lunes, 29 de agosto de 2016

Pablo Peusner. Intervención de presentación del libro de Jorge Faccendini, "Una clínica del grafo del deseo" (Letra Viva. 2016) en la UNR





INTERVENCIÓN DE PABLO PEUSNER en la presentación del libro de Jorge Faccendini, "Una clínica del grafo del deseo" (Universidad de Rosario, viernes 26/8/16)


Ciertamente nos encontramos aquí para presentar un libro. Eso siempre hay que celebrarlo. Como verán, y este evento lo prueba, estamos lejos del apocalipsis del libro anunciado ya tantas veces por los medios de comunicación. El año pasado se publicaron en la Argentina 28.966 libros (188 por día laborable del año), y el 2% de esa cifra abordaron temáticas relativas al psicoanálisis y la psicología. Parece poco, pero son 580 títulos. No todas son novedades, algunos de ellos son reediciones, pero no obstante mi neurosis obsesiva tiembla ante la imposibilidad lógica de leer todo ese volumen de texto en un año. ¿Cuántos leyeron ustedes?
Ahora bien, también celebramos otra cosa: el nacimiento de un autor —y cuando se trata de eso, las estadísticas ya no importan, los números no importan, porque aparece un nombre. Según Michel Foucault en su célebre conferencia “¿Qué es un autor?”, la noción de autor es tardía y surgió a partir de una necesidad práctica: hacía falta saber quién había escrito cada texto, para que la Inquisición pudiera ocuparse de él y quemarlo en la hoguera como correspondía. Es muy curioso que el origen de la noción resulte así asociado a una responsabilidad que, en aquel tiempo, se pagaba con la vida. ¿Tan grave puede ser hoy en día lo que alguien escriba, en el psicoanálisis, como para que lo quemen en la hoguera? No sé, pero actualmente se queman autores por Facebook y Twitter con mucha efectividad. Entonces, a riesgo de resultar esquemático, voy a partir de una mínima clasificación de los numerosos libros que se publican en nuestro país en torno a las problemáticas del psicoanálisis.
Por un lado, nos encontramos con obras que comentan a los clásicos, que los ordenan, que nos acercan diversas interpretaciones o, para decirlo de modo sencillo, que “acomodan piezas”. Es cierto que necesitamos de esos libros porque nuestros autores de referencia son complejos y, en ocasiones, algo oscuros –en Freud, quizá por su carácter de inventor del psicoanálisis. En Lacan, como efecto de una posición calculada y manifiesta–. Todos nosotros, ávidos lectores, le debemos algo a tales títulos; y hasta probablemente quienes hemos tenido la ocasión de publicar alguno tal vez hasta hayamos contribuido con la tarea. Entonces, uno lee el título del libro que presentamos hoy y piensa: “Ah, bueno, Jorge nos va a explicar el grafo del deseo. Qué bueno, vamos a ver si se entiende algo...”.
Pero creer que Jorge nos va a explicar el grafo es algo que solo ocurre al principio, antes de meterse en el libro…
(Hago aquí un pequeño paréntesis para hablarle a los parientes y amigos de Jorge que no son psicoanalistas, a fin de contarles en un minuto de qué va la cosa, qué es ese fucking grafo del que van a escuchar hablar de ahora en más. Un grafo es un modo de representar un sistema, de hacer un dibujito de este, mediante un conjunto de puntos unidos por aristas, líneas que pueden estar o no orientadas. A finales de los años ’50, un poco en su seminario y otro poco en un escrito célebre, Lacan construyó paso a paso un grafo. La gran pregunta es, creo yo, “¿para ilustrar qué cosa?”. Porque pareciera estar allí casi todo lo que había presentado hasta el momento, y lo novedoso, más que los elementos incluidos, era el modo en que todos esos elementos se relacionaban a partir del grafo, el que además era un grafo orientado, es decir que indicaba no solo una dimensión espacial, sino también temporal. Bueno, entender ese grafo no es tarea menor, lleva tiempo. Utilizarlo en la clínica, es decir, para pensar lo que hacemos con nuestros pacientes, lleva mucho tiempo más aún…).
Había anunciado una pequeña clasificación personal de los libros. Voy ahora al segundo tipo: son aquellos cuyos autores se arriesgan a sentar posición ante un problema. Libros que calculan un adversario: a veces otro autor, o también cierto modo de considerar tal o cual concepto (más allá de que ese antagonista resulte o no manifiestamente nombrado en el texto) y justamente por eso suelen resultar polémicos en el mejor sentido de la palabra. Sus autores proponen algo a partir de cierto carácter asertivo de sus enunciados, afirman, y zanjan cuestiones impidiendo que la deriva significante equivoque las posibilidades de interpretación. Estoy seguro de que el libro de Jorge forma parte de este segundo grupo. Porque ya desde el inicio, abre el juego con ideas fuertes (podría decirlo así: el tipo sale a jugar con tres delanteros y un enganche, nada de eso de cinco volantes y “un punta” para ver si atrapa algún rebote…).
El primer partido es contra el lugar común de la formación de los psicoanalistas. En nuestro ámbito, hay una idea que pasó a ser un latiguillo y que todo el mundo repite: los analistas se forman en su propio análisis, estudiando y supervisando su trabajo. ¡Es el marketing analítico que garantiza que siempre tengamos trabajo! Me explico: ese llamado trípode, repetido hasta el hartazgo sin reflexionar sobre él, ¡es la exigencia de que todo analista necesite de otro analista! O sea, de una lógica sempiterna (lindo término, que significa que algo comienza, pero que no termina nunca) que fundamenta que todos los analistas necesitemos de algún otro analista para analizarnos, supervisar y aprender. Ahora bien, esta lógica no es falsa, sino particular de nuestra profesión y la hemos visto dar buenos resultados. Pero no alcanza con repetirla sin interrogarla y de eso, Jorge hace en su libro un punto de partida. Y esta apuesta, absolutamente iconoclasta, coloca su obra en un lugar de excepción. Entonces, sintetizo: un libro que supuestamente iba a explicarnos una representación auxiliar de Lacan (así se refiere el propio Lacan a su grafo), se inicia con una crítica fuerte a un lugar común de la formación de los analistas. Nos aguijonea desde la primera página, invitándonos a no repetir “el” latiguillo de siempre porque él, como autor, arriesgándose a ser quemado en la hoguera, afirma que esa idea del trípode carece de dinámica. Y sí, claro, es obvio: uno pone un trípode para que algo, una cámara, por ejemplo, no se mueva. Pero la formación de un analista es algo sumamente dinámico, tiene que moverse. Okey, nos dice, entonces anudemos esos tres, tal como Lacan anudó los suyos: con un nudo borromeo.
(Hago aquí otro paréntesis para el público no analítico, porque sospecho que no tienen idea de qué estamos hablando. Para muchos, “Borromeo” era el enano de Calabromas, ese que resultaba perseguido por su padre, interpretado por Juan Carlos Calabró, quien, en su afán de atraparlo, destrozaba todo a su paso. Pero no, un nudo borromeo es otra cosa: un modo de enlazar tres consistencias, de modo tal que cortando una, se desprendan todas).
Así propone Jorge que debemos pensar la relación entre los tres elementos de la formación del analista. Y de este modo, en los cruces de a dos, surgen nuevos términos que enriquecen la formación que, ahora queda situada en el agujero central del nudo. Uno diría aquí: “qué bien, un nuevo modelo de pensar la relación de esos tres”. Pero no, Jorge pega un salto enorme. Afirma que esos tres no se entrelazan sino a partir de un cuarto elemento: el deseo del analista. ¡Y allí el lector hace… “Plop!”, como en los chistes de Condorito, y tiene que leer todo de nuevo, porque se resignifica la elaboración…
Dejo constancia de que en este punto estamos en la página 31 del libro y nos quedamos sin aliento. Y sigue un pase mágico que a mí, personalmente, me impactó. Tal vez porque encontré allí una elaboración mía utilizada por un colega de un modo que jamás se me hubiera ocurrido. Se trata de dos modos de pensar la clínica, antagónicos, fuertemente antagónicos, y clarísimos: una forma sin intervalo entre la clínica y la teoría, entre lo particular y lo general, que Jorge asocia con el trípode. Y otra forma, donde el intervalo aparece para producir la novedad. Esta diferencia es instigante, y nos invita a todos los analistas a revisar si lo que hacemos queda de un lado o del otro, si nos las sabemos todas o si realmente operamos desde un no-saber que colocamos en el lugar de la verdad de nuestra posición. Un desafío total (y les ruego que tomen el término “desafío” como en el fútbol de potrero, donde los desafíos se tomaban en serio…).
Los cuatro capítulos siguientes retoman los elementos que Lacan situó en el grafo ya sea manifiestamente o no, pero que están presenten en cada resquicio de nuestra tarea clínica. Se trata de capítulos que no solo acomodan piezas, sino que además permiten reflexionar acerca de cómo utilizamos los términos a la hora de pensar nuestros encuentros con los pacientes.
Trabajamos con gente que sufre, niños y adultos, personas que la pasan mal. Nosotros, analistas, no podemos, no debemos sufrir con ellos. Pero tampoco podemos distanciarnos en exceso de ese padecimiento. En el trabajo de Jorge con los términos del grafo, hallamos indicaciones precisas para no caer en ciertos lugares comunes, estáticos, de imputarle demasiado rápido a nuestros pacientes la satisfacción paradójica de esos malestares. Porque eso se puede situar en el grafo: cómo leer el inconsciente y la noción de sujeto dividido, el concepto de estructura y la interpretación. Pero también la diferencia entre necesidad, demanda y deseo —tan conocida y revisitada en nuestro ámbito—, exige comprender la diferencia entre la letra A mayúscula y el lugar del Otro, que no coinciden. Y si como afirma Jorge, “el yo es un cornudo”, bueno… habrá que ver dónde está el “pata de lana” en el asunto, algo que, como dice una filósofa argentina: “Lo dejo a su criterio”.
(Abro el último paréntesis, para contarle a mis amigos que en su afán de inscribir al psicoanálisis en el ámbito de la ciencia, Lacan echó mano a los matemas: letritas, como las que se usan en matemáticas, para transmitir un saber integral, sin equívocos. Esas letras están presentes en el grafo y constituyen sus nodos).
Entre los capítulos 5 y 6, Jorge se dedicó a desarrollar los usos y sentidos posibles para tales matemas. En esos desarrollos podría haberse equivocado porque, justamente, allí es donde aparecen los equívocos. Pero no le pasó. Utilizó un lenguaje tan llano, simple y sencillo para, sin bastardear la enseñanza de Lacan, poner en acto toda su propuesta de una clínica del intervalo. Y el caso clínico del final, el del “forro pinchado”, es la frutilla de la torta: condensa allí todo su saber-hacer con la clínica, desde el sillón (del analista) tanto como desde el escritorio.
Soy consciente de que he evitado citar el libro, pero eso es para que lo compren, lo lean, lo subrayen, y lo expriman.
Lamentablemente, yo tuve que leerlo desde una Tablet —los tiempos editoriales son así: el libro llegó hace muy poquito. Leer un libro desde una Tablet es para mí como comer una milanesa de soja. Uno se alimenta, sí, pero sin goce, sin satisfacción. Sin embargo, a medida que lo leía se me despertó el entusiasmo —ese afecto tan lindo y que Lacan ubicó con mucha precisión como el afecto que coincide con el final del análisis.
Tengo el gusto de conocer a Jorge desde hace algunos años ya... Somos amigos y hemos compartido muchos momentos gratos y otros no tanto. Cuento esto porque acompañé su proceso de convertirse en autor, soy un testigo. Escribir un libro no es algo que esté exigido a un analista. Hay muchos analistas excelentes, incluso maestros nuestros, que nunca han publicado un libro. Y es que para hacerlo, hay que tomar una decisión. Y cuando hablamos de decisión, hablamos de una opción ética. ¿Por qué Jorge, Coque, mi amigo, nuestro compañero, decidió realizar este acto, del cual salió siendo otro?
No puedo responder esa pregunta, quizá lo haga él. Yo solo puedo confesarles que padezco de un síntoma hace muchos años: cada vez que leo un libro que me gusta, me desespero para que la gente que quiero y que trabaja conmigo, también lo lea. Ojalá esta vez lo logre…