trae al I Ching al campo de nuestra reflexión, y valoriza la coherencia de un texto que, sin duda, puede ser utilizado para aclarar, por un contundente efecto de contraste, los presupuestos de nuestra propia tradición de pensamiento.